PREFACIO

La noche estaba estrellada. Había sido uno de esos pocos días despejados y soleados que a veces teníamos. Era una noche perfecta para estar allí arriba junto a Edward, mirando las estrellas... Pero nada de eso iba a ocurrir aquella noche.

No habíamos ido al claro, dónde normalmente íbamos a jugar al beisbol, precisamente para admirar las estrellas en plan romántico. El motivo era bastante diferente y por mucho que lo deseara no cambiaría nada.

Aquella magnífica noche de junio habíamos subido al claro, junto a toda la familia de Edward, para enfrentarnos a nuestros enemigos, entre los cuales se contaban algunos antiguos amigos, lo que no aminoró mis ansias de sangre. Estaba tan furiosa que a penas podía tener paciencia para esperar su llegada. Si no hubiera sido por el fuerte apretón de mano que me propinó Edward para hacerme ver que estaba conmigo, hubiera salido corriendo en su busca.

Lo que sentí cuando las figuras de nuestros enemigos se acercaron, es indescriptible. La ponzoña me invadió la boca y un profundo gruñido se escapó de mi garganta sin que pudiera evitarlo. Los demás, hicieron lo mismo que yo, y entonces supe que no habría posibilidad de razonar con ellos. Solo tenían un objetivo: matarnos a todos sin importar nada.