-Miaka… -una suave voz pronunciaba su nombre, su tono era de temor- Miaka…
El ambiente se contemplaba difuso, únicamente estaba envuelto en total oscuridad, su vista no podía captar mas haya. Aquella negrura fue tragada con rapidez por una cálida luz rojiza que emanaba de su ser, posteriormente, para ofrecerle los recuerdos de sus andanzas. De pronto esas imágenes se evaporaban con sutileza, impregnándose en las paredes del palacio imperial y dispersándose entre estas, sus paredones lucían roídos y sucios, el estanque estaba seco, mientras las vestiduras destajadas, de su antes perfecta construcción, eran rociadas por un viento manso, que se colaba entre los pobres vestigios. Corrió buscando a alguien que pudiese darle respuestas, pero aquella heredad estaba tan desierta. Su respiración se fue agitando, era agobiante ver como esas imágenes vividas eran engullidas por una terrible penumbra, tras ella.
Justo en ese instante abrió los ojos, pego un leve gemido ahogado, sudaba intensamente. Su compañero se despertó con el sobresalto y la miró un poco asustado.
-Miaka, ¿estás bien? -preguntó el joven, que tocaba confortantemente el hombro de ella.
-¡Taka! ¡He tenido un sueño…! ¡un sueño espantoso!- dejando perder su mirada
-¿De qué hablas? -frunció el seño.
- Soñé que el mundo de los Cuatro Dioses era devorado por la oscuridad. -contesto afligida.
El joven se quedo callado por un momento, contempló a su amada esposa y suspiró profundamente, para después escuchar un llanto proveniente de la otra habitación, recostó a la mujer de cabello castaño y le sonrió levemente.
- El trabajo de mamá es muy agotador - bromeó - Solo es un sueño, Miaka. Descansa un poco, eso ya ha terminado.
CAPÍTULO 1: LA SUCESIÓN.
Un despertador se estremecía ruidosamente dentro de una caja sellada. Uno de los choferes de la mudanza estaba iracundo con tal sonido, que provenía de la parte trasera del camión. El conductor detuvo el vehículo con una resplandeciente mueca de victoria, ¡Por fin!, por fin había llegado a su destino y el aparatejo, cualquiera que sea este, dejaría de molestarlo. Presurosamente, aquel hombre, junto a sus compañeros, comenzaron a bajar los empaques y artículos que llevaban en la caja. El sonido había cesado.
Un automóvil se paró unos minutos después de que habían desembarcado la mayoría de las pertenencias, de aquel pequeño transporte se bajaban una señora, de cabello castaño oscuro y un hombre un poco más viejo que ella. Ambos daban instrucciones de donde colocar cada objeto. La residencia era de tamaño mediano, sus techos exteriores estaban cubiertos de tejas color marrón y sus pulcras paredes de tono perla. Tenía un cómodo estacionamiento, donde cabían dos autos, así como un pequeño jardín delantero con un par de árboles y un amplio patio. De pronto la mujer hecho una mirada a la parte trasera de su vehículo. Un par de jóvenes, parecían recoger las últimas cosas que había llevado consigo.
-Te he dicho que no la trajéramos Taro… - le dijo repróchate - Mira la hora que es y aún no llega.
-¡Vamos Sumomo! Esa chica necesitaba un cambio. Quizá así se reponga. –suspiro hondamente-
-¿Reponerse? Si es el mismo demonio –volteó hacia el cielo, asustada- Desde que tú hermano y mi hermana murieron… ¡Por Dios que esta peor!
-No olvides la promesa Sumomo, desde que nuestros hermanos se casaron. Llama a su celular y dile que se de prisa. -le recomendó-
- ¡Pobre de tú hermana Yako!, ¡Pobre hermano mío! -buscando en su bolsa su teléfono móvil- Su hija es el mal encarnado. ¡Que diferentes son sus hermanos!
- Es solo que, mi hermana… su madre y tu hermano les hacen tanta falta. Dejemos esta palabrería, los chicos ya vienen para acá. Y te recuerdo que gracias a la herencia de ellos pudimos adquirir esta casa. -reprendió a la mujer, la cual asintió con la cabeza algo avergonzada.
Un par de horas luego, el sonido de una motocicleta, que retumbaba furiosamente, se apago y una muchacha, de aproximadamente diecisiete años, bajó de ella, se despojó de un casco blanco con marcas rojas y negras, de formas irregulares, para mostrar su furioso rostro blanco, su cabellera castaña clara, amenizada con algunos mechones de colores, haciendo mas destacado en ellos el color rubio, que cubría la mayor parte de su fleco, mismo que escondía sus ojos ocultos bajo unos pupilentes rosáceos. Esta, bastante molesta, comenzó a maldecir.
- ¡Rayos! ¿Por qué demonios tenía que salirme de aquel lugar?... Mis tíos son un mar de moralidades. -gruñó mientras rodaba su moto para dejarla a un lado de la puerta-
Sumomo estaba recargada ligeramente en el marco de la puerta, se veía alterada y con indiferencia le increpó.
-¿Estas demente? Las jovencitas de tu edad están en casa temprano.
-Las simplonas y mojigatas… tal vez. Pero como yo no soy ninguna de "esas"…
- ¡Kaori! -gritó su hermano mayor- Deja tus patanerías. Eres una grosera y mal educada.
- ¡Ohh Ryusei, moralista al rescate! -balbuceó, mientras encadenaba su rocín de acero- tan sólo tiene dieciocho y ya es todo un joven decoroso -murmuró-
- ¡¡Es que eres una malagradecida!! Ellos se han preocupado por ti.
- Sí, sí… ¡Disculpas!, No volverá a pasar, etc, etc…-caminó por la antesala- ¿Dónde dormiré?
-¡Que cínica eres! ¡Hermanita!
El señor Taro entró al recibidor, junto con él mas pequeño de los hermano, al oír tal alboroto.
-Ya no es para tanto…-se frotó el cuello- Son locuras de adolecente. -sonrió entrecerrando sus ojos- ¡Vamos Kasuke! Enseñémosle su habitación a Kaori.
El pequeñito, que escaseaba de seis años, extendía su pequeña mano a su hermana, con una expresión de gusto. El no podía hablar, quizá no quería hacerlo, era la manera en que expresaba su tristeza por la partida de sus padres, pero aquello no alejaba el aire dulce y angelical que rebosaba en su carita.
Tres días más tarde.
El sonido endemoniado, fastidioso y reverberante del despertador, aquel que días atrás había torturado al transportista, ahora sonaba a la altura de los oídos de Kaori. Con el cabello enmarañado y una cara de pocos amigos se levantó a arrojar aquel reloj digital contra la pared. En ese instante Ryusei irrumpió, ojeando el aspecto de su quejumbrosa hermana, comenzó a reírse.
-¡Hey! Tú. ¿De qué te ríes imbécil?
-Que te ves de lo peor, baja pronto, nos vamos al colegio, por ahí anda tu uniforme. Hazme un favor… Por primera vez en tu vida, compórtate y no generes problemas en el nuevo instituto –sonríe fraternalmente-
-¿De que hablas? –Se hace la ingenua-
-Golpear compañeros… ¡HOMBRES!, no da buena imagen para una mujer. -con mofa le contesta-
-¡Machista! -Refunfuña contra él- ¿Si? ¿Y no quieres que sea la típica chica de manga sensible, lloricona y dejada?
-Por lo menos pasarías desapercibida…-sale de la habitación con cara de inquietud, rematando unas palabras tras la puerta- A ver si te consigues un novio y se te quita el mal humor…
Lo último que escuchó Kaori fueron los pasos apresurados de su hermano. Se levantó de mala gana y totalmente rebelde ante el último comentario de Ryusei.
-"Qué idiotez, no cabe duda que quiere verme como una chica de esas, que lloran por su amor. No, yo no creo en el dichoso amor y menos en la basura de hombres. Qué es eso de ver a las mujeres como princesitas indefensas que proteger… ¡patrañas!"- piensa mientras se da un baño- "Hoy en día… estar en casa a espera de que llegue ese "hombre" o llorando como magdalena por que es un traicionero…-suspira mientras se prenda el uniforme- Además…" ¡El amor apesta! -dice sonriendo-
En el colegio.
Kaori, quien enrollaba juguetonamente un mecho de su cabello, caminaba airosa en el "campo de batalla", como solía decir. No esperaba nada de nadie, ni a nadie. No le gustaba ser molestada, al menos ahí, ni tener amigos. Pero que decir de la hora de las juergas, si bien era conocida, en el otro pueblo, como la chica mas "prendida". Retomando su situación, se presentó al aula de clase. Hizo la rigurosa presentación de manera seca y poco afable y se reincorporo a su asiento. En el transcurso tomo notas como cualquier chica normal, cosa que le disgustaba en demasía, hasta llegara a la hora de una de esas "clase-relleno", según su manera de pensar. Un joven maestro entraba por la puerta, su cabello era castaño claro, su porte un tanto relajado y comenzó ha hablarle al grupo con soltura y confianza.
-Mi nombre es Yuuki Keisuke, impartiré la materia de literatura. -escribió su nombre en el pizarrón- Traigo con migo una lista de libros interesantes, pero pueden sugerir más con ese tema -repartió unas hojas con la dichosa lista.
¡LEER ESO!, ¡que clase tan mas aburrida!, ¡Cuanta tortura!, pensó ella al comenzar a verificar cada titulo. Y sin más se paro de su lugar tomando su mochila. Keisuke, el nuevo maestro, la observo por unos segundos, para luego retenerla.
-¿Quién le ha dado permiso de salir de mi clase? -su tono fue ligero, pero opresor-
-Mira Keisu, no sé que… Esos libros solo hablan de "Amor" es una estupidez y perdida de tiempo -sin dedicarle la mirada.
-¿Entonces que le place a la señorita leer? -irónico-
-Algo que "SÍ" deje un aprendizaje. -abrió la puerta-
-¡Ah! - perplejo movió su rostro de arriba abajo- Bien, la señorita, como se llame…
- Kaori Takahashi -le indica-
- La, señorita Takahashi, nos traerá para la próxima semana dos tipos de libros, uno con un tema que yo le indicaré y otro con el cual nos aleccionara sobre su contenido. Pero debe traer reseñas bastante completas. De ambos -afirmó mientras la miraba fijamente.
- ¡Que tontería…! -se escarneció.
-¿Acaso es incapaz? -le lanzó un reto, con un gorgor de burla-
Al escuchar aquel desafío, transformado en una humillación hacia su persona, le contesto.
-¡Vale!, pero si lo hago excelente, usted deberá exentarme. -dictaminando-
Intuyendo Keisuke que una mente tan cerrada no podría lograr aquella treta, se dejó llevar por su impulso, aceptando su dichosa "condición". Escribió en un papelito, una temática y de esa manera las cosas tornaron a su relativa normalidad.
Al salir del colegio, Keisuke había decido ir de visita a la casa de Miaka, a dar unos regalitos a su lindo sobrino y claro ver a Mayo que de vez en cuando iba a ayudar a la antigua sacerdotisa de Suzaku. Estando ahí saludo a todos, que estaban un tanto misteriosos, parecía una reunión planificada. Una sorpresa le había sido preparada al joven, en aras de festejar su nuevo empleo.
-Querido amigo, sabía que lo lograrías. -le rodea con sus brazos toscamente a manera de juego.
- Tetsuya, ¡basta!, lo dejaras sin cabeza -embromó la rubia.
-¡¡Ohh!! Vamos Yui, es lo divertido. -comentó su novio a risotadas.
- Miaka, debería ayudarte con el pastel -se acerco a la peli-castaña.
-¡Gracias Mayo!, eres muy gentil.
-¿Por cierto, donde esta Taka? -pregunta Yui.
-Durmiendo a Hikari…-suspiró profundo, llevándose su brazo a la frete, luciendo algo cansada.
-Miaka… ¿Te encuentras bien? -le inquirió preocupada su amiga Yui.
-Si, no es nada. -mostró su fresca y dulce sonrisa.
Una voz irrumpió tras tanto escándalo, Taka salía de una de las habitaciones del departamento, específicamente la de su bebe. Con algo de energía felicito a su cuñado, prestándose a unas bromas que habían formulado Tetsuya y él para Keisuke.
Mientras tomaban algo de la merienda, un tema salió a flote, una pregunta que le hizo Tetsuya.
-¿Amigo, que harás si algún alumno tuyo se revela?
-Eso me recuerda a una chica que conocí hoy…
-No estarás engañando a Mayo, ¿verdad? -Yui le mira entre cejas y le reprime, sosteniendo un tenedor que apuntaba hacia él-
-No, nada que ver, decía que me recuerda a ella, como se llamaba -se esforzó para retener el nombre- no lo recuerdo. En fin, si una muchacha muy extraña, grosera, áspera y solitaria…
-Pobre chica -dijo Miaka- Algo debe de…
- ¡A, sí! -elevo sus brazos en señal de ovación- Se llamaba Kaori Takahashi.
De pronto Miaka palideció, sus ojos contemplaban el abismo, se oscureció el brillo en ellos… Taka trataba de hablarle una y otra vez, pero ella no respondía, entre los demás vieron como su cuerpo se desplomaba al suelo…
Antes de que eso aconteciera.
Era el reto de ese momento en su vida, pero reflexionando, Kaori, sobre el tema tan atractivo que le había dado su maestro, quizá un libro de cultura legendaria no le vendría mal y sin perder tiempo fue directamente a buscar algún volumen relacionado con ese contenido. Perdida, entre las calles del centro, preguntaba si alguno de ellos conocía una buena librería que manejara esos tramas, pero la gente le daba pistas poco útiles, entre libros de Best-Seller y energía nuclear no daba con lo que buscaba. Caminó un largo rato, hasta que miró una despoblada librería. Tenía en sus afueras carteles de descuento. Eso era una ganga para ella, ya que una de sus pasiones era la lectura, cosa que guardaba muy en secreto. Sin más se adentro en el local y miró un montonal de libros interesantes. Una joven, de facciones muy exquisitas, se aproximo a Kaori, atentamente le recomendó uno. El titulo sonaba tentador, ya que una de sus atracciones eran los mitos, cuan mas si se trataba de divinidades. "Los Cuatro Dioses Terrenos y Celestiales" "volúmenes completos", decía la simple portada en color dorado y letras negras, se miraba bastante grueso y avejentado, tanto que no resistió su compra y pidió que lo empacasen. La mujer le dio una extraordinaria oferta, aunque la verdad casi tumbaba su mesada, lo empaco junto a unos separadores y habiéndose sentido satisfecha, Kaori salió del sitio.
Horas mas tarde, después de la riña común con su tía y su hermano, se aisló en su cuarto, puso algo de música, saco el libro para comenzar a leerlo.
- "Este cuento narrará las historias de cuatro chicas que recibieron las siete estrellas de los dioses; Byakko, Genbu, Seiryu y Suzaku. Estos le daban el poder de realizar cualquier deseo. Estos cuentos serán como un hechizo, el lector obtiene la capacidad de conceder los deseos del protagonista, por que este libro una vez leído y hasta que sus leyendas finalicen se convierte en realidad." -destilo una sonrisa cargada de sátira-
La chica miro una y otra ves la introducción. ¡Que cosa mas burda!, ¡espantosa!, prácticamente dinero tirado a la basura. Pero ya le había comprado, que mas podría hacer, más que continuar leyéndolo. Sí, razonó, era perfecto restregarle a su maestro un resumen excelso en la cara, para demostrarle lo buena que era.
En la casa de los Sukunami.
Miaka no despertaba, su figura se mostraba más descompuesta, la fiebre aumentaba. Sin ninguna respuesta lógica, Taka comenzó a recordar las pesadillas de su esposa y con algo de aprensión le contó a cada uno de los visitantes, pero cuando la charla tornaba preocupante, Miaka, en su inconsciencia y bajo palabras de delirio dijo:
-"Una a una leerá cada página, y así la chica que entrará en la nueva leyenda, abrirá las puertas del otro mundo"
Continuará…
