"Annie, ¡ayúdame! ¡AHORA!"
Contemplo como la negrura de las aguas se traga a Finnick. Su cabello cobrizo es lo único que emerge de la superficie del espeso pringue, y eso precisamente es lo que agarro.
Un brazo pálido, flacucho y que no puede ser mío agarra la cabellera de Finnick, y con una fuerza que tampoco me corresponde lo arrastra a la superficie.
Después, lo único que se escucha es la respiración ahogada del rescatado. Me dice gracias.
Yo no parezco estar en mí misma, como siempre. Contemplo la selva atroz que nos rodea. Pese a estar en el aire libre sigo sintiéndome encarcelada.
Estamos en la arena.
Otro grito me despierta de mi letargo y Finnick ya no está allí. Solo una bandada de pájaros, que se lo comen tira a tira.
Despierto agitada, aterrada. No puedo moverme de la cama. Sudo como una cerda.
Era un sueño, era un sueño, era un sueño (no lo era), era un sueño, era un sueño, era un sueño, era un sueño (era real), no morirá, no morirá, no morirá (sí que lo hará)…
Me repito las mismas frases que todas las mañanas. Las que la doctora me repite todas las veces que voy al psicólogo.
Poco a poco recupero movilidad y me levanto de donde me he quedado postrada. Me siento sucia, sudada y pegajosa.
Me muevo por mi maravilloso apartamento con extrema torpeza. Soy demasiado voluminosa…
Annie. Estás gorda.
En efecto, estoy gorda. No tengo los huesos fuertes. No soy de complexión grande. No es por herencia. Solo hace falta mirar a la tirilla de mi madre.
Ojalá pudiera. Me odia. Todos me odian, aquí. No me excluyo.
Me meto dentro de la ducha intentando no mirar a mi reflejo. Me froto con fuerza todos los rincones de mi cuerpo, hasta que la piel está roja y duele. Las heridas no sanan.
Ya seca y en una ropa que siquiera recuerdo haber adquirido (fallos en la memoria, muy comunes, muchas caídas de cabeza) miro la hora y me doy cuenta de que son las cuatro de la tarde. A las siete se anuncia qué sucederá este vasallaje de los veinticinco.
Me dedico a hacer las dos cosas que hago para no enloquecer de nuevo, para no volver a la "época oscura".
Escuchar música y espiar a Finnick Odair desde mi ventana.
Y os preguntareis… ¿de dónde saca Annie la música? Finnick me la trajo. Me trajo música de todas partes. Todos los días una canción. Durante un año.
Enciendo el complicado aparato reproductor, del cual soy tan desconocedora que no sé ni cómo pasar las canciones.
Me acerco a la ventana y saco mi "cabecita" de forma poco elegante. Finnick está ahí milagrosamente. Aunque al fin y al cabo, todos los domingos suele estar en casa tras una atareada semana follándose a todo el capitolio.
Está allí, perfecto, como siempre.
Alto como un pino (fácil de decir cuando solo mido metro sesenta), bronceado y musculoso, divinamente recubierto de pecas. Pelirrojo, con ojos claros y penetrantes, color mar. Una cara… masculina, atractiva, fácil de recordar.
Labios finos y rojizos, que gritan sin ningún reparo "¡Deja de espiarme, rechoncha!"
Rápidamente me escondo detrás de la ventana, abochornada a más no poder.
Me ha visto otra vez. Ya van seis este mes. Seguro que ya sabe que estoy irremediablemente enamorada de él.
Me arrastro por el piso, que no podría estar más sucio. La música sigue sonando.
La canción que suena sigue hablando de una chica demente pero hermosa. Como casi todas las canciones que poseo. Finnick no fue muy original.
Las canciones son lo único que me queda.
A base de arrastrarme miserablemente (debo parecer un gusano gordo) llego a la única habitación donde sé que nadie se quejará de mi habito de cantar.
Cuando llego allí, cierro la puerta y empiezo a cantar encima de la canción que suena.
"Eres un poco rara
Un poco demasiado brillante
Eres la chica mestiza que
Todo el mundo trata de esconder."
¿Sabéis la típica sensación de sentir que todas las canciones te recuerdan a ti misma? A mí me sucede. Literalmente. Desde siempre mi locura ha sido la inspiración de muchas bandas capitolinas.
"Hay algo en la manera en que me dice,
Por favor, ves con cuidado,
Porque existo en la mente de alguien más"
Palabras textuales. Dije esa misma frase en mi entrevista como vencedora.
"Hay algo en la manera que me hace creer
Por favor, ves con cuidado,
Annie sueña que todo el mundo está muerto"
Claro que las bandas que cantan sobre mí a falta de inspiración lo hacen de una manera muy ridícula. Siempre hablan de una Annie idealizada, porque al fin y al cabo hace un montón de tiempo que no me ven. Si me vieran ahora, toda esta historia de cantarle a Annie se acabaría.
Pobrecitos.
Las horas pasan, y sé que tengo que arreglarme para ver el anuncio del vasallaje con Mags. Ella es mi única amiga, bueno, más bien dicho la única persona que no me detesta.
Exceptuando a Hale Odinshoot, claro está.
Hale ha sido desde que Finnick decidió tirar la toalla la única persona que me ha mantenido con vida. Todavía no sé porqué.
El día siguiente de que Finnick se hartara de mí, ella apareció con comida para parar un tren y una sonrisa tranquilizadora. Rellenó mi cocina ordenadamente y se marchó. En ese momento me quedé consternada, sin ser capaz de articular palabra. Tampoco tenía ganas de hacerlo.
Casi cuatro años más tarde, las pocas cosas que sé sobre ella son las siguientes.
Se llama Hale Odinshoot, evidentemente.
Tiene 21 años aproximadamente.
Es mi niñera oficial.
Vive en la parte más baja del distrito, si eso es posible.
Le falta un diente, pero aparte de eso ella es perfecta.
Por ese mismo hecho, la he apodado Piratilla.
No le doy asco.
No hace preguntas.
Aparte de eso, todo lo demás es desconocido. Le he preguntado varias ocasiones porqué sigue viniendo a alimentarme, o lo más importante, ¿porqué lo hace? ¿Quién le ha mandado hacerlo? ¿Está cobrando por ello? Espero que sí, ya que lo merece.
Aunque no conteste a mis preguntas, Piratilla sigue siendo muy charlatana. Todos los días viene a las dos de la tarde que es cuando me despierto normalmente y tras una conversación que es normalmente unilateral se marcha tan alegre como se ha ido. Nunca la he seguido. Nunca salgo de esta casa.
Pero hoy Piratilla no ha venido. Porque hoy se anuncia el vasallaje. Todo el mundo ha de permanecer en casa.
Empiezo a moverme, ya que me he quedado ensimismada pensando en Hale de nuevo. Suelo hacerlo mucho. El resto de los vencedores se ríen de mí por eso, y por todo lo demás.
Mi rutina de acicalamiento (yo no llamaría rutina ya que solo me arreglo en ocasiones muy especiales, como esta) consiste en peinarme con un cepillo de cerdas separadas milimétricamente, para que cuando me peine duela, a modo de castigo. Después de eso me calzo y me marcho.
Salgo de mi casa cual espía. Durante estos años he desarrollado una agorafobia bastante severa. Sin embargo intento que eso no me afecte hoy y salgo corriendo (vaya espectáculo más ridículo) y me meto en lo que creo que es casa de Mags sin mirar si he acertado.
Sé que su casa está a dos casas a la izquierda de la mía, pero quien sabe. No sería la primera vez que me equivoco.
Efectivamente, reconozco la casa de Mags. Bien Annie, bien.
La casa de Mags está toda decorada con artilugios marinos. Áncoras, redes, perlas y conchas, caracolas, potecitos con arena, peces disecados, peces de barro, peces de cerámica, peces hechos con joyas etc.
Sin embargo, hoy Mags tiene una visita que no esperaba.
Escucho que alguien habla en la sala de estar, una voz aguda, temblona y afable que pertenece a Mags y una más grave, ligeramente nasal y seductora sin proponérselo.
Finnick. Finnick Odair está aquí.
Por el amor de dios Annie, escóndete.
N/A: ¡Hola de nuevo!
Como veis, este es mi tercer fic sobre Finnick y Annie. Si todo va bien, irá para largo.
En esta historia podéis ver a una Annie muy diferente a la que tenemos todos en mente. Además, Annie será escogida para el vasallaje de los veinticinco así que es un AU.
¡Espero que os guste y nos vemos en el próximo capítulo!
