LA ESTRELLA SOLITARIA

No había podido dormir en toda la noche; las pesadillas se repetían una y otra vez: la escalera, el sótano, la mesa...Siempre lo mismo, un día tras ni siquiera me extrañaba. Me levanté, suponiendo en mi cara unas ojeras enormes que darían razones para cuchichear a todos mis subordinados. Un domingo más sin pegar ojo, y la mañana del lunes, gris y fría en aquel Noviembre que prometía hacerse especialmente largo, me saludó al salir de mi desvencijado apartamento. Apenas restos de la presencia de la muchacha, la última que se puso cariñosa conmigo y terminó por irse sin un beso, sin una caricia. Sencillamente, no podía. Lo intentaba, Dios sabe que es cierto, pero nada salía de mis manos ni de mis sentidos cuando trataba de acercarme a una mujer. Incluso me repugnaba la idea de que alguna pusiera sus manos sobre mí. «Tienes complejo de Peter Pan», decía mi hermana Kanako. «No quieres hacerte mayor, te da miedo crecer». Yo le contestaba con el ceño fruncido que, a mis veintimuchos, ya era un poco tarde para eso y que , a lo mejor, lo que tenía yo era complejo de Capitán Garfio, a lo que salía corriendo y no me molestaba más.

La comisaría de Nagoya me saludó, como siempre, con su fachada absurda y sin gracia. Entré por la puerta y colgué mi gabardina en el perchero de la entrada, tomando de los bolsillos mis pertenencias más valiosas; la cartera, el teléfono móvil. Mascullando un saludo a los agentes que encontré a mi paso, me dirirgí a mi despacho.

–Inspector Jefe Tatsumi –me interrumpió una joven agente.

–Diga –le contesté sin mirarla.

–Alguien...una persona le espera en la entrada de su despacho –miré a la chica.

–¿De quién se trata? ¿No pueden atenderle ustedes? –Los agentes siempre se saltan los protocolos, eso me revienta. Seguro que podían hacerse cargo, antes de pasar a la visita conmigo. ¿Por qué no con el comisario, ya de paso? La chica me miró con inquietud.

–Es que...verá, se trata de alguien especial.

–¿Especial para quién? –Ella estaba tan azorada que preferí enterarme por mí mismo de la extraña visita antes de continuar hablando con aquella chica que parecía haber dormido todavía menos que yo– Déjelo, ya me encargo –dije, dirigiéndome a mi despacho.

Y en el banco ante mi puerta, vi un muchacho. Parecía algo más joven que yo y llevaba gafas oscuras, una bufanda que tapaba parcialmente su cara y un abrigo que le cubría por completo. Me detuve: ¿los idiotas de los agentes no se habían dado cuenta de que podía ser un terrorista, tan oculto? Miré a mi espalda y vi a la agente que me había hablado de aquella extraña visita; me miraba contrariada. Así que me dirigí al chico sin acercarme, sin entrar a mi despacho y con la máxima cautela, acariciando con la mano derecha la culata de mi revolver bajo mi americana.

–¿Quién eres tú y qué quieres? Te advierto que esta es una comisaría y todos vamos armados.

El chico levantó la vista y me miró. Una vaga sonrisa iluminó su cara, que pude ver cuando se bajó la bufanda y se quitó las gafas. Dios santo, me sonaba muchísimo...¿de qué?

–Inspector Jefe Tatsumi –dijo, dejando caer en la silla sus pertrechos y mostrándome una radiante sonrisa, mientras sus luminosos ojos se clavaban en mí. Entonces le recordé– Soy Morinaga...

–Tetsuhiro, sí, el actor que ganó el premio cinematográfico el año pasado. Toda una estrella... –contesté, entendiendo ahora su camuflaje. A mí no me gustaba demasiado el cine, solía quedarme dormido con películas que impresionaban a la opinión pública. Pero a este Morinaga le había visto en series, películas, espots publicitarios...Incluso decían que había firmado un contrato para trabajar en Hollywood. Y ahora estaba ahí, tendiéndome la mano y dedicándome una radiante sonrisa. Con razón la agente parecía tan azorada– Y dígame, ¿a qué debe este humilde inspector el honor de su visita? –dije, con algo de fastidio. De pronto, la sonrisa se borró de su rostro y sus ojos se entristecieron.

–Hay algo que me gustaría mostrarle.

«Espero que no sea lo que imagino», pensé, recordando los insistentes rumores sobre la homosexualidad de aquel actor que llevaba de cabeza a todas las mujeres, que sin duda no obtenían nada de él. Me hice a un lado y abrí la puerta de mi despacho.

–Adelante –dije, y pasó al interior, esperando amablemente que yo entrase y me sentara en mi sillón negro, al otro lado de la mesa. A un ademán de mi mano, tomó asiento en una de las butacas reservadas a los visitantes– Bien, usted dirá.

–He recibido una carta muy inquietante.

–¿Qué tipo de carta?

–A primera vista, parece la carta de un admirador.

Le miré torciendo la boca con fastidio.

–¿Y qué tiene eso de inquietante? Es usted un joven y talentudo actor, mucha gente está pendiente de usted. Seguro que recibe cientos de cartas cada día –El muchacho ensombreció su gesto.

–No como esta –dijo, tendiéndome sobre la mesa un papel que tomé en mis manos; conforme fui leyendo, mi voz fue bajando de tono.

–«Tu cabello como el anochecer, tus ojos como esmeraldas, tu piel nivea, suave, fragante, tu vientre firme, tu pecho amplio, tocarte, sentirte, devorarte, tus caramelitos de fresa, tus labios de pétalo, quién los tuviera, sentir tu lengua, sentir tu piel, tu voz en mi oído, tus gemidos, tu sudor, Morinaga, Morinaga, Morinaga».

Brainstorming. Mi cabeza comenzó a dar vueltas. Cabello...ojos...piel...fragante... Aquella letra... Y la voz de Morinaga que, de golpe, me sacó de mi estado de shock.

–¡Tatsumi san! ¿Se encuentra bien?

Alcé tímidamente la vista y me di cuenta de que estaba respirando aceleradamente y mis manos temblaban. Con un esfuerzo de voluntad, inspiré con fuerza y le miré a los ojos.

–No es nada, sólo estaba pensando en la carta. Ciertamente, es bastante extraña. No se mueva de aquí, por favor, vuelvo enseguida.

Dejando la puerta de mi despacho abierta de par en par y advirtiendo a un policía de que no perdiese de vista a Morinaga, me encaminé a las escaleras de la comisaría con el corazón trotando. Cabello, ojos, piel, fragante... No podía ser, mi memoria tenía que estarme jugando una mala pasada. Mi maldita memoria fotográfica, que todo lo grababa, que todo lo recordaba al milímetro, que jamás olvidaba nada. Las palabras, las expresiones. Y lo más importante: la letra.

En cuatro zancadas alcancé la planta superior y me dirijí al departamento informático.

–Isogai –le dije al agente encargado de la sección de datos, a quien la policía metropolitana de Tokyo nos había enviado, harta de que les hackease todos los sistemas que implantaban. La amenaza había sido clara: o trabajas para nosotros o te tiras diez años en la cárcel por pirata informático. Isogai no se lo pensó, y desde entonces le teníamos a nuestra disposición, y con él cualquier información de la red a nuestro alcance. Pareció alegrarse al verme.

–¡Tatsumi san! ¿Qué te trae por los cielos?

Arrastré junto a él una silla con ruedas y le hablé de cerca.

–El caso Ise –Por primera vez, Isogai levantó la mirada de la pantalla.

–Vaya, un viejo caso.

–No tanto, dos años.

–Sí, y todavía escuece –le perforé la mirada con la mía. Bajó la suya, algo molesto–. ¿Y qué quieres?

–Repasar las pruebas. Ábrelo y no me marees más –le dije con fastidio. Isogai tecleó un poco y apartó su silla, dejándome más espacio ante el monitor, que comenzó a mostrar unas fotografías que yo recordaba bien, mientras me refrescaba la memória sobre aquel caso escabroso.

–Akira Yamamoto, conocido por sus fans como Ise. Cantante pop adorado por las multitudes. Desapareció en Diciembre de 2014 sin dejar rastro. Ante su ausencia en las redes sociales, y pese a los intentos de su manager de que el caso no trascendiera a los medios demasiado deprisa, las presiones no se hicieron esperar y a las setenta y dos horas la policía ya disponía de una orden de registro de su domicilio –las fotografías de la casa de Iso se sucedían en el monitor–. Pero no parecía haber nada, todo estaba en orden. Hasta que al joven inspector Tatsumi se le ocurrió abrir la puerta de la escalera del sótano –Se me revolvieron las tripas al ver las fotografías de aquel sótano, la mesa metálica, el cuerpo de Ise despedazado, sin su cabello, sin sus ojos y sin sus pezones. Toda su piel marcada por profundas heridas. Tragué saliva e Isogai continuó– No había nadie en la casa, ni una sola huella que nos pudiese indicar quién había cometido tal atrocidad. Todo lo que utilizó era de Ise, sus herramientas, sus utensilios de cocina. Era su casa y sus cosas, y sin duda el asesino usó guantes de latex y gorro, porque mi querida Sato no halló una sola señal de intrusión –Ciertamente, la inspectora Sato de la policía científica había tratado aquel caso con especial interés, al ser la víctima alguien que iba a levantar mucho revuelo en los medios. Era necesario para nuestra comisaría dar con el criminal, pero fue imposible ante la falta de indicios que le delatasen. Ni la menor pista, ni el menor rastro. Nada. Finalmente, conseguimos esconder las terribles circunstancias de la muerte de Ise a la prensa, haciéndolo pasar por un suicidio. Nadie supo nada, excepto nosotros. Y las pesadillas no me habían abandonado desde entonces.

–Isogai, muéstrame todas las pruebas que la policía cotejó.

–¿Algo en concreto, inspector?

–Las cartas –«Cartas de acoso, inspector. No son normales, mire», me había dicho Ise entonces, mostrándome algunas. Y yo no le había hecho caso. No le había escuchado.

–Tatsumi san, mire, ahí están.

Una a una, las cartas de los admiradores de Ise desfilaron ante mis ojos, escaneadas. Isogai las iba pasando hasta que, poniendo una mano sobre la suya para detener el avance mediante el ratón, le dije:

–Para –Isogai detuvo el desfile de documentos– Amplíala –Y entonces pude verlo, la misma caligrafía rasgada, y los versos:

«Tu cabello como el alba, tus ojos como zafiros, tu piel dorada, suave, fragante, tu vientre firme, tu pecho juvenil, tocarte, sentirte, devorarte, tus caramelitos de fresa, tus labios de pétalo, quién los tuviera, sentir tu lengua, sentir tu piel, tu voz en mi oído, tus gemidos, tu sudor, Ise, Ise, Ise».

–Isogai –dije, con un hilo de voz– busca todos los casos de desapariciones de chicos famosos desde 2010 en nuestro país. Y avísame con lo que encuentres –dije, levantándome de un salto y bajando las escaleras hacia mi despacho.

Morinaga se giró de pronto al verme entrar como una exalación.

–Escuche, hay algún lugar en el que pueda hospedarse, aparte de su casa?

–Bueno –me dijo dubitativo– no soy de aquí, así que no, sólo tengo mi apartamento del centro, y es de alquiler; sólo llevo aquí unos meses, quería irme de Tokyo por un tiempo. ¿Por qué?

–Porque de momento, es mejor que no vuelva a su casa. Vaya a un hotel, por ejemplo.

Me miró con asombro.

–Oiga, inspector Tatsumi, le agradezco su preocupación, pero ¿no cree que exagera? Yo sólo pretendía que me facilitara un teléfono al que llamar de urgencia si veía alguien rondar por mi casa, o algo así...

–¿Le apetece que me suba a mi mesa y me ponga a interpretar a Shakespeare? –Me miró con extrañeza–. En ese caso, le prometo que no trataré de hacer su trabajo si usted no intenta hacer el mío. Si yo le digo que no vuelva a su casa, hágame caso y no vaya. Pase unos días en un hotel y sí, le daré mi teléfono para que me llame con cualquier cosa extraña que vea.

–Bueno, no querría volverme paranóico... –¿Cómo decirle? ¿Cómo explicarle que Ise vino, igual que él, a pedirme ayuda, que yo no le di importancia y que terminó descuartizado en el sótano de su casa, sin abandonarme ni un segundo la visión de su preciosa cara sin las luces azules de sus ojos, su cuerpo mutilado?

–No es necesario que se vuelva paranóico. Sólo que tenga cuidado. Mire, esa carta tiene un perfil extraño y usted está muy expuesto. Sólo quiero extremar precauciones. Por favor, hágame caso. No ande solo por ahí, rodeese de gente de confianza y viva unos días en un hotel. Y no le diga a nadie que no está en su casa –Ante su cara incrédula, acerqué mi cara a la suya a través de la mesa– Confíe en mí; déjeme hacer mi trabajo y trataré de devolver la normalidad a su vida lo antes posible.

–Está bien, inspector –me dijo, con una sonrisa– Usted gana. Me hospedaré en el Marriott.

Cómo no; no iba a ser en un hotelito cualquiera. El Marriott, el hotel más lujoso de Nagoya para el nene famoso y rico. Sólo esperaba que no alquilase la suite nupcial y la llenase de muchachos cazafortunas. Una alarma se me encendió ante la idea.

–No se le ocurra invitar a nadie con usted, ¿de acuerdo? –De nuevo, su mirada de extrañeza–. Por favor, sea muy cauto. Le prometo trabajar duro y solucionar todo esto lo antes posible –le dije, con escasa convicción–. Tenga, este es mi número personal. Llámeme ante cualquier cosa, a cualquier hora.

Lo tomó sin cambiar su cara de asombro. Yo esperaba que lo asociase al hecho de ser él una persona famosa, al prestigio de la comisaría o a alguna otra tontería. No quería, bajo ninguna circunstancia, que conociera mis verdaderos motivos.

–Le agradezco mucho su interés –me dijo, dedicándome de nuevo su deslumbrante sonrisa–. Le prometo ser bueno, y llamarle ante cualquier cosa.

Me tendió la mano y salió de mi despacho hacia la calle. Yo me dirigí al agente de paisano que permanecía en mi puerta.

–Matsuda, síguele. No le pierdas de vista.

Cuando ambos abandonaron la comisaría, a razonable distancia el uno del otro, salté de nuevo a la escalera.

–Isogai, ¿has dado con algo?

Alzó la vista hacia mí, con los ojos brillantes.

–Mira esto. Año 2012, Shinichi Tachibana, un actor adolescente en Hokaido. Diecisiete añitos, castaño, ojos negros. Desapareció sin dejar rastro, sus padres simplemente dijeron que no había vuelto a casa. Removieron cielo y tierra, pero jamás le encontraron.

–Sí, lo recuerdo.

–Naturalmente, la policía registró su casa en busca de algún indicio que pudiese revelar la causa de su desaparición; su ordenador, sus cosas personales. Y resulta que Shinichi guardaba las cartas de sus admiradores. Y mira esto, Tatsumi san.

Agrandó la imagen. Otra carta. La misma letra rasgada, y esos versos:

«Tu cabello como la tierra, tus ojos como azabaches, tu piel rosada, suave, fragante, tu vientre firme, tu pecho infantil, tocarte, sentirte, devorarte, tus caramelitos de fresa, tus labios de pétalo, quién los tuviera, sentir tu lengua, sentir tu piel, tu voz en mi oído, tus gemidos, tu sudor, Shinichi, Shinichi, Shinichi»

A pesar de llevar ya años en el cuerpo y haber visto de todo, una nausea subió desde mi estómago hasta mi garganta y tuve que abandonar a Isogai, cuya voz escuché desde su silla mientras caminaba deprisa hacia el baño.

–Tatsumi san, ¿estás bien?

No, claro que no estaba bien. Entré en el baño y apenas tuve tiempo de acercarme al inodoro para no vomitar en el suelo. Después, acudí al lavamanos y refresqué mi cara, enjuagué mi boca y me miré. Estaba amarillo.

«Morinaga san, no sé qué clase de ser humano eres, aunque tus ojos me hablan de bondad y transparencia. Pero sí sé qué tipo de persona soy yo: una que odia la podredumbre humana y que no soporta perder frente a ella. Hace dos años me pasó, y ahora veo ante qué me hallo. Así que no sucederá de nuevo. Voy a dar con ese tipo y voy a hacer caer sobre él todo el peso de la ley, para que Shinichi e Ise descansen tranquilos y para que tú continúes con esa sonrisa de bobo pintada en tu cara. Y si para ello tengo que arrastrarte junto a mí para protegerte, sin duda voy a hacerlo».

Más compuesto, volví a la silla junto a Isogai.

–¿No has dado con nada más?

–No; he buscado en archivos anteriores a 2010, pero no he encontrado nada. El perfil aparece en ese año.

–Parece estar centrado en famosos, pero eso no descarta que pueda haber víctimas anteriores entre chicos jóvenes y bien parecidos. Supongo que, de momento, tendremos que conformarnos con eso.

–¿Y qué vas a hacer ahora?

–Hablar con tu querida Sato. Ella podrá ayudarme con las pruebas, y comenzaré a seguir el rastro.

–No se lo vas a decir a nadie más, ¿no? Tatsumi –añadió, mirándome a los ojos sin ese dejo de burla que siempre le acompañaba– sé que te gusta ir a tu bola, pero esto es una comisaría y no puedes investigar por tu cuenta.

–Lo sé, haré lo debido –dije, mientras me levantaba de la silla y me dirigía a la escalera, escuchando tras de mí la voz burlona de Isogai: «Ya, lo debido...claro, claro».

Al ir a bajar la escalera, mirando mis pisadas y con la cabeza totalmente concentrada en las palabras de las notas de ese individuo, me choque de frente con algo blandito. Miré ante mí y hallé los pechos grandes y firmes de la comisaria. Alcé la cabeza hasta sus ojos, que me miraban con severidad.

–Lo siento, Hiroka san. No miraba por dónde iba.

–Ya veo... ¿En qué andarás para ir tan despistado?

La comisaria me sonrió. Era una mujer amable, mayor que yo y de gran inteligencia, muy capaz y buena organizadora. Desde que estaba al mando de la comisaría, justo después del caso Ise, todo había empezado a funcionar de verdad y fue de gran ayuda cuando mis depresiones por aquel fracaso amenazaron con hundirme. Ella habló por mí con asuntos internos y dejó claro que la culpa no había sido mía, que no podíamos saber que una nota como aquella pudiera representar una auténtica amenaza. Desde entonces, me sentí adoptado por esa mujer de pechos grandes y sonrisa limpia que siempre rondaba a mi alrededor, tratando de ayudarme, sin duda para que yo superase los efectos de aquel horrible caso. Al ver el escrutinio de su mirada sobre mí, no pude por menos que serle sincero.

–¿Entramos en su despacho?

En unos minutos, puse a la comisaria Hiroka al día de mis pesquisas. Le dije que Morinaga iba a estar en el Marriott por unos días, mientras investigaba el caso. Me miró sin pestañear y, al poco, me contestó con la mano apoyada en el mentón.

–Sin duda, es un hilo del que tirar. Naturalmente, no lo harás solo.

Me levanté de la silla de un salto.

–¡No necesito ayuda! –dije, dándome cuenta en el acto de lo innecesario de mi elevado tono, más con mi superior–. Lo siento, comisaria, es que es algo que tengo que resolver solo.

–No seas idiota, Tatsumi. Necesitas equipo, gente que te ayude. Y sobre todo, alguien que te acompañe.

–¡Por favor, no! De veras no quiero poner en peligro a nadie más, puedo yo solo...se lo ruego.

–Ni hablar. Te acompañará el inspector Masaki –sentí que la cara se me ponía verde.

–¿Masaki? ¿Por qué él? –Sí, cielos, por qué de todas las personas del mundo tenía que ser él... No había chica que no terminara con él después de salir conmigo, aunque todas hablaban sobre sus malos resultados. No había caso mío en el que no metiese su perfecta y recta nariz. Popular, carismático. No me gustaba nada en absuluto.

–Porque es buen tirador y muy sigiloso, porque con tu memória fotográfica y sus intuiciones podréis resolverlo. No me interesan vuestras diferencias, Tatsumi, trabajarás con él y pillaréis a ese tipo antes de que ataque a Morinaga.

Dicho esto, se levantó de su silla, dando por terminada la conversación. Con una reverencia y sin mirarla a los ojos, abandoné su despacho y me encaminé a la planta baja, a las oficinas de la policía científica.

Encontré a la agente Sato inclinada ante un microscopio, con su bata blanca y su cabello negro a media melena, su figura delgada y elegante, concentrada completamente en la placa que estaba observando. No me sorprendía que Isogai estuviera loco por ella; media comisaría lo estaba. A mí me parecía una mujer demasiado interesante como para hacerle perder el tiempo conmigo y mis inseguridades, amén que no era el tipo de mujer que entraba en tu casa y salía de ella sin haberte bajado los pantalones. De modo que siempre mantuve una cordial distancia, a pesar de que me gustaba ya no como mujer, si no como ser humano. Respetaba su inteligencia y su sagacidad.

Sin levantar la cabeza de lo que estaba haciendo, me habló.

–Tatsumi san, ¿qué te trae por los infiernos?

–Sato, ¿es posible obtener huellas en un papel?

Por primera vez, alzó la cabeza y me miró.

–Claro, aunque es muy difícil y requiere tal despliegue que tiene que ser por algo altamente justificado.

–Lo es.

–Pues dámelo, aunque no creo que nadie que justifique que la policía gaste su tiempo y sus medios en buscar huellas en un papel, sea tan imbécil como para escribir sin guantes.

Se me cayó el alma a los pies.

–Vale, pero al menos busca algo, ¿eh? Por favor.

Me sonrió al verme juntar las manos en gesto de súplica.

–De acuerdo, Tatsumi, pero a ver qué día me invitas a cenar a tu casa.

Sentí la sangre agolparse en mis mejillas.

–Yo...es...yo no...yo no sé...

Una carcajada suya me interrumpió.

–Vale, vale, tenía que intentarlo, ¿no? Qué quieres que te diga, eres un bombonazo y nadie te ha llevado a la cama todavía, es muy frustrante. Las chicas creen que esa arruga de tu frente se borraría con un buen polvo, y estoy de acuerdo.

Me miré los zapatos.

–En todo caso, eso no es asunto de nadie, así que no sé por qué estamos hablando de esto...

Me puso una mano en el hombro.

–Era una broma, Tatsumi. No te pongas así, hombre. Tú dame el papel y te digo lo que pueda. ¿Quieres también un informe de grafología?

–¡Claro! –le dije, alzando de pronto la mirada hacia ella–. Eso sería genial.

–Pues esta tarde te digo algo.

La tarde había caído como un frío manto sobre la ciudad. La temperatura había bajado, acercándose peligrosamente al límite donde empieza a nevar. Invierno prematuro, pensé, mientras recordaba las palabras que Sato me acababa de dirigir: «Sólo hemos encontrado tus huellas y las de Morinaga. Sin duda, fue escrito con guantes. Estoy a la espera del informe de grafología. Tatsumi, estos versos...¿verdad que son como los del caso Ise?».

Necesitaba algo caliente, muy caliente. Algo que me abrasara la garganta. Chocolate. La idea me hizo sonreír y encaminé mis pasos hacia la chocolatería que se hallaba entre la comisaría y mi casa. Una mano me detuvo entonces. Me giré y era Masaki.

–Ah, hola...

–¿Cómo que "ah, hola"? ¡Llevo todo el día buscándote! La comisaria Hiroka me ha dicho que te ayude, pero no me ha dicho a qué, que tú me contarías.

Le miré de hito en hito. Su pelo rubio, estudiadamente descuidado; su bufanda colorida sobre su abrigo negro, perfecto, recto. Sus botas de cincuenta mil yenes.

–Es idea suya, le dije que podía hacerlo solo.

–Oh, claro, el gran Tatsumi sama puede hacerlo todo solo, lástima que alguna vez se le escape un asesino ante sus propias narices...!

Levanté una mano en forma de garra y le tomé con fuerza por el cuello, con la amortiguación de su gruesa bufanda. Se echó a reir.

–No te cabrees, Tatsumi. Te respeto, en serio. Aquello nos vino grande a todos, y Sato me ha comentado lo del papel que le has llevado a examinar, así que sé que tiene que ver.

–¡¿Y porqué Sato te ha comentado...?!

–¡Eh, eh, tranquilo! Porque le he dicho que estaba contigo en el caso, por eso.

Como parecía que, me gustase o no, ese tipo iba a ser mi sombra, preferí tomarlo con resignación. El agente al que había mandado seguir a Morinaga me acababa de llamar para decirme que el chico ya estaba en el hotel, solo y en su cuarto. Así que decidí relajarme y tomar ese chocolate con Masaki.

Le puse al día del caso y de mis sospechas entre trago y trago. Me dijo que le parecía brillante que estuviera en el Marriott en lugar de en su casa, y que era mejor que vigilásemos la entrada. Le dije que había algunos agentes de paisano que se alternaban en la puerta principal.

–Podríamos ir a la habitación de al lado a vigilarle, ¿eh, Tatsumi? Al fin y al cabo, parece que ninguno de los dos somos muy buenos con las chicas...

Le di un fuerte bofetón en la mano que estaba apoyando en mi hombro.

–Vete al diablo.

–Es que me pones.

–Pues te la cascas. Déjame en paz.

Rió sonoramente.

–Es broma, idiota. No eres mi tipo, demasiado lánguido. Anda, vete a casa, te acompaño y mañana seguimos.

La cama me recibió con los brazos abiertos. El edredón nórdico se adaptó sobre mi cuerpo y me perdí, con la cabeza hundida entre tanta blandura. Sonreí; hoy seguro podría dormir. Entonces, el teléfono sonó sobre mi mesita. Maldita sea. Lo tomé con infinito fastidio, para ver que el número era oculto.

–¡Diga! –contesté con inquietud. La voz sonó al otro lado en un susurro inidentificable.

–A ver...si esta vez...tienes pelotas, Tatsumi...y me detienes...aunque creo que no...y cuando acabe con él...iré por ti...y nos divertiremos tú y yo...

–¡Hijo de puta, cómo te atreves a...! –pero ya había colgado. Sin pensarlo, telefoneé a Morinaga, que me despertó soñoliento.

–...Diga...

–¿Estás bien?

–Claro...¿quién es?

–Tatsumi. Oye, no le abras la puerta a nadie, ¿entiendes? No vayas a trabajar, quédate en el hotel y...

–No estoy trabajando, he venido a Nagoya de año sabático tras el premio. Pero tengo compromisos y...

–¡No te muevas del hotel te digo! –Suavicé el tono–. Mira, vendré a desayunar contigo, ¿vale?

–Como quiera...pero vamos, que no creo que...

Colgué el teléfono, era inútil tratar de razonar con él. Por otro lado, no quería asustarle tanto, y lo haría si le contaba la llamada que acababa de recibir. Me tumbé de nuevo en mi cama, pero los ojos vacíos de Ise no me abandonaron y apenas dormí, una noche más.

La mañana me tomó por sorpresa y necesité una larga ducha para reaccionar. Me vestí deprisa y salí sin hacer la cama, tomé un taxi y entré por la puerta del vestíbulo del Marriott hacia la recepción.

–¿La habitación de Morinaga Tetsuhiro?

–Lo siento, señor, no podemos...la policía nos ha dado la orden de no revelar esa información a nadie.

Saqué mi placa y se la planté al conserje en la nariz.

–La policía soy yo. Dígame la habitación.

A los dos minutos, me hallaba picando a la puerta de Morinaga. Seguro que estaba durmiendo como un bebé, a pesar de ser las ocho de la mañana. Pero me equivocaba; me abrió con tan solo un boxer negro de seda puesto. Y no sé qué me corrió por el cuerpo al ver el suyo, tan bien esculpido. Nunca antes me había pasado algo así, a no ser aquella vez en secundaria, en los vestuarios del instituto, después de un partido de fútbol, cuando vi desnudarse a uno de mis compañeros. Pero no, yo no era ningún gay, debían de ser los nervios y la falta de sueño. La cuestión es que, mientras pensaba todo eso, me encontraba mirando a Morinaga con cara de bobo. En qué demonios estoy pensando, me dije, antes de mirar sus ojos y ver la palidez de sus mejillas, con un gesto claramente asustado.

–Inspector, mire esto... –su voz se quebró, mientras me alargaba un nuevo papel. Era muy parecido al del día anterior, con los mismos versos...pero con el timbre del hotel en lo alto de la hoja. Mis ojos se abrieron como platos.

–¿Cuándo lo has recibido?

–Lo he encontrado esta mañana, junto a la puerta. Era como si lo hubieran metido por debajo.

Se me congeló la sangre, pero pensé deprisa.

–Coge tus cosas, nos vamos.

–¿A dónde?

–A mi casa.

–¿A tu casa? ¿Por qué, cómo...cuándo?

–Ya deja de hacer preguntas idiotas y date prisa.

Salimos por la puerta trasera y tomamos un taxi. Morinaga no podía parar de mirarme extrañado, mientras yo no abría la boca. Sin duda estaba pensando que yo era un policía paranoico y que en maldita hora había venido a buscarme a comisaría.

Llegamos a mi casa, subimos deprisa a pie y arrojé su maleta al suelo. Le tomé del brazo y le senté junto a mí en el sofá del comedor, tras retirar algunas prendas de ropa tiradas sobre él.

–Si te pido que no te muevas de mi casa en unos días, ¿lo harás?

–No sé...verá, mi representante se va a preocupar, y... –contestó, mirándome con cara de susto. Era como si hubiera llegado a pensar que yo le había mandado las notas amenazantes. Y, ahora que lo pensaba, mi comportamiento no daba para pensar otra cosa. Respiré hondo y fui a buscar mi portátil.

–¿Recuerdas a un cantante llamado Ise, que murió hace dos años?

–Claro; a mí me gustaba bastante. Fue una tragedia que se suicidara.

–No se suicidó –Abrió sus ojos aún más– Mira esto.

Puse ante él la pantalla, con la carta que Ise había recibido. Su gesto fue cambiando de extrañado a incrédulo, para terminar en aterrado.

–Es...el mismo verso...la misma letra... –dijo con un hilo de voz. Ahora estaba asustado de verdad.

–No quería que vieras esto, pero no me ha quedado más remedio. Alguien mató a Ise y ahora te está amenazando a ti.

–¿Pero no le atraparon? ¿Se les escapó?

–¡Eh! ¿Te crees que es tan fácil? ¡Si vas a cuestionar mi trabajo, yo me pondré a cuestionar el tuyo!

Morinaga se puso de pie, fuera de sí.

–¡El hecho de que yo haga mal mi trabajo no le cuesta la vida a nadie!

Me quedé helado. Vino a mí de nuevo la imagen del chico mutilado, las fotos de las pertenencias de Shinichi Tachibana, todo lo que, desde hacía dos días, me estaba devolviendo el caso. Morinaga bajó el tono y se sentó a mi lado– Lo siento, en serio. No quería herirle, es sólo que me he asustado muchísimo, esa persona está detrás de mis pasos demasiado cerca y...

–¿Crees de verdad que puedes herirme? –le grité–. ¡No seas pretencioso! ¡Nada puede herirme ya después de aquello, ni puedo sentir nada, ni siquiera duermo, ni apenas como, ni se me pone dura! –Le miré fijamente– ¡Tú no tienes ni idea, cretino! ¡No entiendes lo que es que algo así te suceda, que un muchacho venga a pedirte ayuda y le ignores, y luego encuentres su cuerpo mutilado en un sótano! ¡Así que me la suda lo que me digas, ¿me oyes?! ¡A pesar de todo, a pesar de ti, no voy a consentir que te pase nada, aunque sea por encima de mi cadáver! –No se atrevió ni a respirar– ¡Mira esto, idiota! Tu cabello como el alba –y le mostré la foto de Ise sin su cuero cabelludo–; tus ojos como zafiros –y pasé la foto de las cuencas vacías–; tus caramelitos de fresa –y le mostré la foto del pecho sin sus pezones. Me puse en pie de un salto y me metí en el baño. Necesitaba alejarme de él, de su perturbadora mirada, de su hermoso rostro que no sabía cómo mirarme. Me refresqué la cara y salí de nuevo, para encontrarle tumbado en mi sofá, en posición fetal, moviéndose de forma maniática, como balanceándose, con un llanto muy quedo. Me vine abajo, dándome cuenta de pronto de lo que acababa de hacer.

–Lo siento, Morinaga. Lo siento de corazón, no tenía derecho. En la comisaría me llaman Inspector Tirano por mi mal carácter, que tengo desde ese caso sin resolver. Oye –no paraba de balancearse. Puse una mano sobre su hombro– no debí ser tan bruto, pero necesitaba de veras que comprendieras que corres un gran peligro. Tienes que hacerme caso, es necesario. ¿Lo harás?

Me miró sin verme, trató de alzarse y, de pronto, todo el color abandonó su cara. Salió corriendo al baño de donde me había visto salir y escuché las arcadas, los grifos del lavamanos, el agua corriendo sin parar. Salió al poco con el pelo mojado y se sentó en el sofá, derrotado, con el aspecto de alguien que acaba de perderlo todo. Entonces levantó la vista, y la luz esmeralda de sus ojos se clavó en los míos, como única nota de color en su cara translúcida.

–Perdóname tú. He hablado así por miedo, estoy más asustado que en toda mi vida. No sabes cómo te agradezco que te estés preocupando tanto. Te prometo que colaboraré en todo cuanto me digas sin chistar y no me moveré de aquí.

–Bien, esa era la idea. Los dos hemos cometido errores, pero ahora todo está claro. Quita el localizador a tu teléfono y llama a tu representante, dile que tienes un lío y que quieres perderte unos días. No le digas ni a él ni a nadie dónde estás. Yo tampoco lo diré en la comisaría, porque esto es totalmente irregular. Pero solucionar este caso es muy importante para mí, así que haré lo que sea necesario. Ahora me voy a trabajar, son casi las nueve y no quiero que nadie sospeche nada. Tú no estás aquí, ¿entendido? Ni puerta, ni teléfono, ni vecinos. No estás. Mira la televisión si quieres, sírvete de la nevera. Pero no salgas ni pidas nada a domicilio. Cuando vuelva trataremos de organizarnos, ya ves que mi casa no es el Marriott.

Me levanté y su mano me detuvo, tomando mi muñeca.

–Tatsumi san –me giré a mirarle y sus ojos me perforaron– gracias, de verdad. Y lo siento.

Me sentí desnudo, quebrado. Con ganas de caer sobre mis rodillas y decirle que todo estaba bien. Afortunadamente, me repuse a tiempo.

–Está bien, yo también lo siento. Quédate tranquilo, y cualquier cosa llámame a mi teléfono privado. Trataré de venir pronto y te contaré los avances de la investigación –me zafé de su mano.

Cerrando la puerta, seguía confundido. Había que resolver el caso, claro. Tenía que pensar en la comisaría, en los casos abiertos que había que cerrar. Pero, por alguna razón que se me escapaba, sólo podía pensar en los ojos verdes de Morinaga clavados en los míos.