Gritó de nuevo, desesperado, lágrimas cayendo por sus mejillas, brillantes en sus ojos grises. Veintiuno, tenían veintiún malditos años, merecían una vida larga, con su bebé... y ahora estaban muertos. Los dos. Qué romántico, pensó con amargura.

Sólo había pasado una hora desde que se había enterado y ya le echaba de menos. Tantas travesuras juntos… no se habían despegado desde que se conocieron en el tren, aquel primer día de curso. Él le había aceptado; fue la primera persona en quererle tal y como era. Y ahora su mejor amigo estaba muerto. Muerto. Muerto. La palabra le resonaba en el cerebro, no podía pensar en nada que no fuese que James... James... que James no volvería a chocar el puño con el suyo, ni a sonreír con picardía, que no volverían a contar chistes juntos ni a esconderse bajo la capa invisible, que todas las cosas que recordaría de Hogwarts como los mejores momentos de su vida no volverían a pasar...

Porque James estaba muerto.

Y Lily, ¡Lily! La chica que había conseguido convertirse en su mejor amiga y en la novia de James… una pelirroja mandona a la que su mejor amigo había dedicado siete años de su vida hasta tenerla en su vida , a ella y al primero de sus muchos hijos... hijos que nunca nacerían, se recordó a sí mismo, porque ambos habían desaparecido. A Lily también la echaría de menos.

Vuelve y no te vayas más, sólo vuelve, por favor.

James... podía verlo en su mente, claro como una fotografía. Desenvolviendo ranas de chocolate en el tren. Practicando su primer Levicorpus con Snape. Llevando montañas de libros para Lily. Surgiendo de la capa invisible. Apoyado en los muros del castillo con las manos en los bolsillos, con una sonrisita egocéntrica y rodeado de admiradoras. Pasándose la mano por el pelo en su tan característico gesto y sonriendo, siempre sonriendo. Un ciervo majestuoso; James y Lily de la mano, besándose, felices... ¿quién iba a decir que, después de tantos insultos y gritos, de tantas negaciones, acabarían saliendo? También recordaba muy bien su boda, ella de blanco, James de negro, y él a un lado: el padrino. Y después el bebé, Harry, una copia de su padre... con los ojos esmeralda de Lily.

Harry. Sus padres ya... ya no estaban, pero el niño necesitaría ayuda. Y él era el padrino. El padrino, ¡el padrino! Ese era su deber. Se levantó rápidamente del suelo, pero no se molestó en ponerse un abrigo ni en secarse la cara. Corrió a por su amada motocicleta, subió y arrancó con un rugido del motor. Se elevó en el aire y voló a toda velocidad hacia Godric's Hollow.

Antes de llegar distinguió ante él, en un extraño animal enorme y con gruesas alas, a Hagrid, su amigo el guardabosques de Hogwarts. Tenía al bebé en sus brazos.

-Dámelo, Hagrid-pidió con lágrimas en los ojos.

Sin embargo, Hagrid se negó con vehemencia. Explicó que Dumbledore le había encomendado que Harry fuera a casa de sus tíos. A Sirius le dolió, pero... las decisiones del viejo mago siempre eran sabias. Aún así, había una última cosa que podía hacer por el hijo de su mejor amigo.

-Llévatela-dijo bajándose de la motocicleta voladora y entregándole las llaves al gigante-llegaréis antes... por favor.

Mientras observaba la silueta alejarse en la oscuridad de la noche, Sirius volvía a recordar a su amigo, y más lágrimas le ardían en las mejillas. Nunca dejaría de echarle de menos.

No podía imaginar que sería su última noche de libertad. Que al día siguiente sería acusado de asesinato y encarcelado durante doce años en Azkaban. Que sería el propio Harry quien le liberara de volver allí, y tampoco podía imaginar que moriría luchando a su lado dos años después, tras recordar los buenos tiempos y a su mejor amigo (¡Buena, James!) una última vez.

Vuelve y no te vayas más, sólo vuelve, por favor