Flauga Loivissa.
Verde Luna, cómplice serás:
Era de noche, la luna llena brillaba en medio del cielo recargado de estrellas, pero en Urû'baen nadie la veía, porque las cortinas estaban todas cerradas. Al rey no le gustaba que la claridad entrara al castillo, y nadie se atrevía a desobedecer la voluntad del rey. La única luz existente era la de las antorchas en las paredes, y la que producía el fuego crepitante de la chimenea. El castillo inspiraba terror a todos sus habitantes, menos a Galbatorix claro.
Y a Selena. La joven, de dieciocho años, no sentía miedo del castillo, ni de su padre, el rey. Solo había un nombre para lo que ella sentía, aquella sensación que le revolvía las entrañas, y le encendía las mejillas: Odio. Y es que Selena odiaba a su padre, al horrible castillo en el que se veía obligada a vivir, y puede que a toda Alagaësia, porque nadie, en los más de mil años que Galbatorix reinaba, había tenido el valor suficiente para alzarse en contra del rey, NADIE.
Aunque en realidad no los odiaba, no odiaba Alagaësia, ni a sus habitantes, ellos no tenían la culpa. Tenían miedo, querían sobrevivir, tenían una familia, amigos, amantes; tenían motivos a los que aferrarse a la vida, temían por aquellos a los que amaban, y a quienes tenían que proteger. Ella también estaba asustada, pero no lo admitía.
Sentada en el extremo opuesto al de su padre en el comedor, observó por un momento como los pinches traían la cena. Murmuró un débil "gracias", a la mujer de rostro cansado que le sirvió la comida. Esta, como todos los días a la hora de la comida, esbozó una sonrisa triste, y dijo:
-Es mi trabajo, su alteza.
Le caía bien esa mujer, se llamaba Violeta. En realidad le agradaba casi toda la servidumbre. Compartía algo con ellos: Todos estaban atrapados en ese lúgubre castillo hasta el final de sus días. Y le gustaba creer que el hecho de que ella fuera lo más amable que podía con esas pobres personas, llevadas allá a la fuerza, hacia la situación un tanto más llevadera para ellos.
Las manos de Violeta temblaron al servir el cuenco de sopa del rey, por lo que no pudo evitar derramarla en el piso, con el cucharón y todo. El cuenco se rompió en pedazos, también el cucharón, y todo el líquido se esparció en la alfombra.
-¡PERRA INÚTIL!- bramó el rey enfurecido, golpeando a Violeta, que cayó al suelo. Selena se levantó y corrió a ayudar a Violeta a levantarse, y luego con el cuenco roto. La mujer trató de detenerla, pero ella no le hizo caso.
-¡Tú! –vociferó Galbatorix, Violeta, aterrorizada, se levantó e hizo una reverencia.
-¿S-s-s-si, majestad?
-¡Cállate, imbécil! ¡No estoy hablando contigo!- miró a la mujer, su gélida mirada le dio a Violeta escalofríos-Me parece que ya has terminado tu trabajo ¡Lárgate!
Ella obedeció, hizo una apresurada reverencia y se fue casi corriendo, con cuidado de no darle la espalda al rey, que clavó sus ojos en su hija. Selena se levantó y le devolvió la mirada, tratando de mantener el semblante inexpresivo.
-¿Qué clase de princesa crees que serás, si te comportas como una plebeya? ¿Qué rey crees que sería yo, si anduviera por allí recogiendo lo que los demás han tirado al suelo? –Hizo una pausa, aunque no esperaba respuesta- ¡¿Cómo crees que llegará a hacer que los demás te respeten? ¡No quiero volver a verte hablar con nadie de la servidumbre! ¿Está claro?- Selena no respondió- ¡¿ESTA CLARO?
La joven lo miró con odio.
-Sí- dijo- quedó claro.
-Siéntate a la mesa- dijo él. Selena no se movió- ¡Que te sientes, he dicho!
-Un rey no es juzgado por todo el oro que posee, sino por cómo trata a su pueblo- murmuró ella, recordando las palabras de su madre.
Galbatorix le dio una bofetada. Fue tan duro el golpe, que Selena retrocedió un paso, y se llevó de manera automática la mano a la mejilla. Sintiendo como enrojecía de rabia, la joven se mordió la lengua.
-¡Que sea la última vez que me desobedeces! ¡Siéntate!
Selena obedeció esta vez. Aún le dolía la mejilla, pero no quería mostrarlo.
-Ahora, comamos- dijo él con tranquilidad. Ella comió, si bien no tenía hambre, tragando con cada bocado la rabia, el miedo, el dolor, la tristeza. ¡Como deseaba poner fin a todo esto!
Selena quería huir, quería irse lejos, muy lejos, donde su padre no pudiera alcanzarla. Lejos a donde todo el dolor, el sufrimiento, y el miedo que sentía pero no admitía no fuera más que una pesadilla. Quería despertar. Pero no podía, no podía dejarlo.
En parte, porque sabía, muy en el fondo sabía, que era imposible. Galbatorix la encontraría, mandaría a todo el ejército si fuera necesario, obligaría a Murtagh a traerla de vuelta. Murtagh, como temía por él. ¡Qué feliz fue cuando creyó que se encontraba a salvo! Pero no, no lo estaba, corría más peligro que nunca, y ella no podía irse y dejarlo aquí. Tenía que asegurarse de que estuviera bien. Necesitaba un plan.
Y lo tenía. Esta vez, todo sería diferente.
Esa noche, luego de la cena, subió a su habitación como todos los días, y se arregló para irse a la cama. Pero no podía dormir. Dio vueltas en la cama, una y otra vez, tratando de conciliar el sueño. Sabía que tenía que dormir, era consciente de lo que le esperaba, pero en parte por eso no podía descansar tranquila. ¿Y si salía mal? ¿Y si los encontraban? ¿Y todas las personas a las que ponía en peligro al hacerlo? No importaba, tenía que hacerlo.
Pensándolo bien, quizás era mejor no dormir. Se levantó de la cama, y fue a sentarse al alfeizar de la ventana. Su habitación era probablemente la única del castillo con las ventanas abiertas (Murtagh también las tendría, de no ser porque su habitación/cárcel no tenía ventanas)
Contempló la luna largo rato ¿Brillaría de un modo diferente a donde ella iba? ¿Más clara, más pura? Era una tontería, pero desde pequeña siempre hallaba paz en el brillo de la luna. Quizás era por el hecho que su madre había muerto una noche sin luna, en la que el cielo cargado de nubes negras amenazaba con descargar una tormenta.
Su madre, que le había puesto el nombre de su mejor amiga. Su madre, que había sido la única persona que la había querido, la única que se había asegurado de que ella viviera bien y de que nada malo le pasara. Ya eran casi trece años de su muerte, y todavía la extrañaba, todavía lloraba cuando la recordaba, todavía se despertaba gritando cuando soñaba con esa horrible noche sin luna.
Pero esta vez no tenía tiempo para llorarla, no tenía tiempo para pensar en eso. Ya era casi la hora. Se enjugó las lágrimas con torpeza, y fue a prepararse.
No podía irse en vestido, eso habría sido una tontería ¿Cómo planeaba escapar de los hombres de su padre si además tenía que preocuparse de no tropezarse con el vestido ni de quedarse atorada en una rama? Además, que lo mejor era que no supieran que era una mujer. Eso les causaría más problemas.
Por eso era que se había llevado las ropas que uno de los pinches había dejado afuera para que se secaran al sol -le había dejado una nota, y unas monedas, en parte para limpiar su conciencia-, una camisa de algodón color hueso y un pantalón marrón. Se las colocó lo más rápido que pudo, y encima se puso la capa marrón del mismo color que el pantalón, para cubrir de esta forma su largo cabello rojo. También había conseguido unas botas para cazar de cuero, que si bien le quedaban algo grandes, con el tiempo se acostumbraría.
Buscó la bolsa de cuero (Murtagh debía de estar buscándola todavía) y metió dentro de esta el cuchillo y el estuche de gamuza donde guardaba el arco. Se la puso y se colgó del hombro el carcaj con las flechas.
-No debiste decirme donde guardabas las armas, padre- se dijo a si misma mientras se colocaba el cinto y envainaba la espada- Ni enseñarle a mamá donde estaba lo que estoy a punto de quitarte.
Había pensado mucho como lo haría, pero ya lo sabía, era tan simple, que se sorprendía de no haber pensado en eso antes. Hizo ademán de salir de la habitación, pero se detuvo frente a la puerta. Había un problema, era algo tonto, en teoría, pero en práctica si podría resultar una complicación.
¿A dónde iba primero?
Si hacía lo que tenía que hacer primero, corría el riesgo de llamar la atención, y tendría que escapar sin Murtagh. Y no quería llevarlo consigo, porque se opondría. Además, no quería que lo supiera.
Sin embargo, la segunda opción parecía ser la más simple. Bajó las escaleras, hasta la habitación de Murtagh. La puerta estaba cerrada con llave, no por él, sino por su padre.
Galbatorix lo había encerrado para que no escapara.
Buscó la llave, se la había llevado hace tiempo, pero nadie pareció haberse dado cuenta. O quizás no les importaba. Como fuera, la había conseguido, y abrió la puerta esforzándose en hacer el menor ruido posible (Siendo una puerta tan vieja, requería habilidad hacer eso)
Abrió la puerta y entró en la habitación, las luces estaban encendidas, la cama estaba arreglada. No había nadie.
No tuvo tiempo de mostrar confusión, porque justo en el momento en que entró en la habitación, unas manos la sujetaron con brusquedad, una le tapó la boca y la otra la sujetó por la cintura, oprimiéndole las costillas.
-Si no quieres que te mate, no te muevas- murmuró una voz conocida.
¿No sabía quién era? ¿Qué demonios le pasaba?
Estas vestida de hombre, Selena recordó la joven ¿Cómo no pudo pensar en eso? ¿Cómo esperaba que reaccionara cuando viera entrar en su habitación a un hombre armado y encapuchado?
Luchó por zafarse, ignorando la advertencia del muchacho. Mientras peleaba, la capucha se le bajó, dejando ver su cabello rojizo. Murtagh la soltó, sorprendido.
-¿Selena? ¿Qué haces aquí? ¡Es medianoche! ¿Y por qué estás…?
-No hay tiempo,- interrumpió ella, masajeándose el cuello con la mano- tenemos que irnos. Llévate todo lo que necesites, será un viaje largo.
Parecía confundido, pero ella no tenía tiempo de explicarle todo con detalle.
-¿A dónde va…?
-¡Te explicó luego! ¡Vámonos! –lo miró, suplicante. La comprensión apareció en su rostro, y él la miró, serio.
-Estas escapando ¿Verdad?- preguntó él- ¿Vas con los vardenos?
Selena se quedó callada un momento, preguntándose si debía decírselo o si era mejor darle largas a la situación. Pero sabía que Murtagh no se movería hasta saber a dónde iban.
-Sí, voy con los vardenos. Pero tú no tienes que ir, solo quiero que salgas de aquí.
-Te matarán, ¿Lo sabes? – Apostilló él- tan pronto sepan quién eres, te matarán. Nos matarán a los dos, a mí por traidor y a ti por nacer.
-No lo harán, porque no les diré quién soy. No al menos, hasta que confíen en mi. No será tan difícil, después de todo, casi nadie sabe que existo.
-¿Y cómo harás que confíen en ti?- continuó.
-Tengo un plan- fue su respuesta
-Entonces iré contigo. Si te matarán, que nos maten a los dos entonces.
-No quiero que vayas - añadió, vacilante, y bajó la mirada- yo… Si tú vas… Pero no…-lo que decía no tenía mucho sentido, sin embargo Murtagh entendió. Apoyó sus manos sobre los hombros de ella.
-Selena, mírame. No te dejaré enfrentarte a los vardenos sola.
-Si te ven te mataran ¿Recuerdas?- consiguió decir.
-Ya pensaremos en algo- sonrió- además, por cómo van las cosas, la probabilidades dicen que moriré de todas formas tarde o temprano.
-Pero… -balbuceó- vale, pero vámonos antes de que noten que estoy aquí- ya te convenzo luego.
El asintió y fue a recoger lo que necesitaba, o al menos hizo ademán de hacerlo, pero entonces se dio cuenta de lo enrojecida que estaba la mejilla de la joven, donde Galbatorix la había golpeado.
-¿Qué te pasó?- su rostro se endureció- ¿Por qué te ha golpeado ahora?
-No es nada- Selena se encogió de hombros-yo misma me lo he buscado.
-¿Te hizo daño?
-Estoy bien, - dijo ella, sin darle importancia al tema- Vámonos, rápido.
Él quería replicar algo más, pero tuvo que ver la urgencia en sus ojos, porque sin más se dio la vuelta y comenzó a recoger lo que iba a necesitar.
-Baja al establo cuando estés listo- siguió Selena- nos veremos allí.
-¿A dónde vas?- preguntó.
-A buscar comida- mintió ella. La comida ya estaba en el establo, esperándolos, pero, para cuando él se diera cuenta de eso, y se preguntará que era aquello que Selena planeaba que era tan importante como para mentir, ya sería muy tarde.
Lo dejó en la habitación, empacando cosas, y bajó varias escaleras más, hasta llegar a una habitación casi vacía, a excepción de una biblioteca de madera gruesa clavada en la pared. Por un momento, pensó que se había equivocado de habitación, y luego recordó la cámara oculta.
De pequeña, el castillo le inspiraba mucho miedo. Era como estar atrapada en la guarida de uno de esos horribles monstruos que aparecían en sus libros de cuentos de hadas. Pero ella desde pequeña había sabido que los monstruos no existían sólo en los cuentos.
Y en ese castillo había un monstruo. Un monstruo con aspecto humano, cruel y despiadado, que había matado a sus propios semejantes y ahora se ocultaba en las sombras, mientras sus soldados hacían todo el trabajo.
Una noche, escondida, vio como el monstruo golpeaba a su madre. La había golpeado muy fuerte, y ella había caído al suelo. La chiquilla salió disparada de su escondite, y se interpuso entre él y la mujer.
-¡Déjala! –Gritó- ¡No la lastimes! –De haber sido más grande, estaba segura de que se le hubiera tirado encima, furiosa como estaba. Pero era sólo una niña pequeña y flacucha, y aquel hombre tan alto que se hacía llamar su padre le inspiraba mucho miedo.
-¡¿Cómo te atreves a desafiarme?- El rey, furioso, hizo ademán de golpearla, pero un grito lo interrumpió.
-¡No!- la madre de Selena se levantó y se colocó delante de su hija- ¡Golpéame a mí, no a ella, te lo suplico!
Galbatorix bajó la mano, miro con desprecio a su mujer, y se dio media vuelta para irse de la habitación. Al salir, cerró la puerta de un portazo. Su madre la abrazó con fuerza, y Selena, de apenas tres años, le prometió que nunca dejaría que su padre la lastimara de nuevo.
Había roto esa promesa, y el sólo recordarlo la paralizaba de miedo y de rabia, la sumergía en aquellos recuerdos horribles y le impedía pensar en cualquier otra cosa. Por eso, esa noche luchó por apartar eso de su mente, en un esfuerzo que casi le dolía, y se concentró en la parte que era importante, lo que había ocurrido después de eso.
El recuerdo en cuestión había tenido lugar unas habitaciones más arriba, en la sala donde su madre se la pasaba la mayor parte del tiempo, sumergida en sus pinturas, pero ella la había tomado de la mano y la había llevado hasta la misma habitación donde ella se encontraba ahora.
-¿Qué es este lugar, mamá?- había preguntado ella, intimidada por la casi completa oscuridad de esa habitación sin ventanas.
-Aquí tu padre guarda uno de sus tesoros más preciados, cariño- Vacilante, entró en la habitación y se acercó a la biblioteca, justo como, quince años más tarde, lo haría su hija.
Selena sintió la presencia de su madre cuando, juntas (ella en sus recuerdos y Selena en el presente), arrastraban la vieja estantería hacia un lado, dejando ver la entrada hacia la cámara, cubierta de telarañas que nadie limpiaba, puesto que nadie –con excepción del rey- tenía acceso a ese lugar.
Ambas cogieron la única antorcha que iluminaba el pasadizo, encendida perpetuamente por medio de magia, y descendieron las escaleras. Al final, les esperaba lo más difícil.
Su madre le había advertido acerca del muro. Ella no podía verlo, pero había esperado obedientemente y había visto como su madre arrojaba una piedra a la nada, y esta despedía una luz celeste y hacía un pequeño chasquido antes de calcinarse completamente.
El muro le impedía la entrada a todos, excepto al rey, y a aquellos que supieran las palabras para eliminarlo. Su madre había sido una gran hechicera, y para ella el muro no había representado obstáculo alguno.
Pero Selena no sabía nada de magia, y, a pesar de que recordaba las palabras claramente, no logró que el muro temblara siquiera. La joven había previsto eso, y, ahora frente aquella pared aparentemente invisible, se dio cuenta de lo crucial que era que su suposición fuera cierta. Cerró los ojos y respiró profundo varias veces, tratando de darse confianza, y caminó con decisión hacia adelante, acercándose más y más a lo que esperaba no fuera su tumba.
No te detengas, Selena. No te detengas, se dijo, con la sensación de que iba a arrojarse por un precipicio. En aquellos instantes, al darse cuenta de que esta era una posibilidad, se preguntó cómo sería morir, y esperó que Murtagh no volviera a buscarla si veía que no regresaba…
Selena sintió una presión dolorosa que se alojaba en su pecho, expandiéndose por su torrente sanguíneo como pólvora, para reventar en su cerebro. El dolor era insoportable, y tuvo que morderse la lengua para no gritar. Por un momento, no pudo moverse, no pudo pensar, y un instinto que no llegó a ser pensamiento le dijo que su muerte se acercaba.
Pero esta no llegó, el dolor aminoró, y Selena se obligó a si misma a seguir a delante.
Cuando hubo atravesado el muro, fue como si sus pulmones se llenaran de aire después de haberse sumergido mucho tiempo. Jadeaba, como si hubiera corrido una distancia muy larga. La presión no desapareció al instante, y le había dejado un zumbido en los oídos y había hecho dar vueltas la habitación. Se dejó caer contra la pared, consciente de que tenía que darse prisa, y esperó no desplomarse en el suelo.
Cuando consiguió a medias recuperar el aliento, sonrió. Había tenido razón. Su padre no había contado con que el hechizo dejaría entrar también a cualquier otra persona que compartiera su sangre (claro, nunca se esperó tener descendencia), si bien no le sería tan fácil como le podría ser a él. Pero ya eso no importaba, estaba adentro, y lo que quería conseguir se encontraba cada vez más cerca.
Se puso en pie, y contempló lo que tenía frente a ella.
El suelo desaparecía unos pasos más adelante, dejando lugar a una especie de pozo. Una luz violeta y brillante iluminaba la parte superior del pozo y unos metros más abajo, pero en el resto de él reinaba la oscuridad, y era imposible calcular que tan lejos se encontraba el fondo. Sobre el pozo, había varias piedras flotantes, que hacían las veces de escalones hacía la pequeña cornisa, donde descansaba…
Esa vez, cuando había venido con su madre, ella no la había dejado subir, pero la había cargado para que pudiera ver las dos gemas, brillantes y hermosas, cuya luz roja y violeta iluminaba toda la estancia.
-Eso, cariño,-había dicho su madre, respondiendo a la pregunta que la niña no había llegado a hacer- Es nuestra libertad.
En un tiempo habían sido tres. Eso había sido antes de que su madre siquiera hubiera conocido a Galbatorix. Ahora, sólo quedaba una. Pero eso era todo lo que necesitaba. Las piedras estaban separadas considerablemente unas de otras, pero si quería el huevo de dragón, tendría que subir.
Dio un salto, y, de no ser porque se sujetó a la roca con los brazos, se habría precipitado al vacío. Consiguió subir y ponerse de pie, resquebrajando la roca un poco. Esperó, atenta al ruido del pequeño guijarro al golpear el suelo, pero no lo oyó. Tenía que estar a varios cientos de kilómetros del fondo. Trató de no pensar en eso, y saltó hasta el próximo escalón.
Esta vez sí consiguió caer de pie, pero su cuerpo se balanceó un poco al perder el equilibrio. Había tres escalones más y, cuando llegó al sexto, se encontró de frente con la cornisa. La gema flotaba allí, rodeada por dos espacios vacíos donde la joven suponía habían estado sus dos hermanas. Era consciente de que los guardias los perseguirían tan pronto hubiera tomado la gema. Pero ya había llegado demasiado lejos como para retirarse.
Selena tomó la gema, la más grande que había visto nunca, y la metió en la bolsa junto con el arco y el cuchillo. Esperó un momento, convencida de que en cualquier segundo resonaría en todo el castillo algún ruido estridente que diera la alarma, pero no pasó nada.
Consciente de que el tiempo se agotaba, brincó hacia el escalón de abajo, y después al siguiente, y al siguiente, sin darse tiempo de sentir vértigo. Cuando se encontró de nuevo en el suelo, echó a correr, atravesó el muro con los ojos cerrados y los dientes apretados y, sin detenerse para recuperar la respiración, subió otra vez las escaleras, hasta la habitación sin ventanas. Volvió a colocar la biblioteca en su lugar, y fue como una exhalación al establo, donde su amigo la esperaba.
No se había tardado casi nada, pero quedaba la posibilidad de que Murtagh hubiera regresado a buscarla, y la idea la puso nerviosa.
Pero no había sido así. Él se hallaba de pie, junto a los caballos, y la siguió con la mirada mientras ella se acercaba.
-Creí que no vendrías- bromeó, subiendo al caballo.
Ella sonrió, ya que no le quedaban fuerzas para hacer ninguna otra cosa, y agradeció que no le preguntara a donde había ido, porque no quería hablar de eso en el preciso instante en el que se encontraba a sólo unos metros de lograr su plan.
Los dos salieron del establo y del castillo, cabalgando al principio a paso lento, para que no los oyeran, y se adentraron en el bosque, donde apuraron la velocidad. Sólo cuando se hubieron alejado varios metros, Selena se permitió recuperar el aliento.
Estaba agotada. El mundo seguía dando vueltas, el pecho le dolía y su cabeza palpitaba como si estuviera a punto de explotar, pero nada de eso importaba.
Lo había conseguido. Su boleto a la libertad.
