Los personajes son de Meyer.
Disculpad si esto no está bien escrito o hay alguna redundancia. Es que, hace años no escribo como antes. Pero intentaré estar más activa. ¡ME HE OXIDADO! Qué desgracia :'(
La idea la saqué de una historia cortita y pequeña que ronda hace tiempo por internet. Cuando el mini-fic finalice, se las mostraré :3 Pero a ver si alguien adivina de dónde saqué la idea ;)
Después del tan agotador día de trabajo que tuvo, Edward se montó a su carro con cansancio y pesadez. Cada día se le hacía más difícil el soportar la doble vida que llevaba.
Y es que, sencillamente él ya no quería seguir viviendo como lo hacía. El doble ritmo y la gran cantidad de cosas que tenía en el trabajo lo dejaban físicamente cansado, así como su matrimonio y su amante lo tenían agotado emocionalmente.
No era fácil llevar su vida. Edward deseaba ser capaz de mantenerlo a raya, pero últimamente todo se le había complicado enormemente.
Suspiró con enojo, mientras sus manos apretaban el volante con fuerzas. Dio una patada y maldijo a los mil demonios, poniendo en cambio bruscamente y comenzando a conducir en dirección a su casa.
Esa casa que día a día se estaba convirtiendo en su infierno.
El cielo estaba oscurecido por grises nubes que adornaban el paisaje, junto con la lluvia que a medida que el tiempo pasaba se hacia más fuerte. La carretera estaba algo vacía, pues las personas corrían hacia sus refugios, los niños regañados por sus madres entraban a sus casas haciendo un mohín.
Era una vista bastante bella, pues la lluvia chocaba con fuerzas contra el duro asfalto mientras que el cielo parecía un mar profundamente gris y esos truenos eran ensordecedores.
Lamentaba tener que llegar a su casa tan pronto. Sin embargo, había notado que su esposa sospechaba de sus infidelidades, por lo que Edward sabía que lo mejor era portarse bien.
Aparcó su coche en su garaje y refunfuñó al ver que su traje se había mojado.
Al entrar a casa la vista de su esposa cocinando lo recibió, cosa que no le desagradó ni le agradó, tampoco.
—Buenos días—saludó a su mujer y por inercia se desplazó a su lado, para darle un beso en la mejilla y dejar su maletín sobre el sofá.
—¿Cómo ha ido tu día, cariño?—preguntó su esposa al verlo caer a peso muerto en el sofá, mientras se desabotonaba un poco la camisa.
—Ni bien ni mal. Ahí vamos—respondió algo seco, sin saber de qué más hablar. Y es que, con Jessica era más fácil la charla que con su esposa, Isabella.
De hecho, Jessica era más fácil. En todos los sentidos.
Sonrió de lado ante ese pensamiento y luego suspiró, mirando la delgadez de su mujer distraídamente. Se preguntó si estaba enferma, mientras encendía el televisor y pronto se olvidaba de aquella cuestión sin importancia.
Pronto fue hora de trabajar nuevamente, y Edward, agradeciendo silenciosamente este hecho, se despidió algo seco de su mujer, como venía haciéndose costumbre desde ya hace un año.
Edward realmente lo sentía, pero ya después de cinco años de matrimonio... la química se había agotado. Se acabó. Sencillamente, Edward ya no la deseaba, así como tampoco tenía demasiado interés en las charlas y conversaciones con ella, como solía ser hace años.
Y es que, cuando Edward conoció a Isabella, ella era alguien viva. Alegre, interesante e inteligente. ¿Y ahora... ahora qué?
Ya no lo buscaba. Ahora sencillamente es como si toda la llama que había tenido en su juventud, se hubiese esfumado. Isabella se había apagado, tal cual lo hace una vela cuando ya su cera se marchita. Como lo hace el alma, cuando ya no se es feliz.
A veces se preguntaba por qué seguían juntos. Ya casi no conversaban, y los días pasaban de forma tan monótona y aburrida...
Además, siendo sinceros... Isabella ya no era tan bonita como antes. Su cuerpo se veia mas delgado y no poseía esas curvas que antes lo volvían loco. Estaba flaca. Marchita.
Sin embargo, Jessica... bueno, ella estaba reluciente. Hermosa, vivaz, enérgica... con un gran aguante en la cama, cabe destacar. Jessica poseía unas curvas hechas para el pecado, unos senos firmes y un buen... ya no quería pensar en ello.
A Edward le atraía Jessica. Le gustaba su juventud... le gustaban muchas cosas de ella. Claro que era consciente que Jessica no le atraía ni por asomo como le había atraído en su momento su mujer. Isabella siempre sería la persona que despertó en él pasiones incomparables.
Pero ahora... ahora Jessica despierta más sentimientos de lo que lo hace Isabella.
Y eso era algo que debía reconocer. Tal vez, sencillamente el amor se había acabado.
Su asistente lo recibió con varios mensajes.
Su empresa iba bien. Todo en su vida iba bien. Todo, menos Isabella.
—¡Amor!—la voz le resultó conocida, aunque no pudo meditar mucho antes que su cara estuviese cubierta con cabello rubio y un olor muy bonito penetrara por sus fosas nasales.
Sonrió mientras le daba un beso a su amante y cerró la puerta de su oficina, para poder rodear el cuerpo menudo de Jessica.
—Hola, cariño. ¿Cómo estás?—preguntó mientras comenzaba a besar la piel de su cuello.
Escuchó la risa de ella antes de que respondiera con un casto "bien" y sus manos fueran directamente a su camisa.
—No podemos en la oficina, Jessica—susurra divertido mientras echa un ojo para ver si todo estaba en orden en su oficina.
—No seas amargado, no vaya a ser que se te contagie la frigidez de tu mujer—bromeó con sorna. Edward no comentó nada al respecto.
—Anda sospechando—comentó levemente, con los ojos distraídos.
—Claro que sospecha. Hace más de un año que estamos juntos, y a ella ni la tocas, ¿cómo no va a sospechar?—se rió algo burlona Jessica, sentándose inmediatamente en una silla en frente de su escritorio, cruzando sus largas y esbeltas piernas adornadas por una bella falda recta y ajustada.
Comenzó a juguetear con sus papeles y Edward suspiró.
—No es honesto hacer algo así, Isabella confía en mí—susurró algo culpable.
—Aún así... no... ¿quieres dejarme?—preguntó de repente Jessica, al borde de las lágrimas, parándose y mirándolo con un puchero.
Edward enmudeció. —¡No podría dejarte, muñequita!—le dijo, aunque no sentía sus palabras del todo cierta. —Te quiero, Jessica, y despiertas más en mi que lo que despierta Isabella—admitió, dándole un beso en los labios algo apasionado.
—Entonces, ¿por qué te preocupas por nimiedades...? Pídele el divorcio—pidió Jessica mirándolo con súplica. Edward cerró los ojos algo cansado.
—Lo he estado pensando también... tal vez... sí debería hacerlo—susurró, observando el anillo en su dedo con ojos algo nostálgicos.
—Hazlo, Edward... por favor...—fue la súplica que escuchó de Jessica, antes de que ella se presionara contra su cuerpo y comenzara a quitarle la ropa.
Al siguiente día, todo fue igual. Excepto por un detalle. Al despertar, el cuerpo de Isabella se encontraba enroscado al cuerpo de él, cosa que lo extrañó, pues hace tiempo ella había dejado de abrazarlo de ese modo por las noches.
Edward pudo sentir el olor suave de su mujer, y sonrió casi sin darse cuenta. Le dio un beso en la frente antes de salir de la cama y vestirse para ir a la oficina, donde su secretaria personal lo esperaba.
Sonrió aún más ante la idea, y lentamente comenzó a vestirse.
Al salir del cuarto se preparó un café, y mientras lo bebía, pudo ver sobre la mesa un libro. Frunció el ceño curioso y tomó el libro entre sus manos, encontrando un título más que inusual. El libro era de Aristóteles, y se llamaba Metafísica.
Edward dejó escapar una risa cuando recordó que lo que a Isabella y a él los había unido, había sido el amor de ambos por la filosofía.
Casi había olvidado que a Isabella le gustaban esta clase de libros.
Por un momento que por su brevedad fue casi inexistente, Edward extrañó los viejos tiempos. Aquellos en los que ambos filosofaban juntos y hablaban de cómo sería ser igual de vagos que Newton y sentarse debajo de un árbol en todo momento.
Estuvo a punto de reír ante la ocurrencia cuando de pronto escuchó cómo su esposa caminaba con sus muy tiernas pantuflas de perrito y lo miraba con una sonrisa.
Le dio un pico y así salió en rumbo a su trabajo, extrañamente alegre.
—¿Cuándo le dirás a tu esposa?—preguntó por enésima vez Jessica, manteniendo frente a él los papeles del divorcio que ella misma había redactado. Era abogada, así que estaba permitido.
Edward suspiró y miró el reloj. Eran las 11:35 de la mañana. O bueno, casi medio día.
—Lo haré pronto. Debo separarme de una vez de Isabella, y dejar de engañarla de esta forma—admitió Edward, mirando por su ventana mientras suspiraba.
¿Acaso realmente había dejado de amar a Isabella?
Debía tomar una buena decisión, pues una vez que le presentara a su esposa esos papeles, sabía que no habría marcha atrás.
¿Qué debía escoger?
¿El fuego de Jessica o el amor de Isabella...?
Edward se sentía entre la espada y la pared. Solo le quedaba decidir entre el filo de la espada, o la dureza y frialdad de la pared.
El fuego y el filo eran algo más llamativos.
Edward debía divorciarse de Isabella. Aunque eso significara perderla para siempre, y ganarse a una nueva esposa. Una esposa como Jessica.
Está cortito. Como dije anteriormente, estoy oxidada T.T pero vale, es la introducción o algo así. Ya cuando tenga ganas de seguir, sigo escribiendo ¿?
Los reviews me van a motivar. Sino... ojalá que alguien les tire un Crucio ¬¬ y agradezcan que no escribí yaoi de Edward y Jacob e_e
¡Adiós, vagas lectoras! XD
