NOTA:
clasificacion T por futura violencia.
Disclaimer: Los personajes de pertenecen a Masashi Kishimoto. La historia esta basada en The song of ice and fie, especificamente en la vida de Daenarys, adaptada a los personajes de Naruto.
Agradecimientos: A mi beta y una de mis autoras favoritas Sasha545 por ayudarme con este proyecto. si no fuera por ella muy seguramente seguiria oculto y dado por muerto en los documentos de mi portatil.
El destino empieza a escribirse.
I .
Cuando Karin empujó las suaves cortinas finamente tejidas a mano, lo primero que notó fue el dulce aroma a incienso y el calor reconfortante que penetró en su cuerpo. Sus músculos tensos se relajaron de inmediato y sus duras facciones se suavizaron un poco. Su mirada viajó por el lugar perezosamente, intentando ver qué había cambiado desde su viaje al Valle del Fin en los aposentos de su líder, desde el suelo lleno de pieles suaves a los mullidos cojines recubiertos con finas telas.
Una sonrisa se formó lentamente en sus labios, "Nada ha cambiado", pensó con regocijo mientras comenzaba a caminar hasta los cojines con lentitud, reteniendo cada imagen de aquel lugar ante sus ojos, cada olor y sensación en su piel, pues bien sabía que muy posiblemente esa sería su última vez en los aposentos del líder. Y cuando esa idea se deslizó venenosamente por su cabeza no pudo evitar apretar aquel mensaje en su mano, rememorando el por qué de su viaje al Valle del Fin. Sus ojos rubí viajaron hasta el pergamino envuelto en su mano y el deseo absoluto de destrozarlo se apoderó de su ser, quizá siendo esa la única posibilidad de que su vida siguiera como hasta entonces.
—¿Ya has llegado? —las palabras resonaron en los oídos de la pelirroja, quien enseguida giró hasta estar frente a frente de quien habló, con sus mejillas sonrojadas por la vergüenza de casi ser descubierta destruyendo un mensaje de importancia.
Una ceja clara de quien había hablado se levantó con curiosidad, extrañado por el comportamiento de la pelirroja. Sus ojos violetas viajaron ligeramente hasta la mano izquierda de la chica, notando el mensaje que llevaba. Su expresión se endureció un poco y su boca hizo una ligera mueca de desprecio.
—Ya veo, te han enviado con un mensaje —susurró lentamente mientras caminaba hasta ella y extendía su mano; era una clara orden de que le entregara lo mencionado.
La pelirroja cambió enseguida su expresión a una de enojo, negando con la cabeza y mirando desafiante a aquel que le pedida lo que ella misma debía entregar.
—Estas muy equivocado si crees que te daré el mensaje a ti. He recibido órdenes claras de que sea entregado al líder del Clan y ese no eres tú, Suigetsu —una mirada llena de desprecio fue con lo que terminó la chica antes de dejarse caer pesadamente sobre los cojines en el suelo.
El joven sólo negó levemente con la cabeza. Ya estaba cansado de tener que lidiar con la berrinchuda pelirroja desde hace tiempo. En días pasados quizá fuese una diversión para él molestar a aquella chica, cuando aún eran unos niños que podían hacer lo que quisieran, viajando entre los clanes de la montaña del norte, viéndola venir desde el otro extremo del país cada verano a pasar un poco de tiempo con el clan Hozuki. Sin embargo, desde que los clanes del país entraran en guerra hacía tres años y la pelirroja quedara varada con los clanes de la montaña, todo era diferente.
La Uzumaki venía de un clan guerrero que gustaba de instruirse en combate, por ello la chica era mandada a las tierras altas del norte para aprender las costumbres y técnicas de guerra. Siendo una Uzumaki la joven aprendió rápido. Su inteligencia era sorprendente, pero aún sabiendo casi todo de los clanes del norte, ella seguía siendo una habitante del sur, con un carácter fuerte e indomable, una lengua afilada y una determinación única. La Uzumaki podía presumir hasta de las características físicas de los suyos, como su cabellera roja y unos exóticos ojos rojos.
Los clanes del norte intentaron adaptar a la chica lo más que pudieron. Fue duro para la Uzumaki, acostumbrada a los climas bochornosos, adaptarse al verdadero clima del norte y a sobrellevar por ella misma las costumbres, como la ropa suelta y poco mullida en invierno o el carácter frío y sádico de los clanes.
Lo más difícil fue la ropa. En el norte se acostumbraba usar colores poco llamativos mientras que en el sur estaban acostumbrados a la excentricidad; el propio símbolo rojo del clan de la chica se lo hacía saber. El remolino escarlata en su espalda fue siempre algo que llamaba la atención de todos a su alrededor.
—Qué más da, Karin. No es como si fuese un mensaje realmente importante —contestó con serenidad, tratando de calmar el impulso de arrebatárselo de las manos.
La pelirroja se turbó un poco ante aquellas palabras y otra vez dejó que sus ojos viajaran al pergamino, rememorando de nuevo su encuentro con el clan del centro del país. Recordó la forma en que aquellos singulares ojos fríos la miraban y más aún el trato que le habían dado, "Quizás no deba entregarlo. Quizás podría decir que no quieren tregua y que aún existirá un conflicto entre nosotros. Así yo podría…", meneó con fuerza su cabeza ante tales ideas, sabiendo que eso no la llevaría a ninguna parte y que posiblemente con ese trato volvería a ver a sus parientes. La tristeza la embargó, al saber que perdería una ilusión por obtener otra.
—Tú no sabes nada aliento de pescado —pronunció en cambio la chica, logrando una expresión cómica en el joven de ojos violetas.
Suigetsu intentó calmarse, recordando las enseñanzas de su clan original, y aún más, recordando que ya no era un niño. Ahora era un guerrero que no podía jugar con los tratados de otros clanes. Sin embargo, el deseo de reñir por el mensaje seguía ardiendo en su interior, deseando poder gritonear un poco a la Uzumaki y hacer que sus mejillas se inflasen por el enojo. Pese a ello, se calmó y se encaminó cerca de ella, dejándose caer a su lado y mirando insistentemente las cortinas que daban entrada a la tienda del líder de clan.
Y como si la mirada del chico lo hubiese llamado, una alta figura apareció en el umbral del lugar. Los ojos carmín enseguida se dirigieron a los pertenecientes de aquella persona, notando como un frío abrazador la llenaba ante la indiferencia de la mirada.
Mirar al líder del clan era una maravilla para la Uzumaki, pues aquel que iba a la cabeza de los Uchiha, el clan guerrero más importante al norte era, sin duda alguna, un hombre bastante apuesto, con la piel casi tan blanca como la misma nieve y unos rasgos masculinos tan finos que parecían tallados a consciencia.
—¿Qué dijeron exactamente? —clamó el recién llegado.
La chica se levantó del suelo enseguida, tendiendo el mensaje a aquel hombre de postura rígida, que casi parecía inquebrantable y muy posiblemente lo fuese.
—Los clanes del centro del territorio no confían en nosotros. Creen que la proposición que les hemos dado son sólo engaños, alguna artimaña —Karin esperó alguna palabra de aquel hombre, una reacción que le indicara que creía de lo dicho. No obstante, al ver que no contestaba nada, prosiguió—. Ellos explicaron que no sólo quieren tu palabra, que…
—No confían en mí —interrumpió el líder a la pelirroja, deslizando lentamente su mirada hasta quien estaba detrás de él.
Fue entonces que Suigetsu y Karin repararon en la mujer a un lado del líder. Se trataba de una chica casi diminuta en comparación al Uchiha que era alto y fornido. Una mueca se hizo de inmediato en los rostros de los guerreros, acentuándose un poco más en la pellirroja.
Haruno Sakura, la chica más baja que jamás habían visto los habitantes del norte y la más extravagante creatura también. La chica tenía una tez pálida y unos hermosos ojos verdes, tan verdes como lo era el musgo en los arroyos, adornados con espesas y tupidas pestañas que hacían que destacaran aún más. Sin embargo, lo que más resaltaba en ella era su larga cabellera que llegaba más lejos que su cintura, de un color tan inusual que la hacía parecer una criatura de cuento de hadas, pues el rosa pálido que tenía era sin duda alguna todo un misterio.
La chica había sido encontrada hacía años tirada en la nieve, a casi nada de morir congelada. La matriarca del clan vecino la había acogido en su campamento y con el tiempo había descubierto que aquella chica tenía poderes curativos, logrando hacer que con unos cuantos toques de sus manos una persona se recuperara. La chica era, sin duda alguna, todo un hallazgo para los habitantes del norte, por lo que el clan Uchiha la había querido para sí de inmediato y ésta sin dudar aceptó ser acogida en un nuevo campamento, dejando el anterior atrás. Desde entonces, la joven estaba casi pegada de la cadera al líder del clan, siguiéndole a todos lados y ayudándolo en todo.
Los ojos verdes de la joven casi chispearon de emoción al saber que la atención del líder del clan se centraba en ella. Pasó lentamente la lengua por sus labios e intentó disimular el entusiasmo de su mirada al enderezarse aún más, sólo consiguiendo que su pequeña figura alcanzara apenas el hombro del líder.
—Bueno, era de esperarse, los habitantes de las tierras bajas sólo escuchan rumores del clan Sangriento y sus guerreros demoniacos. A ellos llegan las historias de cómo sus enemigos han muerto por su mano. Es normal que no se fíen de usted —la dulce voz de la joven hizo que la mueca de los guerreros se acentuará aún más.
Karin gruñó levemente ante el tono respetuoso de aquella joven diminuta y aún más al escuchar lo dulce que había salido su voz, "Pequeña arpía.", no pudo evitar pensar, sabiendo que la dulzura que tanto irradiaba sólo era una fachada. "No me puedo creer que él caiga en tu engaño."
La joven pelirrosa miró con un poco de ilusión a aquel hombre casi impenetrable, buscando algún gesto de aprobación por lo dicho. No obstante, el líder Uchiha sólo llevó su oscura mirada hasta los ojos carmín de la pelirroja, logrando que las mejillas de ésta se tiñeran levemente de rosa. Ante esa reacción, Sakura puso los ojos en blanco e hizo una leve mueca de fastidio en los labios.
—Bien, eso es cierto, pero ellos no dijeron que fueran de esa manera. Lady Tsunade del clan Senju, cree que los conflictos entre clanes pueden llegar a alejarlo de la alianza, es por eso que ella cree… —la voz se le fue perdiendo lentamente a la pelirroja, logrando llamar así por completo la atención de todos en aquel lugar— Los clanes de las tierras bajas creen que una unión entre los clanes más significativa tendría mejores resultados.
—Un matrimonio —finalizó con frivolidad el líder.
Ante aquello, la cara de la diminuta chica se contrajo. La confusión se abrió paso poco a poco por su rostro mientras asimilaba la idea. Sus ojos verdes enseguida se dirigieron al mensaje en la mano de la pelirroja y sin pensarlo mucho se lo arrebató y lo abrió. Su diminuta figura pareció aún más pequeña cuando comenzó a encoger los hombros tras cada línea que leía.
—Sakura, léelo para mí —ordenó aquel que dirigía a los Uchiha.
La pelirosa arrugo su nariz ante esa petición, pero sin dudarlo ni un poco, carraspeó para comenzar.
—"Con todo el respeto que se puede merecer un guerrero del norte, me dirijo atentamente a Uchiha Sasuke, Lord de las montañas del norte y líder del clan Uchiha. Como bien ha de saber, desde la muerte de su querido hermano, Uchiha Itachi, nuestro acuerdo de paz fue roto, lo que ha ocasionado una gran pérdida de hombres y mujeres a nuestros respectivos clanes. Ahora podemos aceptar una alianza entre nosotros, con una paz reinante y un comercio más apreciable entre su pueblo y el mío, sin embargo, su palabra, como lo fue la de su hermano alguna vez, puede ser rota sólo con su muerte. Le ofrecemos una unión estable con una de las princesas de las tierras bajas. Su unión con ella dependerá de traer un heredero que valore sus tradiciones como las nuestras, que nos sea fiel a nosotros como a ustedes…" —una de las cejas de la chica se levantó con burla, sabiendo que muy probablemente esa sería una razón para dejar de lado aquella absurda proposición.— "Su hijo viajara constantemente entre las tierras altas del norte y las tierras bajas, viviendo largos intervalos de tiempo con cada clan. Quizá se sienta insultado por nuestra petición, pero es algo que el consejo de los líderes de los clanes del centro del país del fuego ha decidido para aceptar la tregua. Si acepta, le esperamos en dos semanas en el Valle del Fin. Atentamente, Lady Senju Tsunade, líder del clan Senju." —la pelirosa estuvo a punto de mofarse del mensaje, deslizando sus ojos burlones hasta los de su líder, pero al ver como éste miraba fijamente el techo de su tienda supo de inmediato que no era el momento.
En cambio, Suigetsu sólo alzó una de sus plateadas cejas, mirando curioso la reacción de su líder. Sus ojos violetas estudiaron los frívolos rasgos del Uchiha, sabiendo que aquel mensaje había calado hondo en aquel hombre. Pasó lentamente sus ojos a la pelirroja a su lado, queriendo saber qué pensaba ella sobre el mensaje. La Uzumaki tenía la vista fija en el líder, pero con la mirada completamente perdida mientras mordía su labio inferior. Ella estaba preocupada. Sabiendo eso, el guerrero suspiró.
Sin embargo, la única cara realmente consternada era la de la diminuta chica, que después de notar el silencio en que cayó el lugar sólo hizo un gesto compungido. Sus ojos color musgo buscaron algo aturdidamente por la tienda, algo que la sacara de aquel problema que se creaba por sus pensamientos, y como si por fin lo hubiese hallado, sus ojos se dirigieron hasta el Uchiha y sus labios se separaron lentamente.
—Mi señor —susurró con suavidad, logrando llamar la atención del líder, quien inclinó su cabeza hacía ella—. Quizás esto no sea de mi incumbencia…
—Y no lo es —declaró de inmediato el Hozuki.
Sakura lo miró enojada y sorprendida, sabiendo que jamás se le había interrumpido y menos alguien que para ella era un inferior. Con una mueca y un gesto de desinterés a las palabras del guerrero, volvió a entreabrir los labios, dispuesta a seguir con lo que decía, sin embargo, el guerrero se le adelanto.
—Sasuke, este es un tema que debe hablarse con el consejo —la voz del chico y lo que dijo llamó la atención del Uchiha, que frunció el ceño—. Yo, como tu guardia personal y miembro del consejo, creo que se debe discutir este tema. Dejando de lado cualquier opinión externa.
—Si he de tomar una consorte, será mi decisión, Suigetsu —declaró Sasuke inmediatamente. La mandíbula del guerrero se tensó un segundo antes de que una sonrisa burlona se apoderara de sus labios.
—Ya veo. Sin embargo, esta no es una decisión que tú debas tomar. Es una chica externa a los clanes del norte, por lo tanto, sería un nuevo clan integrándose, lo que concierne al consejo. Aún si no estás de acuerdo.
Los ojos de la Uzumaki se ensancharon un poco ante eso y no pudo evitar que su mirada buscara algo en los gestos de su líder; Lord Uchiha cuadró los hombros y miró con frialdad al Hozuki.
La tensión se esparció en el ambiente y Karin supo de inmediato que no quería estar entre ellos en ese momento. Las rivalidades entre guerreros eran normales y pese a todo el honor de ser el líder, Lord Uchiha seguía siendo un guerrero al cual se le podía pedir una batalla.
—Está bien —dijo Sasuke, logrando que toda la maraña de pensamientos de la pelirroja se detuviera—. Hablaremos de este asunto con los otros —y después, dio media vuelta saliendo de su tienda, desapareciendo entre las cortinas de seda y piel.
La diminuta chica negó con la cabeza y miró con desdén al guerrero Hozuki, y con muy poco respeto ante todas las leyes de los clanes y ante el líder del clan, caminó hasta las almohadas y mantas más mullidas del lugar, donde las pieles suaves y gruesas se arremolinaban en un claro nicho.
—Esto es horrible, Hozuki. Lord Uchiha no debe aceptar de tan buen grado sus arrebatos —Sakura se deshizo de las botas de piel que abrigaban sus pies y caminó cuidadosamente entre las mantas hasta el centro, dejando después que su diminuto y frágil cuerpo descendiera hasta recostarse en aquel lugar—. Es humillante para él que alguien que sólo es un guardián lo sermoneé de esa manera. Debería de ser castigado por su insolencia.
Las largas pestañas rosadas enmarcaron aún más los ojos color muslo mientras estos lanzaban la mirada más indignada que tuviera aquella chica. Suigetsu, en cambio, sólo miró con desinterés hacía la chica en cuestión, un poco sorprendido por la confianzuda actitud de acomodarse de aquel modo en el lecho de Lord Uchiha.
—Para su información, señorita, su opinión no es algo que realmente me interese —los ojos de Sakura se abrieron con sorpresa mientras sus mejillas se coloreaban de enojo, sin embargo, nada de eso le importó al guerrero, que se viró hacia la Uzumaki—. Karin, debes informar a los miembros del consejo que se llama a reunión de inmediato. Di que trata sobre los acuerdos de paz con los clanes de las tierras bajas —en cuanto la pelirroja asintió, el joven se marchó del lugar siguiendo los pasos de su líder.
La pelirroja se sorprendió, no poco, claro estaba, ante la actitud de aquel chico de cabello plateado. En días pasados, el joven hubiese tomado las palabras de la diminuta chica como pie a una pelea donde trataría de rebajarla a una simple persona que vivía de la caridad de los clanes, alojada en una tienda pequeña llena de mantas buenas sólo porque eran regalos de los demás. Eso habría divertido a la Uzumaki.
Ahora, quizás, porque los años habían pasado, el joven había cambiado, madurado. Y sería normal. Pero la pelirroja deseó que no fuese verdad, porque eso significaría que las cosas habían cambiado completamente, que ya nada sería como en esos veranos cuando sólo venía de visita.
Las caras de los Kages se iluminaron un poco con los pequeños rayos de sol que dejaban pasar las nubes. Era un momento maravilloso de observar cada mañana, pues era el único instante de esa temporada que el sol alcanzaba a rosar la imagen de aquellos grandes hombres que lograron unir por un tiempo los clanes del país del Fuego.
Las historias contadas alrededor de la fogata hablaban de las leyendas de victorias pasadas de cada rostro. Las hazañas que cumplió cada Kage en su momento, como el primero de ellos.
En los largos tiempos de guerra de la antigüedad, cuando el territorio aún no era exacto y los clanes peleaban sin tregua alguna, Senju Hashirama unió logró unir a todas las familias guerreras del País del Fuego, los de las tierras altas del norte, las tierras calientes del sur y las tierras templadas del centro. Y así siguieron por varios años, con un nuevo líder cada cierto tiempo, hasta el cuarto Kage, el más joven de todos, quien pereció cuando un demonio atacó a los clanes del centro.
Después de eso todo fue batallas y constantes peleas entre los habitantes del país del Fuego. Los norteños no dejaron pasar a sus mercenarios y guerreros al centro del país, y los sureños declararon una guerra completamente desconcertante a los habitantes del centro; todo fue confuso después de ello.
—Hinata —susurró una suave voz desde algún lugar en sus perdidos pensamientos—. Princesa Hinata… Princesa… Hinata, ¿Se encuentra bien? —la voz siguió susurrando lentamente hasta que un sonido más apresurado la impregnó, una preocupación tan palpable, que aquella a quien llamaba despertó.
Los pensamientos confusos de una joven señorita se disolvieron en el aire. Sus párpados temblaron lentamente y sus ojos, perdidos en la dirección de las montañas de los Kages, por fin se movieron lentamente hasta encontrase con los de una joven castaña, con unos enormes ojos grises llenos de preocupación. La princesa parpadeó un poco antes de que sus ojos se llenaran de timidez y sus mejillas se coloreaban de vergüenza.
—Discúlpame, estoy-estoy un poco distraída en estos momentos —y la delicada voz de la joven logró que aquella castaña suspirara de alivio.
—Princesa, me ha asustado, se ha quedado tan quieta en la ventana que he creído… no, la verdad es que no he sabido qué creer. Se veía tan perdida —la consternación en la castaña fue tal que las mejillas de la chica se colorearon aún más.
Hinata estuvo a punto de decir algo, cualquier cosa que calmara a la castaña, sin embargo, cuando sus labios se separaron y apenas un sonido sofocado escapó de estos, la puerta se abrió, matando cualquier palabra que fuese a decir.
Por el amplio umbral de madera entró un joven, con un cabello igual de castaño que la chica y unos ojos grises idénticos, la diferencia era que ese era un joven apuesto y alto, que caminaba con una ligereza y elegancia que dejó sin aliento a ambas chicas. La mirada del joven se detuvo en la castaña y dando un pequeño asentimiento de cabeza hacía la joven, ésta salió del lugar con pasos presurosos y las mejillas sonrojadas.
—Princesa Hinata —habló con voz firme y calmada el joven, dejando que la mirada tímida de la chica alcanzara con lentitud la propia.
—Primo Neji — y aquella voz, tan serena, pareció encender algo en el castaño, que dejó que sus labios se curvaran sólo unos segundos.
El chico, tan alto como era, dejó que sus ojos vagaran por la chica, apenándose un poco por hacerlo. La joven era tan pequeña para el castaño, que muy apenas llegaba hasta su pecho, con una figura frágil y gloriosa que se ocultaba bajo la fina tela de su vestido blanco, pero aún era perceptible por lo pesada que era la tela de seda que se deslizaba con cuidado por las curvas más llamativas de aquel cuerpo. El cabello, tan negro como la noche y a la vez, tan azul como el mar más oscuro, que caía como una cascada por los hombros de la chica, con las delicadas puntas rosando la cadera de ésta. Y su piel era tan blanca como la nieve, sin ninguna marca o lunar que la manchara. De todas sus cualidades, lo más espectacular que encontró en ella fueron sus ojos, del más extraño color que jamás había visto en su vida, un gris tan puro, que parecía plata fundida, con ligeras motas de color violeta.
Un suspiro casi escapa de sus labios, pero el castaño se contuvo, sabiendo que eso demostraría su admiración por la belleza de la princesa del clan. Sin embargo, eso no era lo que había llevado su presencia a los aposentos de la joven mujer, si no la noticia que corría por todo el complejo, lo que lo hizo regresar de su ensoñación y mirar con decisión a su prima.
—Princesa, me he enterado de algo que deseo me corrobore. Estoy apenado por entrar así, de esta manera tan brusca a sus recamaras, sin embargo, debo saberlo —tales vocablos hicieron que la mirada de la chica se dirigiera hasta el fino piso de madera bajo sus pies, y el pesar oscureciera un poco el brillo de sus ojos—. Se dice que ha aceptado un matrimonio con los salvajes de las montañas, en el norte.
Los delicados labios de la chica temblaron y sus manos, tan pequeñas y finas se apoderaron de la tela de su vestido, apretándolo de tal modo, que este se levantó un poco, mostrando los delicados tobillos llenos de pulseras de oro. La reacción hizo que el castaño se pusiera rígido, temiendo lo peor.
—Yo-yo… primo Neji, es-es mi deber, yo-yo soy la…. —las palabras se atoraron en la garganta de la joven quien tembló un poco, logrando que las pulseras en sus muñecas tintinearan.
Neji miró con pesar a su delicada prima, tan hermosa y frágil, tan comparable con una pequeña flor que no tenía ni espinas para defenderse de quien la quisiera tocar. El joven suspiró, sabiendo que con tan pocas y confusas palabras, había logrado obtener su respuesta, una que no le gustó nada.
Su ceño se frunció y de sus labios se apoderó una mueca de enojo.
—Los salvajes son criaturas guerreras, princesa Hinata. Usted no tiene nada que hacer en ese lugar, ¿Qué hará una joven doncella con su fragilidad en ese sitio? —susurró suavemente las palabras, conteniendo su ira delante de la joven.
—En eso te equivocas totalmente, Neji —Una fuerte voz retumbó en el lugar.
Ambos primos voltearon lentamente a ver las amplias puertas del lugar, encontrándolas abiertas. Por ellas caminaban decididamente dos figuras imponentes. Una era un alto hombre de largo cabello castaño, con unos ojos grises llenos de autoridad, unos gestos tan rudos y a la vez finos, que causaban admiración. Vestía una túnica blanca con intrincados bordados plateados y debajo unos pantalones de seda blanca.
A su lado caminaba una mujer un poco más pequeña, aunque por poco, pues le llegaba a la barbilla. Su cabello rubio estaba atado en dos coletas bajas. Sus ojos, de un color ámbar, llamaban la atención, pero eran sus ropas y la pequeña marca en su frente lo que la identificaba. Su cuerpo era voluptuoso en demasía y llevaba puestos pantalones de hombre que delineaban perfectamente la curva de su cadera.
Neji supo en cuanto la vio, que ella había sido quien había hablado. Se inclinó levente ante sus presencias y después, cuando recuperó su postura rígida, borró de sus facciones toda emoción y empatía que tuviese.
—Lord Hyuga, mi señora, Lady Tsunade —las palabras salieron de los labios del joven con frialdad.
—Neji Hyuga, tiempo sin verte. Veo que el ser parte de las líneas guerreras de tu clan ha reforzado tu forma de ser —aquello hizo que la joven princesa mirara algo sorprendida a la mujer, realmente anonadada ante las palabras—. Tú dices que tu princesa es frágil. Pues déjame decirte que eso es una mentira, querido Neji. La princesa proviene de un clan guerrero, además de curativo. Un marido como Lord Uchiha hará que afloren en ella esas cualidades. Por otro lado, los norteños no son unos salvajes, pese a su primitiva forma de vivir.
El ceño del Hyuga se frunció, un tanto perturbado y molesto por la forma de hablar de la mujer. En cambio, la princesa no salía de su asombro, completamente anonadada por como una mujer tomaba la palabra entre los hombres, restándole completa importancia a su estatus como dama y dejando de lado las opiniones de ambos castaños.
—Hinata —la fuerte voz de aquel que entró con la rubia se hizo oír por toda la estancia, rebotando en las paredes unos segundos en forma de eco.
Quizás eso hubiese sido divertido si se tratara de otra persona, sin embargo, ese hombre era Hyuga Hiashi, líder del clan Hyuga y padre de la joven princesa. Lo que hizo que en vez de causarle un poco de gracia, solo hiciera temblar a la pobre muchacha. Los plateados ojos de la chica siguieron un camino tímido hasta los de su padre, inclinó un poco su cuerpo hacia delante e hizo una débil reverencia.
La rubia hizo una mueca de desagrado ante la autoridad y rigidez de las cosas en aquel lugar. Sabía, por demás, que los Hyuga era un clan regido por las normas antiguas, cuidando cada aspecto de su vida e imagen como la constante forma de ser educados ante todo, a tal grado que la hija del líder tuviera que reverenciarlo como una más. Los ojos de Lady Tsunade fueron, ante aquellos pensamientos, a parar a la primogénita de aquel hombre. Quedó bastante impresionada por la belleza de la chica, confirmando por fin todo lo que los murmullos decían. "Una chica hermosa y delicada, raro creer que en sus gestos no haya petulancia", una débil sonrisa se arrastró por sus labios, pues le sorprendió ver como las mejillas redondas de la chica se coloreaban de vergüenza al ver puesta la atención de alguien sobre ella.
—Sí, padre —la suave voz de la chica paso casi inadvertida para la rubia, quien casi creyó haber imaginado el sonido.
—Lady Tsunade está aquí para asesorarte en tu futura boda con el Lord del norte —ante aquellas palabras los ojos de la chica se ensancharon un poco, girando levemente su rostro hasta que su mirada captó la de la rubia—. Debes saber comportarte como una futura señora de un Lord como lo es el señor del norte.
Tsunade puso los ojos en blanco ante las palabras de aquel hombre, y después, relajando sus facciones y poniendo una de sus manos en su cintura miró fijamente a la joven. Sus ojos color ámbar repasaron la figura de esta, siendo demasiado fácil por cómo se le pegaba la seda a la piel, notando las delicadas curvas femeninas, después sus gestos tan finos y frágiles, demostrando cuan de alcurnia era y al final, las ostentosas joyas que llevaba, tanto en sus delicadas como es sus finos brazos. Frunció el ceño al verlo.
—Bueno querida, para empezar, las joyas deben irse. A los habitantes de las tierras altas no les parece llevar ese tipo de alhajas todo el tiempo… quizá cuando estés en la intimidad con el Lord —las últimas palabras que abandonaron los labios de Tsunade hizo que a la joven princesa y a su primo se les colorearan las mejillas, a ella por vergüenza y a él por rabia.
—Lady Tsunade, no creo que ese sea un tema que usted… —pero la rubia acalló las palabras del joven castaño con un movimiento de mano, obteniendo de éste una mirada de sorpresa.
—Calla, Neji. Tus creencias no tienen ninguna importancia aquí, tú mismo lo has dicho. Estamos tratando con un hombre aún acostumbrado a las leyes antiguas, bien puede tomar a su esposa delante de su clan para reafirmar su poderío. Lo romántico debe ser dejado de lado, como el pudor —dijo la rubia con un tono que impedía discusión.
Lord Hyuga sólo asintió ante sus palabras, dejando que un brillo de duda iluminara sus ojos color plata. En su mente aún quedaban leves recuerdos de un pequeño niño malhumorado de las tierras altas, en la época en que aún se podía atravesar el territorio con seguridad. Pese a eso, aún no sabía nada del nuevo Lord del norte, sólo los horribles rumores de como gobernaba con mano de hierro a los clanes y como su trato hacia los otros era parco y frío. No obstante, lo que más se susurraban en las tierras bajas era el cómo trataba a sus enemigos, cortando el mismo las cabezas de los traidores y peleando batallas cuerpo a cuerpo con quien se antepusiera a su forma de gobernar. Las habladurías de ese hombre no eran muy buenas, menos las del mismo clan, donde se decía que los hombres aún tomaban a sus mujeres bajo la luna, en un ritual sagrado y antiguo al que cada miembro debía asistir y mirar.
Al ver del Hyuga, era posible que eso ya hubiese cambiado. Los salvajes habían dejado de lado algunas de sus tradiciones con el pasar del tiempo y las visitas de los otros clanes. Sin embargo, desde la ruptura de la paz, las cosas habían cambiado y el nuevo Lord, un niño que jamás había sido instruido para obtener el cargo, era una persona un tanto difícil de predecir. El chico era, según sabía, un joven bien parecido, pese a las batallas y sus oscos gestos, y no era de extrañar, pues cuando Lord Hyuga lo conoció casi lo confundió con una niña, tan hermoso y con un cabello algo largo para su edad.
—Lord Hyuga —las suaves palabras de Lady Tsunade hicieron que el castaño virara su rostro hacía ella, saliendo de sus recuerdos por completo—. Mi señor, podría preguntar, ¿Dejaría que instruyera a su primogénita en el arte de la guerra? —tal pregunta hizo que Hiashi mirara fijamente a la rubia, entrecerrando los ojos un momento.
Los recuerdos del antiguo Lord del norte llegaron a la mente del líder de los Hyuga, un joven de apenas veintiún años. Recordaba a un chico que podía ver fijamente sus ojos, tan amable como frio, con una sorprendente forma de pensar. Los ojos plateados del Hyuga viajaron entonces hasta su hija y su mente imaginó que un matrimonio con Uchiha Itachi hubiese sido mejor, sin embargo, la cuestión era otra, y el hermano menor de Itachi quizás no fuese tan amable.
—Se lo concedo, Lady Tsunade —y después de aquellos vocablos, el hombre dio media vuelta y se alejó.
Neji, desde donde estaba, quedó completamente sorprendido. Siguió con la mirada a su tío, esperando que este diese la vuelta en cualquier momento y demitiera el permiso dado a la rubia, pero eso nunca sucedió e hizo que el joven castaño mirara de nuevo en dirección a las dos mujeres en el lugar.
—Lady Tsunade, realmente creo que no sería apropiado para la princesa…
—Neji, calla. Vaya niño, eres un poco molesto. Supongo que ser el cuidador personal de la hija de Hiashi te hace ser así. Sin embargo, creo que como tal deberías pensar en las prioridades, como que tu joven prima sepa cómo será su nueva vida como futura Lady del norte. Harías bien en apoyarla —y tales palabras lograron hacer que nuevamente el castaño se enfocara en la princesa Hyuga.
Hyuga Hinata, en cambio, sólo miraba de vez en cuando a su primo y a la elegante mujer rubia con ropa de hombre. Cuando la Senju hizo un ademan con su mano para comenzar a caminar a los elegantes asientos de telas finas, la chica enseguida se movió, siguiendo con paso torpe a la mujer.
Hinata no conocía mucho a Lady Tsunade. La había visto con anterioridad, entrando de vez en cuando a las recamaras de reuniones de los clanes de las tierras bajas que había en el complejo. Sin embargo, verla de lejos no era lo mismo que tenerla a un palmo de la cara, examinando sus gestos y tocando con el dedo sus pómulos, lo cual era incómodo para la pobre chica. Tsunade era, sin duda alguna para la princesa, una mujer hermosa con un carácter envidiable, tan capaz de imponer su voluntad a quien fuese que se parase frente a ella. Quizá por eso los líderes de los clanes aceptaron el casar a una de sus herederas con un Lord del norte.
—¿Has ido alguna vez al norte, Hinata? —la pregunta dejó un poco desconcertada a la chica.
Sí, la joven princesa había ido al norte, lo suficiente lejos de las tierras bajas pero no lo suficiente cerca de las tierras altas, donde el frío gobernaba y la nieve se acentuaba con naturalidad. Su madre, una mujer delicada, no podía exponerse al frío, por lo tanto siempre se alzaba una tienda en una planicie cerca de las faldas de las montañas, donde se hacían las frecuentes reuniones del líder Hyuga con el Lord del norte. Ante eso, la duda asaltó por un momento la cabeza de la chica, que pensó responder de inmediato un sí.
—Bueno, re-realmente no sabría co-contestar eso, m-mi s-s-señora Tsunade —una ceja rubia se levantó ante esas palabras y después, la dueña de la ceja viró su rostro hasta el castaño, quien estaba a unos pasos de donde ambas damas estaban sentadas.
Neji entendió enseguida la mirada de Tsunade, y asintiendo, se dispuso a responder la pregunta dirigida a la joven princesa.
—La princesa nunca ha estado lo suficiente cerca del norte. De niña era llevada junto con nuestra difunta Lady Hyuga hasta el final del bosque, donde aún se sentía cálido. Fue por la delicada situación de salud de nuestra señora que no avanzó más allá de ese lugar —la respuesta hizo que la rubia soltara una exclamación de comprensión antes de volver sus ojos de nuevo a la joven.
—Ya veo, creo que hemos encontrado un problema mi niña.
La princesa Hyuga caminó lentamente hasta la tina enorme con agua caliente. Dejó que sus manos fueran hasta el nudo de finas tiras tras su cuello para que su vestido de seda se soltara, dejándolo resbalar lentamente hasta el piso, acariciando cada curva de su cuerpo. Cuando éste descanso sobre el suelo, dio un paso lejos de él logrando que con el movimiento y sin ser presa de la tela, sus delicadas pulseras de oro tintinearan en sus tobillos.
Cuando estuvo a un paso de los escalones de su tina, empezó a quitarse todo tipo de joyas de su cuerpo. Libre de todo eso y con un suspiro de alivio, empezó a sumergirse poco a poco, sintiendo un delicioso escozor en cada nervio por lo caliente del agua.
Su cuerpo completo se sonrojó y cada músculo se relajó. Sus cabellos se pegaron a su piel, molestándola, pero no hizo nada por alejarlos. En ese momento la princesa Hyuga dejó de pensar en ella como eso, una princesa y su mente voló hasta ser sólo Hinata, una chica de apenas dieciocho años.
Y al recordar su edad, sus pensamientos vagaron lentamente hasta su reciente compromiso, aún no confirmado. Hinata sabía que era su deber para con su clan y los alrededores comprometerse con el Lord del norte, pero siendo sólo Hinata y no la princesa, dejó por fin que el miedo la apresara. Ella, una simple joven cuidada y educada para ser una servicial dama y esposa, estaba temerosa de casarse; mucho más al saber que sería con un completo desconocido.
Sabía por su dama de compañía que Lord Uchiha sólo era un verano mayor que ella, un joven atractivo a la vista, pero con el corazón congelado. La chica le había contado que en el norte, los veranos eran fríos, pero la hierba crecía tan verde como en el centro del país. Se enteró en los relatos de su sirvienta que había más lagos ahí que en cualquier lugar del país y que a pesar de la brusquedad de sus habitantes, siempre reinaba una camarería envidiable.
Sin embargo, eso realmente no le importaba a Hinata. Aun así, tenía miedo de compartir su lecho con un desconocido, un salvaje que apenas y tenía conocimiento de la vestimenta adecuada.
—Hermana —el suave sonido de una voz cantarina hizo que la Hyuga levantara su cabeza hasta el borde de la tina frente a ella.
Un niña con un largo vestido holgado color naranja estaba ahí sentada, con sus pies dentro del agua y con la parte baja de su vestido empapada. La princesa Hyuga sonrió, dejando que sus ojos vagaran por la belleza de su hermana menor, desde su largo cabello castaño que tocaba el suelo hasta sus finas facciones y sus enormes ojos grises llenos de astucia.
—Hanabi, ¿Por qué aún estás despierta? —la niña hizo una mueca por la pregunta y miró hacia el agua.
—Yo… hermana, he escuchado rumores por los pasillos, murmullos detrás de las puertas y en la cocina… se dice —la joven hizo una pausa para tomar un largo suspiro—, se dice que la primogénita Hyuga se casará con el Lord del norte. Con uno de esos salvajes.
La Hyuga mayor suspiró. Sabía que para todos era una locura. Casarse con un Lord del norte era ir directamente a la boca de lobo, más aun con el líder, quien se suponía un demonio completo.
Pero sin embargo a todo eso, y las lecciones que había comenzado ese día con Lady Tsunade, una suave sonrisa se apodero de sus labios e intento que sus ojos trasmitieran tranquilidad a su pequeña hermana.
-El señor del norte aun no… no ha aceptado la proposición, quizá…—Y por primera vez en meses, después de saber que se había propuesto en la reunión de los clanes, dejo que la esperanza llenara su pecho—Quizá la decline.
Suigetsu no pudo evitar hacer una mueca de incomodidad tanto como de enojo. El aire era difícil de respirar en la habitación. La tensión entre los Lores del Norte era tan palpable que quizá si uno de ellos se movía todos los demás se tambalearían por la furia que se trasmitiría.
Sin embargo, eso era algo que traía sin cuidado alguno al joven Hozuki, tan acostumbrado al ambiente que siempre había en la cueva de reuniones. Desde niño, cuando él aún acompañaba a su hermano, el antiguo guardián del Norte, Lord Itachi y líder del clan Hozuki, el lugar siempre era así de hostil, pues el fuerte carácter de los habitantes del norte era tan inestable que difícilmente se ponían de acuerdo en unas horas. Ese tipo de reuniones solían durar un día completo, y eso si el tema sólo era una vagues.
Pero el tema ahora no era cualquier cosa.
Los ojos violetas del joven se escabulleron por la imagen de cada Lord que estaba presente, todos imponentes y cada uno más viejo que el otro. Sólo había seis nuevos lores ascendidos, con las facciones tan duras como una roca y una mirada llena de veneno, tal y como sus antecesores. Un suspiro de aburrimiento salió de los labios del guerrero, "Esto va para largo…", el pensamiento fue tan pesado para él como el hecho.
—Mi señor Uchiha, creo que esto es un tema que no debe siquiera ser considerado —un hombre alto y fornido, bastante grotesco, tomó la palabra ante el silencio que se instaló en el lugar—. Las leyes han decretado desde hace generaciones que una mujer de las tierras bajas no debe ni si quiera pisar las tierras del norte —ante aquello, la mayoría de los presentes asintió.
—Eso fue hace años —y las miradas las captó por completo un joven chico, de quizá unos quince años apenas cumplidos—. Las leyes pueden ser ignoradas ante esta propuesta tan maravillosa de parte de Lady Tsunade, que pueden acabar con nuestras incursiones a hurtadillas por el territorio —concluyó, con tanta confianza que fue imposible no prestarle atención.
Sasuke miró sobre su nariz al pequeño que acababa de hablar, un niño que seguramente aún se aferraba a las faldas de su madre, concluyó el líder para sus adentros al ver el rostro impoluto de aquel chico y sus manos tan cuidadas. Un pequeño niño que aún no era hombre, viviendo en la ilusión de no tener que enfrentarse jamás a la guerra.
Un bufido salió de sus labios.
—¿Las leyes? —la mirada de todos fue a parar a otro recién ascendido, aún más joven que el primero— ¿Qué leyes? —había tanta inocencia en esa voz, que todos creyeron que era una broma.
Suigetsu casi tembló de terror ante el tono infantil de quien, en sí aún era eso. Sus ojos no pudieron evitar mirar al joven Lord Yagura, pues era inexplicable describir la belleza que había en sus tiernas facciones o el brillo de inocencia en sus enormes ojos violetas tan claros. Y pese a todo eso, el niño de piel tan blanca como la porcelana era todo un guerrero, con una cicatriz horrorosa que cruzaba desde su ojo derecho hasta el final de su barbilla.
La mirada de cada Lord fue por sólo un instante llenada de condescendencia antes de que viraran sus rostros hasta el joven Hozuki, que como guardián del Lord del Norte y de cada habitante, se levantó de la dura silla tallada en piedra y miró fijamente los ojos de Yagura, intentando no mostrar en sus facciones la curiosidad o escalofríos que le daba el niño.
—Mi joven señor —hizo una leve pausa intentando tomar valor para seguir mirando al chico—, las antiguas leyes nórdicas tienen prohibido a cualquier mujer de las tierras bajas poner un solo pie en estos territorios y su entrada en ellos será bajo su propio riesgo. Las temperaturas de las altas tierras son peligrosas para ellas, que nada está acostumbradas a los veranos fríos y a los inviernos congelados, cediendo ante la muerte con tan sólo un soplido de los vientos —el Hozuki se sintió tonto al recitar tal entonación, pero era su deber como guardián hacerlo, pese a lo absurdo de las palabras.
Karin, arrodillada tras la imponente silla de su Lord, parpadeó sorprendida. No pudo evitar levantar un poco su cabeza y buscar con la mirada al poseedor de hermosos ojos violáceos, sólo encontrando algunas hebras platinadas de su cabello, que ondulaban alrededor de su cabeza. "Pero…yo soy de las tierras bajas del sur, ¿Por qué se me permitió estar aquí?", el pensamiento se abrió paso en su cabeza y la idea no se alejaría de su mente en toda su futura estadía en las tierras altas.
Yagura parpadeó tan sorprendido como Karin ante aquellas palabras y luego de un momento de silencio, una risita casi inocente llenó el lugar y el joven Lord no pudo evitar reir ante aquella ley tan estúpida. Viró su cuerpo lentamente hacía la dirección del Lord del Norte y con una sonrisa aún burlona en sus labios, dijo:
—Mi señor Uchiha, Lord del Norte, ante su unión con la princesa le regalaré siete pieles de oso polar y las más exquisitas mantas tejidas que encuentre, pues estoy a favor del tratado de paz —y después de aquello, se reclinó contra su asiento y cerrando los ojos, dejó que su respiración se acompasara poco a poco.
Un silencio casi sepulcral se apoderó de la sala de reuniones y las miradas incrédulas no se hicieron esperar. El joven Lord Yagura, poseedor único de osos polares en el norte que usaba como caballo, había cedido a matar a sus bestias poderosas por una unión aún no decidida. Ante eso, el joven que había tomado la palabra antes, sonrió ladino e hizo un gesto de admiración a aquel niño.
Pero eso no fue lo más increíble que hizo aquel pequeño, que después de unos segundos, dejó que un ronquido llenara la sala.
—Se-se…Se ha quedado, ¿Dormido? —el asombro de verlo así hizo que el Hozuki demostrara su sorpresa, dejando de lado cualquier protocolo que debiese seguir.
Un leve tirón se hizo presente en una de las comisuras de los labios del Lord del Norte. Sasuke no estaba sorprendido, conocía desde hacía años al niño, altanero, divertido y sarcástico, con una sinceridad impasible que dejaba a cualquiera sin palabras, pues nunca se contenía y siempre hablaba con la verdad, aunque fuese con las más burdas palabras. Desde su juventud, cuando conoció al mocoso, quedó sorprendido, pues siendo sólo un infante de nueve años se había presentado ante su hermano mayor, hablando con una diplomacia y vocabulario de un adulto experimentado en política. Se presentó ante ellos como primogénito y sucesor del Lord de las fronteras del norte con las fronteras del país del Mar y dijo ser quien los atendería en su incursión a tal lugar, pues el Lord en ese momento tenía una salud delicada que le impedía salir de su tienda.
Desde entonces, había comenzado a liderar a su clan, con una amabilidad que sorprendía ya que ante esa actitud cualquiera podría haberse aprovechado de él. Sin embargo, eso era sólo una fachada, pues el niño era conocido como un carnicero vil, quien mataba sin piedad alguna a todo aquel que se atrevía a meterse con su gente, practicando barbáricos y desagradables rituales antiguos.
El chico que había empezado con eso, sólo negó levemente con la cabeza y miró de nuevo a sus compañeros.
—Yo también estoy a favor del tratado —declaró con sutileza, logrando que los demás asintieran.
Un hombre, con una barba blanca tan larga que se enredaba sobre su brazo se levantó.
—Yo acepto, sólo espero que cubra muy bien con las mantas a su futura mujer. Según tengo entendido, a las damas del centro del país les encanta estar ligera de ropas —y después de aquella burla de parte del hombre, los demás en la habitación comenzaron a aceptar, algunos con reticencia y otros de buen agrado.
Todos, excepto una mujer alta, de piel tan clara que las venas de su rostro eran visibles.
Lady Kaguya frunció ligeramente el ceño al ver como cada cabeza asentía y como el protector del líder del norte sacaba un pergamino bien enrollado. El futuro tratado comenzó a leerse en voz alta por el chico, recibiendo exclamaciones de aceptación.
La mujer gruño, enfadada por la aceptación de todos en aquel lugar. No pudo evitar llevar sus extraños ojos plateados que casi parecían blancos hasta el lord del norte, quien no opuso resistencia alguna por su futura boda. La furia se apoderó de ella por un momento efímero, pero tan destructor que las palabras no pudieron quedarse dentro de su garganta.
—Esto me parece una tontería, Lord Uchiha. Se tiene estrictamente prohibido la entrada de esas mujeres a las tierras altas, ¿Cómo espera que una viva aquí y siendo consorte de la cabecilla de todos nosotros? Es absurdo —la forma grosera en que lo dijo hizo que una de las cejas del Uchiha se levantara peligrosamente y que los demás llevaran su vista de forma casi resignada a ella.
Yagura, sentado del lado contrario a Lady Kaguya, abrió lentamente sus ojos, posando su mirada brillante en la mujer; una de las esquinas de sus labios cayó un poco, logrando hacer una leve mueca de fastidio. Enderezó su postura, acomodó uno de sus codos en su pierna izquierda y dejó que su puño cerrado recibiera el peso de su cabeza ladeada.
—Lady Kaguya, es un placer verla, creí que no había asistido —susurró perezosamente el niño—. Como se tardó tanto en quejarse, supuse que era una estatua.
Los ojos de la mujer se ensancharon un momento antes de que sus gestos cambiaran a enojo y volteara su cabeza para otro lado, logrando de esa forma no ver al joven Lord.
Sasuke sonrió ante eso. Tan extraño como incómodo en el lugar, el Lord del Norte hizo algo completamente inesperado; se levantó de su asiento y caminó hasta estar en medio de la habitación. El tartán que llevaba alrededor de su cadera rozaba levente el suelo, logrando que el sonido que producía llamara la atención de la Lady.
—No es ningún placer mío llevar a cabo la unión. Mis deseos eran tomar una esposa del norte en cinco años, cuando fuera un poco mayor, para tener la responsabilidad de tener una mujer y cuidar de ella como cualquiera aquí. Sin embargo, me casaré con esta chica, bien sea por la recompensa que nos traerá esta unión —Lord Uchiha hizo una pausa, esperando que todos entendieran—. Estoy aceptando la paz y estoy quebrantando una ley por el bien común, así que las cosas se harán como se ha dicho.
Y después de eso, el Uchiha hizo su camino hacia una enorme puerta de madera que resaltaba por tener en ella dos cuencos de plata donde ardía el fuego. Un par de hombres altos y vestidos de blanco estaban a cada lado de ella y cuando el Lord se acercó, jalaron cada uno una cadena larga y pesada, dejando que las puertas se abrieran lentamente hasta permitirle el paso sólo a una persona.
Cuando el Lord del Norte se marchó, los demás llevaron sus ojos hacía Suigetsu, quien enseguida retrocedió un paso y tragó saliva. La salida dramática de su líder lo desconcertó como a los demás, pero al estar rodeado de tantos lores y todos con su mirada puesta en él, lo hizo sentirse helado, con un frío escalofriante en su columna. Siempre era el Lord quien decía la última palabra y con un gesto de su mano daba por concluida la reunión, no debía salir sin más después de hablar.
—Y bien, joven Hozuki —el nombrado dio un pequeño respingo al escuchar la voz del anciano Kodak, Lord de los salvajes— ¿Qué ha significado eso?
El Lord Kodak era, sin duda alguna, algo impresionante de ver. Un hombre que sólo vestía unos pantalones de cuero y unas botas de cuero, con su pecho al descubierto, mostrando todas las cicatrices que tenía. Su pueblo jamás tenía un lugar fijo, si no que estaba en constante movimiento, lo que lo metía, por lo tanto, en constantes problemas y creaba muchas batallas. Como cualquier clan del norte, eran guerreros dados a la matanza sin sentido y sin tregua. Era difícil para un joven de diecinueve años no intimidarse ante su figura esbelta y su largo cabello trenzado, mucho menos a lo duro de sus gestos, marcados por su edad.
El Hozuki carraspeó un poco, intentando tomar valor.
—La reunión ha acabado, el Lord del Norte, Uchiha Sasuke, ha dado su última palabra —se detuvo un poco y agarrando aire intento finalizar todo—. Y en ella da por hecho que la ceremonia de unión entre clanes se dará.
