Disclaimer: TokyoGhoul o TokyoKushu y sus personajes son propiedad de Ishuida Sui.

Advertencias: Gore, tragedia, insinuación de temas sexuales y demencia

*Los diseños oficiales de mis "OC's" serán publicados en DeviantArt conforme crezca la historia

*Probablemente haya una adaptación al inglés en el futuro o a la par de cada actualización.

Bienvenidos.

WENDIGO

Noche de Verano

1

Era una noche de lluvia a cántaros. El aire estaba un poco –quizá demasiado- frío como para ser una joven noche de verano. Sopló una brisa. Oyó un tenue, muy tenue suspiro.

Quería que supiera que estaba allí, en la esquina del edificio de tres pisos a sus espaldas.

El casi esperado anfitrión de la escena.

-Ella no es humana; lo sabes, ¿verdad? La "chica de tu escuela".

El chico no emitió respuesta verbal, o física. No hubo respuesta alguna.

El suspiro de las brisas era demasiado frío como para que sean de verano.

Ambas presencias dolían.

-Señor investigador, debería guardar cuidado- Entrecerró los ojos al volver a oír la voz del viento nocturno. Si se concentraba, podía oír que las palabras se reproducían escapando de unos labios ligeramente –oh, tan ligeramente, curveados. Y allí, la leve risa semi-rota:

-¿Aunque no morirás, cierto? Me dejarías tan sola.

La fragancia era mortal. Volteó en el acto, queriendo descubrir al intruso eterno de sus varias noches; de las muchas que vendrían, de las eternas.

Y, entonces, cuando sus cabellos desafiaron el curso del aire, cuando volaban alrededor de su rostro y sus ojos se pudieron enfocar en la esquina del edificio en frente, ella ya no estaba.

Desvanecidos yacían los vocablos que parecían en ese momento ser psicosis esquizofrénica.

-Doll

Retomó su camino. Su figura padeció entre la oscuridad y las luces.

2

Bajaba a poca prisa por las escaleras del puente peatonal más grande y concurrido del décimo distrito de Tokio cuando se terminó de desprender el botón de su abrigo y cayó al suelo. Su sonido fue casi mudo, quizá inexistente, pero sus oídos no eran humanos y no puedo evitar notar el click que hizo al momento exacto de pegar contra el metal de los peldaños. Sus ojos lo hallaron de inmediato, porque tampoco lo eran. Y una mano, una que no era suya, rápidamente ya se lo alcanzaba. El chico –rubio y quizá un poco más joven que ella- le extendía el brazo y ella podía sentir cómo la escudriñaba desde detrás de sus gafas oscuras, como diciéndole, sin verbos: "sé qué eres, colega".

"¿Presa/depredador o depredador/presa?" La relación nunca era aparente para el resto y los otros.

Ella, desde sus adentros, sabía que nunca podía ser víctima.

Porque una vez verdugo, una vez impuro y pecador, la caída de uno ya no es acto de un victimario:Es justicia divina.

-Gracias- Tomó el botón, casi sin mirarlo, casi sin despegar sus ojos de los lentes oscuros de las gafas redondas –Qué amable.

-De nada.

El tipo siguió camino arriba y ella continuó descendiendo, un poco divertida. Pensó en tomar el metro interdistrital para evitar llegar muy tarde a "casa", ya que el vecindario del tercer distrito al que iba no estaba tan cerca y se sentía poco inspirada y cansada como para acelerar demasiado su paso tranquilo.

En unos minutos ya estaba en la estación de su actual vecindario. Echó un vistazo al reloj-pulsera robado en su muñeca derecha antes de bajar del transporte. 10:02 de la noche, dictaba, entre pasos un poco famélicos.

Quería dormir porque no había dormido en dos días y porque quería dejar de ver el recuerdo de las caras que se asomaban de vez en vez.

Caminó, así, por un quinto de hora. El camino inusualmente tranquilo acabó en su entrada favorita a la fábrica abandonada que usaba como guarida. Saltó la valla de fibras de metal tejidas y se dirigió a la sala de maquinarias. Subió al que solía ser el piso de control y prendió la luz. El delgado colchón de espuma y la frazada, la botella de agua y el saco con dos o tres prendas seguían todos en su lugar, imperturbados.

La mayor parte de su ropa fue abandonada por su cuerpo o viceversa. La imperceptible corriente de aire la abrazó con fresca intención.

Era una noche demasiado fría como para ser una noche de verano.

Bajo la manta, vio el rostro de él una última vez por ese día.

Y, tras desvanecerse esa primera hermosa cara de aquella noche, saltaron las decenas de caras de sus pesadillas en la cruda vigilia pues, estando dormida, no podía pelear en su contra.

"La aguja se inserta en la membrana mucosa. La represión es el resultado. Luego le inyectan la anestesia general y no moverá ni un músculo -recuerden, el doble de la dosis que se usa con humanos. La abren desde aquí hasta aquí. Ya saben lo que hacen luego".

Era ese idioma que había aprendido a entender en 7 años de constante parloteo brutal y meticuloso. Sonaba fuerte, fuerte, fuerte, fuerte, ¡fuerte! en su cabeza.

El sonido metálico retumbaba en sus oídos como un taladro directo hacia el tímpano.

Los huesos del padre craquearon al romperse. El añillo en su dedo brillaba dorado y su sangre –el viejo carmesí apestoso, bañaba el enigma de sus ojos. Y el hombre se acercaba con la ampolleta y el gesto serio e inmutable. Y llagaba la noche, el día, la noche, el día. Dos mil quinientos cincuenta y cinco soles, un millón de lunas. Los gritos se chorreaban en las paredes de vidrio, frías y muertas.

El carmesí era ya vermilio y luego borgoña oscuro. Abría y cerraba los ojos, decía incoherencias, sumaba y restaba números tan incomprensibles como incoherentes.

No digas su nombre...

-Nunca digas el nombre. Es secreto; lo matan, lo matan.

Blanco, marrón, azul, cenizos. Todos los tonos daban vueltas, las luces ardían y las voces de esos hombres le provocaban un hueco en el estómago. Un monstruo como ella, de matices tostados, entraba a su pieza de cristal. Su sangre, aunque pestilente, olía bien. Brotaba sin parar y ya no podía soportar el ardor en sus vientres.

-No he comido en días; muchos, muchos días.

En minutos los labios ensangrentados osaban una sonrisa repugnada.

Sabía mal, pero ya comenzaba a hacerse usanza. A darle bienvenida, a abrazarlo, a aferrarse, a gustarle.

Junto con los terremotos en su cuerpo.

Gritó.

-¡Ah!

Ya despierta sintió el tenue frío helar el húmedo sudor sobre su piel de alabastro. El tacto hiper-sensible apreció las fibras empolvadas de la cama improvisada; los oídos, el mecerse de los cables y cadenas de acero en algún ambiente de la factoría; los ojos, los ojos de él en algún callejón oscuro del distrito trece.

-Ojalá terminara de volverme loca.

La noche apenas comenzaba.

3

La reconoció al instante: Era la chica del botón en el puente.

Desde que la vio supo que pronto –sí, antes temprano que tarde- se la volvería a encontrar.

Dos semanas que se sentían enervantemente cortas.

-Buenas noches, nee-san. Nos volvemos a encontrar.

Ella, azul de pies a cabeza, se limitó a mirarlo seria, lúgubre en sus capas, sin intención de moverse. Su flequillo entre cubría sus ojos y la mala luz del farol des-revelaba los divinos detalles, pero él lograba inmiscuirse y notar el brillo que escapaba desde sus cabellos castaños revueltos.

El brillo ese, ese de estar lista para atacar en cualquier momento.

Y no era para menos, pensó. Andar fisgoneando en territorio ajeno podía en el distrito cuarto costarle un brazo y una pierna, con suerte, si es que no las cuatro extremidades. Más aún habiendo matado y medio canibalizado a unos de sus subordinados.

Su cabeza le pareció un precio justo. Ojo por ojo y diente por diente.

¿Qué tan bien sabrían sus globos oculares en su paladar? ¿Seguirían brillando en la des-órbita moribunda?

-Verás que nos has ocasionado un problema. Hiro-kun, tu cena, era mi subordinado ¿Comprendes, nee-san?

Caminó dos pasos hacia ella, manos en los bolsillos. "Nee-san" las siguió atenta antes de volver los ojos a los suyos, kakugan activos. No sintió en ellos ni miedo ni vacilación. Una prepotencia divertida le recorrió, como una satírica comezón, el cuello bajo su chaqueta.

Con un salto llegó hasta ella, arremetiendo con el puño.

Había que divertirse, golpear la presa un poco, poner la carnemás… blanda.

Sus funciones visuales apenas la habían registrado dar un salto cruelmente preciso hacia atrás para esquivarlo antes del ansiado impacto cuando sus oídos escucharon un suspiro de molestia. Sus abrumados sentidos lo procesaban todo. A ella en el frente y a los murmullos y apuestas y quedadas ovaciones de sus camaradas a la distancia. Descendió al caos de toda premura.

"El señor Uta va a batirse a duelo", "Seguro ganará"

Su cabello era mecido por sus vientos extraños, cálidamente fríos frente a él.

-Qué altruismo el tuyo ¿Vengar a un subordinado? ¿Ese romanticismo no está ya pasado de moda? Señor, no me apetece pelear y usted comprenderá.

"¿Está retando al señor Uta?", "Esa niña va a morir", "Tiene buena pinta ¿Creen que el líder comparta un poco de su carne cuando termine con ella?"

Las voces, todas, danzaban: Las de ellos, sus ghouls; las de la chica, quietas, malditas.

Ella estaba rodeada de voces ocultas que permanecerían mudas por la eternidad.

Sonrió tan solo un poco.

-Soy el jefe del cuarto distrito y lo que les pase a sus ghouls es mi asunto, quiera o no. No vamos a dejar a un extraño jugar en sitio ajeno… menos andarse comiendo a los nuestros.

-¿Jefe de distrito? – La pausa en su pensar se reflejó en el escudriño de sus órbitas hacia las suyas. Era de esas pausas que rebuscan en la memoria, en la posibilidad incontable del olvido, pudo notarlo –Así funciona, ¿no? Ahora entiendo.

"La hermanita de allá quiere morir", "Líder, arránquele la cabeza; ¡el cráneo de la vértebra!", "Vamos, señor, ¡queremos verle!"

-No tenía intención de alterar nada aquí. Lamento las molestias, pero tengo que irme- Afirmó, serena, despacio.

-Muy tarde.

Inició con otro golpe que volvió a esquivar y él determinó la ofensiva tantas veces como ella se escabullía. Era demasiado rápida, incluso sin la intención de tomárselo en serio.

Siguieron con los golpes/esquivos, golpes/esquivos, golpes/esquivos. No logró rozarla.

¿Quién era esa chica?

Se las ingenió para acorralarla contra el final de uno de los muchos callejones de mala muerte del distrito. La iba a golpear al fin. El estómago, el estómago sería. Su puño ya viajaba, ya lograba sentir el mal sabor de sus tripas entre su paladar curioso.

Llegaba, ya llegaba.

Pero su cuerpo llegó al piso primero, expulsado por el proyectil de una patada de profecía inhumana, costillas rotas.

-¿Qué?-

No lograba entenderlo.

-¿Quieres tanto pelear? Bien, Uta-san. Creo que ahora sí tenemos un problema.

Corrió hacia él armada de otro puntapié. Su espalda impacto fuerte contra una pared. Dolió, pero no desaprovechó el tiempo para ubicarse en mejor terreno y ganar buen impulso. El nuevo objetivo era el brazo: Un tajo limpio, rápido y certero que la inmovilizara aunque fuere por segundos. Su mano derecha, ya en frente, la atacó sin tiempo de espera.

Ella pareció casi no moverse, casi ni temblar. La excepción fue el brazo del objetivo, que hizo un movimiento insólito cuando la impactó.

Tenía que llover sangre.

Pero nunca pensó que sería la suya propia.

En la mano que extendía el brazo alcanzado chispeaba una porción de carne turbia en un charquito de sangre. La estaba oliendo; la lamió. Sus dientes crujieron con el primer mordisco y la carne siendo molida. Sus labios, pintados entonces con el labial más deslumbrante de todos, se movían con fuego lento.

-Sabes asqueroso.

Uta miró su brazo y notó que goteaba rojo. El agujero deforme se marcaba con el desgarro asimétrico de cinco uñas negras. Logró entonces levantar la vista para observarle la cara, tan entrometidamente cerca; para observar más de cerca…

…la peor pesadilla.

-¿Qué tal si me convidas de tu brazo entero?

La luna brilló y brilló blanco desde lo alto.