Abro los ojos en la oscuridad de mi habitación, intentando situarme durante unos momentos. Acabo de entender al cabo de unos instantes por qué he dormido tan mal esta noche: hoy es el día de la Cosecha.
Claramente, no me preocupa. En la Academia se han encargado de alimentarme bien y entrenarme para ser letal, para traer orgullo y honor a mi distrito, como es propio de los del 2. Tengo dieciséis años y voy a ser el tributo de este año. Todos mis tutores en la academia coinciden en que soy lo bastante buena para competir contra Cato, y, teniendo en cuenta que estoy hecha para esto, sólo me queda obedecer.
Consigo incorporarme y veo un vestido perfectamente doblado en mi silla. Mamá me lo ha comprado especialmente para hoy, obviamente tengo que estar radiante para todas las cámaras de Panem. Ahora mismo, soy el orgullo de mi familia y la envidia de las chicas del distrito. No sé si es porque soy la elegida para este año o porque iré con Cato al Capitolio.
En cualquier caso, poco me importa. Es el sonido de los pasos de mi hermana Iris lo que me hace levantarme. No sé qué hora será, pero por la luz calculo que deben ser las siete de la mañana, como muy tarde.
Desde el marco de la puerta puedo oler el café recién hecho y oír cómo mi madre abre botes de mermelada nuevecitos. Ni siquiera tengo hambre: sólo una constante presión en el fondo del estómago. Aún así, me obligo a comer, lo necesitaré. Llego a la cocina, donde mi madre me recibe con una sonrisa radiante y un "Buenos días", no presto mucha atención. En parte porque estoy dormida todavía, y en parte porque tengo la cabeza muy lejos del desayuno.
Por alguna extraña razón, es Cato el que ocupa mis pensamientos. Me ha dicho cientos de veces que no me presente voluntaria, y que, si lo hago, que espere un año o dos. Estoy realmente confusa, todo el Distrito espera que yo sea la que grite un rotundo "sí" cuando pregunten si hay voluntarios. Siempre me quedará saber que tengo sustitutas a puñados, por si me acobardo en el último momento, pero no puedo hacerlo. Sería una deshonra para mí y para mi familia. Sigo manteniendo la remota esperanza de que Cato no lo haga. Hay otro chico, un tal Black que también es bastante bueno. Se detestan, cosa que me parece contraproducente, pero a ver quién es el listo que se lo hace ver a Cato. De él sólo recuerdo que intentó algo conmigo hace un par de años, pero nunca llegamos a nada. Quizás sea él mi compañero en estos Juegos, y no me importaría. Prefiero mil veces ver morir a Black.
Consigo a duras penas terminar el desayuno, que parecía no querer deslizarse por mi garganta sin parecer papel de lija, y me levanto para subir a vestirme. Ha pasado una hora, son las ocho y faltan cuatro horas para la Cosecha.
Llego a mi cuarto y cierro la puerta, con las ideas sobre Cato y Black rondándome la cabeza todavía. Me acerco al espejo con el vestido puesto sobre la ropa, es de un azul tirando a oscuro. Algo sencillo, pero bonito. Me alegra no ser como la chica del año pasado, cada vez que pienso en su atuendo me entran arcadas. Demasiado elegante para entrar a una arena, pero terminó muerta, como era de esperar. La suerte no estaba de su parte, precisamente.
Tiro mi pijama sobre la cama y me pongo el vestido. No me queda tan mal, para mi sorpresa, y me encuentro a mí misma mirándome con curiosidad. No estoy acostumbrada a verme tan femenina, teniendo en cuenta que me he pasado los últimos diez años de mi vida entrenándome para ser una máquina de matar. Normalmente uso ropa deportiva, o, como mucho, pantalones cortos para ir más cómoda.
Miro bajo la cama y encuentro unas sandalias con tacón que, seguramente, también me habrá comprado mamá para hoy. Me las pongo y me vuelvo a mirar en el espejo. En ese momento, me doy cuenta de que mis padres sabían que yo sería profesional. Sabían que yo iría a la arena. ¿Por qué si no me llevarían a practicar la caza? ¿Por qué si no mamá me enseñaría a andar con tacones y fingir sonrisas si no es para encandilar a medio Panem desde el sofá de la entrevista con Caesar?
Realmente, no sé cómo sentirme al respecto. Por suerte, Iris, mi hermana, interrumpe mis pensamientos con el sonido del picaporte abriendo la puerta. La miro a través del reflejo y me doy cuenta de lo preciosa que es. Rubia como el sol, como papá, y con una cara que refleja dulzura por todas partes. ¿Por qué me doy cuenta ahora? Quizás porque mi vida pueda terminar en esta arena, aunque sería bastante raro.
Pero debo volver. Por ella. Me da igual el honor en estos momentos. Sólo quiero volver a casa y poder verla, incluso con esa expresión que tiene ahora mismo. Es algo así como tristeza, admiración y sorpresa. Nunca le ha gustado la idea de que yo vaya a los Juegos y, de hecho, lleva días sin hablarme por esa misma razón. Me alegra que haya recapacitado y venga a pasar un rato conmigo. Sonrío al ver salir un "hala" de sus labios y me doy la vuelta, extendiendo los brazos, esperando a que venga hacia ellos y me compense todos estos días de castigo. Iris lo hace y la estrecho todo lo fuerte que puedo, pero tengo miedo de romperla. Parece tan frágil, pequeña e inocente…
— Estás preciosa – me dice ella con la voz ahogada.
— Tú eres preciosa – le respondo con sinceridad.
Me mira a los ojos con ese ámbar tan característico que tienen y sé que está deseando preguntarme otra vez lo mismo. Esa sombra de tristeza es inconfundible. Quiere gritarme que soy idiota por ir a una muerte casi segura, quiere gritarme que no soportará verme matando a niños inocentes como ella, como yo…
Esto último me hace un sólido nudo en la garganta y tengo ganas de gritar, tirarlo todo y llorar. Pero no lo hago. Nunca lloro. Eso es de débiles, o al menos eso me han dicho desde que tengo memoria. Al menos Iris tiene el detalle de no preguntarme, cosa que agradezco muchísimo. Nos sentamos en mi cama y le pido que me hable del colegio. Ella tiene suerte: nunca será tributo. En nuestro Distrito, o eres profesional o estudias para alguna profesión. Sus notas son brillantes y estoy muy orgullosa de ella. Aún no sabe lo que quiere ser, pero yo la sigo escuchando ensimismada hablar de todos sus compañeros y sus asignaturas favoritas. Pero ella es demasiado lista: sabe que no le estoy prestando toda la atención que se merece porque tengo la cabeza embotada ahora mismo. Ella deja escapar una risita y parece saber qué tiene que decir exactamente para que todos mis sentidos se activen.
— He hablado con Cato... - y, de pronto, parece que el constante zumbido que me lleva taladrando la cabeza desde hace horas decide desaparecer.
— ¿Qué? - la miro, incrédula. Esta niña parece saber cosas que ni siquiera yo sé.
— Ha sido cuando te estabas cambiando, dice que quiere verte - dice Iris con un especial canturreo en las últimas dos palabras que me saca de quicio.
— ¿Te ha dicho dónde está? - pregunto, intentando no prestar atención a esa sonrisilla que tiene puesta en la cara.
— No, sólo me ha dicho que tú ya sabrías a dónde ir. Luego se ha marchado - dice ella, levantándose de un salto y yendo hacia la puerta.
— ¿A dónde vas?
— A dejarte sola para que te puedas cambiar - la miro, sin comprender-. Sé que estás deseando ir a verle.
Cierra la puerta y la oigo alejarse por el pasillo. Me fastidia reconocer que tiene razón, que la boca de mi estómago burbujea, pidiéndome a gritos mudos que salga de estas cuatro paredes. Así que me quito el vestido y me pongo mi acostumbrada ropa normal en un abrir y cerrar de ojos, disponiéndome a salir. Bajo las escaleras como una exhalación, antes de que mis padres puedan preguntarse a dónde voy, y no es hasta que piso fuera de casa que empiezo a sentirme mejor.
"Sólo me ha dicho que tú ya sabrías a dónde ir". Las palabras de Iris rondan mis pensamientos mientras pienso en el dichoso lugar. Creo que sé perfectamente cuál es, y dónde está, pero conociendo a Cato, cualquiera sabe qué estará tramando. Me dirijo, ahora más rápido, hacia un viejo y gran árbol apartado del resto de lugares del Distrito.
Tardo unos cinco minutos como mucho, y ahí está él. Sentado en el césped, apoyado en el tronco y con los ojos cerrados. Me acerco sigilosamente, cosa que no me resulta difícil gracias al mullido y escarlata césped. Me dejo caer a su lado y apoyo la espalda en el árbol, como tantas otras veces he hecho. Cato me dedica una sonrisa y un "hola", no parece haberse molestado por el hecho de haberlo sacado de su sopor.
— Mi hermana me ha dicho que querías verme, ¿estabas aquí esperando mucho rato o se lo ha inventado? – pregunto, distraída, mientras me dedico a romper hojitas caídas.
— No, tenía razón – ríe y le miro, fijándome por primera vez en su aspecto.
Lleva una camisa blanca, que con el sol le da más luz a la cara, resaltando esos ojos tan azules que tiene y por los que medio distrito suspira. También lleva unos vaqueros normales, supongo que ha sido lo bastante inteligente como para no traer la ropa de la Cosecha ahora. Aparto la vista, avergonzada, y en mi mente resuena sólo una pregunta "¿Qué haces pensando en estas cosas ahora, idiota?"
— ¿Para qué?
— Necesitaba hablar contigo y despejarme un poco antes de la Cosecha – sé qué me va a preguntar, pero continúo callada-. No sé qué hacer, quizás debería dejar que Black ocupase mi puesto como tributo – clavo la vista en el suelo-. ¿Y tú, qué vas a hacer? – sé que me está mirando.
— Yo… yo también estoy algo perdida. Supongo que este es mi momento, ¿no? Llevo toda mi vida entrenándome para esto, y nuestros tutores creen que estoy preparada. No sé hacer otra cosa.
— No tienes por qué hacerlo. Aún te quedan dos años, en el caso de que quieras ser tributo.
— ¿Y qué más da? Dentro de un año o dos estaré igual que estoy ahora. Soy la única que realmente tiene alguna posibilidad esta arena, Cato. ¿Y sabes por qué? – por fin me atrevo a mirarle directamente a los ojos – Por ti. Eres demasiado bueno, y los tutores creen que sólo yo podría intentar estar a tu altura.
— Clove… - empieza él, pero no le dejo seguir.
— Es obvio que me han mentido, claro – vuelvo a mirar hacia el suelo- . Para convencerme, supongo. Es porque este año todas las chicas tienen las hormonas revueltas, es bastante exasperante – Cato suelta una risita -. ¿Qué? Podría acuchillar a Black cincuenta veces antes de que consiguiese rozarme con su falcata. Tú eres demasiado rápido. No es que me guste la idea, pero…
— Clove – dice Cato, serio-. Escucha y mírame – hay algo en su voz que me hace levantar la vista y encontrarme de golpe con sus ojos, taladrando los míos-. Claro que eres lo bastante buena, no seas estúpida. Ambos sabemos que con tu puntería debería huir de Panem cada vez que discutimos.
— Como digas, pero… - sus palabras me han afectado más de lo que deberían y sé que en estos momentos un maldito rubor cubre mis mejillas- Creo que este año seré yo quien aparezca en todos los televisores de Panem.
— No.
Y eso es todo lo que se limita a decir. Un seco y cortante "no" que me deja callada unos instantes. Detesto este tipo de pausas, donde el aire se vuelve sólido y te aplasta los hombros. Un zumbido no me deja pensar. ¿Cómo que no?
— ¿Qué? – ni siquiera me está mirando, ha apartado la vista y parece observar las montañas que nos rodean.
— Que no – la rabia empieza a llenar hasta la última de mis células.
— No necesito que me cuides, ¿sabes? ¿Qué importa todo esto?
— Sé que eres lo bastante independiente, pero Clove, por favor… - hay un tono de súplica en su voz que me hiela la sangre y me aterroriza, no sé por qué. Quizás porque estoy acostumbrada a que su voz suene amenazante y potente, no así- No lo hagas. Por favor.
Me levanto de un salto, indignada y furiosa. ¿Qué pasa? ¿No soy lo bastante buena? ¿Qué cree, que voy a morir en el baño de sangre o algo parecido? Claro, como siempre he sido la inútil y diminuta Clove para él, es lógico que no quiera que haga el ridículo en los Juegos. Estoy cansada de él y de su maldita prepotencia. ¿A quién tengo que acuchillar para que se dé cuenta de que ya no soy una cría temerosa de coger un arma?
— Así que es eso, ¿no? – digo con la voz temblando de furia- Tú también crees que no tendré posibilidades en los Juegos.
— ¡Pues claro que no es eso! – él también se levanta y quedamos cara a cara. Es muchísimo más alto que yo, pero no me importa. Sólo sé que quiero abofetearle.- ¿Por qué no te das cuenta, Clove? Maldita sea… - bufa, exasperado por mi actitud, supongo.
— ¿Entender qué, que nunca he sido lo bastante para nadie? ¿Que voy a los Juegos porque es lo único que sé hacer? ¿Que no importará si muero hoy, mañana o dentro de un año? – he escupido cada pregunta como si fuese veneno y ahora sólo puedo soltar un grito y esconder la cara entre las manos.
— Clove, por favor, no lo hagas – me agarra de los hombros y yo bajo la cabeza, avergonzada y frustrada por todo-. No puedes ir este año a los Juegos.
— ¿Por qué no? – murmuro con la voz ahogada por el nudo que tengo en la boca del estómago.
Me alza el mentón con suavidad con una sola mano, pone la otra en la parte baja de mi espalda. Con un movimiento lo bastante rápido como para que no me dé cuenta hasta que ya es tarde, me atrae hacia él con firmeza hasta que nuestros labios se juntan.
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