Un día lo supe. De la nada lo supe. Después de años lo supe. Lo miré a mi lado y no sentí nada más que un vacío. ¿Que había hecho con mi vida? ¿Era eso realmente lo que quería? No. No lo era.

Ese día le mentí diciendo que me sentía mal y no iría al trabajo. Tomé mis pertenencias, las empaqué.

Fui a mi trabajo y renuncié. Fui a la estación de camiones y compré un boleto a esa ciudad donde sabía que estaba la solución a ese vacío en mi interior. Tomé todas mis cosas y le dejé una nota que decía "Lamento que me haya tomado tanto tiempo para darme cuenta. Espero y seas feliz, descubrí que no lo soy. Gracias por todo."

Tomé el autobús y mandé el mensaje del que dependía la mayor parte de todo eso. Escribí "Estoy en la ciudad. Sé que probablemente me odias, pero, ¿podemos vernos?" mi estómago se revolvió. Estaba ansiosa. Pasó una hora y no obtenía respuesta. Justo antes de subirme al autobús sentí una punzada de cobardía. ¿Y si no quería verme? ¿Y si nada salía bien? Saqué esas ideas inmediatamente de mi cabeza y tomé el autobús.

Después de horas de viaje llegué a una ciudad a la que era completamente ajena. No tenía mucho dinero, no tenía familia, no tenía prácticamente nada con la excepción de ella.

Sentí mi teléfono vibrar dentro de mi bolso. Lo saqué y leí el mensaje. Era una ubicación y una hora. Así de simple. No un saludo, nada más. Directo al grano. Igual, mi corazón se aceleró. Si había accedido a verme significaba que de alguna manera mi nombre aún era relevante para ella.

La hora fijada era muy próxima. Así que decidí tomar un taxi y pedirle que me llevara a esa dirección con todo y mis maletas.

Me bajé del taxi y vi el local. Era un café. Se veía muy íntimo y cálido. Entré y tomé una mesa. Me acomodé y no pude evitar jugar con mis manos por el nerviosismo. Checaba la hora en una que otra ocasión. El tiempo avanzaba muy lento. Tenía un desastre en mi cabeza. Recuerdos de ella, de sus caricias, sus labios, sus brazos, recuerdos de mí lastimándola, dejando atrás nuestros planes por irme con alguien más. Alguien que había hecho que mi corazón sintiese cosas distintas. Cosas nuevas. Pero descubrí muy tarde que sentir cosas nuevas no es necesariamente la clave de la felicidad. Habían pasado ya 40 minutos y no aparecía. Supuse que no podía juzgarla. Después de todo el daño que le causé, de las mentiras que le dije, de destrozarla de la forma en la que lo hice, ella tenía todo el derecho del mundo de decidir no aparecer. Justo cuando levanté la mirada para llamar al mesero, la vi entrar al local. Se veía más hermosa de lo que recordaba. Más hermosa de lo que se veía en las fotos recientes que había visto de ella.

Llegó y se sentó. No pude levantarme a saludarla. Me quedé en shock. No supe que hacer.

Sonrió y se acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja.

"Disculpa, no tienes idea del tráfico que había".

"No pensé que vendrías" le interrumpí.

"No pensé que vendría" la sonrisa de su rostro se desvaneció. Nos quedamos en silencio. Tenía tantas cosas en mente que decirle cuando la viera después de tanto tiempo y todo se había ido. "Y ¿qué haces aquí?" rompió el silencio.

"Vine a verte" susurré nerviosamente. Pude ver la sorpresa en sus ojos. Supe que no había cambiado nada cuando soltó esa risa sarcástica que usaba como mecanismo de defensa para que yo no pudiese herirla. "Es en serio" me quejé.

"Y, ¿para que querías verme? ¿Qué dice tu esposo sobre esto?" entonces supe que no me había perdonado aún.

"Me vine sin avisarle. Ha estado llamándome, pero no pienso contestar"

"¿Por qué?" me interrumpió. No había dejado ese hábito tan de ella.

"Porque no... No funcionó lo nuestro"

"Estás casada. No puedes irte de la nada porque sí"

"Te extraño. No ha habido día en que no piense en ti. Pasé mucho tiempo sintiéndome incompleta. No quería aceptar que me equivoque. Si, tuve la aceptación de mis padres, tuve las cosas que pensé que quería pero me tienes de nuevo aquí. Te amo. Te sigo amando justo como lo hacía años atrás. Con la intensidad que me hizo besarte esa noche donde decidí confesarte mi amor"

Mis palabras habían llegado directo a su corazón. Lo sabía, su piel se había erizado.

"Un poco tarde, ¿no?"

"Fuiste tú quién me enseñó que nunca era tarde para ser feliz..."

"Fui yo también quién te dijo que no me volvieras a buscar"

"Y estoy aquí..." respiró profundamente y se mordió el labio.

"¿Tienes donde quedarte?" cambió la atmósfera en cuestión de segundos.

"No. Acabo de llegar hace un par de horas".

Sacó su cartera y pagó la cuenta. La miré confundida.

"Puedo pagar mi parte" intervine.

"Déjalo así. Vamos a mi casa para que descanses un poco. Tendremos tiempo para hablar después" mi corazón se aceleró. Seguía siendo la chica noble de la que una vez me enamoré... La que seguía teniendo mi corazón. Definitivamente, vivir una vida sin ella me había demostrado lo mucho que la quería en ella.