Wolas! O,esto es una idea...un tanto descabellada, en fin. Como sea, espero sus opiniones, pfas! Por supuesto, nada es mío, y todo es de la diosa JKRowling.


Amarrados

Prólogo

Estúpido Ron. Estúpida McGonagall. Y sobre todo y todas las cosas: estúpido Malfoy. Por su culpa ella tenía que ir hacia las mazmorras de Pociones, avanzar en medio de una clase entera un año mayor que ella y enfrentarse a un simpatiquísimo Snape para que le diera un castigo, que indudablemente involucraría a los amigos retretes. Todo, porque había llegado tarde a Transformaciones por la culpa de Malfoy, que había estado entreteniéndola con sus insultos habituales y repetitivos.

- Si será idiota- murmuró con rabia cuando se detuvo ante la puerta del aula. Suspiró.

Se regañó por haberle seguido el juego sin notar sus malintencionados propósitos desde un principio, aunque tuvo que admitir que era mucho más divertido y productivo enfrentar las ofensas de Malfoy que entrar a la clase donde se llevaría a cabo la lección de cómo convertir un pato en una almohada.

Aun desde allí se podía sentir el aroma putrefacto que se inhalaba adentro, colándose hábilmente por debajo de la puerta de madera gruesa y tosca. Armándose de valor, la empujó con desgana y resignación mientras una catarata de insultos impresionante se agolpaba en su cabeza, todos proyectados hacia el individuo rubio, y con la imagen de él retorciéndose de risa indudablemente por su castigo.

Adoptó la pose más digna que se le ocurrió para atravesar la jungla se calderos atrayendo varias miradas de extrañeza, con el rumbo fijo y directo hacia el profesor. De seguro, este estaría de un humor insoportable como era usual, y le quitaría un montón de puntos a Gryffindor, cosa que no haría con un alumno de Slytherin si hubiera llegado veinte minutos tarde.

Bastó que localizara a Snape junto al caldero de Malfoy para que su humor se volviera rematadamente agrio. Recordó que su hermano también estaba en aquella clase y lo animó mentalmente para que volteara un caldero con contenido de asquerosa procedencia sobre él. Sería su justo merecido por hacerle limpiar los baños por segunda semana consecutiva.

En el camino, observó que Ron le hacia señas con la cabeza para que se acercara a él, y desvió un poco el rumbo hacia su pupitre.

- ¿Qué haces aquí…? – inquirió sorprendido.

-Mi estupendo consejo de que le tires una poción repugnante a Malfoy sigue en pie, Ron.- comentó perezosamente cuando se detuvo a su lado sin mirarlo, por toda respuesta. Él al parecer captó enseguida y le obsequió una enorme sonrisa.

- Descuida, Gin. – ella se volteó y le miró desconcertada. -Le he puesto un ingrediente con resultados desastrosos a su poción. - Le contó riendo entre dientes con el dulce sabor de la venganza entre los labios. Se ganó una mirada altamente molesta de Hermione, seguido por un carraspeo reprobatorio.

- ¡Mira la cara de humillación que tiene! – agregó Harry con una sonrisa de oreja a oreja al notar a Malfoy tolerándose su orgullo masculino quebrado ante el desengaño que le provocaba el fracaso. Detrás de ellos, oía claramente a Hermione, disgustada, que murmuraba cosas acerca de lo vengativos que podían llegar a ser y la indignación que le suscitaba todo eso.

Ginny se despidió más animada ante descubrir el matiz desconocido de la vergüenza en Malfoy, aunque no esperaba que lo viera cohibido, él tenía demasiado carácter como para dejarse intimidar fácilmente. Lamentablemente se había perdido la bofetada en tercer curso, pero una función de ese tipo en primera fila era casi impagable.

Montando una fachada de total seguridad, avanzó por entre humos de diversos colores y de los más variados olores hasta Snape. Observó suspicazmente que reprochaba a Malfoy con la expresión de disgusto calada en su nariz aguileña, factiblemente por regañar a alguien de su Casa. Le lanzó una mirada rápida al pizarrón donde decía claramente que la poción debería tener un color violáceo y de textura poco espesa; al contrario de la del Slytherin que era de una tonalidad marrón verdoso y horrorosamente viscosa.

Se mordió la lengua para no echarle a reír histéricamente ante su estrepitoso fracaso. No ahora Ginny, contrólate.

Se paró junto a ellos esperando largamente que Snape le prestara atención. Entretanto, se entretuvo como principal y aparentemente única espectadora de la humillación de Draco, exceptuando dos furtivas miradas que se clavaban en ellos de vez en cuando luchando por controlar sus carcajadas.

-Señor Malfoy, déjeme decirle de la forma más sutil que este ha sido su mayor desastre en todos estos años.- definió Snape rotundamente mirando con mal disimulado asco el contenido del caldero, lo que provocó que Ginny se tapara la boca con la manga de su túnica conteniendo una sonrisa –Ni siquiera le alcanza para un inapreciable "aceptable", ni para una calificación mejor que dos en una escala de diez, es realmente horroroso.

A este punto, se atragantó haciendo colosales esfuerzos por no reírse en su cara. Aquello sería lo último, estaría obligada a pasar las navidades en Hogwarts en compañía de Filch y de la Señora Norris. Snape se volteó ligeramente ante el ruido y Ginny serenó el rostro como pudo.

-¿Se puede saber que está haciendo aquí, Weasley?- preguntó con sorna y entrecerrando los ojos, mientras dejaba a un Draco completamente enojado y abochornado detrás de él. También él la miró extrañado.

-La profesora McGonagall me ha enviado para que usted me castigue, Profesor Snape. –respondió ignorando la molesta mueca burlesca que ofrecía Draco dejando de forma repentina su enojo, llegando a ser provocativo, como para propinarle un certero golpe entre ambas cejas. – Por llegar tarde.

-Ah!- soltó Snape con tono mordaz. –Una semana más para limpiar retretes, supongo. A este paso, Weasley, el trabajo se Filch estará peligrando con su ayuda.- sonrió ante la satisfacción de castigar a alguien que no fuera de Slytherin. –Treinta puntos menos para Gryffindor. Ahora retírese inmediatamente y valla a concertar una agradable cita con los baños, Weasley.

Snape, aburrido, giró sobre sus talones y se dirigió hasta Neville, que al verlo se puso a temblar incontrolablemente derramando el líquido azulado que se rebalsaba del caldero. Su poción estaba igual o peor que la de Draco.

-Estarás contento, Malfoy.- comentó ásperamente cuando estuvo segura de que Snape no podría escucharla, cruzándose de brazos y mirándolo irritada.

-Como nunca, Weasley. – concedió él, arrastrando las palabras. – Me das pena. Si pudiera, haría algo para ayudarte y solidarizar con tu dolor.- dijo con fingida amabilidad y mal actuada tristeza. –Lástima que no quiero, ni se me da la gana.

- Como si quisiera tu ayuda. – replicó, tratando de sonar imperturbable pero sus ojos dependían llamas. – Supongo que debería agradecerte, acabas de arruinar lo que me queda de clases. Por suerte, estaré lejos de ti tres maravillosas semanas, Malfoy, sin ver tu horrible cara ni escuchar más tus tonterías por algunos días, que serán todo un paraíso.

- ¿Un paraíso? – preguntó él abriendo los ojos desmesuradamente - ¿Un paraíso en tu casa? Quiero decir, si se puede considerar aquello una 'casa'. Acabo de comprobar que tu salud mental no te permite distinguir un paraíso de un basurero. – apoyó los codos sobre la mesa con gesto cansino, sin dejar de clavar su mirada oscura en ella. – Me sorprende que puedas sobrellevar con tanta tranquilidad el hecho de que la magia existe, Weasley.

Ginny sintió sus orejas arder de ira. Abrió la boca para contestar con otro comentario corrosivo, pero él no la dejó.

- ¡Ah! Y quien debería estar contento soy yo, Weasley. – rebatió tamborileando los dedos sobre la mesa con pesadez. – Si fuera por mí, te hubiera castigado todas las vacaciones de Navidad, aunque eso implicaría ver tu cara, y eso sí sería horrible – hizo una mueca de exagerada repugnancia, lo que confirmó que se quedaría en el colegio y no iría donde su familia esos días libres. – Querida Ginny, me importaría poco si te arruinase las Navidades. Estaría radiante de felicidad - finalizó, burlón, entrelazando su manos serenamente detrás de su nuca.

-Creo que me consumiré en la más descomunal miseria, porque a ti no te importa lo que a mí me pasa. – se lamentó sarcásticamente y enarcando las cejas. - ¡Anda! Parece que quien necesita algo de ayuda eres tú con tus estupendas habilidades en Pociones. Se ve que eres un haz para este tipo de cosas, aquella poción luce espectacular, Malfoy, francamente.- contraatacó mirando su caldero con una sonrisita farsante.

-Ni pienses en burlarte de mí. – Dijo amenazadoramente cambiando la expresión y haciendo que su cabello ondease arrancando destellos plateados - Seguramente, a tu familia a duras penas les alcanza para costear los regalos para esta Navidad. Afortunadamente para ti, podrás ganar bastante con el trabajo de Filch, y así poder ayudarles. Aunque si tienes algo de suerte, yo podría darte trabajo como mi elfo doméstico personal, Weasley. Aunque no creo que calces en el molde, es muy elevado para ti.

-¿Tan pomposo es tu arsenal de insultos que tienes que recurrir a los de Snape? Nunca pensé que caerías tan bajo. – suspiró con pena, quitándose el pelo de los ojos. Sus sienes estaban palpitantes por tener la mandíbula tan apretada.

-¿Te importa acaso lo que yo haga o deje de hacer?- preguntó con curiosidad mientras observaba que Snape estaba lo bastante ocupado aterrorizando a Longbottom para prestarle unos segundos de atención a algo más.

– En absoluto, sólo compadezco a los pobres elfos. – chasqueó la lengua. - Nadie se merece un destino así, convivir todos los días contigo sería un suplicio demasiado grande para cualquiera. No me sorprendería que si tuviera que vivir contigo, terminases estéril o con la futura descendencia de los Malfoy corriendo serios riesgos – sonrió perversa ante su mueca de horror.

- Claro que si yo tuviera que vivir contigo Weasley, terminaría ahogándome en un pozo atormentado con el sólo hecho de intercambiar más de dos palabras contigo. – terció con superioridad – O bien, moriría por una enfermedad contagiosa, que por supuesto, tú serías el mayor foco infeccioso. Cosa que no me sorprendería con la peste inmunda que representa tu familia.

Ella no despegó los labios, porque seguramente de haberlo echo habría sido solo para insultarle de vuelta y estaba cansada del jueguito, y también porque los tenía tan fruncidos que le era difícil articular bien. Se tragó su fuerte temperamento y le lanzó una mirada de desprecio.

-Vamos, Weasley. Tu silencio me dice que te encantaría ser mi elfo domestico. – comentó con arrogancia, levantando su perfil y dejando notar sus rasgos aristocráticos. No iba a dejar caer su orgullo bajando su nivel al de Weasley, tomando en serio sus insultos.

- Sí, Malfoy. Tanto como a ti te gustaría convertirte en hurón otra vez – bufó acalorada, harta de tanta petulancia junta en sólo una persona. Él era la única persona que podía sacarla del canasto con tanta facilidad.

- Cuida lo que dices, y cuidadito con tu temperamento – amenazó en un susurro lleno de peligro y colmado de veneno – No querrás que estas sean tus últimas Navidades, Gin. Aunque tu familia estaría agradecida, tendrían una cabeza menos para alimentar.

-Me resbalan los insultos y todo lo que sale de la boca de gente estúpida, Malfoy. Y mucho más si vienen de tu sofocante persona. Me importa un rábano lo que tú pienses o hagas, aunque sinceramente, para la humanidad entera sería un alivio impagable que te ahogases en los inodoros.- caviló ella en tono reflexivo, mientras colocaba un dedo sobre su mentón. Le sorprendió su dureza y su tono serio que llegaba a intimidar un poco, y comenzó a especular seriamente si sería un mortífago. Si no hubiera estado en las mazmorras, los mas probable era que le hubiera abofetead o le hubiera dejado inconciente.

- Mira Weas...

-Piénsalo bien, Malfoy – continuó sin dejar tiempo para que replicara. Sabía que se estaba arriesgando con él, pero ya no podía soportarlo más. Tenía que vaciar su furia, y él era el principal blanco - No estarías solo. Myrttle te haría una adorable compañía, y estarían juntos por toda la eternidad. – dijo socarronamente, disfrutando de la coloración rojiza de ira que teñía sus mejillas contrastando con el color paliducho que estaba acostumbrada a ver en ellas.

- Claro, y tú te casarías con Peeves, Weasley. O mejor aún, con el gran héroe Potty.- susurró con molestia.

- ¡Pues sería mucho mejor que estar contigo! – le escupió irritada. Sus mejillas ardían ante la mención de Harry, y colocó sus manos en su cintura.

- Cualquiera daría su vida por pertenecer a la gran estirpe de familia Malfoy. Lástima que uno no puede elegir su linaje, como tú que tienes que vivir con tu mundana y nauseabunda familia. Apuesto que apenas si les alcanza para un plato de sopa¿Qué te regalarán, Weasley¿Un par de calcetines viejos? – siseó, con los ojos grises fulminándola.

- ¿Y a ti qué? – Inquirió roja de indignación - ¿Una encantadora marca en el antebrazo, Malfoy? Tal vez un pase gratis para enrolarte con los mortífagos, como lo hubiera querido tu honorable padre desde Azkaban – sugirió colmada hasta la coronilla y con las manos empuñadas, pálidas por la presión.

Los niveles de tolerancia de Malfoy estaban decayendo de forma insospechada. Ya estaba irremediablemente fuera de sus casillas. Weasley ya se había sobrepasado. Tenía que hacer algo, no se iba a quedar así como así, nadie le había tratado con tanto desdén antes. Se acercó hacia ella con pasmosa agilidad, encolerizado.

Entonces, sucedió.

Ron, que se había acercado cautelosamente hasta ellos porque Snape estaba hurgando en el armario de ingredientes, quiso empujar a Draco. Lamentablemente, no vio a tiempo que este había salido del campo donde sus manos daban alcance, y por ende, empujó el caldero que estaba sobre su mesa.

Sobre su hermana, y sobre Draco. Todo había ocurrido muy rápido.

En cámara lenta, vio el brebaje chorrear espesamente sobre los dos, y cómo la furia que se iba apoderando de ambos. Draco miró su túnica antes inmaculada ahora con una sustancia verdosa maloliente cubriéndola enteramente, sintiendo cómo su ira estaba alcanzando barreras estratosféricamente altas. Iba a sacar su varita cuando un aullido de Ginny a su lado, lo detuvo.

- ¡Mierda! – Rugió ella - ¡Cuando te dije que voltearás el maldito caldero era para que fuera sobre él¡No sobre mí, tarado!

En ese preciso momento comenzaron los problemas.