Antes de dejarlos comenzar con la lectura, me gustaría comentar; sobre la historia: está basada principalmente en el manga, después en SM Crystal y, en menor cantidad, en el anime de los 90's.
Del rating: No contiene material explícito, aunque aparecerán algunas escenas subidas de tono (creo).
De la realidad: los personajes de esta historia son de sus respectivos dueños (y yo no soy la dueña).
De algunos 'randomeos' varios: Agradeceré cualquier comentario, crítica constructiva y, por supuesto, su lectura; tal vez no agradezca de inmediato, pero lo haré –probablemente no antes o después de cada capítulo—. Personalmente siento que los agradecimientos y comentarios aurotales al principio del capítulo "cortan" la experiencia de lectura; espero perdonen ese egoísmo autoral mío. La imagen usada para ilustrar esta historia no es mía (la encontré en las profundidades de internet). Sí el dueño desea crédito o que la quite, sólo basta un mensajito –de preferencia cortés-.
Y, para terminar con mi blah, blah, blah autoral; sólo resta decir: ¡Espero les guste y disfruten la lectura!
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Bishoujo Senshi Sailor Scouts – Memorias de dos Reinos
Act. I
Vestido con las galas propias de su coronación, usando los mismos ornamentos que había dejado guardados hacía apenas un mes y usando la espada que denotaba su jerarquía, el príncipe Endymion enfrentaría su primer deber como Príncipe.
Investiría Caballeros.
De entre todos los súbditos que le eran cercanos, estos cuatro eran algo especial. No era sólo la fortaleza en ellos, la entereza en sus acciones y resoluciones o la pericia en los ejercicios militares; tampoco era por su constante servicio a la familia real. Estos cuatro hombres habían demostrado —en más de una ocasión— honor, dignidad, orgullo y liderazgo. Honor en su comportamiento. Dignidad en su persona. Orgullo en su deber. Liderazgo con el pueblo.
El Príncipe inspiró con fuerza justo antes de abrir la puerta que lo llevaría al trono. Esos cuatro hombres eran, todos, mayores que él. Salvo su derecho de nacimiento como príncipe, no había hecho nada para merecer su lealtad. Y, aún así, esos cuatro hombres que habían sobresalido entre el resto de sus súbditos, se la entregaban. Esperaba estar a la altura.
Cuadró los hombros antes de empujar las puertas de doble hoja que lo llevarían al trono.
En cuanto entró al ornamentado espacio que era el cuarto del trono, apenas dirigió una mirada a los innumerables asistentes. Bajo la colorida cúpula de la habitación, soldados con sus armaduras, súbditos con sus mejores vestidos de seda y terciopelos y algunos sirvientes que se escondían entre la multitud para asistir al evento lo miraron con el debido respeto a su posición. Sólo aquellos cuatro por ser investidos Caballeros estaban arrodillados frente al trono, mirando al piso; esperando. Una duda apareció en su mente; ¿respetaban al trono o a él?
Caminó regiamente hasta el asiento de respaldo alto sin bajar la mirada una vez. Tomó asiento en la dura madera que era el trono y miró a los asistentes. Sabiendo que al elegir Caballeros tomaba oficialmente el título de Príncipe de la Tierra, y sus obligaciones, en verdad extrañó a sus padres. Extrañó la sonrisa de su madre y la guía de su padre.
Sus padres habían muerto hacía apenas un año. Como Rey y Reina de la Tierra habían regido el territorio con justicia y valor; habían promovido el progreso en la Tierra y en los corazones de los habitantes. Y lo habían dejado con la gran responsabilidad no sólo de mantener en pie lo que habían logrado, sino de superarlos. Esperaba estar a la altura.
Miró a los cuatro arrodillados frente al trono y se levantó del asiento para comenzar las formalidades.
—De entre todos mis súbditos, ustedes cuatro enaltecen el Imperio de la Tierra. Han demostrado lealtad, honor, sinceridad y arrojo; su valor, inigualable e indiscutible. Sabiéndolos a mi lado, estoy convencido de que el Imperio de la Tierra estará protegido.
—¡Señor! —respondieron los cuatro al mismo tiempo, con fuerza en la voz y aún mirando al piso.
—Levanten la mirada asumiendo sus nuevas responsabilidades —dijo el Príncipe con una voz de autoridad real—. Kunzite, caballero de la pureza y el afecto. Zoisite, caballero de la purificación y la sanación. Nefrite, caballero de la inteligencia y el consuelo. Jedite, caballero de la paciencia y la armonía.
Los cuatro, moviéndose como si fueran uno solo, se levantaron de su posición. Llevaron la diestra a la espalda y la desenfundaron en un solo movimiento. Dejándola presentada frente a ellos, con la punta hacia el cielo y los filos frente a ellos; prometían poner sus vidas en manos de su Señor.
—Jedite —dijo el primero de ellos. Con cabello corto y amarillo como una flama, ojos azules y mirada clara—. El caballero de la paciencia y la armonía —repitió el título recibido.
—Nefrite —dijo el segundo. Éste de cabello largo y café como la tierra, ojos rojizos y mirada segura—. El caballero de la inteligencia y el consuelo —repitió aceptando el título.
—Zoisite —siguió el tercero. Con cabello atado en la nuca sosteniendo sus ondas que fluidas como el agua, ojos color verde y mirada vivaz—. El caballero de la purificación y la sanación.
—Kunzite —dijo el último. Éste con cabello plateado, de ojos color gris y con una mirada profunda—. El caballero de la pureza y el afecto. Protegeremos a nuestro Señor, aunque nos cueste la vida —terminó.
—Cuento con ustedes —respondió el Príncipe—. Cuento con ustedes, Caballeros, para proteger la prosperidad y la paz de nuestra Tierra.
—¡Señor! —asintieron de nuevo a una sola voz.
La formalidad del evento se rompió entonces cuando el público estalló en un aplauso acompañado por gritos de júbilo. El Príncipe se permitió relajar el gesto y sonreír por primera vez desde la coronación. Miró a sus nuevos Caballeros ser rodeados por pequeños grupos emocionados con sus nombramientos. Kunzite le devolvió la mirada en cuanto la posó en él y realizó un pequeño gesto con la cabeza, algo entre reconocer la mirada y saludar al mismo tiempo. Endymion copió el gesto antes de perder su mirada en un lejano punto de la habitación.
No se acostumbraría nunca a ver aquella habitación desde lo alto de los escalones que lo separaban del resto. Toda su vida había visto a su padre sobre ellos; y aún no reconciliaba el cambio de perspectiva. Estaba inseguro por todo lo que había cambiado y por todo lo que, sabía, aún desconocía.
—Príncipe Endymion —sonó una voz sosegada a unos pasos de él.
—Beryl —respondió volteando a la fuente de las palabras y sonrió cálidamente.
A unos pasos de él vio a la mujer con un par de copas en la mano. Le sonrió a ella como lo había hecho hacía tantos años, cuando él era un niño y ella tampoco era mayor que él. Habían sido amigos desde la infancia y la coronación no iba a cambiar eso. Todos sabían aquello y, por eso y mientras no fuera durante ceremonias reales, nadie encontraba extraño que ella estuviera sobre los mismos escalones que el Príncipe. Todos la habían aceptado como algún tipo de consejera y apoyo para él. Incluso había algunos que la creían la futura reina. Ellos dos sabían la verdad: sólo eran amigos.
—Te vez preocupado —dijo ella ofreciéndole una de las copas que llevaba en la mano.
—Cansado, tal vez —desestimó el Príncipe—. No soy diferente al niño que era, Beryl, ¿cómo voy a poder ser el Príncipe si apenas sé qué debo hacer?
—Para eso tienes a tus Caballeros, Príncipe. Ellos velarán por ti y por el reino; serán protectores y consejeros, guías y guerreros.
—Pero nunca amigos —suspiró el príncipe.
—Tienes razón, no serán tus amigos pero…
—Pero te tengo a ti —interrumpió con una sonrisa—. No puedo desear una mejor amiga que tú, Beryl.
En seguida alzó la copa que ella le había dado y brindó por esas palabras que habían quedado colgando en silencio entre ellos. Ella repitió los gestos, la sonrisa y el brindis, mientras ambos bebían un trago de aquella dulce bebida con burbujas.
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Endymion sabía que llegaba tarde a la primera reunión con sus Caballeros, se había entretenido en la lectura de los decretos que había hecho su padre mientras pensaba en la lógica tras cada uno de ellos. Mientras había tratado de entender las razones del Rey para tal o cual decreto, se había sentido tan cercano al rey como lo había estado antes de su muerte. Sólo había regresado a la realidad cuando había preguntado al rey en voz alta. Entonces se había dado cuenta que el rey no estaba a su lado y que él se había retrasado.
Había sentido la necesidad de correr hacia los Caballeros y disculparse como el príncipe que había sido, mas no lo hizo. Ya no era un príncipe del imperio; era el Príncipe, gobernante del imperio y sería rey cuando se casara. Así que caminó con la dignidad de su cargo en los hombros y entró a una sala adornada en oro y en rojo más oscuro que el de la sala del trono. La madera de la gran mesa de discusión le parecía más pesada que nunca y el aire en la habitación tan pesado como si debiera disculparse por la tardanza.
—Disculpen la tardanza —ofreció a los Caballeros que, claramente, lo esperaban desde hacía tiempo.
—Nosotros llegamos antes —ofreció Jedite poniéndose de pie de inmediato.
—El Príncipe no debe disculparse —aleccionó Nefrite mientras el resto se ponían de pie.
—Éste lo hace cuando comete una falta de cortesía —respondió con autoridad el Príncipe, dejando a los Caballeros sin habla pero con una sonrisa formándose en sus labios.
—Comencemos con la reunión —continuó Kunzite. Endymion asintió y se acercó hasta la cabecera de la mesa; se sentó en el asiento que había pertenecido al Rey. Cuando el príncipe se hubo sentado, los otros tomaron asiento. Kunzite fue el único que permaneció de pie—. Príncipe —dijo mirándolo directamente—, con su reciente ascensión al trono y posterior nombramiento de Caballeros, es imperante que… vaya a la Luna. Es una formalidad arcaica que su padre retomó cuando ascendió al trono. Los lunares se dicen los protectores de la Tierra, encargados de velar la prosperidad del planeta… —comenzó Kunzite con un tono plano de voz.
Aunque Kunzite hablaba con un tono plano de voz, Endymion se concentró en las palabras que usaba. Si bien su voz no mostraba un desprecio tácito en los "lunares", la elección de palabras denotaba un cierto tipo de fricción con ellos.
Aunque él había escuchado, por supuesto, a cerca del Milenio de Plata y del Cristal de Plata, de los longevos seres que habitaban la Luna, e incluso, del conejo de la Luna; nunca se había imaginado que hubiera forma de llegar a ellos. Y, mientras que Beryl y su madre hablaban de vez en cuando de los habitantes de la Luna, su padre nunca había mencionado que hubiera estado entre ellos. Había, incluso, comenzado a pensar que todo eran leyendas a cerca de Selene, la reina de la Luna, y de aquellos lejanos seres.
—…debe presentarse como Príncipe; y volver a nosotros lo antes posible —terminó Kunzite.
—Hasta este momento no creí que las historias del Milenio de Plata fueran más que leyendas de mujeres —suspiró con resignación y miró directo a sus Caballeros.
—No son leyendas —respondió Jedite.
—Ellos son seres poderosos —siguió Nefrite—. Sus vidas son muy largas, por eso, tal vez, se creen con la necesidad de protegernos. Pero no debe creer que son iguales a nosotros, aunque su apariencia sea la misma. Con su larga vida, ven las cosas diferente a nosotros; desde su alejado punto de vigía, no se involucran con los humanos aunque digan que nos protegen.
—¿Qué puedo esperar de esta reunión? —preguntó seriamente.
—Debe presentarse con la reina, ella se presentará y en seguida se reiterarán los lazos entre la Tierra y la Luna —aleccionó Zoisite—. Hay registros que indican que, en el pasado, la reina se presentaba con toda su corte y su princesa. En todos ellos se menciona la gracia de la reina y sus fríos modales. En alguno se hace mención de un frío glaciar que rodea a los lunares.
—Si se presenta con su corte y con la familia real, ¿cómo reconoceré a la reina?
—La reina es una mujer delgada, con gesto regio y movimientos gráciles y fluidos; lentos como el paso del tiempo en invierno —respondió Jedite—. La princesa, se dice, tiene la misma belleza de la reina, pero cabello largo y amarillo como el brillo del sol, en contraste con el blanco del de la reina, que brilla como la Luna misma.
—¿Alguno de ustedes ha estado en la Luna? —preguntó Endymion.
—No —respondió Kunzite.
—Entonces, ¿cómo saben de qué hablan? —soltó Endymion con un rastro de fastidio. Lo que menos necesitaba era dejarse guiar por habladurías. Eso jamás sería justicia, y lo predispondría a cualquier error de juicio que un Príncipe jamás debería tener.
—El rey nos preparó bien para servirle, Señor —terminó Nefrite.
—¿Cómo se llega a la Luna? —preguntó con un tono seco, preparado para una batalla que libraría sin armas.
—En una noche de luna llena, debe decretar sus intenciones. Ellos se encargarán de llevarlo y de regresarlo —dijo Nefrite igualando el tono del príncipe—. Sólo recuerde, pase lo que pase, no debe permanecer más tiempo del necesario entre ellos.
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Había llegado la noche de luna llena y, con ella, la obligación de esa misión diplomática que cada vez le parecía menos diplomacia y más sumisión.
En un claro en los jardines del palacio, el príncipe Endymion vestía su ropa de gala; oscura en general, llevando las hombreras y la capa —que no eran una armadura de guerra pero que lo protegerían en algún grado—. Esperaba que la Luna llegara al cenit para decretar su voluntad, para que esta fuera escuchada. Aún tenía unos minutos para él mismo. No tenía que pensar en las palabras o en el decreto, éstos los había estado preparando desde hacía días. Deseaba un poco de paz mental. Deseaba acabar con tantas formalidades de una vez y empezar a saber cómo regir un imperio.
—Príncipe Endymion —llamó Beryl desde las sombras. Cuando él la miró, ella salía de las sombras a su encuentro—. No vayas con los lunares —pidió ella sonando temerosa como pocas veces.
—Tengo que hacerlo, Beryl. Forma parte de mis responsabilidades.
—Pero habían abolido las relaciones entre lunares y terrícolas.
—Y mi padre las instauró de nuevo —dijo con una sonrisa afectada—. Tengo que hacerlo por él, por su memoria, y por respeto a su voluntad. No puedo permitir que me vean como voluble, Beryl; tú, entre todos, debes entenderlo mejor que nadie.
—Lo entiendo, príncipe. Pero… tengo miedo por ti —terminó en un susurro.
Endymion sonrió por las palabras de su amiga. Aunque su carácter había sido más fuerte que el de él cuando niños, y, aunque hubiera crecido para convertirse en una mujer de carácter fuerte; no dejaba de preocuparse por el pequeño que él había sido.
—Gracias, Beryl. ¿Estarás más segura si le prometo a mi amiga que volveré en una pieza? —preguntó condescendiente.
Ella asintió como respuesta mientras clavaba la mirada en la punta de sus zapatos.
—Te lo prometo, Beryl —siguió Endymion—. Volveré a la Tierra en una pieza.
Al escuchar esa promesa Beryl subió la mirada al fin, asintió con una gran sonrisa y tuvo que contener sus brazos para no lanzarlos alrededor de los hombros del príncipe.
—¿Te puedo despedir? —preguntó en un hilo de voz.
El príncipe le negó con la cabeza.
—Al parecer tengo que hacerlo solo. Lo siento, Beryl.
—Cuídate entonces, Príncipe Endymion; y recuerda que los lunares no son los únicos que tienen poder.
Habiendo dicho eso, Beryl lo dejó solo de nuevo.
Cuando miró al cielo, la Luna había llegado al punto justo sobre él. Tomó la empuñadura de su espada con la diestra, pero sin intención de sacarla de su vaina. La hizo sonar contra su muslo y entonces lanzó su decreto al cielo nocturno.
"Yo, Endymion, Príncipe del Imperio de la Tierra, solicito a los habitantes de la Luna una audiencia con su reina. Escuchen mi voluntad y concédanme entrada en su reino."
Una vez el Príncipe dijo las palabras que había escogido tan cuidadosamente en tantos días —cada una para mostrar respeto y no sumisión— esperó que algo pasara. Esperaba ver algo mágico o místico suceder; tal vez un rayo lunar apuntando hacia él, tal vez inconmensurables puertas salidas a mitad de la nada que se abrieran para darle paso, algún habitante de la Luna llevándolo en una carroza… algo que le hiciera sentir todo ese poder que los "lunares" parecían esgrimir. Un poder tan grande que hacía sus Caballeros temieran por él.
Nada de eso pasó, sin embargo. En cambio, el trayecto duró un parpadeo. Cerró los ojos y, al abrirlos de nuevo, se encontraba en un lugar diferente, con una sensación diferente.
Ante su mirada se encontraba un palacio casi tan grande como el suyo, pero eternamente blanco. Con una cúpula central desde dónde dominaba una luna en cuarto creciente. El cielo era oscuro como el de las noches en la Tierra, pero todo se veía definido como bajo la luz del día en su planeta. Eso era extraño, más extraña era la sensación que inundaba su cuerpo. Era una opresión en cada parte de su piel, una que se sentía cálida y devastadora al mismo tiempo. Ese era un poder más grande que el que sus cuatro Caballeros hubieran demostrado saliendo de sus palmas en cualquier ocasión. Era un poder que se negaba a describir como uno a ser reverenciado, pero no podría dejar de pensar que así de grande era. Era, supo entonces, el poder que le habían dicho tenía el Cristal de Plata.
Se tensó involuntariamente ante sus pensamientos, ante las palabras de precaución de sus Caballeros… ante el miedo de Beryl. Ahora, todo ello parecía justificado.
Irguiéndose aun más, Endymion dio el primer paso en el camino empedrado que lo llevaría al interior del palacio. No se detuvo en admirar el contraste del blanco a su alrededor con el negro de la noche ni con el brillo de las estrellas tras el palacio. Su mirada estaba clavada en la puerta de doble hoja que se aproximaba con cada paso que daba. Aunque le pareció ver agua bajo el camino, como si anduviera encima de un espejo de agua, no desvió la mirada en su caminar. Tenía que mantener la estampa de Príncipe y no dejar entrever la del niño que comenzaba a dejar de ser.
Cuando estuvo frente a las puertas de doble hoja, las encontró cerradas. Apenas entrecerró los ojos ante aquel gesto de los lunares. ¿Debería tomar aquello como una falta de respeto?, ¿una simple descortesía?, o, peor aún, ¿una clara demostración de la superioridad que los lunares se decían tener con respecto a los terrícolas?
Las puertas se abrieron hacia adentro un segundo después. Dos hermosas mujeres, delgadas y con cabello de colores imposibles en la Tierra, se encontraban a cada lado de la puerta. Ambas vestían con falda y grandes moños adornando su escote y su espalda. El color de sus uniformes eran del mismo tono que sus cabellos. Ambas mujeres lo miraron sin mirarlo realmente, manteniendo una mirada distantes que, segundos después, clavaron la una en la otra. En ningún momento le dirigieron la palabra, ni siquiera para indicarle el camino a seguir.
Sin mirarlas una vez más, Endymion se adentró en el castillo como si lo conociera. Nada más alejado de la realidad.
Pasó el largo salón que debería tener algún propósito —además de hacer caminar a un príncipe— y cruzó el arco que distinguía el final de éste. Un nuevo pasillo lo encontró de inmediato.
Sin detenerse a admirar nada, apretó el paso para terminar lo antes posible con la burla de los lunares. Dos pasos antes de llegar al final de ese pasillo lo encontró otra de esas chicas vestidas en falda y moños; a diferencia de las anteriores, ésta lo miró, asintió y con un movimiento de cabeza le indicó que la siguiera. Él obedeció, más por su deseo de terminar la visita que por desear seguirla.
Mientras la mujer caminaba a unos pasos frente a él, él sentía que cada uno de los movimientos de la mujer estaban estudiados para parecer… humanos. Aunque debía darle una mención al esfuerzo que claramente había puesto en sus estudios, también se daba cuenta de la frialdad que la mujer presentaba. Era como una fina capa de hielo alrededor de su piel, una que se extendía hasta los confines del universo mismo. Por estos movimientos, podía también, darse cuenta que la mujer era una excelente guerrera, una que podía reducirlo —incluso a él— si hacía el movimiento equivocado.
La mujer de cabello lila y aura de frialdad se detuvo al centro de una tercera habitación, con piso de piedra brillante y columnas de un blanco impoluto, y se arrodilló ante el vacío.
Segundos después del gesto de aquella, el sonido de pasos inundó la habitación. Sólo segundos después tuvo a dos mujeres frente a él. Una de cabello blanco como el brillo de la Luna, la segunda con el cabello dorado como los rayos del sol. Donde la de cabello blanco tenía el cabello sujeto en dos colas adornadas con una bola en la parte de la cabeza, la de cabello dorado tenía sujeto la mitad de éste en la parte de atrás, mostrando un largo que le llegaba hasta las rodillas. Supo de inmediato que eran la reina y la princesa de la Luna.
—Príncipe de la Tierra —comenzó la princesa—. Se ha escuchado su deseo de una audiencia en el Milenio de Plata.
Endymion tuvo que suprimir un asentimiento de cabeza. Las palabras que la princesa usaba con él denotaban la superioridad y la cierta deferencia enfermiza de la que cada Caballero le había advertido.
Tenía que terminar con esto lo antes posible y volver a palacio antes que sus verdaderos pensamientos rompieran la relación que trataba de salvaguardar —únicamente por respeto a su difunto padre—.
—Príncipe de la Tierra —comenzó la mujer esbelta con cabello de luz de luna y alas transparentes a su espalda—, sea bienvenido.
Su voz era pausada y con un tono frío y autoritario, aunque no déspota.
Endymion supo entonces que era la reina; no sólo por ese tono, o por la descripción que le habían dado de ella. El poder de esa lunar, que se sentía a su alrededor, sólo incrementó cuando habló. Si al llegar al Milenio de Plata había sentido el poder del Cristal de Plata en cada fibra de su cuerpo; el poder de ella cuando hablaba, lo había sentido hasta en los huesos.
—Reina de la Luna —dijo él enseguida, con un tono de autoridad propio. Había decidido que no mostraría sumisión ante los lunares y por eso, se detuvo antes de hacer la reverencia que hubiera hecho a otro monarca—. El rey ha muerto y, acabando de nombrar a mis Caballeros, he tomado mi destino y derecho de nacimiento. Estoy aquí para honrar la diplomacia que mi padre reinstauró en vida.
—Príncipe de la Tierra —comenzó la princesa de nuevo—, está frente a la Reina de la Luna; guardiana del Cristal de Plata y quién cela por la paz y la prosperidad de su planeta, del sistema solar y de lo que hay más allá. Le sugiero enfáticamente que mida sus palabras y comprenda lo que dice antes de decirlo.
Un destello de furia comenzó a crecer en las entrañas del príncipe; y una nota de sarcasmo tiñó sus pensamientos mientras se sentía insultado al ser tratado como un niño por esa princesa.
Las palabras que iba a responder en seguida murieron con el sonido de pasos que se acercaban corriendo, y una voz que se hacía cada vez más cercana.
"… ese no es el comportamiento de una princesa!" Le llegó el grito de una fémina más, mientras los pasos en carrera seguían acercándose. Sin querer quitar la mirada de la reina y de la princesa frente a él, a las que ya había calificado de hostiles, tuvo que ceder para enfrentarse a la amenaza que se acercaba ahora.
Una tercera mujer, vestida con un vaporoso vestido blanco hasta el suelo, llegó corriendo seguida por un gato negro.
La recién llegada, peinada igual que la reina pero con el cabello dorado, se encorvó hacia adelante para cobrar aliento.
—Serenity —dijo la reina con un tono de tibio regaño.
La recién nombrada encogió los hombros ante el llamado de atención y sacó la lengua inocentemente, pero a nadie en específico.
—Lo siento, su majestad —dijo el gato con una voz femenina—. La princesa estaba… Se retrasó, fue mi culpa.
—No es tu culpa, Luna —dijo la llamada Serenity al gato—. No fue su culpa —repitió, ahora a la reina—. Perdí la noción del tiempo —dijo con una gran sonrisa—. Discúlpame.
—Princesa —dijo la de cabello dorado anudado tras su cabeza—. ¿Cuántas veces te dije que tenías que llegar a tiempo a esta reunión diplomática? Es la primera vez que asistes a una y debes aprender a darle el debido respeto al príncipe de la Tierra.
—Perdón, Venus. Perdón, Reina Serenity —dijo viendo a cada una de ellas.
—No es conmigo con quién tienes que disculparte —dijo la reina—. Es con el príncipe de la Tierra, que nos ha venido a visitar.
—¡Visitas! —dijo la princesa emocionada—. Nunca nos habían visitado.
Endymion no pudo contener más una sonrisa que se escapó por las comisuras de sus labios.
La reina y aquella mujer a la que había creído la princesa en primera instancia, soltaron un suspiro. La reina fue la única que sonrió tras el gesto.
—Le pido una disculpa en nombre de mi hija, príncipe de la Tierra —dijo la reina volviendo a las formas frías de antes—, es muy joven y apenas comienza a aprender las formas de la Luna.
Endymion asintió en silencio una vez mientras se preguntaba si esa rigidez y esa frialdad que había visto en todas desde que había llegad eran su forma de etiqueta.
—Pero, es que las clases son muy aburridas —se quejó la princesa.
—Princesa, ya basta —ordenó la gata negra—; ofendes al príncipe de la Tierra.
—¿Lo estoy ofendiendo? —le preguntó directamente la princesa, pareciendo tan jovial y… viva como desde que entró a la habitación.
Endymion tardó unos segundos en darse cuenta que la princesa le hablaba a él.
—Por mí, no se detenga. Es un cambio agradable en las formalidades.
La sonrisa que le dedicó entonces —amplia, cálida y sincera— lo hizo sonreír también. Cuando se dio cuenta que había perdido las formas de la propia etiqueta, carraspeó para devolverse al lugar y el momento en el que estaba.
—Hace siglos se interrumpieron las relaciones diplomáticas entre el imperio de la Tierra y el reino de la Luna —comenzó el príncipe—. Mi padre dio el primer paso para recuperarlas en nombre de la paz y la prosperidad de la Tierra. Hoy, continuo con su visión de esperanza y prosperidad para ambos —dijo afablemente por primera vez—. Habiendo quedado en la oscuridad del tiempo las formas de la diplomacia requeridas; estoy frente a ustedes sabiendo menos de ustedes que ustedes de nosotros…
—Ves, Luna —susurró la princesa; aunque se escuchó en todo el recinto—. No soy la única que es mala para estudiar.
Endymion miró a la princesa tras el comentario y notó no sólo a la gata negra erizar el pelaje sino el brillo de los ojos en la princesa; así como su sonrisa inocente. Supo, sin lugar a dudas, que aquella princesa no había intentado ofenderlo; y que ella era completamente diferente a todo lo que había visto en la Luna… incluso en la Tierra.
—Princesa —regañó la de cabello dorado que había sido llamada Venus.
—Sé esa respuesta —dijo la princesa emocionada y sonriéndole a él—. Después que el príncipe de la Tierra haya presentado sus respetos a la familia lunar, nosotros ofrendamos una noche a la familia terrestre —dijo como si leyera de un libro de estudios.
—¿Ofrendan una noche? —se le escapó la pregunta al Príncipe.
La princesa de la Luna asintió con esa gran sonrisa que parecía llenar todo el recinto con la afabilidad que no había visto hasta ella y continuó.
—Sí, es una celebración de los terrestres que nos fue enseñada hace mucho tiempo. Desde entonces, cada vez que uno de ustedes nos visita, ofrendamos esa celebración que nos fue enseñada. Cada uno usa ropas especiales, se cubre el rostro y baila por horas. ¡Suena muy divertida!
—¿Un baile de máscaras? —soltó el Príncipe sorprendido.
—Sí. Estoy segura que podré descubrirlo tras su máscara —sonrió con una ligera travesura—. Siempre he sido buena para encontrar a Jupiter y a Artemis cuando se esconden.
—Princesa —regañó Venus de nuevo—. El príncipe debe marcharse pronto.
Aunque sus Caballeros habían dicho algo entre las mismas líneas, el que aquella lunar lo dijera de esa forma le había molestado en lo más interno de su ser.
—Pero es una celebración terrestre. Seguro que le gustará, Venus. ¡Y podrá decirnos si la hacemos bien o si ya la hemos olvidado!
—Princesa —dijo Venus con voz más tensa que antes—. Si lo llegan a ver en palacio, por más príncipe que sea, se sentirán amenazados.
—Qué cosas dices, Venus —desestimó la princesa con buen humor—. Él no nos está amenazando, sólo vino a saludar. Y la celebración es porque vino. Es en su honor.
Endymion se sorprendió entonces, cuando la reina rió por la discusión de las otras.
—Ambas tienen un poco de razón —dijo la reina para terminar con la discusión que le había divertido—. Y ambas se olvidan, también, que el príncipe del imperio de la Tierra debe volver antes que pase la luna llena.
Ante las palabras de la reina, la princesa se vio triste y con los hombros caídos. Endymion había dejado de comprender lo que pasaba en esa reunión después de enterarse que una quería que se quedara mientras que la otra deseaba que se marchara.
—Y —siguió la reina con una tibia amonestación—, nadie le ha preguntado, aún, al príncipe, lo que él desea.
Cuando las tres miradas —cuatro, si contaba la del gato negro— se clavaron en él; se sintió incómodo de inmediato. Todas deseaban una respuesta de él.
—Mi único deseo es no ofender a aquellos a los que vengo a saludar.
—Está decidido entonces —soltó la princesa emocionada—. Se queda a la celebración, Venus —dijo viendo a la aludida y luego saltando hacia el frente como si quisiera acercarse a él.
—Serenity —llamó la reina—. Venus tiene razón también. Todos se preocuparán si ven al príncipe en la fiesta, nunca antes había sucedido esto. Tendremos que hacer algo para que no descubran su identidad —dijo de buen humor antes de volver la mirada a él—. ¿Verdad?
Endymion asintió una vez ante la mirada directa de la reina.
—Se me ocurrirá algo —aseveró.
La reina asintió en dirección al Príncipe y mostró un atisbo de sonrisa.
—Artemis —llamó la reina apenas subiendo la voz. Un gato blanco apareció de inmediato desde una puerta lateral.
—¿Sí?, Reina Serenity.
—Lleva a nuestro invitado a que descanse en una de las habitaciones.
—Por supuesto, Reina Serenity.
Cuando el gato blanco se puso a unos pasos de él y le dio la espalda, Endymion lo siguió.
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Ya había pasado demasiado tiempo desde que el príncipe Endymion había dejado el planeta. Aún no volvía y, con cada minuto que él estaba entre los lunares, ella se preocupaba cada vez más. El Príncipe le había prometido que volvería con bien pero, ¿y si no lo hacía? ¿Y si algo le sucedía en la Luna, estando rodeado de aquellos seres?
Beryl se levantó de la banca de piedra en la que esperaba el regreso de su Príncipe. Fue de nuevo al claro en el que lo había encontrado y volteó al cielo. La Luna aún brillaba en su completo esplendor. Juntó las manos y cerró los ojos mientras alzaba una plegaria a aquellos mismos a los que les temía. "Tráiganlo de vuelta" rezó fervientemente.
La Luna no respondió a su plegaria.
Pero, ¿para qué les rezaba si nunca había obtenido una respuesta de ellos? Enojada con ella misma, Beryl separó las manos y le dio la espalda a la Luna. Con fuertes pasos regresó a la banca de piedra en la que esperaba el regreso del príncipe, se encontró con Nefrite llegando al mismo lugar.
—Beryl —saludó el Caballero en cuanto la vio.
—Caballero —devolvió ella el saludo, acompañándolo con la reverencia adecuada a la posición de Caballero investido.
—Deja las formalidades para Kunzite, Beryl. Además, no estoy en servicio en este momento —dijo de buen humor.
Beryl se aterró por las palabras.
—¿No estás en servicio? —preguntó con una voz ligeramente más aguda, histérica—. Tu Príncipe no está en el planeta y ¿tú no estás en servicio?
Nefrite puso las manos frente a él para tratar de clamarla, el gesto la molestó más. ¿Qué estaba mal con este Caballero?
—Tranquila, Beryl —dijo pareciendo asustado por su temperamento. El Caballero abrió la capa que colgaba de su espalda y dejó ver la empuñadura de su espada colgando en su cadera—. Que no esté en servicio no quiere decir que no pueda estarlo de inmediato.
Beryl suspiró calmándose de inmediato.
—Lo siento —se disculpó ella—, estoy muy nerviosa.
—No tienes por qué estarlo —dijo él intentando tranquilizarla—. El Príncipe Endymion va a regresar.
—Tiene que hacerlo —dijo en un suspiro.
Sintió las manos del Caballero en sus hombros, como un gesto de empatía, y miró de nuevo a la Luna.
—¿Por qué tuvo que ir a ese lugar? —preguntó separándose del contacto con el Caballero—. Entre más lejos estemos de ellos, mejor estaremos.
—Esto es parte de sus responsabilidades, Beryl —respondió Nefrite.
—Él es el Príncipe de la Tierra, su deber es para con nosotros.
—Y por eso debió ir —interrumpió Kunzite calmado, llegando por el camino hacia el palacio.
Nefrite y Beryl voltearon a ver al Caballero de cabello plateado. Ambos esperaban en silencio a que siguiera hablando.
—Sea que los lunares nos protejan o nos vigilen, el Príncipe fue al Reino de la Luna para que el poder de ellos no se vuelva en nuestra contra.
Si el líder de los Caballeros pensaba eso… entonces…
—Entonces debieron ir con él —soltó ella, de nuevo asustada.
—Es bueno que te preocupes por él, Lady Beryl. Nosotros también lo hacemos —dijo Kunzite viendo a la Luna llena—. Pero esto es una prueba, tanto para él como para nosotros.
—¿Una prueba? —preguntó Beryl sin comprender.
—El Príncipe tiene que demostrar su poder —dijo Zoisite llegando con Jedite a su lado.
—Y nosotros tenemos que demostrar la confianza que tenemos en que volverá —terminó Jedite.
—El Príncipe volverá —dijo Kunzite con seguridad absoluta—, y volverá trayendo órdenes.
—¿De qué hablas, Caballero? —dijo Beryl tensamente.
—Si el Príncipe cree que el Imperio corre peligro, nos llevará a la guerra. Si considera que los lunares son un peligro, nos protegerá. Si considera que no debemos temer a los lunares, habrá paz —explicó Jedite.
—De lo que pase esta noche en la Luna dependerá nuestro futuro —terminó Nefrite.
Y los cuatro Caballeros miraron al cielo y a la Luna, como si le preguntaran a ésta qué órdenes traería el Príncipe con él.
(À suivre)
