El frío era parte de la época. Seamos sinceros, es por el frío que nos reunimos; por el calor que nos separamos. En algún lugar perdido del desierto, una caravana se alejaba de un pequeño poblado sobre un acuífero bajo decenas de metros de la difusa arena. La calidez de la arena hacía el viaje más llevadero de noche; infernal en el día. Por ello, con la luz de la luna, todos los presentes viajaban con unas pocas linternas, solo para asegurarse de tener la iluminación suficiente.
El sonido de algunos carruajes de madera, el choque de unas ollas de metal de una yegua distante, conversaciones por lo bajo y la tela en fricción de quienes llevaban vestimentas. Las dunas a su alrededor eran distractoras del rumbo, aconsejado por las estrellas, el guía mantenía un paso suave y sereno. Eran dos noches de viaje. Al amanecer, debían llegar a un caravasar a eso de 40 o 45 kilómetros, otros 60 y ya estarían en Appleloosa.
Varios camellos llevaban cargas bastante pesadas, hasta para un poni de tierra. Los carruajes para el desierto eran especiales, pues flotaban a una altura constante del suelo y sobre una de éstos yacía un corcel de mirada taciturna y una melena que era agitada por una que otra brisa azarosa.
Sus viajes eran repentinos, su presencia era como una huella en medio de aquel paraje seco. Se borraba con facilidad. Pero en su memoria estaba grabada toda la experiencia; pensaba, tomando uno que otro apunte en una pequeña libreta, por supuesto, debido al movimiento, sus letras eran horrorosas. Era interesante ver una colonia nueva de ponis en medio del desierto. No pudo perderse de ver ese nuevo lugar.
Al principio sería poco más que un pequeño pueblo, pero después iría adquiriendo su propio carácter. Algo que la distinguiría de cualquier otra ciudad. Ponyville era el lugar donde unicornios, pegasos y ponis terrestres constituían una enorme comunidad. Sin prejuicios, sin exclusividad. Nada raro que Twilight, la princesa de la amistad, surgiera de allá. Cloudsdale estaba en el cielo, los pegasos y quienes pudieran lanzar el hechizo adecuado podían pisar esa ciudad; Appleloosa y Dodge Junction eran ciudades gemelas en muchos sentidos, el principal, el arduo trabajo de los ponis terrestres. Era casi poético ver cómo convirtieron el desierto en un área fértil de donde se exportaban los mejores productos agrícolas de Equestria. De Canterlot ni hablar. El imperio de Cristal, pues, esa exquisita arquitectura que aprovechaba hasta el más mínimo rayo de luz y la magia que lo rodeaba todo.
En todos esos lugares estuvo él, de todos dio a conocer al mundo entero sus secretos. Era su profesión, hallar las gemas en bruto, experimentar, viajar… ¿A qué responde la aventura sino a no tener los pies fuera de la costumbre? Sus notas transcribían con cierta fidelidad lo que vivió, los ponis que conoció y, en general, la belleza innata de la ciudad del desierto que todavía no tenía un nombre aceptado de forma general.
- Oye, tú eres el tipo al que llaman Trenderhoof, el famoso escritor de la columna de… no recuerdo el nombre bien… pero eres ese tipo que siempre arruina los secretos ¿Verdad?
El corcel meneó la cabeza para ver a otro corcel, su voz no era suave, pero pecaba de poco firme; el tipo era bastante raro, llevaba una gallina de hule en el lomo y un poncho, así como un sombrero negro de ala ancha. Aberrante ante cualquier intento serio de estilo, no pudo evitar sonreírle.
- ¿Disculpa?
- Tú… - Alegó señalándole con las cejas fruncidas el corcel. – Has arruinado tres lugares que me fascinaban.
- No sé a lo que te refieres.
- No te hagas el bobo conmigo. Sé que te gusta escribir de lugares poco conocidos y todo. Pero a veces simplemente debes dejar que sea así.
- Oye amigo, tal vez el calor del desierto te ha hecho algo de daño en el cerebro.
El corcel ya parecía dar zancadas.
- La pileta del hotel Feater Bottled, la Villa Star y las ruinas de la rumba, tú los arruinaste a los tres. – Expresó aquel sujeto extraño, no estaba furioso, le sonreía con.
- Cómo los arruiné exactamente.
- Mostrándolos al mundo… eran especiales porque solo una pequeña parte del mundo los conocía, ahora todos van y tratan de vivir las experiencias exactas de tus artículos. – Deformando la sonrisa hasta un labio fruncido por la desaprobación, el corcel continuaba dando zancadas. – terminan arruinando toda la diversión porque no se dejan llevar. Arruinas la aventura.
Críticas mordaces había tenido pocas, ácidas, una que otra; lo que le dio ese corcel, con una cutie mark de un sandwich partido a la mitad, fue un ataque como pocos.
- Cómo podría arruinar la aventura.
- Dándola a conocer bobo, todos van con una expectativa de lo que quieren, tratan de repetir lo que tú hiciste y eso le quita toda la aventura… porque una aventura es ir a lo desconocido…
- Quién te has creído para hablar así de mi trabajo. – Respondió ya con la frente fruncida el unicornio, levantándose para saltar en cualquier momento.
- Pues un lector ¿No? Mi nombre es Cheese, Cheese Sandwich. Y ésta es mi gallina: Deshuesado número 2. – Se presentó el extraño corcel.
Si pensó en bajar a patearle los flancos, lo reconsideró… el sujeto de allá tenía un par de tuercas sueltas.
- Así que tú eres Trenderhoof, te imaginaba más alto y, no sé, menos serio.
- Y a qué cascos te dedicas tú, lector exigente.
- Exigente no, realista sí. Yo soy un organizador de fiestas certificado. – El corcel buscó dentro de su poncho y extendió un papel que el unicornio apenas pudo ver.
De pronto una brisa repentina arrancó el documento de su casco derecho y se fue volando.
- ¡No! – gritó el corcel mientras la hoja se deslizaba por el aire.
- Vaya, que infortunio. – Recalcó el unicornio. – Aunque te lo merecías.
- No es problema, era mi fotocopia legalizada. El original está en una caja secreta en… es secreto. – Alegó el corcel entrecerrando los ojos para ver a ambos costados.
- ¿Entonces viniste a la ciudad del desierto para hacer una fiesta?
- Por supuesto, oficialmente he hecho una fiesta que pasará a la historia. Ahora cada 22 de diciembre se celebra la fiesta del agua allá. Es muy apropiado creo yo.
- Así que tú estabas detrás de toda esa bazofia de hoy.
- Óigame señor fino, si a usted no le gusta una fiesta, se la pasa y ya.
- Lo mismo digo de mis artículos.
- Lo suyo es un atentado contra la aventura y la diversión. Por supuesto que yo me voy a oponer.
- Y lo que usted hace, es desperdiciar agua en medio de un desierto ¿Tienes idea de lo contraproducente que es esa fiestecita tuya?
- La fiesta se hace para recordar el valor del agua y que esa ciudad siempre la debe buscar. Para ser un tipo que escribe sobre aventuras, eres un poco lento para captar las ideas de las fiestas ¿Cierto?
Ambos corceles se miraron el uno al otro con las orejas dobladas alrededor de sus mejillas, de vez en cuando, Cheese rascaba algo de la arena mientras avanzaba. Trenderhoof resopló.
- Te lo estás inventando ahora... a mí no me engañas.
- Yo no soy un mentiroso. De lo dicho a lo hecho hay un corto trecho eso si escribes derecho.
- ¿Ahora vienes con rimas de segunda?
- Por supuesto que si pendecho.
- ¿Qué?
- Lo siento, no encontré más rimas. – ¿Ese sujeto realmente estaba bien de la cabeza? ¿O era de esos que vive en su propio mundo? Trenderhoof apreció mejor al poni terrestre, melena café, pelaje siena claro, una mirada entre perdida y concentrada, una sonrisa de oreja a oreja; un flacucho, como él.
- En ese caso, buena charla, ya tengo suficiente. – Expresó el unicornio, volviendo la vista al cielo nocturno.
- Bien, pero te piensas la crítica. – Le replicó Cheese, adelantándose la carrosa flotante.
Negando con la cabeza, Trend volvió a sus asuntos.
Así, mientras la luna se movía en el cielo, pasando incluso por las ruinas de una ciudad abandonada hace ya mucho tiempo atrás, la caravana avanzaba constantemente. Por supuesto, entre dunas, aire seco y un repentino olor a incienso. Al poco cruzaron frente a un grupo de visitantes al cementerio del desierto; cuya única pista de ser hallado se encontraba en un obelisco que se alzaba imponente. A su base, la quema de incienso tenía lugar.
Era una costumbre extraña, se enterraban a los muertos sin sarcófagos ni lápidas. Ya se encargaría el desierto de devolverlos al polvo. Vagarían sus espíritus, entonces, para proteger a los viajeros o para guiarles. Viéndoles desde la distancia, Trend observaba atentamente ese ritual extraño a Equestria, pues, quienes lo realizaban eran otros habitantes del desierto. Los mismos que, según decían, podían conversar con los escorpiones imperiales del desierto. Desde que supo de él por primera vez, sentía un apego… como si algo le llamara a ese obelisco.
- Debe ser triste que tu espíritu vague por ahí, sin ningún lugar al que ir. – Dijo de pronto Cheese Sandwich.
Trend cerca estuvo de gritar de terror y caer de la carrosa; de alguna forma ese anormal se había subido también. Sin embargo, ese chiflado tenía una mirada fija sobre el obelisco, a medida que lo dejaban atrás, ambos no podían sino quedársele viendo. Aunque no era la quinta maravilla.
- ¿Y por qué podrías querer quedarte en un solo lugar? – Expresó el hípster. Atento ante el contraste del cielo nocturno con el monumento mortuorio.
- No… no lo sé. – Replicó el organizador de fiestas.
Así, su viaje eventualmente llevó a la caravana al Caravasar Caelo. Desde fuera, las paredes de piedra, las columnas circulares que también hacían de torres, le daban un atractivo peculiar. Debajo de cada arco de herradura, se encontraba una puerta para los viajeros, el jardín interior tenía, en el centro, una fuente de agua cristalina, que bajaba en tres niveles diferentes; a la derecha, se encontraba una pileta pequeña donde podían lavar sus cascos.
Por supuesto, los camellos, que cargaban con mucho más peso, fueron de inmediato a beber agua. Frente al acceso por el cual habían ingresado, del otro lado del jardín interior, existía una gran puerta tallada con motivos elípticos. Dentro, yacía un grupo de yeguas y hembras de otras especies. Algunos fueron dentro, para salir con una acompañante a una de las habitaciones. Otros se hacían acompañar a los jardines, especialmente a las bancas, donde comenzaban a hablar.
Por supuesto, toda la carga llevada, incluyendo las carrosas flotantes eran llevadas a diferentes cuartos de almacenamiento. Los camellos eran difíciles de descargar, por lo cual, se tomaban su tiempo. El resto ya tenía su carga guardada con un número de almacén y podía comer algo y dormir después del largo viaje.
Entre dormir o ir por comida, entretenimiento o dar una vuelta sobre las paredes y columnas, para apreciar el inmenso desierto, Trend se detuvo por lo último, sin perder de vista a los demás.
Cheese en cambio, prefirió optar por algo de comer y, si las energías le daban para algo más, iría por una buena amiga que había hecho en el caravasar. Tenía que darle unos caramelos. El señor del caravasar, un camello, vestido con una túnica blanca y un turbante, salía al encuentro de los viajeros, con una unas palmadas en el lomo o un saludo amistoso, saludaba a los integrantes. Haciéndose acompañar por yeguas y corceles vestidos con seda.
Imposible era ignorar que, en el complejo donde yacían aquellos y aquellas acompañantes, se mantenía colgados objetos decorativos de la noche de los corazones cálidos, del otro lado, también estaban presentes el incienso y una rama pintada de blanco, símbolos del sepulcro del desierto, que se celebraba la misma noche.
Por supuesto, cada quien, a su cultura, haciendo una breve reverencia, los viajeros oriundos del desierto y un unicornio se acercaron a su fiesta respectiva. Mientras que los ponis se apresuraban a escribir cartas, que serían enviadas por palomas hasta la oficina de correos en Appleloosa, llegarían un día antes de la noche de la mayor festividad de toda Equestria.
Cheese por supuesto, se afanó en hacer algo así como cincuenta cartas diferentes, al final, perdiendo sensibilidad en su lengua por el cansancio. Las envió, estas fueron llevadas por un fénix pues el peso de tantas era excesivo para una paloma.
En eso, luego de terminadas las pocas actividades que podían hacer, los viajeros fueron a descansar. Sus acompañantes salieron de las habitaciones, a dormir a sus propios aposentos. Mas, una figura se mantenía estática en lo alto de una de las columnas, observando el basto cielo, sentado sobre sus cuartos traseros… dentro de dos días sería la Noche de Calor de Hogar, la festividad principal de los Corazones Cálidos.
- Oye, has estado con esa cara larga toda la noche ¿No es así? – Interrumpiendo la quietud nocturna, la voz de Cheese Sandwich cortó nuevamente la meditación en la que el unicornio se encontraba sumido.
- Aprende a saludar, diablos. – Fue la respuesta que obtuvo de un Trenderhoof que se recuperaba de la sorpresa.
- Ten, escritor. – Levantando en alto una jarra de sidra, el corcel de tierra se sentó a medio metro del corcel.
- Gracias, supongo. – Respondió el otro.
El silencio se plantó entre ambos, las jarras de sidra parecieron inagotables, entre sorbo y sorbo, ninguno se dispuso a soltar más frases. Solo apreciar el inmenso desierto.
- Pensé que te llevarías a tres yeguas a tu habitación. Pareces de esos. – Soltó de repente Cheese. Trend por poco se atraganta y, sonrojado, el corcel sonrió débilmente. – Lo siento, me olvidé que eres de esos ponis que se ofender fácilmente.
- ¿Qué ideas pasan por esa maraña distorsionada que llamas cerebro?
- Oye, no eres de los que les gusta quedarse en un lugar por mucho tiempo y tampoco pareces de los que se enamoran. Así que la conclusión lógica es que eres un idiota que solo le importa fornicar. - Con qué sinceridad hablaba ese poni. Su voz no era dura, tampoco le miraba con desdén. Mucho menos parecía estar haciendo ademanes de burla.
- Pensé exactamente lo mismo de ti. – Alegó el corcel, que, al dar el último sorbo, se dispuso a levantarse; pero fue detenido por el casco del poni terrestre. Que sacó de la nada un mini barril de sidra, vaciando su contenido, a partir de un grifo ubicado en un rincón del mismo, llenó la jarra del unicornio.
- Pues aquí me tienes, marcado en el flanco. – Alegó el poni de melena rizada. Provocando una risa por parte de Trend.
- Un marinero me dijo una vez, y lo parafraseo, que sabes bien que una hembra te la ha metido hasta el fondo, cuando no le has dado y, sin embargo, la recuerdas por demasiado tiempo.
- Esas cosas pasan. – Arrugando los labios y afirmando con la cabeza, el poni terrestre levantaba sus cejas para volver la vista al desierto.
- Ciertamente. – Ladeando la cabeza al decirlo, Trend se aclaró la garganta. – Aunque no son las palabras que yo usaría.
- Lo que importa es la intención. – limpiándose sidra que se deslizaba por la comisura de sus labios por tomársela de un solo trago, evitó eructar. – Pero dime, escritor refinado, qué palabras usarías.
- Si las tuviera, no usaría las de un marinero. – Respondió Trend. Animándose a darle un último trago a su jarra de sidra. – Ésta no es de la normal ¿Verdad?
- Qué diversión habría en tomar una así. – Replicó el corcel de tierra. Sacando el mini barril y llenando de nuevo las jarras.
- Eres un completo desconocido. Y no pareces de esos que están bien de la cabeza. – Defendió el corcel, observando la reacción del corcel. Que piafó en su lugar con una sonrisa.
- No me vengas con esas relinchadas. Todos tienen un grado de anormalidad.
Y, sin percatarse, llegaron a la cuarta jarra y media, el mundo comenzaba a ya no estarse del todo quieto. Sus voces aumentaron unos decibelios. Y sus movimientos se hicieron más torpes. Pero todavía podían hablar con elocuencia.
Hay tanto de lo que se podía hablar, así, ambos llegaron a una discusión de qué hacía cada uno con su vida, cómo habían iniciado en sus vidas profesionales. De cómo Cheese Sandwich se topó con los artículos de Trenderhoof; de los viajes que ambos hicieron. Extrañamente, en más de una ocasión estuvieron en la misma ciudad al mismo tiempo y jamás tuvieron la oportunidad de conocerse.
- Pareces idiota, pero hablando te haces más interesante. Ahora sé por qué esas yeguas que siguen tendencias te adoran tanto.
- Pues por mi capacidad atlética no es.
- Por dos.
- Déjame terminar viejo… - Exigió el unicornio, elevando la voz.
- Suéltalo amigo.
- Es que... viejo… a mí también me marcaron el flanco.
- ¿Cómo?
- Que mis flancos tienen una dueña que no los quiere. – Se expresó Trend con una risa débil, pero al mismo tiempo un brillo peculiar se reflejaba en sus ojos.
- El inalcanzable Trenderhoof, casanovas y escritor arruina aventuras está enamorado. ¡Paren las imprentas! – Gritó con fuerza el corcel de tierra entretenido, cayéndose.
- Shh, no seas tonto, no despiertes a la caravana. – Observando sobre el techo a un camello mirándolos desde su puerta entreabierta le saludó sonriendo. – Perdone buen señor.
Todavía riéndose, Cheese Sandwich fue empujado para levantarse.
- No me río de ti; me rio contigo. Me pasa lo mismo. – Expresó el corcel bajando el tono de su voz y moviendo su casco en círculos sin razón precisa.
- ¿No me digas?
- Se llama Pinkie Pie, es una yegua con una sonrisa enorme… sé que dicen que nunca te enamores de alguien que tiene tu trabajo. Pero yo la conocí desde que era un potrillo, bueno, la vi una vez. – Agregó, el corcel, tratando de incorporarse. – Pero cuando la volví a ver, fue como si la hubiese conocido desde siempre. – El corcel suspiró, el unicornio se apartó unos pasos – la cosa es… que le he enviado una carta de felices fiestas. – Cheese dejó de hablar abruptamente.
- Y qué.
- Y nada, la visito de vez en cuando. – El corcel se sentó, con los labios fruncidos, sus ojos verdes apreciaron su jarra de sidra vacía y la ausencia de éste líquido espiritual en el barril fue comprobada colocando su oído en éste y agitarlo.
- Y cómo es ella.
- Es… muy divertida. No le gusta lastimar a nadie, le gusta que sonrías y eso es lo que me encanta de ella.
- Al parecer tú también eres así ¿o estoy en un error?
- Sí; pero solo mira las cosas así, tú te la pasas la vida sin que ningún poni pueda entenderte realmente y, un día, encuentras a una yegua que lo hace… Eso no me lo daría ninguna de las yeguas de éste caravasar, tal vez olvidaría sus nombres al día siguiente; pero el de Pinkie Pie jamás.
- En otras palabras, te marcó el flanco.
- Sip. Pero hay más cosas de ella que no sé explicarte. ¿Que tú no te sientes igual con esa yegua?
- Lo mío es más platónico. Ella me rechazó y yo lo acepté. Tal vez no lo entiendas, pero ella me hizo sentir como un completo desconocido, también me ha provocado temor… sí, esa es la palabra, temor. – Expresó el corcel que, lentamente perdía su voz y se perdía en el infinito.
- Así que eres uno de esos que no disfruta a menos de que usen una fusta.
- No… enfermo… lo que yo digo es que, cuando hablaba con ella, una parte de mí deseaba cambiar y eso me daba miedo. Pero de todas formas yo quería estar ahí, no deseaba alejarme.
- Oh… ya veo… - Cheese Sandwich, que apenas podía pararse, comenzaba a alejarse.
- ¿Qué te pasa?
- Quiero irme a dormir.
- ¿Y me dejas hablando solo?
- Yo. – Un fuerte hipo se apoderó del corcel – te ofrecería dormir en una misma habitación; pero todavía no confío en la carita de loquito que tienes. – Se explicó acercándose a las escaleras.
