Visitar a Yut Lung se había convertido en una costumbre. En cierta forma, se preocupaba por él, aunque insistiera en que sus visitas no eran más que una forma de matar el tiempo. Yut Lung era un demonio:
Duro como una roca.
Frío como una piedra.
Blanco como un diamante.
Negro como el carbón.
Cortado como una joya, acostumbrado a repararse así mismo.
Sing no lo diría en voz alta, pero él deseaba ser la persona que reparase lo dañado de ese corazón. Nunca pensó en que podría desarrollar sentimientos por una persona como Yut Lung, alguien que había traicionado a su propia raza.
No era necesario tocar la puerta o saludar a algún guardia para entrar. Bastaba con ser silencioso y entraría sin problema alguno.
Yut Lung solía estar atento a sus visitas. Si no estaba borracho, era capaz de percibir su presencia apenas se acercara a su alcoba, pero esta vez no fue así.
—Hola. — Saludó, mas no obtuvo respuesta.
—HOLA. — Insistió, alzando la voz.
Yut Lung se encontraba frente a su escritorio, impasible, evidentemente, ignorándolo. Eso calentó la sangre de Sing, quien molesto, se acercó al mayor. Tiró de su hombro y lo miró a la cara. Yut Lung tenía los ojos cristalizados. Sing lo soltó y retrocedió. No era la primera vez que lo veía llorar, pero verlo sobrio y tan vulnerable, le había puesto nervioso.
—Supongo que no estás de humor. Me marcho, ¿Vale? —
Pero antes de que pudiera huir, fue halado con firmeza y sometido contra el suelo, quedando Yut Lung a espaldas de él.
—¿¡Qué diablos te sucede?! — Exigió saber.
Pero antes de que pudiera decir algo más, un fuerte respingo le hizo guardar silencio. Después, un abrazo.
Se dejó hacer, sintiendo la calidez del cuerpo ajeno contra el suyo. Sintió algo tibio mojar su espalda. Quiso girarse para abrazarlo correctamente, pero Yut Lung se lo impidió. A pesar de todo, seguía siendo un maldito orgulloso.
Pasó un rato. No podía decir si ese lapso de tiempo había demorado minutos o cuartos de hora, pero en algún momento, sintió que Yut Lung había dejado de llorar. Fue cuando tomó valor, se giró y lo abrazó como es debido. El de cabello largo hizo el ademán de empujarlo, pero Sing se lo impidió. Apretó sus cuerpos y con su mano derecha, acarició su cabeza. Ninguno decía nada. No tenían nada que decirse, porque en su silencio, ambos se comprendían.
