Capítulo I
En frente de mí suspiraba una imagen triste de una muchacha sentada abrazando sus piernas, apretando con una de sus manos una botella de vaya uno a saber qué bebida con tanto porciento de contenido alcohólico. Su cabello negro, corto y desordenado daba pena. Sus ojos estaban rojos por la falta de sueño y sus labios algo resecos a pesar de la cantidad de bebida que había consumido... Tenía la mirada perdida. En algunos momentos creo que era conciente de que me observaba a mí misma. El espejo roto de la habitación multiplicaba mi desastrosa persona en muchos pequeños reflejos. El tono iluminado de mis ojos que tanto apreciaba la gente en mi pasado se había esfumado. Ya no era una niña, estaba sola en una enorme ciudad con 18 años aferrándome a la esperanza de sobrevivir un día más.
No tenía muchos recuerdos felices de mi infancia. La mayoría del tiempo estaba sola en mi enorme casa mientras mi padre trataba de ganarse algo así como un perdón y mi madre ayudaba a personas con problemas en sus también maldecidas vidas. Los quería, por supuesto, eran mis padres, pero no teníamos lo que podría decirse una relación muy cercana. Los momentos que pudimos pasar juntos fueron excelentes. No es que estén muertos ni nada, es sólo que quise darles su espacio y a sus enemigos un punto menos donde hacer daño. Hace mucho no los veía y creo que a veces sentía en mi interior que los extrañaba.
Tomé casi de un sorbo el resto de líquido que quedaba dentro de la botella y tomé mi chaqueta de cuero negro para abrigarme de la fría mañana al salir del edificio donde difícilmente alquilaba un cuarto. Ganaba el dinero suficiente haciendo algunos trabajos como los de mis padres. Ellos no cobraban, pero en mi situación era necesario. Muchos se quejaban cuando les daba una cifra -que no era demasiado alta para los servicios que prestaba, a veces no llegaba a los doscientos dólares- pero bastaba con ver mi triste imagen y contarles algunas desgracias de mi vida para que se compadecieran y accedieran a pagarme.
Aparte de esos desagradables trabajos, me dedicaba a algo más normal para alguien en mi condición: tocaba la guitarra. Llevaba colgando en mi espalda el instrumento que había suplicado a mis padres que me compraran. Era azul. Como transporte no me quedaba otra que alzar un dedo pulgar en la dirección que iba el tránsito. A veces pasaba un buen rato hasta que alguien lo suficientemente humano me dejara subir a su vehículo. Debía alejarme de aquella parte en la que "vivía" ya que la mayoría de las personas me conocían y gracias a esto ya casi nadie se compadecía de mí.
Pasaba bastantes horas tocando baladas -este tipo de canciones eran las que se me daban mejor. Tomaba una parte de lo que ganaba con esto para darme un almuerzo mínimamente decente y la otra para comprar algo para la cena. Lo que quedaba era ahorrado para la renta.
Volvía bastante entrada la noche, a veces dándome el lujo de tomarme el bus directo sin que me importen las miradas de las personas que hacían muecas ante mi presencia, otras veces de la forma en la que me iba.
El día en que comenzó lo que quería contar desde un principio había llegado al edificio aproximadamente a las dos de la madrugada. Subí pesadamente las escaleras sin ninguna botella en mis manos. Mientras me encaminaba hacia mi pequeño apartamento, que era el último del lado derecho del segundo piso, y hurgué en los bolsillos de mis jeans gastados para sacar las llaves. Cuando estuve frente a la puerta tropecé con algo: mis cosas. No eran muchas pero estaban apiladas en la entrada. Maldije al estúpido que pudo haberme jugado aquella broma idiota. Introduje una de las llaves del manojo y no giró. Puse otra y sucedió lo mismo. Ninguna pudo abrir la puerta y supe por qué: habían cambiado la cerradura. Sentí pasos a mi izquierda. La dueña del apartamento.
-No has pagado lo que debes.
Demonios, lo había olvidado.
-Sólo una noche más -supliqué.
La negativa de su cabeza me fue suficiente para entregarle las llaves. Se fue sin decir nada más y me quedé sola en el pasillo. Esta noche debería dormir afuera.
