Este fic participa en el mini reto de Julio para el Torneo entre Distritos en la Arena, del foro Hasta el Final de la Pradera. Los personajes no son de Collins, Panem sí.
Nadie hablará de nosotros
Son casi las nueve, por suerte el lugar al que se dirige no se encuentra muy lejos de casa. Deacon intenta domar los rizos delante del espejo que hay sobre el aparador de la entrada, pero resulta imposible. Tendría que haberse cortado el pelo, tendría que haber comprado ropa nueva, pero para eso habría necesitado que existiese alguna tienda de ropa en el Distrito y es demasiado pronto; la gente todavía intenta reconstruir sus vidas o más bien, empezarlas de cero.
En el Distrito 9 ya no hay fábricas, todavía es tierra yerma, quemada, arrasada por el paso de la Guerra. Tampoco hay vencedores ni vencidos, todos estaban en el mismo bando. De camino a la plaza, atisba a lo lejos el monumento a los caídos erigido en su centro. Para eso sí que ha llegado el presupuesto y Deacon lo odia, odia que le obliguen a recordar. El monumento en cuestión es una masa informe, una mole a la que hay que acercarse para captar los detalles: las caras, las armas, la desesperación y la muerte encerradas en un amasijo metálico. Para ser francos, no resulta nada bonito de contemplar, pero encierra su simbología. No es que Deacon entienda mucho de eso, en la escuela nunca se molestaron en enseñarles a apreciar el arte… Y de todas maneras, ¿qué arte? En Panem no existía ese concepto antes de la caída del Capitolio, y si lo hacía, a nadie parecía importarle, lo cual es lógico cuando lo que de verdad importa es comer.
En todo caso, prefiere la mole a que hubiesen colocado una estatua de Lukas. Aquello sí que hubiera sido un infierno. Debería sentirse orgulloso: su hermano, un héroe de guerra, un líder, un…. Pero no es así como se siente. Siente que el suelo desaparece bajo sus pies y lo invade un terrible sentimiento de pérdida. Le entran ganas de liarse a patadas con el jodido monumento, pero seguramente se fracturaría varios dedos de los dos pies, y parece una tontería hacer eso justo el día en que tiene una cita. O bueno, una especie de cita. Un encuentro, llamémoslo así.
Rodea el espanto de hierro y cemento y la encuentra a ella. Está preciosa, con un vestido de pequeñas flores azules y verdes y la melena recogida en una larga coleta marrón. Sin embargo sus ojos, verdes o grises según la hora del día, siguen igual de turbios que una tormenta; tristes y melancólicos, aunque tal vez hoy no se note en ellos tanto dolor. Le gustaría que fuera por él, por ese encuentro. Se siente culpable solo de pensarlo, pero eso es lo que querría, curarle las heridas a Lucie.
—Has venido —dice ella.
—Claro que sí —responde Deacon, aunque le gustaría haber respondido algo un poco más locuaz, como habría hecho Lukas. Y es que ese sigue siendo el problema, que él no es Lukas y que posiblemente ni siquiera debería estar allí, quedando con la muchacha con la que su hermano se iba a casar. Joder, si es que ni en el Capitolio se habrían imaginado semejante drama amoroso y sentimental.
—¿Hemos venido para quedarnos mirando este adefesio o piensas llevarme a alguna parte? —le pregunta Lucie, acercándose a él y rozando su mano con la de ella.
Deacon se estremece un poco, por el contacto, por la culpa, porque está seguro que hay mucho de culpa en ese escalofrío.
—Me gustaría llevarte a otro sitio —contesta—. Lejos de aquí y de los recuerdos, lejos de todo.
—Bueno, puede que hoy no podamos, pero mañana… —Y entonces sonríe—. Tal vez.
A/n: no está Lukas, pero está su hermano. ¿Qué os parece?
