Tres lágrimas de un millón
El departamento
Está tan bien ubicado que obviamente no lo ha elegido él (con su mal gusto, sabe que cuando lleva una prenda de buen vestir no la ha buscado por su cuenta, claro), pero a Layale le gusta, porque es lo que despierta la nostalgia en el rostro de su amado, cuando está a su lado, pecando, lejos de su verdadera familia.
La hija
Tiene esos rizos rojizos de la mujer que vino a hacerse las piernas el otro día. Ya la había visto en las fotografías y en los reproches de ese hombre taciturno al que frecuenta. Lo que no pensó, era que realmente respondería a sus muecas con risas y comenzó a imaginarse segunda madre. Le gustó lo que vió. Le dolió tanto, que a la salida apurada, comenzó a llorar en el cordón de la calle.
La mujer
Layale pensó que querría perderse en ella, olerla, probarla, saberla de memoria. Y quiere. Pero no puede terminar de creer que su amado le adore. Lo que sí puede es ver el dolor en su mirada. El capricho del amante perfecto nunca satisfecho, porque busca consuelo en mujeres baratas. Como Layale. Acepta la propina porque no quiere decir alto y claro "soy la querida de tu esposo, no necesito nada más que a él y eso no puedes dármelo,¿verdad? No puedes sacarlo de tu billetera y entregármelo así nada más..."
