Por lo general, a lo largo de la vida uno va conociendo mucha gente que podría o no ayudar a definirnos como personas. Algunos llegan para quedarse, otros que parece que tendrán un papel importante en nuestra historia, se van sin dejar más que la leve estela de su pasada, otros en cambio han estado desde antes que pudieras acordarte y sabes que no se irán de tu vida por ningún motivo.

Ser sextillizos tenía sus ventajas y desventajas, como cualquier relación humana existente.

Por un lado, todos sabían que difícilmente se quedarían solos. Su relación se había construido con base a su unión fraternal, aunque todos pudieran formas su propio camino, jamás se alejarían demasiado del principal y más ancho en donde todos caminaban unidos.

Podrían pelear, gritar, enojarse y desear haber nacido como hijo único o al menos tener un solo hermano en vez de 5, pero al final del día todos buscaban el calor del otro para poder dormir tranquilamente.

Se necesitaban más de lo que ellos mismo podían admitir en voz alta y sin vergüenza

Osomatsu necesitaba a su mano derecha que lo aguantaba a pesar de ser un flojo sin remedio. Le encantaba pasar sus tardes al lado de su hermano menor aunque este le regañara constantemente por no buscar trabajo y ser un descuidado.

Osomatsu odiaba sentirse ignorado por cualquiera de su familia, pero sobretodo le disgustaba verse cambiado por un pequeño aparato rectangular que constantemente reposaba en las manos de su más pequeño hermano, quería que toda su atención estuviera en él y no es esa cosa.

Osomatsu disfrutaba ver la explosión de energía que era aquel hermano, verlo correr de un lado a otro gritando y bateando, mientras el descansaba tomando una cerveza, que contaba como ejercitarse para él. Ver aquella sonrisa le llenaba un poco el alma.

Osomatsu le encantaba tomar siestas apoyado en su suave hermanito. Sin decir nada solían reunirse para mimarse mutuamente, sin tener que dar explicaciones del porqué de aquellas acciones. Se sentía mimado y querido apoyado en el suave estomago de su otro hermano pequeño.

Pero había un hermano que lo ponía nervioso.

Con aquel hermano no se sentía "El mayor" y eso no le agradaba del todo.

Quizás era el sentimiento extraño de que él era el mayor dentro de los menores, casi podía tomar su lugar de mayor y cuidar mejor de todos los demás. Detrás de su dolorosa actitud, que tanto repele a los otros, estaba el hermano más amable; aquel que los defendía en la escuela cuando eran niños, el que estaba siempre pendiente de que todos estuvieran bien, el ignorado, rechazado y postergado segundo hermano mayor.

Aquel sujeto que lo ponía completamente nervioso.

¿Será que temía que le quitaran su trono? Lo dudaba, él tenía aquel puesto asegurado con pernos al piso, nadie lo desterraría de su pequeño reino.

¿Será que se sentía intimidado? Era cierta que si el otro se enojada, daba miedo; pero no más que el mismo en esa situación. Habían peleado codo a codo en varias ocasiones y sabía que ninguno era más que le otro.

¿Será envidia de algo? Lo dudaba completamente, ya había dicho que aquel era el ignorado por todos, el excluido, el chico que jamás se quejaba del rechazo.

Entonces, Por qué cada vez que lo miraba sentado observando su propio reflejo le daban ganas de acercarse y gritarle que no fuera estúpido, que él estaba ahí.

"¡Mírame a mí y no ese estúpido espejo!", ¿Por qué no simplemente lo hacía?

No quería tenerlo cerca, pero lo quería cerca.

Una maldita confusión dentro de su cabeza. ¿Quiero a Karamatsu cerca o lejos? ¿Qué quiero con él?, ¿Por qué con él, y solo él, me cuesta ser el mayor?, ¿Qué son estos nervios estúpidos cuando me habla de improviso? ¿Qué es esto que siento?

Osomatsu se sentía confundido y cansado, prefería la vida fácil y ver a una de sus tantas novias del videoclub, salir a emborracharse o simplemente acostarse a leer en la sala. De vez en cuando simulaba escuchar al tercer hermano reprochándole su desempleo, salía a pasear por ahí o de fijo dormía una siesta.

Pero cuando nadie más lo veía, buscaba al segundo hermano y se pegaba como un chicle a su espalda, quitaba esos espantosos lentes de sus ojos y buscaba el calor ajeno.

El otro siempre se dejaba hacer, quizás por costumbre, quizás por gusto. Nunca había quejado de aquellas interacciones. Simplemente cuando ambos estaban solos, el mayor se acercaba a acecharlo cómo una pantera con un pequeño conejo.

Siempre terminaban de esa manera, jadeando contra la piel contraria, gritando el nombre ajeno, enterrando su moral bajo un cúmulo de sensaciones placenteras.

Ahí no podía ser el mayor. Ahí era simplemente Osomatsu amando a Karamatsu

No podía ser su hermano, no podía cuidarlo de él mismo, no podía consolarlo, ni acariciarlo sin malicia.

No quería ser su hermano, ni aparentar la indiferencia que aparentaba cuando había gente a su alrededor. Deseaba abrazarlo como a los otros cinco sin tener esa asquerosa necesidad de besarlo desesperadamente.

Pero no podía.

Y lo odiaba.