D. Gray-Man pertenece a Katsura Hoshino. Yo no recibo nada por escribir esta historia, excepto satisfacción puramente personal.

La historia comienza a partir del último capítulo del manga, el 221. Después de ahí, la trama es mérito mío. La estructura será de pequeños capítulos, conforme se vaya creando el mundito donde quiero que esta se desarrolle. No pienso entrometerme demasiado con la pelea entre la Orden y el Conde del Milenio, dado que mi principal objetivo es la relación entre Kanda y Lenalee, pero al final, vamos, no se puede asegurar nada.


Et lux in tenebris Luce

("Y la luz brilla en las tinieblas")

oo

—¿Así es cómo me reciben?

Lenalee lo supo de inmediato al verlo. No sólo ella, si no también Marie.

Su mirada aún era agria, pero el brillo de sus ojos era lo que lo hacía mirarse diferente a antes. Su cuerpo, aún con las ropas puestas, se notaba suelto y relajado, tanto como alguien tan severo como Yuu Kanda en las posibilidades de su personalidad dura y fría podía estarlo. Incluso su entrecejo estaba suavizado por aquel brillo. Lenalee, en ese momento, lo supo. Kanda, por fin, se había convertido en una persona libre.

El corazón de la joven exorcista se infló de gozo. En tiempos como ése, aquello parecía ser un pequeño vistazo de luz en una habitación en penumbras. Nada la hacía más feliz que ver a sus amigos felices, sobre todo si eso implicaba que estuvieran vivos. Porque luego de escuchar la historia sobre la pelea que hubo entre Alma, Kanda y Allen, nadie le podía asegurar si el espadachín japonés estaba vivo.

Ignorando su paradero, sin saber si estaba muerto, Lenalee había sufrido de maneras titánicas la ausencia de su más antiguo compañero de la Orden. Sin embargo, al verlo vivo en Francia, ella ni siquiera pudo aguantar la emoción y dejó a las lágrimas salir.

Lenalee sabía que Kanda odiaba verla llorar, pero llorar de alegría era una bendición que ella no podía dejar pasar, aunque eso la hiciera ver fea e hinchada.

Qué importaba, pensaba Lenalee. Qué importaba su rostro rojo o sus ojos cansados si ahora podía ver a quien pensó que nunca más vería de nuevo.

oo

—¡Por favor, no la tomes!

Lenalee no había podido evitarlo. Estaba tan feliz de ver a Kanda liberado de su pasado y, sobre todo, liberado de la Orden Oscura. Por ello, cuando lo vio sostener su inocencia no pensó mucho sus acciones. Por lo que, con el impulso de desesperación que le hizo saltar hacia él y aplastarla entre sus manos, lo sorprendió a tal punto de cambiar por completo la expresión de su cara. Ella también se había sorprendido a sí misma, si era sincera.

Después de pasar la impresión, Kanda sólo la miró con sus ojos negros y profundos. Lenalee sintió algo en su estómago estando bajo su mirada, pero en ese momento no pudo comprobar qué era hasta el instante en que Kanda tomó su mano, donde su inocencia líquida reposaba.

Lenalee tenía la palma de la mano a temperatura cálida, efecto de estar en contacto con la inocencia de su compañero. Ésta era densa y bailaba entre los pliegues de su mano, dejándole una sensación de compartimiento extraña, donde esa inocencia no la rechazaba, pero tampoco aceptaba la sincronización. Un tipo de reconocimiento donde las marcas de sus estigmas comenzaron a escocerle la piel.

No quería que su inocencia se cristalizase, quería que Kanda saliera de la Orden y fuese libre, justo como lo había sido todo este tiempo que estuvo desaparecido.

Él ya había encontrado su camino, su salida. Ella estaba más que dispuesta a dejarlo ir, con tal de que él, uno de los que más había sufrido gracias a los burócratas, pudiera alcanzar la paz y tranquilidad que a todo exorcista se le había arrebatado.

Pero Kanda no quería. Kanda tenía una misión, una que nunca lo dejaría descansar en paz si no cumplía.

—No te enojes —dijo. Su aliento golpeó la piel de la mano de Lenalee, hasta que sus labios chocaron con ella.

Cuando Kanda tomó su mano y la acercó a su boca para aspirar su inocencia, el calor que Lenalee sentía se intensificó y se propagó desde su mano, pasando por su muñeca y hundiéndose en su carne haciendo burbujear la sangre de sus venas, que comenzó a subir hasta llegar a su cara.

De alguna manera, la lengua de Kanda sobre su piel hablaba un dialecto parecido al de sus ojos, cual Lenalee sentía que comprendía y desconocía a la vez.

El escozor en los estigmas sucedió de nuevo, pero sin que ella lo notara.

oo

—¿Te vas?

Apenas había llegado y ya se estaba marchando. Lenalee ya estaba acostumbrada a aquello, pero no por eso era capaz de aceptarlo. Menos aún cuando la Orden asiática había desaparecido casi por completo.

Allen y Lavi estaban desaparecidos, ambos en manos de los Noé. Sólo quedaban ella, Miranda, Krory, Timothy y Kanda, y Lenalee no permitiría que eso cambiase. No esta vez. No después de lo sucedido, no después de tantas muertes, de tantas ausencias, de tanto dolor expuesto en la última pelea con el Conde del Milenio.

—Se lo debo al brote de habas —le contestó, mientras tomaba a Mugen y la colgaba en su espalda—. Él no se rindió con Alma y conmigo. Yo tampoco me rendiré con él.

Lenalee no pudo evitar sonreír, cosa que, visiblemente, molestó un poco a Kanda. Era bien sabido por todos que él y Allen Walker no se llevaban para nada bien, pero Lenalee siempre había presentido que ése odio se debía a que ambos encontraban cosas en el otro que los hacían semejantes, y ambos, con personalidades tan diferentes, se negaban a aceptarlo usando una fachada de odio y competencia.

—Yo distraeré a mi hermano. Cuida a Allen, Kanda.

Ch. Yo mismo lo mataré a golpes si cede ante el Catorceavo.

Ella quiso sonreír, pero fue incapaz al oír el nombre del Noé que habitaba en el cuerpo de su amigo Allen. "Suerte", le dijo en voz baja. No podía hacer más: Lenalee quería detenerlo, pero estaba segura que nadie tenía más oportunidades para encontrar a Allen que él. Kanda la miró por última vez, ambos a un metro de distancia, antes de darse la vuelta y desaparecer por el pasillo.

—Volveré, Lee —escuchó.

Lenalee rezó porque Kanda volviera pronto. Su hogar ya no sería un hogar si las personas a las que quería continuaban yéndose sin regresar y, aunque Yuu Kanda mantuviera sus promesas como pactos inquebrantables, ella sabía que siempre había algunas que no se podían cumplir, por más que se quisiera hacerlo.

oo

Lenalee meditaba. Aquel día había sido lo bastante estresante como para sumergirla en lágrimas una vez que se encontró sola en el techo del edificio de la Orden Oscura de la división europea. Cada día, después del incidente de Alma Karma, por los pasillos se escuchaban historias de los demás experimentos de los segundos y terceros exorcistas, los últimos quiénes, además de estar con el Conde del Milenio, estaban en la boca de todos. Ella había tratado de enfrentarse con uno, sin embargo, sin el apoyo de Marie poco hubiese quedado de su cuerpo. No eran invencibles, pero no cabía duda que su formación de exorcistas más su sangre de akuma los hacían las armas perfectas para matar.

Además de eso, la lealtad de Allen Walker era un tema recurrente. No pasaba ni un día en el que Lenalee no escuchara cómo algunos miembros de la Orden lo llamasen traidor. No cuando ella no podía comentar nada, porque de ser así, ella sería acusada también de traición.

Sentada en posición de mariposa, Lenalee cuidaba que sus vendajes no se rompieran con el movimiento. Era pésima meditando. Había elegido hacerlo porque recordaba la tranquilidad con que Kanda lo hacía, pero ella era un fracaso. Incluso, la herida que tenía cubierta por vendas y gasas en su pierna, gracias a su pésima concentración, se había abierto por tanto movimiento.

Lenalee tenía los ojos cerrados y el ceño fruncido cuando escuchó una voz hablarle.

—Se supone que para meditar tienes que dejar de pensar, Lee. No pensar más.

La exorcista abrió los ojos abruptamente al escuchar aquella voz. Levantó la cabeza, para ver la figura alta y oscura de Kanda que iba en contra de la luz del sol. Él le sonreía de manera seca, pero sincera.

Lenalee se levantó sin decir nada y se soltó a llorar en sus brazos, cuales la rodearon justo en el momento en que Lenalee se colgó de su cuello.

—¡Kanda, estás bien! —de la emoción, Lenalee reía mientras lloraba con sutileza. En su pecho había un tumulto de emociones, y Kanda también lo sabía, por lo que ambos estaban al tanto de que ella quería decir más que eso.

—No pude traer al canoso —murmuró Kanda, aún unidos en el abrazo. Lenalee no habló, sólo dejó salir un suspiro—. Johnny y yo lo encontramos, pero hubo un enfrentamiento. Link estaba ahí. No supe más porque me desmayé. Cuando desperté, Tiedoll me ofreció volver a la orden como General. Acepté.

—¿Qué? —Lenalee preguntó incrédula—. Pero tú y la Orden...

—Puedo hacer más como general que como prófugo. Como general, puedo hacer la búsqueda del brote de habas como algo oficial. Aún no he olvidado mi propósito de encontrarlo.

—Entonces, Kanda... ¿seguirás buscando a Allen?

—Tú también, Lee. Tú serás parte de mi equipo desde hoy en adelante.

oo

Kanda sintió a Lenalee balancearse entre sus brazos al saber la noticia, como un ángel revoloteando al ras del suelo. Pese a la misión fallida, Kanda estuvo contento de haber regresado a la Orden.

Su rostro era iluminado por los rayos del sol, sin embargo Kanda era perfectamente capaz de ver cada uno de los detalles que lo conformaban.