Eran las once y media de la noche, hacía un frío capaz de cortarle la respiración a uno y llovía con tanta intensidad que apenas se podía ver lo que había a más de cinco pasos de distancia. Armin siempre había odiado salir de noche, o quizá fuera más correcto afirmar que lo que odiaba era el simple hecho de salir, de mezclarse con una multitud cuyas inquietudes no comprendía, pero aquello no detuvo al joven de seguir avanzando por las desiertas calles de la ciudad, al fin y al cabo ¿qué podía hacer en casa en un día tan horrible? Se suponía que aquella noche iba a ser especial, que su novia le esperaría en casa para celebrar el año que llevaban juntos, pero en lugar de eso, había vuelto a su casa para que le arrancaran el corazón del pecho, para que una breve nota licuara su alegría y la vertiera por el desagüe, una nota que ofendía tanto por su contenido como por su brevedad, una nota muy parecida a las que ya había recibido en más de una ocasión y a las que todavía no lograba acostumbrarse, una nota que decía:

Ya no lo aguanto más, no soporto estar con un hombre cuyo fin de semana perfecto consiste en estar jugando delante de un ordenador. Necesito vivir, Armin, relacionarme con el resto del mundo, no solo contigo.

Lo siento, Armin.

«Lo siento… »pensó, primero sintiéndose desolado y más tarde enfadado, ¿cómo se atrevía Michelle a escribir aquellas palabras, cuando había dejado tan claro que no comprendía su significado… ¡peor aún! ¿Cómo podía nadie pretender poner fin a una relación con una simple nota de despedida? ¿Qué clase de desalmado hacía eso? «Todas las mujeres que acaban contigo…» respondió implacable la voz que habitaba en su cabeza. «Todas te dejan con notas para no tener que verte más » —Pues todas deben tener un agujero negro en el lugar donde deberían tener el corazón.

Antes de darse cuenta, sus pies le habían llevado a casa de su hermano y se descubrió a punto de tocar el timbre cuando un pensamiento pasó fugaz por su mente: ¿Quería realmente molestar a Alexy con sus problemas? Aquella era la décima relación que echaba a perder por culpa de su forma de ser, por culpa de aquella apatía que sentía por el mundo exterior, por culpa de aquel carácter que siempre le aconsejaban cambiar. ¿Quería realmente entristecer a su hermano, en vísperas de su boda, con una noticia tan deplorable? Armin negó con la cabeza, apartando aquella idea de su mente, dio un paso hacia atrás y volvió a emprender la marcha, decidiendo que, el próximo lugar a donde le llevaran sus pies, sería el definitivo, el lugar donde pasaría el resto de la noche, y tuvo que dar gracias a sus pies, tras varios minutos de caminata, por conducirle a un bar que no cerraba hasta las seis de la mañana.

El lugar que había encontrado no merecía siquiera ser bautizado con el nombre de antro pues incluso para eso, era demasiado oscuro, el aire demasiado denso, las mesas demasiado viejas, demasiado sucias y el personal, demasiado hostil. La sensación que tuvo al entrar, fue la de que nadie le quería allí, la misma sensación que había tenido en casa, pero lejos de dejarse intimidar por aquello, Armin resolvió sentarse en un taburete frente a la barra y pidió una copa de la bebida más fuerte que tuvieran en el establecimiento. Aquella primera copa le abrasó la garganta y le hizo tener ganas de tirarle el vaso al hombre que se la había servido, pero la siguiente pasó con más facilidad, y la siguiente aún mejor, y mejor, y muchísimo mejor, hasta que al final logró olvidar que lo que ingería era alcohol.

—Con calma muchacho —escuchó la voz de una mujer que se reía y lo siguiente que advirtió fue que una mano le quitaba el vaso de entre las suyas para darle un trago a su bebida de fuego. —¿Es que quieres acabar en coma?

Armin apoyó un codo sobre la barra y después, con cierta dificultad, acostó su barbilla sobre la mano que le quedaba en alto. La mujer que había hablado estaba sentada a su lado, aunque desconocía si llevaba allí toda la noche o si acababa de aparecer, de hecho, tenía dificultad incluso para distinguir si era real o producto de su imaginación, pero fuera lo que fuese, realidad o sueño, no cabía duda de que era una mujer muy llamativa, o por lo menos, una mujer que uno no esperaría ver en un lugar de tan poca categoría.

—¿Le importaría eso a alguien? —miró a la joven de arriba abajo y recuperó su vaso, ahora vacío. —¿Crees que alguien lloraría por mí? —negó con la cabeza, esbozó una débil sonrisa y quitó el brazo de la barra, con tanta torpeza que casi logra darse un golpe en la cabeza con la superficie de la misma. —Todo el mundo se aparta de mí, así que quizá fuera mejor así —se llevó el vaso a los labios, olvidando por un segundo que éste ya no contenía nada y al darse cuenta, lo dejó en la barra con una mueca de fastidio adornándole los labios.

Punto de vista de la desconocida

Miré al chico, que no debía de tener más edad que la mía y arqueé una ceja. Me había acercado a él por lo mucho que destacaba en aquel bar de mala muerte y por culpa de mis amigas, pero al final resultaba que no tenía nada de especial, que era un borracho más agonizando entre copa y copa, bajo las titilantes luces fluorescentes de un bar poco acogedor de las afueras de la ciudad. Un pobre diablo con la autoestima con los suelos que buscaba el consuelo fácil de la fría botella.

—No, desde luego yo no voy a llorar —salté del taburete, pedí al barman que le sirviera otra copa, la pagué y me despedí del joven: —intenta no ahogarte con tu propio vómito, resultarías más patético de lo que ya eres —y dicho aquello, me alejé de la barra para ir a sentarme con mi grupo de amigas al final del local.

Aquella noche celebrábamos el compromiso de mi mejor amiga Deanna, que iba a casarse el año que viene con su novio de toda la vida, un hombre de esos que solo existen en las telenovelas románticas: guapo, seductor, cariñoso y con un toque de fuego que le hacía altamente atractivo. Mis amigas habían decidido que, puesto que yo era la única soltera del grupo, tenía que tirarle los tejos a alguien del bar, una especie de juego con el que ellas se divertían a mi costa y que a mí se me daba francamente mal, como acababa de demostrar.

—¿Y? —fue Deanna la primera en preguntar, tenía los ojos teñidos de emoción y curiosidad, y casi me dio pena tener que defraudarla, de hecho, me daba pena defraudarlas a todas, las pobres habían intentado por todos los medios buscarme una pareja, pero pocos hombres podían soportar mis gustos y manías, pocos hombres podían soportar a una mujer con tantos problemas para relacionarse como los míos y que encima, disfrutara aislándose durante horas en el abrazo de un buen libro sin la pesada necesidad de conversar con nadie.

—Y era un auténtico idiota —contesté al tiempo que me desplomaba sobre mi asiento y le daba un trago a mi zumo de melocotón y uva. —Un llorón de esos que buscan la salvación en un bar, yo que sé… mal rollo —suspiré hastiada.

El encuentro con el joven me había dejado un sabor muy amargo en la garganta, por alguna razón que no alcanzaba a comprender, me había decepcionado su actitud, pero ¿acaso había esperado algo de él? Y si así fuera… ¿qué derecho tenía yo para exigirle nada a un extraño?

Julie, una de las chicas de nuestro grupo, una morena imponente, de ojos azules como el hielo, labios algo gruesos y pómulos altos, miró al resto de mujeres y después me tomó de la mano. —No te desanimes demasiado, ¿qué se podía esperar de un hombre que estuviera en un sitio tan decadente como este? —las otras asintieron y una a una, fueron ofreciéndome palabras de ánimo, una reacción algo exagerada, puesto que todo había sido parte de un juego y sin embargo, sentí que era justo aquello lo que necesitaba, frases de ánimo. ¿Sería realmente tan difícil encontrar a un buen hombre? No es que quisiera casarme, de hecho esa idea nunca me había parecido atractiva, no obstante, empezaba a pensar que acabaría muriendo sola, tirada en el sofá y probablemente con un libro en el regazo… ¡qué triste!

Oí que alguien se aclaraba la garganta, una voz nueva en el grupo y acto seguido unas palabras inesperadas: —Disculpa, no soy patético —era el joven de la barra quien nos interrumpía en nuestro íntimo momento, un joven de cabello color carbón, ojos azules y equilibrio inestable. —Y te lo demuestro cuando quieras —acto seguido, golpeó la superficie de nuestra mesa con la palma de la mano y se marchó, dejando frente a mí un papelito con un número de teléfono escrito y un nombre que inmediatamente deduje que debía de ser el suyo: 'Armin'.

El ofendido borracho se marchó del establecimiento, pero yo aún tuve que quedarme durante unas cuantas horas más junto a mis amigas, unas horas eternas de duda y confusión durante las cuales, mis amigas me sometieron a un interrogatorio al que yo ni siquiera sabía contestar.

¿Debía llamar al tal Armin y darle una oportunidad o era mejor desconfiar?