Cullen&Swan: La sangre helada.
Prefacio.
Desde que mi compañero, Jasper, había sido trasladado al departamento de Washington, su puesto era uno de los más reclamados. Durante varios días cientos de candidatos habían presentado sus solicitudes, unos más persistentes que otros. Sin embargo, ninguno de ellos parecían del todo preparados para ejercer este trabajo; unos parecían demasiado experimentados. Otros, demasiado inexperimentados. Las entrevistas eran un verdadero calvario. Y cuando parecía que nadie era perfecto para el puesto, apareció ella.
Me llamo Edward Cullen, y trabajo para el FBI. Desde la Universidad, cuando estudiaba Medicina, mi sueño siempre ha sido entrar en el cuerpo. No fue un proceso fácil. Tuve que estudiar, prepararme y dedicar todo mi tiempo durante años para entrar. Y cuando por fin lo conseguí, fui destinado al cuerpo de Investigaciones Secretas del Estado.
Ahí fue cuando conocí a Jasper Whitlock. Él también acababa de salir de la Academia, y teníamos la misma edad. Había estudiado Ingeniería Biomédica en la Universidad de Houston, Texas y a diferencia de mí, nunca había pensando en ingresar en el FBI. Su verdadera aspiración era la investigación de células madre. Pero el destino es caprichoso, y tras la muerte de sus padres en un extraño accidente, decidió dedicarse de pleno a este tipo de investigaciones. Con el tiempo, nos hicimos amigos íntimos, y su traslado al departamento de Canadá fue un gran golpe emocional para mí. Ambos compartíamos piso, y habíamos hecho grandes amistades en Nueva York. En ese mismo tiempo, mi novia Tanya, con la que llevaba desde la Universidad, decidió dejarme. Fue algo inesperado, y aunque decidí tomármelo de la mejor manera posible, no fui capaz. Me invadió una especie de depresión, y mi jefe me recomendó una baja temporal. Así que durante los dos meses que permanecí apartado del servicio, me los pasé en Chicago, mi ciudad natal. Volví a casa de mis padres, Carlisle y Esme, y el cambio de aires me vino ligeramente bien. Mi hermano mayor, Emmett, me llevaba con él casi todas las noches, insistiendo en que conociese a otras mujeres. Mi hermana pequeña, Alice, conseguía hacerme reír con sus ocurrencias y su hiperactividad. Pero había algo que echaba de menos; mi trabajo.
Conseguí convencer al médico de que ya estaba perfectamente capacitado para volver a Nueva York, y tras concederme el alta, volví a la ciudad. Me llevó tan solo dos días cambiarme de apartamento, uno más pequeño y apto para mi bolsillo, y una semana más tarde, el señor Thompson, mi jefe, me estrechaba la mano de nuevo, emocionado por tenerme de nuevo junto a él.
En mis primeros días, después de mi vuelta, lo que más nos preocupaba, era buscar el sustituto adecuado para el puesto de Jasper. No podía trabajar en las investigaciones yo solo, así que nos corría bastante prisa. Tras largas horas entrevistando candidatos y evaluando sus curriculums, por fin apareció la candidata perfecta.
Se llamaba Isabella Swan. Tenía 26 años y un historial intachable; licenciada en Psicología por la Universidad de Seattle y con un máster en Psicología Social hecho en la Universidad de Oxford. Había trabajado con la policía del estado de Washington en diversos casos de asesinos en serie y además dominaba varios idiomas. Mientras revisaba su curriculum, levanté la vista para observarla: estaba sentada en la silla enfrente de mi mesa, con las manos sobre su regazo y la cabeza agachada. En ese mismo instante ella también levanto la mirada, encontrándose con la mía y sus mejillas se volvieron coloradas. Me aclaré la garganta, preparándome para continuar con la entrevista personal.
-"Bien, señorita Swan. Por lo que leo aquí, ha trabajado con el departamento de policía de Washington."
-"Así es. Estuve un año entero con ellos."
-"¿Puedo saber en qué caso concretamente?"
-"En el caso del bosque. Seguramente lo recuerde. Fue muy sonado en todo el país."
-"Sí, lo recuerdo." - le dije mientras la miraba de nuevo y sonreía. Volvió a bajar la cabeza y asintió lentamente. -"Y, ¿en qué, exactamente, colaboró con el caso?"
-"Estoy especializada en mentes criminales. Reconstruyo los casos guiándome por la manera en que actúa un asesino."
-"Bueno, en nuestro departamento no investigamos asesinatos "normales". Se podría decir que nuestra especialidad son los casos "paranormales". ¿Ha oído hablar de ellos?"
-"Todos los días." - contestó sonriendo dulcemente.
-"¿A qué se refiere?"
-"Bueno, digamos que todos los días aparecen noticias sobre ese tipo de actividad paranormal, aunque la gente se lo tome a la ligera."
-"¿Es usted de las que se lo toman a la ligera, tal y como dice?"
-"Por supuesto que no. No estaría aquí si pensara así."
Dejé el folio sobre mi mesa mientras lo miraba fijamente. Sin duda era la candidata perfecta. Quizás, demasiado perfecta. Y además era atractiva. No era el tipo de belleza que llamaba la atención sobre todos los hombres, pero había algo en ella que la hacía especial. Su melena ondulada, sus enormes ojos castaños, su maquillaje sutil. La manera en que sus mejillas se sonrojaban cuando me miraba. Su pierna temblorosa, cruzada estratégicamente. Sacudí la cabeza, sacándome de mi trance, y me levanté de la silla. Ella enseguida hizo lo mismo, recogiendo su bolso y clavando su mirada en mí, esperando una respuesta. Me acerqué a ella con las manos en los bolsillos.
-"Es usted la candidata que estábamos esperando. Aunque como bien sabrá, durante un mes, estará de prueba."
-"Sí.. lo se." - respondió con voz nerviosa.
-"Bienvenida al cuerpo, señorita Swan." - le dije estirando el brazo para estrechar su mano. Estiró el brazo para hacer lo mismo, pero el bolso que tenía en su mano derecha cayó al suelo, haciendo que su cara se volviera más roja todavía. Se agachó para recogerlo y no pude evitar esbozar una sonrisa. Se volvió a levantar, sujetando el bolso con su antebrazo.
-"Muchísimas gracias, señor Cullen. No se arrepentirán."
Concretamos comenzar a trabajar juntos al día siguiente, y volviéndome a dar las gracias, salió del gran despacho, tropezando ligeramente sobre sus pies. En cuanto cerró la puerta, me quité la chaqueta de mi traje y me aflojé la corbata, liberando una gran cantidad de aire que me apretaba el pecho. Caminé hacia la ventana, esperando ver como abandonaba el edificio. Unos largos minutos más tardes, su figura apareció, bajando las grandes escaleras de piedra blanca, con el bolso aferrado a su pecho. Se detuvo de golpe, girando la cabeza y mirando hacia arriba. En ese momento mi corazón dio un brinco y me alejé rápidamente de la ventana, apoyándome en la pared, escondiéndome. Me llevó unos minutos reaccionar y darme cuenta de que eran cristales tintados, por lo que era imposible que ella me viera.
Fue justo ahí cuando comencé a pensar si sería una buena idea trabajar con alguien de la que me podría fácilmente enamorar.
