Stuck in a Moment
Remus Lupin
Un niño muy menudo de unos diez u once años caminaba tranquilamente por una calzada de piedra que terminaba en un edificio de unos cinco pisos, esquivando hábilmente a todas las personas que caminaban alrededor de él, vistiendo capas de colores apagados: negros, azules, verde olivas, todos los colores que los magos promedio creen que son adecuados para trabajar en una oficina. Entre todos esos colores apagados, su cabello, casi rubio, era lo único que destacaba entre el mar de túnicas oscuras, y su chaleco de color rojo escarlata hacía que nadie pasara de alto al muchacho.
Iba sonriendo, ignorando completamente a los magos que lo rodeaban y que varias veces le impedían avanzar. Tenía un sobre algo estrujado en su mano derecha. En él se podía apreciar una prolija escritura, que daba a entender lo importante de esa carta. El sello era de cera verde, en donde se podía ver un hueso y una varita cruzados, y el sobre estaba escrito con tinta negra. Su madre le había entregado ese sobre, muy nerviosa, para que se lo entregara a su padre; lo hubiera hecho ella, pero estaba enfrascada en la investigación que le había encargado el Ministerio, y la poción que estaba realizando para probar su tesis no permitía descuidarse ni un momento, especialmente después de haber estar con Remus en San Mungo por un par de horas, dejando la poción sin vigilancia, así que había mandado a su hijo al edificio donde trabajaba su padre que estaba solo a unos metros del departamento en los que vivía la familia. "Corre hacía la oficina de tu padre y le entregas esta carta" le había dicho su madre, "y por ningún motivo la abras tú, prefiero que el lea la carta primero".
Remus Lupin entró en el gran vestíbulo con el que contaba el edifico de oficinas, divertido al escuchar como los magos adultos que trabajaban en ese lugar comparaban los trabajos que les habían asignado ("verás, amigo mío, me asignaron la investigación sobre la legislación de esos magos daneses que están experimentando con la cruza entre babosas carnívoras y Pimplys en Dorset"), o mirando como los demás saludaban a los magos de más alto rango y después los veían desaparecer detrás de las puertas que para ellos estaban completamente fuera de límites.
El pequeño se acercó al gran mostrador de roble que estaba al fondo del vestíbulo llamando la atención del anciano vestido con una túnica azul que se encontraba al otro lado del mueble.
-Hola Remus- dijo cálidamente el anciano.
-¡Hola Frank!- dijo un muy entusiasmado Remus, mientras apoyaba sus brazos en el mostrador, haciendo que pareciera que no tuviera cuello, ya que el mostrador era muy alto para el chico, el que solo podía mostrar su cabeza por encima del borde del dicho mueble-. ¿Está papá? Necesito entregarle esta carta- agregó agitando la dichosa carta al frente de la cara de Frank.
-Creo que ya terminó de hablar con los magos del consulado mágico noruego, así que puedes ir a verlo a su oficina- dijo Frank con una sonrisa-; tienes que tocar la puerta bien fuerte- agregó mientras se daba vuelta hacia un tablero de madera que estaba pegado a la pared opuesta a él con un sinfín de clavitos en donde estaban colgados sus respectivas llaves. Se detuvo un momento, acariciando su barbilla, como preguntándose dónde estaba algún objeto que buscaba. Un segundo después, agarró una de las llaves que estaba casi a la mitad del tablero-. Si no te contesta, usa esto- dijo el anciano con una sonrisa cómplice dirigida al chico, que rápidamente había tomado la llave de las manos del hombre.
-¡Gracias Frank!- dijo el chico, que ya había empezado a correr en dirección del pasillo que para todos los empleados que estaban hablando en el vestíbulo estaba prohibido y que el habia atravesado tantas veces.
Después de haber corrido unos instantes, casi a la mitad del pasillo Remus se detuvo ante una de las numerosas puertas que daban a las muchas oficinas que estaban en ese pasillo. Empezó a tocar insistentemente la puerta que tenia el número 27 grabado en la misma madera.
Al ver que no le respondían, Remus comenzó a impacientarse, así que tomó la llave que le había dejado Frank y con sus todavía algo torpes manitos, hizo girar la llave en la cerradura de la puerta.
Para alguien que nunca había visitado la oficina del señor Lupin, era todo un espectáculo verla por primera vez. Un gran escritorio de roble era lo primero que se veía al entrar a la habitación; encima del mueble había una infinidad de tinteros, plumas y rollos de pergaminos que esperaban ser leídos; eran las legislaciones que esperaban ser rechazadas o aceptadas. En las paredes estaban completamente cubiertas de libreros, que tenían en su interior millares de libros; grandes, pequeños, empastados, o simplemente unos que parecían estar deshaciéndose delante de los ojos de quien los mirara. Pero lo que de verdad hacía que la oficina del señor Lupin fuera tan magnifica era el enorme vitral que se podía ver detrás del escritorio.
Grandes motivos mágicos se podían apreciar con solo echarle un vistazo al gran ventanal con el que contaba la oficina. Dos magos parecían estar en un duelo, ya que con las varitas en alto, se lanzaban una multitud de chispas, en una sinfín de vidrios de colores que hacían que todo pareciera más magnífico aún.
Ignorando la sonrisa que mostraba su padre, mientras lo miraba sentado en la butaca que se encontraba detrás del escritorio; Remus fue corriendo hacia la ventana, para mirar uno de los 'paisajes' más lindos que había habido en la Tierra, según la opinión del chico.
Pero no era para menos. La ventana de la oficina del señor Lupin daba justo al patio anterior al departamento de oficinas, que a decir verdad, era soberbio.
Las pequeñas baldosas grises que constituían el camino desde la verja hasta la puerta del edificio estaban cortadas especialmente para que una baldosa encajara perfectamente con la siguiente.
Los arbolitos que estaban a los costados del jardín estaban perfectamente cortados en una especie de óvalos alargados, dando la impresión de los antiguos jardines griegos. Y en el espacio restante entre los árboles y el camino de baldosas estaba repleto de flores de todos los tipos. Una hermosa paleta de colores rojos, verdes, amarillos, rosados, lilas, dorados, naranjos y cafés llenaban todos los espacios del jardín. Una gran fuente que tenia una figura de un centauro con su respectivo arco y flecha y un carcaj en el hombro estaba a la mitad del camino de baldosas y a pesar de todos los elfos domésticos que se necesitaban para arreglar dicho jardín, valía la pena solo por mirar aquel espacio.
Después de que Remus pasara varios segundos mirando el jardín de las oficinas, y de que su padre lo estuviera mirando a él, con una cálida sonrisa en el rostro, el chico se dio vuelta y empezó a correr hacia su padre para saludarle. Se subió a las piernas de su padre
-¿Cómo está mi pequeñito?- preguntó el señor Lupin-¿te fue bien en San Mungo esta mañana?- agregó mirando esta vez al costado del chico, en donde se notaba una irregularidad debajo del sweater escarlata que estaba usando, que evidenciaba un gran vendaje debajo de las ropas.
-Yo me siento bien, y el medimago dijo que podía sacarme las vendas en una semana, que la herida ya estaba casi curada. ¡Me voy a Hogwarts sin las vendas, papito! Y eso que el medimago decía que podía tomar mucho mas tiempo en cicatrizar mejor- exclamó alegremente el pequeño Remus, mientras ponía distraídamente el sobre algo arrugado en el escritorio de roble de la oficina.
-¿Y ese sobre que es, Remus?- preguntó el señor Lupin, tomando el sobre, mirando extrañado el sello de cera verde que cerraba el sobre.
-No sé, mamá no me dejó verlo. Pero no me dijo que era. Aunque lo estuvo mirando todo el viaje de vuelta de San Mungo, me pregunto porque no lo abrió ella- dijo Remus algo distraído, dando a entender que no le interesaba mayormente el tema-.¡Pero mamá dijo que íbamos a ir hoy mismo al Callejón Diagon! Por fin voy a poder tener mi varita, y mi caldero, y mamá dijo que recién habían estrenado un modelo nuevo de telescopios, que son mucho mejores que los otros...- y así siguió enumerando las cosas que él deseaba hacer esa tarde, en el maravilloso Callejón Diagon, que según el, era el lugar mas entretenido que había conocido.
El señor Lupin lo miraba sonriente, mientras se arreglaba sus lentes con una mano, para empezar a leer la carta que estaba tratando de abrir con la mano restante. Cuando por fin pudo abrir el sobre y empezar a leer la carta, la cálida sonrisa que había sostenido unos segundos antes, se hizo más serena, más tranquila, como si un gran peso de su espalda hubiera sido removido.
-Mi hijito hermoso- exclamó el Sr. Lupin, abrazando fuertemente al pequeño que estaba en su regazo-, ahora verdaderamente podrás ir a Hogwarts.
-¿A que te refieres, papá?-preguntó Remus, con cara de confusión-¿antes no iba a ir verdaderamente a Hogwarts?
-Ohhh, Remus- le respondió su padre-, ahora ya no tenemos que preocuparnos por tu licantropía, han arreglado todo para que puedas ir normalmente a Hogwarts.
-Pero, papito- dijo el pequeño, muy afligido al ver como gruesas lágrimas empezaban a caer de los ojos de su padre-, no llores- gimió angustiado, mientras sus pequeñas manitas secaban el rostro de su padre.
-Nunca pensé… Hogwarts se puso de acuerdo con San Mungo… Dumbledore es un gran hombre- decía el hombre entre sollozos, abrazando más fuertemente a Remus-. Pensé que no nos autorizarían para enviarte a Hogwarts. Por fin alguien vio que eres alguien totalmente normal, con un pequeño problema, nada más.
Estoy decidida a empezar estar historia de nuevo, y a terminarla esta vez! espero que dejen muchos reviews! y que les guste este comienzo!
cn cariño, rolita!
