Renuncia: todo de Sui Ishida.
Prompt: 005. «Two of a kind and no one home». [Tabla "Musical - Placebo"; minutitos]
N/A: lo planeé como horror, me salió la vena cursi (¿?) y se suponía iba a ser un Kanerize, pero terminó Ayatouka (¿? ¿?) Retomo mi plan de dominación universal con la shipp, bros.
La carga detrás de la sonrisa.
(sólo que Ayato nunca sonríe).
A decir verdad Ayato piensa que —la destrucción es meramente una forma de crear y— los clichés del romance son insulsos, como la gente que los lleva a cabo. Touka entre ellos. (Maldita hipócrita pacifista). No obstante ella es además tan irremediablemente humana pese a ser un monstruo y se mueve en base a impulsos de docilidad ruda y violencia blanda y un par de nudillos que crujen como escalera desusada en crick-crack-craaack.
Y van ciento tres, noventa y seis, ochenta y nueve, ochenta y dos, setenta y cinco, y así consecutivamente en menos siete peldaños-huesos que suben directo a la entrada de la caja musical que sangra notas de Ayato ya que–.
Touka fastidiada y tierna, le saborea las costillas de yeso y los pulmones de pergamino después de regañarle (por no estar a su lado).
«Que te quedes aquí conmigo maldita sea, tu soledad está triste ¿no es cierto?».
Y él quiere —corresponderle, quebrarla, abrazarle, humillarla—. Pero permanece (con ella) callado. Porque (tiene el alma de tabaco hecha pedazos y) Touka provoca cualquier cosa en él menos indiferencia. Es un incordio.
—es amor—.
(— Y tú una escoria, hermana).
«Pero por lo que más aborrezcas nunca dejes que se extinga tu beatífica y estúpida pureza vale».
A veces desea encerrarla en el ataúd de sus dientes, resguardada de la mugre externa y rodeada de sus inmisericordes y sucios clavos nada más. Que ella se infecte con una toxina intoxicada en sí misma y rabie después con sus alas de mariposa rapaz en la lona fina de un estómago, la carpa del circo del desastre. Ya que es inmensamente débil e inmensamente fuerte y Ayato–
(le subsana las heridas abiertas con la lengua repleta de cloroformo).
Y ella lo quiere entonces.
Y él la odia siempre.
—y por eso la acobija en sus brazos-cuchillos,
y la besa con su pico de botón,
y le declara canciones amoratadas—.
Escupiéndole el afecto vulgar. Esperando que ella entienda entre líneas de–
— Eres tan tonta.
«Y m-í-a».
(— porque somos conejos a los que les crecieron alas al saltar al fondo de un acantilado).
Tal vez asume que ha de afligirse al acostarse en su llanura o contentarse al dedicarle una mirada fruncida, tan desatinada ella. Sin embargo Touka no llora con las dichas ni ríe con las penas.
En vez de eso deja que él se eche a su izquierda, ya que el —sarcófago— universo es lo suficientemente grande para los dos.
Y lo ve con sus ojos aplastados de hormiga mientras Ayato le come el jardín que brota de la comisura de sus labios (impacientado y más salvaje incluso, que los toques de insecto histérico que muta a cuervo de alquitrán de ella). Es ahí cuando él anhela asimismo ingerir los hilos de agua salada que brotan de su centro y decirle brusco: No te entristezcas tonta hermana.
«Que aquí estoy yo para lamer nuestras heridas —el resto del día. Del mes. Del año. O de la eternidad»—.
Más en cierto modo ella ya lo sabe aunque no lo exprese en voz alta, se lo demuestra al beber su mirada de caleidoscopio (sin colores todo negro) de una manera tan franca y limpia que le provoca arcadas a Ayato.
No la aparta, aún así.
Porque antes de que los mares fuesen la piedad del mundo. Antes de que Touka ciñera el manto de la noche a su cuerpo como vestido de gala. Antes de que el odio mordiera los remiendos de ambos. Antes de que la tierra fuese tierra y el musgo las lágrimas de la naturaleza
—antes,
muchísimo antes—
ya eran ella y él, juntos, el verso idílico más antiguo del cosmos.
