Disclaimer: Saint Seiya y sus personajes pertenecen a Masami Kurumada.
Summary: "El mundo es un escenario; y todos los hombres y mujeres, meros actores. Tienen sus salidas y sus entradas, y un solo hombre en su tiempo, representa muchos papeles, siendo sus actos siete edades."
NdA: Este fic está basado en "Las Siete Edades del Hombre" de William Shakespeare, o al menos es mi interpretación de los mismos, aplicados al universo de Saint Seiya. En total, serán siete capítulos, cada uno de ellos asociado a alguna de las etapas descritas en el soliloquio original. Los protagonistas serán exclusivamente Santos Dorados.
Las Siete Edades del Hombre
Capítulo1
La Infancia
Secó con suavidad las gotitas de sudor que corrían por su frente. La mujer jadeaba y la vieja sufría. El esfuerzo era sobrecogedor; dolor, lágrimas, sangre… todo a cambio de una vida.
—Puedes hacerlo. Solo un poco más—invitó la anciana a soportar un poco más. Tan solo un poco. No quedaba mucho. —Casi está aquí.
La lucha por la supervivencia se extendió por algunos minutos más. Los jadeos mutaron en gritos, y lentamente, el miedo se tornó en esperanza. Un par de gritos resonaron en la oscuridad de aquella fría noche de marzo: el de una mujer convertida en milagro, y el de un niño, arrojado sin piedad a un mundo que desconocía.
Después, solo hubo silencio.
Tomando al pequeño en brazos, la anciana sonrió. Su mirada cansada se iluminó, tan solo por un instante, al sostener el futuro de su estirpe junto a su pecho. Limpió cuidadosamente aquel precioso rostro, de piel nívea y sonrojada, y un par de ojos, de un turquesa parecido al océano, chocaron con los suyos. Acicaló la escasa cabellera lila, suave y fina como pelusa. Por último, se fijó en los lunares que adornaban la frente del infante y que lo identificaban como el heredero de un clan prácticamente extinto.
—Es precioso—acotó, entregándolo a los brazos de su madre. La ayudó a acomodarlo sobre su pecho y se maravilló al verlo reconocer el olor de la mujer que lo había cargado en su interior por nueve largos meses. —¿Qué nombre le darás?
La más joven sonrió.
Se perdió en la imagen de su hijo recién nacido. Lo contempló, adormilado por los latidos de su corazón, todavía desbocado. Su cuerpo era pequeño, pero tibio y reconfortante. Ronroneaba, como un gatito apretujado contra su pecho. Había heredado la vibrante cabellera de su padre y la mirada pacífica de ella. Era lo mejor de cada uno: perfecto, tal como la partera lo había descrito.
—Mu. Su nombre es Mu—musitó.
Mu, como el continente que había visto nacer a su raza. Mu… para que no olvidara nunca el mundo mágico que habían perdido. Para que luchara por su mundo actual, con uñas y dientes, con toda la fuerza de su espíritu. Para que aceptara y amara la vida que le correspondía, llena de retos y obstáculos, pero también de recompensas.
Mu… para que recordara por siempre su herencia noble de lemuriano.
Un súbito cansancio la invadió. Su alma rebozaba de alegría, pero su cuerpo se quejaba, víctima de un agotamiento extremo. Protegió a su pequeño tesoro con los brazos, acunándolo contra su cuerpo, y suspiró.
Sus ojos comenzaron a cerrarse. Cada pestañeo se volvió más difícil de controlar; los párpados le pesaban y la mirada se le nublaba.
Sintió los dedos huesudos y callosos de la partera, enredándose en su melena. La acarició una y otra vez, con el esmero de tranquilizar a su espíritu revuelto. Aunque al principio había pensado que esa noche no dormiría, el cansancio la venció de a poco. Se encontró a si misma perdida en el éxtasis de aquel efímero instante de felicidad. Tan solo por unos segundos, sus penas desaparecieron y se sintió la mujer más dichosa del universo.
Estaba prácticamente dormida, cuando su mirada reparó en la presencia del visitante. Su mente, sin embargo, se rehusó a opacar el maravilloso momento, con la tormenta de incertidumbre que aquel hombre representaba. Cuando abriera los ojos de nuevo, se preocuparía por el futuro. Hasta entonces, se permitiría vivir en su sueño.
—Tal como has dicho, ha sido un varón, Excelencia—confesó la anciana. Inclinó la cabeza, obsequiando una reverencia llena de gracia, a pesar de la torpeza de su edad. —Nuestra estirpe sobrevivirá por una generación más.
—¿Prajna le ha nombrado ya?
—Sí. Su nombre es Mu.
Shion sonrió. Prajna siempre había sido una mujer lista, mucho más allá de sus años.
Se acercó lentamente a la mujer y al niño, que dormían en completa paz, ajenos a las calamidades que el destino deparaba para ambos. Posó sus manos sobre ellos; la derecha sobre la cabeza de la mujer, y la izquierda sobre el pequeño. Cerró los ojos y agachó la cabeza. En silencio, ofreció una plegaria por ambos.
—¿Les has dado tu bendición?—cuestionó la vieja. El anciano Patriarca llevó su mirada hacia ella, pero no respondió.
No era una bendición lo que les había obsequiado, sino quizás, todo lo contrario.
Había agradecido por la vida de cada uno: por la del niño que cambiaría al mundo, y por la de la mujer, que había dado vida a aquel pequeño milagro. Había agradecido por el tiempo; por los años que quedaban por delante al infante y por los pocos días que restaban para ella.
Por sobretodo, había suplicado por aquel par de almas. Porque, aunque eran suyas, no les pertenecían. Pertenecían a los dioses, al mundo… al futuro.
Nada ahí era de ellos, solo aquel instante. Después de ello, ambos tenían un cita inminente con el destino.
-FIN-
"Al principio, el niño
Lloriqueando y vomitando en brazos de la nodriza."
NdA: Los capítulos de este fic serán cortitos. Lo cierto es que se me ha ocurrido escribirlo así de pronto, pero no dispongo de tanto tiempo como para ahondar demasiado en ello. Tengo otros fics descuidados que quiero continuar.
Si a alguien le apetece escuchar una maravillosa interpretación de estos versos, vayan a youtube y busquen por "A Lifetime of Original British Drama on the BBC: Trailer", con Benedict Cumberbatch. Simplemente magistral y el acompañamiento eriza la piel.
Gracias por leer y gracias por animarse a comentar.
Sunrise Spirit
