Lawrence City (claro que nadie nunca menciona la parte city de su nombre) había sido fundada el año 1854 por un doctor llamado Charles y otro tipo, amigo suyo, quizás, que también se llamaba Charles. Así, Charlie-al-cuadrado consideraron la tierra que encontraron en el estado de Kansas era tan bella que la ciudad merecía ser fundada allí. Irónicamente, ninguno de los dos Charles era de apellido Lawrence, Laurens ni ningún tipo de derivado.

Como todo el resto de Kansas, Lawrence era increíblemente fría en invierno y endemoniadamente calurosa en verano. No era ningún paraíso, como habían creído inicialmente los Charlies fundadores, pero era una ciudad bonita y que había crecido bien con el tiempo. La población casi llegaba a los 100.000 habitantes, pero la escuela de educación superior a la que iba Dean era relativamente pequeña si se comparaba con el total de imbéciles que plagaban esa ciudad del sur de Estados Unidos: su high school tenía ni más ni menos que mil quinientos estudiantes que pululaban perdidos entre los pasillos, malgastando su tiempo entre clase y clase mascando chicle o conversando entre amigos. El nombre del recinto era tan genérico que parecía sacado de una película cliché de los años 2000… aunque todavía faltan unos buenos tres años para el cambio de milenio. En fin, la Lawrence High School no estaba en el top del ranking estatal en cuanto a calidad educativa se refiere, pero los resultados que obtenía no eran tan malos en comparación al resto de las escuelas de alrededor. Además, era barata. Ese era un factor determinante para la familia Winchester al tener que pagar algo; ser padre soltero y dirigir un taller mecánico no te da tantos dividendos como parece.

Ojitos verdes decorados con pestañas de princesa, cabello rubio y corto, mandíbula cuadrada, piel pecosa y suave, sonrisa encantadora, confiada, hechizante. Habían sido miles… cientos… dejémoslo en decenas… el punto es que para su corta edad, Dean había conquistado una cantidad considerable de corazones. No había niña que no suspirase cuando lo veían pasar por el pasillo, enfundado en la vieja chaqueta de cuero que había heredado de su padre, e incluso el joven tenía el atrevimiento de guiñarles y hacerles pistolas con los dedos si eran lo suficientemente bonitas para su gusto. El muchacho mataba corazones a cada paso, y más de uno sería roto cuando no lo vieran el año siguiente ni las chiquillas fueran bendecidas con la presencia de ese ángel con olor a gasolina y whisky barato. Era su último año como estudiante allí, pronto se graduaría y podría decidir qué haría con su vida. Su padre, John, esperaba que trabajara con él en el taller de la familia, arreglando autos viejos y bebiendo whisky hasta las tres de la mañana, metidos en alguna conversación "de hombres", como al viejo le gustaba llamarlas. Sam iba apenas en la secundaria y su colegio no superaba los 700 alumnos, pero era prestigioso y su hermanito había ingresado becado. Él era un niño extremadamente listo y ya soñaba con ir a la universidad. Dean no estaba seguro de qué le apetecía menos, si arreglar autos viejos toda su vida o pasar los siguientes diez años con la nariz metida en algún libro que no le interesa para dedicarse a un trabajo que le interesaría aún menos.

Por suerte para él, Septiembre apenas estaba empezando, así que todavía era amo y señor de su propio tiempo. Tenía meses para elegir qué iba a ser de su vida, y planeaba disfrutar cada día. Incluso había hecho una lista con todo lo que quería hacer –Sam y él habían hecho una cada uno cerca del fin del verano, Sammy porque estaba harto de los niños que lo acosaban y Dean porque iba a apoyar a su hermano sin importarle qué tan tontos fueran sus métodos. Después de todo, solo era una estúpida lista para él, pero para su hermano menor era un gran paso. Todavía tenía que afrontar toda la educación superior– e iba a cumplirla. Al menos una parte. Se había preocupado de mantenerla realista y dejar uno o dos espacios en blanco, por si ocurría algo a mitad de semestre. La lista iba así:

COSAS QUE TENGO QUE HACER (POR SAMMY)

- No meterme en peleas estúpidas.

- Romper mi record. De nuevo.

Dean era una estrella deportiva y tenía un record escolar en lucha. Si al final decidía estudiar algo en la universidad, le vendría bastante bien una beca deportiva.

- Conquistar chicas lindas (¡ja, hecho!) (No seas idiota, Dean…) (hey, es mi lista)

- Uh

- GRADUARME

- Conseguir permiso para conducir a Baby (¡JAJAJA!) (callate, perra) (Imbécil.)

- …

De momento iba bastante bien. Había coqueteado con Sally, que era un curso menor que él y tenía los pechos más grandes de su generación, y había evitado meterse en una riña con unos idiotas que estaban molestando a un tipo escuálido con lentes de nerd. Una sola advertencia fue suficiente para que los matones que fueran.

Como era ya su último año, no esperaba tener ningún compañero nuevo. Era muy pocos los seniors que elegían cambiarse de instituto cuando ya estaban tan cerca de la meta. Tal vez por eso le distrajo tanto la presencia del chico extraño que estaba sentado al lado de la pared, cerca de la ventana. La luz del sol hacía que no fuera más que una sombra para Dean, que se sentaba en la fila siguiente y que probablemente podría tocarlo si se estiraba bien, pero sería demasiado raro. Nadie le hablaba al chico, estaba sentado solo. Era un poco triste de contemplar, pero a Dean no le preocupó mayormente. Ese recién llegado ya era prácticamente un adulto (al menos en teoría), así que podía cuidarse solo. Estaba tan absorto en la sombra de aquel desconocido que no notó la presencia de la profesora hasta que cerró estrepitosamente la puerta. Se sobresaltó y dejó caer un lápiz por accidente. Mierda. Mientras que se agachaba para recogerlo, pudo escuchar los taconcitos de la vieja bruja acercarse a la ventana y cerrar bruscamente la cortina. Para cuando volvió a enderezarse, la mandamás del salón ya había empezado a pasar lista. No había nada por lo cual preocuparse, después de todo, "Winchester" era el último apellido que nombraba y probablemente el único que empezaba con esa letra en toda la escuela. Ahora que el sol ya no le impedía ver, casi instintivamente echó un vistazo de reojo al nuevo.

Su cabello, desordenado y corto, era oscuro como chocolate amargo y contrastaba mucho con su piel blanca, como Blancanieves. Dean, que había sido criado con más amor que dinero, supo reconocer que era un niño de buena clase, de esos que evitaban pasar por el negocio de su padre y el lugar donde vivía. Había tratado de hacer amigos y amigas como ese chico, pero nunca nada había salido bien con ellos. Era, probablemente, el único adolescente que usaba camisas (camisas de verdad, no esas diseñadas especialmente para gustar a los jóvenes) y pantalones de vestir cuando todavía se sentía el sabor del verano en el aire, y más de uno de los jóvenes en la sala sudaba como un cerdo. El nuevo, sin embargo, parecía fresco, incluso frío. Estaba jugando con algo entre sus dedos, ensimismado, absorto. Parecía perdido y, sin embargo, decidido. "Es un tipo curioso" sentenció Dean. Ya fuera porque se sentía observado, o porque necesitaba estirar un poco el cuello, el "tipo curioso" se dio vuelta en el lugar y sus ojos se encontraron con los de Dean. Eran los ojos más azules, brillantes y profundos que había visto en su vida. Era como si tuvieran un universo escondido tras sus pupilas. Dean desvió la mirada y se rascó la cabeza, para hacer como si no lo hubiera estado examinando durante todo ese tiempo.

— ¡Dean Winchester!

— ¿Qué? —Dean se sobresaltó y nuevamente dejó caer su lápiz. Iba a recogerlo, pero la profesora daba la impresión de que estaba a punto de matarlo por olvidarse de responder a la lista. Tenía un solo lápiz de tinta color negro y le duraba todo el año porque casi nunca anotaba nada en clases, su único trabajo era no perderlo. Mierda— Ah, aquí estoy. Presente, digo.

Satisfecha con la respuesta, la arpía sonrió. Apenas empezó a recitar los saludos obligatorios de vuelta del verano, Dean se agachó para recoger su…

— Creo que esto es tuyo —dijo el nuevo, entregándole el estúpido lápiz en la mano. Dean lo recibió, y solo en ese momento se dio cuenta de que estaba tan distraído que no había escuchado cuando dijeron su nombre en la lista.

— Gracias, hombre —respondió, pero no pasó desapercibido. El de ojos azules estaba tan acostumbrado a que la gente se extrañase con su nombre que sabía reconocer si alguien no lo sabía.

— Mi nombre es Castiel.

— ¿Cas-qué?

— Castiel. Como el ángel del Señor.

Con cada segundo que pasaba, Dean estaba más confundido.

— Como el… el… —se interrumpió a sí mismo. Vio el objeto con el que Castiel había estado jugando entre sus dedos: era un crucifijo que ahora colgaba de su cuello.

— Entiendo tu confusión, el ángel, en verdad, se llama Cassiel, y es más cercano al judaísmo que al cristianismo, pero hay una variación que…

— ¡Novak! —La preceptora había logrado que toda la clase se fijara en ellos dos— ¿Hay algo que tú y tu nuevo amigo quieran compartir con el resto de nosotros?

— ¿Por qué querríamos nosotros…?

— No —Dean salvó la situación—. No, solo estaba diciéndole al pequeño Cas que no se olvide de traer su sombrero mañana. ¡Martes de tacos para todos!

— Castiel —lo corrigió el muchacho.

— Eso dije.

No funcionó del todo, y tuvieron que tragarse un sermón acerca del respeto a los mayores y cómo los jóvenes de antes eran mucho más educados que los de ahora, que no tenían educación y que arruinaban todo con su rap y su ropa colorida. Ninguno de los dos elementos asociados a la caótica juventud parecían combinar con Cas o Dean.

No fue hasta que tocó el timbre que señalaba la hora del recreo que pudieron volver a hablar. Fue Castiel quién se acercó a Dean, mientras que el segundo sacaba un sándwich de su mochila. Comía mucho para estar en tan buena forma.

— Disculpa que te moleste —dijo Cas, apoyando su mano en el hombro de Dean—, pero tengo la sensación de que te he visto antes.

Dean quitó su mano de su hombro y manchó sus dedos con un poco de mayonesa por accidente.

—Lo siento, hombre. Nunca antes había conocido a un ángel que cayera a la tierra y no se sintiera ofendido por el viejo piropo, ¿sabes? —se apoyó en la pared y le guiñó el ojo cómicamente— "¿Te hiciste daño cuando caíste del Paraíso?"

Cas entrecerró un poco los ojos. Definitivamente era lento para entender algunas cosas.

— Caer de tan altura debe ser doloroso, y además es una condena para cualquier ángel.

— Bueno, supongo que me equivoqué.

Dean se encogió de hombros y volvió a morder su sándwich. Iba a añadir algo más, pero ese tal Castiel ya se había ido. Por lo visto, tampoco era muy bueno para las despedidas.

"Meh" pensó el rubio mientras que continuaba devorando su colación.

Pasarían un par de días antes de que volvieran a hablar.