Disclaimer: Los personajes de Glee no me pertenecen. Fueron utilizados por diversión y bajo ninguna condición se intenta lucrar con ellos.
N/A: En primer lugar quiero aclarar que no he abandonado la escritura de Let me tell you a story, aún estoy decidiendo sobre algunos hilos argumentativos por lo que no he avanzado mucho con el tercer capítulo, eso es todo. Disculpen por la demora.
La historia que presento a continuación, al igual que Little Moments, fue escrita para una actividad de la comunidad de livejournal glee_esp. Esta vez se trataba de escribir un Universo Alterno donde situar a nuestros personajes favoritos. Lo de situarlos en el Imperio Romano, específicamente como gladiadores y personas relacionadas con ese mundo, es una idea que venía dando vueltas desde hace meses en mi cabeza. Y aunque no pude terminar a tiempo para la fecha límite del reto, es un fic que estoy decidida a terminar cueste lo que cueste. El primer y segundo capítulo están terminados, y el tercero ya está en post-producción :)
Las parejas principales de este fic son Brittana, y un side Klaine y Puckurt bastante presentes. Les dejo un resumen más amplio:
"Sus historias empiezan y terminan con sangre derramada. En medio de guerras, traiciones y gloria, el poder del Imperio Romano parece no conocer límites. Sucesos del pasado hacen que los destinos de distintas personas se crucen bajo la dura vida del pan y circo romano. Gladiadores, adorados y despreciados a la vez. Ellos lucharán por ser dueños de su propio destino, cueste lo que cueste.
En medio de esto, Santana, escapando de su pasado, termina como esclava y posteriormente gladiadora en el ludus de Will Schuester. Allí, lo quiera o no, tendrá que decidir qué es lo que prevalece en su corazón: su crianza espartana o su sangre bárbara. Pero debe hacerlo rápido, porque la muerte está al alcance de una espada y en el aire pueden escucharse cantos de revolución".
Eso, disfruten ;) Y los review son muy bienvenidos, ya que he estado probando cosas con este fic así que apreciaría mucho sus opiniones.
I.
Santana tenía los sentidos a flor de piel.
A medida que avanzaba por el largo y oscuro corredor que la conducía al anfiteatro, sus pies sentían cada relieve del frío y áspero suelo de piedra; su nariz se inundaba del olor a sangre, sudor y heces de la arena; y en sus oídos había un remolino de sonidos que la mareaba un poco. El rugido de los animales en los calabozos inferiores, los rezos a los dioses de las criminales que la acompañaban, los gritos ensordecedores de la multitud expectante y los latidos algo frenéticos de su propio corazón. Y en su mente un único pensamiento – "intenta no morir, Santana".
Cuando la cegadora luz de la arena la envolvió, por un segundo Santana creyó que ya estaba muerta. Por esa milésima de segundo no vio ni escuchó nada, y a su pesar un alivio recorrió su cuerpo al creer que ya se encontraba en los campos Eliseos. Pero esa ilusión no tardó en convertirse en miedo, que cual veneno comenzó a recorrer sus venas sin piedad. Intoxicándola, sofocándola. El clamor de la multitud formaba una melodía discordante que parecía traspasar hasta la más mínima parte de su cuerpo, envolviéndola en sus garras como si de una bestia hambrienta se tratase. Después de todo, Santana no estaba muy lejos de la realidad, lo que quería la plebe no era más que sangre y sexo, muerte y lujuria.
Y ellas, criminales, la más despreciable escoria de esta sociedad inmunda, estaban ahí para entregarles lo que tanto ansiaban.
"No te entregarás a Hades con facilidad, Santana. Recuerda, eres espartana, desciendes de una estirpe de guerreros legendarios" - pero los errores de su pasado la hacían dudar de tal afirmación, haciendo que su confianza flaqueara.
Sin mucha elección, recogió la burda espada que le era ofrecida y que se encontraba junto a otras pocas armas apiladas en el centro del anfiteatro. Sus dedos tocaron los granos de arena del suelo y la realidad de todo lo que sucedía la golpeó súbitamente. Miró a su alrededor y no vio más que carne para las bestias salvajes, porque eso era para lo que estaban ahí: ser comidas vivas para deleite de la población. Santana observó los rostros de la gente en las gradas: la forma en que estos se deformaban le pareció tan obscena que le dio la impresión de estar rodeada de erinias. Y que todas y cada una de ellas venía a juzgarla no por la situación que la llevó a estar acá, sino por la razón por la que no se encontraba en Esparta, su tierra natal.
El peso que venía cargando sobre su espalda desde hace años se hizo aún más pesado.
Apenas pudo escuchar las palabras del presentador, derepente las puertas que daban al norte del anfiteatro se abrieron y de ellas surgieron un par de leonas quienes comenzaron a rodearlas; Santana podía jurar que una sonrisa burlona se había apoderado de sus hocicos y que a las bestias les gustaba jugar con su comida antes de disfrutarla. Fue entonces que se dio cuenta de que las espadas que les habían dado estaban gastadas y casi sin filo.
Malditos romanos.
Solo pudo ver el rostro, desfigurado por el miedo, de la chica que se encontraba a su lado. No sabía su nombre ni el crimen que había cometido, y se sintió enferma al entender que todas estaban a un paso de compartir el funesto destino de morir anónimamente en la arena. Pero eso ya no importaba, porque sin previo aviso una de las leonas saltó sobre su compañera y ahogó el grito que iba a salir de su garganta con un certero mordisco en la yugular. El rostro de Santana quedó empapado en la sangre de la mujer y la hizo caer hacia atrás de la impresión. Por unos segundos los brazos y las piernas de la desafortunada se movieron espasmódicamente, mientras los colmillos y las garras del animal despedazaban su carne en vida.
Intenta no morir.
Apretó con todas sus fuerzas la empuñadura de la espada que tenía en su mano y decidió que este no era el día en que Caronte la tendría en su barca. El cuerpo de la chica dejó de moverse y la bestia fijó sus ojos depredadores en los de Santana.
- Atenea, por favor, cuida de los tuyos – su oración fue acallada por el rugido de la leona, que saltó sobre Santana en un ataque mortal.
.:o:.
- No puedo salir, sabes que no nos lo permiten a estas horas – le dijo Rachel, apoyada en lo alto de una muralla – la suma sacerdotisa no escatimará en latigazos si me ve fuera.
- La suma sacerdotisa está durmiendo – Santana la observaba a los pies de la muralla, en las afueras del templo – además, las dos sabemos que te mueres por salir a respirar algo más que no sea incienso.
Rachel frunció el ceño, pero no dijo nada. Nunca admitiría que le disgustaba el intenso y permanente olor a incienso que inundaba el templo. Alguien podía tomarlo como signo de debilidad de espíritu, y una sacerdotisa de Atenea, en especial una de la orden espartana, no podía quejarse de nada; vivían de la disciplina y de la negación del buen vivir. Incomodidad y dolor, honor y gloria; en el nombre de Esparta y la diosa.
- Vamos, quiero mostrarte algo en lo que he estado trabajando – fue una simple sonrisa, pero fue todo lo que necesitó Santana para que el enojo de Rachel se esfumara tan rápido como había aparecido.
Con resignación la sacerdotiza le hizo un gesto a su amiga para que la esperara y bajó de la muralla para ir en busca de un atuendo más práctico. Las túnicas casi translucidas que utilizaban en el templo, debido al calor asfixiante que había en él, seguramente le causarían la muerte en el frío de la noche invernal. A los pocos minutos Santana la vio salir con una túnica color arena y la típica toga más liviana color escarlata, el símbolo de esparta.
- Me alegro de que decidiera salir, oh, bella sacerdotisa.
Rachel decidió ignorar el comentario, pero aun así un ligero sonrojo se dejó ver en sus mejillas. Rogó para que Santana pensara que era debido al frío que hacía y no a los sentimientos que ella despertara en su corazón. La sacerdotisa tomó la mano que su amiga le ofrecía y la siguió colina abajo hacia los confines de la ciudad.
Pasado el rato llegaron junto a uno de los caminos que salía en dirección al Este y allí, amarrado al tronco de un árbol mediante una gruesa soga, había un gran lobo gris echado en la maleza. Rachel se detuvo en seco, pero Santana soltó su mano y siguió avanzando.
- Un lobo… cómo…
- Lo encontré hace unas semanas algo malherido – Santana se inclinó junto al animal y para sorpresa de Rachel, cuando la bestia despertó reconoció a Santana y se dejó acariciar – así que lo he cuidado. Quería mostrártelo antes de liberarlo porque ya está listo para volver con los suyos.
Rachel no dijo nada, pero su corazón se aceleró y no era a causa del miedo. A los doce años le había tocado luchar contra uno de estos animales para probar su valía en el templo, y sabía cuan fuertes y determinados a matar eran. Por eso se sorprendía. Ya habían sido poco más de tres años de aquello y aún recordaba que había salvado apenas con vida de su encuentro con aquel lobo de pelaje negro. Y ahora ver a Santana, una mestiza, tratar con tan facilidad a una bestia así, era increíblemente revelador. "La parte espartana de su sangre debe haber prevalecido por sobre la bárbara" - Rachel sabía por todos los días de entrenamiento, las peleas y el estudio de las artes militares y de lucha, que lo único que separaba a Santana de ser una verdadera espartana era su sangre y el rechazo de algunas personas por ello. Pero Rachel era una sacerdotisa y podía ver el toque de Atenea en la domesticación de la fuerza salvaje del lobo, solo un verdadero espartano era capaz de conectarse así con el corazón brutal de aquella bestia. No pudo más que sentirse orgullosa de su amiga.
Iba a comentarle sus pensamientos a Santana, cuando de un momento a otro la expresión de calma del lobo se transformó en una de alerta. Apenas tuvo tiempo de reaccionar, sacar su espada y dar media vuelta. Se escuchó un silbido característico, y en eso una flecha pasó muy cerca de su rostro; inmediatamente después pudo escuchar el último y quejumbroso quejido del lobo antes de caer abatido al suelo. La flecha había traspasado su cuello y se ahogaría en su propia sangre hasta morir.
Las dos se quedaron en silencio y esperaron a que la tenue luz de la luna revelara a sus atacantes. Un odio intenso se apoderó de Rachel cuando se dio cuenta de que los dos hombres que se aproximaban a ellas iban vestidos con las típicas armaduras romanas.
.:o:.
- Hoy las bestias están especialmente sanguinarias.
Desde el palco del gran anfiteatro Flavio, varios pares de ojos tenían su mirada fija en el sádico espectáculo que se estaba llevando a cabo en la arena. La multitud gritaba a su alrededor y daba gracias al financiador de los juegos por regalarles el circo que tanto los divertía. Dave disfrutaba escuchando su nombre siendo coreado por las masas.
- Tiene razón, mi señor, usted ha planificado unos juegos esplendidos – fue la respuesta de Kurt, quién se había encargado de publicitar el espectáculo, manejar las apuestas mayores y contratar a los lanistas.
- Nada sería posible sin ti, mi amigo - Dave le sonrió, y levantó su copa de vino egipcio en honor a Kurt. Los demás presentes lo imitaron y el joven no pudo más que sonreír ante el halago.
Una gran exclamación de la multitud los sorprendió. Ya no quedaban más de tres mujeres en pie y la que estaba más cerca del palco acababa de cortar la garganta de una de las leonas a la mitad; su rostro y pecho se empapaban poco a poco en la sangre que caía copiosamente desde el cuello cercenado del animal. Le daba un aspecto atractivamente salvaje.
- Vaya, esa mujer pelea realmente bien – comentó Will, uno de los lanistas que había prestado sus servicios para la ocasión, sus ojos expertos se fijaban en cada movimiento de la chica - ¿por qué fue condenada? No parece una criminal común.
- No es que importe mucho, ¿o sí? – Sue, la otra lanista, dijo esto con un dejo de burla – morirá igual que las demás: devorada viva, y pagará por sus crímenes como debe ser. Solo es un juguete de baja calidad, Will.
- No cuentes con eso, mi amiga – fue lo único que dijo el lanista, llevándose la copa de vino que le acababan de servir a los labios. Con un gesto de su mano dio por terminado el pequeño intercambio de palabras.
- Merece morir como la escoria que es, entre sangre y viseras.
Kurt se levantó para tener una mejor visión de la pelea. Tenía que coincidir con Will, la chica sabía pelear y diría que mejor que algunas mujeres de mayor edad y con mayor experiencia que había visto en la arena. Entonces la chica volteó su rostro hacia ellos, y Kurt pudo ver sus facciones por un par de segundos. Algo en su cabeza hizo click: había visto a esa chica antes. Iba a comentar algo al respecto, pero prefirió callar.
- Bueno, esperemos que sus dioses la salven y le den el perdón de la sangre – comentó - ¿alguien quiere apostar? – agregó sonriendo y sacó una moneda de oro de entre sus ropas.
- Yo entro, joven Kurt – Mike, un romano de alta sociedad, sacó una pequeña bolsa de dinero de entre su toga y se la dio a uno de los esclavos para que la depositara en la mesita central – cincuenta sestercios a que muere. Habrá podido con una de las fieras, pero el agotamiento será su perdición.
Kurt bebió un poco más de vino, sentía que hoy jugaba a ganador.
- Bueno, Mike, mis cien sestercios me dicen que hoy los dioses favorecerán a esa chica.
Will dejó divertirse a los demás con las apuestas y siguió analizando los movimientos de la mujer de su interés. Al poco rato mandó a llamar a uno de sus esclavos, su hombre de confianza.
- Sam – susurró para que nadie más lo escuchara – si esa chica sobrevive quiero que la compres, no importa el costo.
.:o:.
- ¡¿Cómo osan atacar así? – el grito de Santana murió en el silencio sobrecogedor de la noche.
Los hombres solo rieron y siguieron acercándose; a medida que lo hacían Santana y Rachel los estudiaban, apuntando en su mente cada punto débil que pudieran tener. Para su mala suerte, no eran muchos. Pero ellas no eran simples niñas, eran espartanas y acababan de ofenderlas gravemente con la muerte del preciado animal.
- Mira, Nedeus, la chica aún debe estar algo conmocionada.
- Pequeña, ya no tienes que temer, Nedeus y Marcus acaban de salvarte de esa terrible bestia – el hombre llamado Marcus hizo amago de tocar a Santana en el hombro – ahora, por qué no vamos a un lugar más cómodo y me lo agradeces como solo una mujer puede… – no alcanzó a decir mucho más.
Con un movimiento rápido Santana se levantó y golpeó la quijada del guardia con uno de sus hombros. Cuando este dio unos cuantos pasos hacia atrás, tapándose la boca por la que había comenzado a escurrir sangre, Santana no le dio tiempo a reaccionar y de una patada en el pecho lo mandó al suelo.
- ¡Qué diablos…! – Nedeus no podía creer lo que veía: su compañero siendo ridiculizado por una simple niña – ya verás… - no tuvo tiempo de decir otra cosa porque Rachel apareció delante de él y apenas le dio tiempo de sacar su espada para desviar el golpe certero que le iba a propinar con el acero de la suya propia.
- Haz ofendido a una sacerdotisa espartana y con esto has ofendido a la misma Atenea, sucio esclavo romano – Rachel no dudo en intentar asestar otro golpe en el pecho del hombre frente a sí, sabía que referirse a Santana como sacerdotisa era una mentira pero no podía contener el asco que la proposición de Marcus le suponía. No quería que nadie tocara a Santana de esa manera, no lo permitiría – vete de aquí o acepta tu funesto destino bajo mi arma.
A su espalda, Santana y Marcus también habían desenvainado sus espadas y luchaban en una batalla frenética por imponerse al otro. Los hombres se defendían y atacaban sorprendidos, nunca se hubieran imaginado que unas niñas tuvieran tal maestría en la lucha, pero aun así seguían siendo solo muchachas y ninguno de los dos se dejaría humillar por simples mujeres de provincia.
Nadie escuchó a la caravana que se acercaba, ni los gritos de alerta entre los miembros de la procesión. Los cuatro combatientes estaban totalmente concentrados en su pelea y ninguno pensaba perder terreno por prestar atención a lo que estaba sucediendo a su alrededor. Santana ya tenía a Marcus en sus manos, podía sentirlo, el profundo corte que le había propinado en su muslo ya estaba surtiendo efecto y se estaba debilitando por la perdida de sangre. Santana sonrió – "solo un poco más".
- ¡Sant…! – el grito ahogado y casi gutural que escuchó tras de sí la trajo de nuevo de vuelta a la realidad, y fue consciente de que un gran número de personas las rodeaban – Sant… ana… -se giró y entonces sintió como su corazón se encogía de la sorpresa y el espanto.
Se quedó paralizada y soltó su espada, que cayó pesadamente al suelo.
Dicen que los espartanos llevan el color escarlata en batalla porque nadie es digno de ver a los legendarios guerreros de lacedemonia sangrar. Pero Santana podía verlo, podía ver como la toga escarlata de Rachel iba adoptando un color más y más opaco a medida que su sangre corría libre, manchando no solo su toga y sus blancas manos, sino que el filo de la espada que la atravesaba de lado a lado, completamente. La sangre corría por el metal hasta llegar a las manos de su portadora, Santana la identificó de inmediato como una bárbara por la palidez casi fantasmal característica de los enemigos de las tierras fronterizas. Iba a decir algo, pero las palabras murieron en su boca cuando se encontró con la fría mirada de la mujer. Era la mirada de alguien que había vívido mucho y había visto morir a cientos frente a sus ojos; la muerte ya no la perseguía, sino que la encarnaba.
- No necesitaba tu ayuda – se defendió Nedeus, quien se estaba limpiando la tierra de su túnica – estaba a punto de terminar con ella – mintió.
La mujer no dijo nada; con una mano sostuvo a Rachel mientras retiraba su arma desde sus entrañas; lentamente, intentando que el corte fuera lo más limpio posible. Al terminar de hacerlo, la dejó caer y observó como se ahogaba en su propia sangre. Entonces se giró hacia Santana.
- ¿Cuál es su nombre? – le habló en latín, aunque su pronunciación era menos que la adecuada.
- Rachel… - Santana no supo por qué respondió, talvez era el miedo. "Los espartanos no sienten miedo, el miedo es un estado mental" – recordó las enseñanzas de su padre, pero de qué le habían servido si Rachel ahora yacía agonizante en el suelo y ella estaba paralizada por una fuerza que en su vida había sentido. Una fuerza imponente y desconocida que se desprendía del cuerpo de la mujer que tenía en frente, quien parecía poseer el aura de la mismísima diosa Bía, personificación de la fuerza y la violencia.
La mujer volvió a dirigirse a Rachel. Tomando su pequeña espada espartana del suelo y ubicándola sobre su pechó, que cada vez subía y bajaba a menor velocidad, le habló.
- Peleaste bien, Rachel de Esparta – dijo a la vez que volvía a empuñar su arma y la ubicaba sobre el corazón de la chica – pero no tan bien como para salir victoriosa – y con esto clavó el metal hasta que este quedó insertado en el suelo bajo Rachel. Los latidos de su corazón se detuvieron de inmediato y sus pulmones dieron una última exhalación. Los ojos de Rachel, que miraban a Santana fijos e implorantes, se volvieron hacia atrás y quedaron en blanco – Con esto te doy una muerte digna, guerrera.
Santana no pudo soportar más. Abriéndose paso a golpes, salió corriendo en dirección a la ciudad. La mujer alcanzó a correr unos metros tras ella, pero la voz de a quien servía la detuvo.
- ¡Hipólita! Déjala ir, no vale la pena.
- Ama, ella podría traernos problemas.
- No más de los que ya tenemos. ¡Retomemos la marcha! Y tú, esclavo estúpido – dijo quien parecía estar a cargo, señalando con un dedo a Nedeus – ayuda a Marcus y haz que los demás esclavos recojan el lobo, no desperdiciaremos su carne.
.:o:.
Sus manos temblaban por el peso del animal sobre ella. La sangre que escurría por su arma le hacía todavía más difícil mantenerla en su lugar. En un grito desesperado y haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, Santana logró mover el cuerpo inerte de la bestia hacia un lado y alejarse unos metros a rastras. La arena se pegaba a su cuerpo debido a la sangre y el sudor que lo cubría. Las magulladuras en su espalda, brazos y muslos ardían.
Se dio un tiempo preciado para recuperar el aliento y analizar la situación en la que se encontraba. Acababa de matar a una de las leonas, cosa que le valió varios puntos de simpatía con la muchedumbre. Ya solo faltaba librarse del otro animal.
Caminó hacia una de las criminales muertas y en su ropa limpió la sangre de su espada, no podía hacerlo en las suyas ya que estaban empapadas en la vitalidad de la leona. A lo lejos escuchó un grito y se dio cuenta de que la última de sus compañeras había caído bajo las garras de la segunda fiera.
- Así que solo queda ella – Dave también se había acercado al borde del palco para poder observar mejor el desempeño de Santana – creo que te harás un poco más rico esta tarde, mi joven Kurt.
- Nada esta dicho aún, señor – Kurt no apartaba sus ojos de la arena, hace tiempo que no veía un espectáculo así de parte de las criminales – aún no sabemos lo que las Moiras le tienen deparado.
- Sobreviva o no, sabemos que no será nada bueno – todos encontraron verdad en las palabras de Will.
- Ojala muera, o me costará una buena cantidad de dinero… y creo que ella no lo vale.
Will miró a Sue, sorprendido de que la lanista aun no se diera cuenta del potencial que aquella chica poseía. Talvez fuera cosa de la diosa fortuna, pero Will sentía que debía tener a esa muchacha de su lado. Puede que por fin estuviera acercándose el momento que había esperado por años. Sue lo miró con el desprecio que siempre lo hacía y Will rogó para que no se notara en sus ojos el odio que sentía por la mujer.
Santana caminaba despacio por la arena. Sentía como los granos de tierra se metían entre los dedos de sus pies y como una suave brisa los levantaba en pequeños grupos. La leona también caminaba, analizando los movimientos de su presa. De repente Santana tuvo una idea y sin quitarle los ojos de encima a la bestia, retrocedió hasta situarse junto a una de las mujeres que acababa de morir. Se agachó poco a poco, intentando no hacer un movimiento brusco que pudiera poner en alerta al animal. La leona parecía saber que Santana tramaba algo, porque se detuvo en seco y se le quedó observando, relamiéndose las fauces y mostrando de vez en cuando sus filosos colmillos. Santana solo tenía un corto lapso de tiempo antes de que la fiera decidiera que era el momento de atacar. "No es tiempo de ser prudente" – se dijo.
Lo más rápido que pudo comenzó a cortar las uniones de la ropa que estaba usando la criminal. Al ver que Santana se ponía en acción, la leona empezó a acercarse más a ella, primero de forma cautelosa y luego en un trote constante. El público se quedó en silencio, sabiendo que en los próximos momentos todo se resolvería. Santana volvió a sentirse como en un principio: con los latidos de su corazón retumbando desde su pecho hasta sus oídos, como ondas de un tambor de guerra. Fue entonces que sintió como la ropa cedió por fin bajo los cortes de su espada y de un fuerte tirón la desprendió del cuerpo inerte de la mujer.
Todo pasó en cosa de segundos. La leona atacó y la multitud enloqueció. Santana cubrió la cabeza de la bestia con la prenda que acaba de conseguir, dejándola ciega los segundos suficientes como para abrazarse a su cuello firmemente. El animal intentaba liberarse y Santana no sabía de donde había sacado la fuerza para mantenerse sujeta a él. Entonces, con un impulso dado por el propio cuerpo del animal, Santana logró su objetivo y el filo de su espada se clavó hasta la mitad en uno de los ojos de la fiera. Esta rugió y era tal la fuerza de su bramido que aturdió a Santana, quien cayó al suelo ya sin la fuerza necesaria para seguir luchando.
La ropa que cubría los ojos de la leona se desprendió un poco y Santana fue consciente del daño que había hecho: la sangre brotaba a borbotones de la cuenca del ojo de la bestia y parecía que su boca también se estaba llenando de sangre. El animal dio unos cuantos pasos hacia delante y luego se desplomó; lo más seguro es que la espada hubiera llegado hasta su cerebro.
Por increíble que pareciera, Santana había sobrevivido. La chica miró el cielo y le pareció aún más despejado que antes; se maravilló del aire que respiraba, a pesar de su nauseabundo olor, y agradecida cerró los ojos.
Un grupo de esclavos entró a la arena del anfiteatro, pero Santana no lo sabía: se había desmayado casi al mismo tiempo en que la leona caía muerta a su lado. Los esclavos fueron enterrando los ganchos de fierro que portaban en cada uno de los cuerpos que había alrededor, para luego arrastrarlos fuera de la arena, dejando un rastro de sangre detrás. Cuando entre dos hombres levantaron a Santana y la sacaron a cuestas para llevarla a la enfermería, la muchedumbre aplaudió eufórica y satisfecha su actuación.
- Creo que es mi día de suerte y el de esa chica también – Kurt mandó a llamar a uno de los esclavos para que recogiera las ganancias de su apuesta.
- Si, creo que hoy la diosa Fortuna nos sonríe a todos – Will alzó su mano y Sam tomó esto como un permiso para retirarse.
.:o:.
Puck la encontró horas después cerca de la vieja área de entrenamiento.
La ciudad estaba hecha un caos. El asesinato de Rachel había sido considerado como una afrenta no solo a su familia sino que al templo de la diosa protectora de la polis. El padre de Santana le había dicho que mientras buscaban a los culpables Puck debería ir por su hija, ya que ella también estaba desaparecida.
Puck buscó toda la mañana hasta que se le ocurrió aquel lugar. Siempre que cualquiera de los dos necesitaba tiempo a solas o quería hablar, iban a esas ruinas abandonadas. Desde el gran terremoto que azotara Esparta años atrás, esas ruinas habían quedado a merced de los elementos y allí nunca los molestaban, eran de los pocos que se atrevían si quiera a caminar entre aquellas glorias pasadas.
- ¿Santana…?
Su amiga estaba hecha un ovillo en uno de los rincones más alejados. Puck quería acercarse pero algo le decía que no debía hacerlo. La sangre cubría gran parte de sus ropajes y su mirada parecía perdida. El chico avanzó unos metros y se apoyó en el marco de una puerta que aún seguía en pie.
- Asesinaron a Rachel – Santana ya debía saberlo, pero Puck no quería irse con rodeos – tu padre está preocupado, no estabas cuando despertó esta madrugada.
- Pronto ya no lo estará – la voz de la chica era apagada, algo poco característico en alguien que siempre parecía vivaz y despierta.
- ¿A qué te refieres?
Santana cerró los ojos con fuerza y se abrazó aún más a sus piernas. Había estado toda la noche reviviendo la muerte de Rachel en su cabeza, preguntándose si había algo que ella hubiera podido hacer para salvarla. "Claro que hay algo, estúpida… nunca debiste pedirle que saliera contigo del templo" - Santana sabía cuantas veces Rachel había recibido latigazos de parte de la suma sacerdotisa y sus hermanas por su culpa, porque pasaba tiempo con "la mestiza". Nunca le dijo cuan agradecida estaba de que fuera su amiga y confidente, por arriba de todo el estigma que significaba que una sacerdotisa espartana se juntara con alguien que apenas si estaba por arriba de los ilotas.
- Volvamos a casa – Puck se acercó finalmente y la tomó de un brazo, pero Santana se deshizo de él con brusquedad. Puck comenzaba a cabrearse - ¡¿Qué te ocurre? Tu amiga acaba de ser asesinada y tú estás aquí ocultándote. ¡Vamos!
- ¡No puedo regresar!
Los dos guardaron silencio. Puck no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Su madre lo había despertado más temprano de lo usual y le había dicho lo de Rachel. Había corrido al lugar y llegó justo cuando algunas hermanas de la orden la estaban preparando para trasladarla; Puck pudo ver su cuerpo magullado y la gran herida que tenía en su abdomen. Gritó de dolor como nunca antes lo había hecho en su vida.
Y ahora Santana estaba siendo más incoherente que nunca.
- ¿Cómo que no puedes regresar? Claro que puedes, ahora vamos, tu padre debe querer hablar contigo.
- No entiendes nada, Puck…
- ¡Entonces explícame!
Le dolía, porque consideraba a Rachel y Santana sus hermanas. Y en menos de un día Rachel estaba muerta y Santana no parecía ser la misma chica que conocía. Parecía rota y débil. Santana siempre se comportó como la más fuerte, la que nunca admitía la derrota y que siempre iba pavoneándose por ahí de que no tenía miedo. Puck sabía que era para compensar el hecho de su ascendencia impura; no era algo que le importará mucho, él se guiaba por la valía del espíritu y Santana era la más pura espartana en ese sentido.
- Explícame - esta vez bajó el tono de voz.
- Es mi culpa…
Fue apenas un murmullo, pero Santana habló.
Habló del lobo gris que había capturado. Habló de Rachel y como la había convencido la noche anterior de acompañarla a verlo antes de ponerlo en libertad. Habló del ataque, de la muerte de la criatura y de la lucha con los dos guardias romanos. Habló de una sombra, una guerrera que encarnaba la oscuridad, y que era fría y letal como la misma reencarnación de Tánatos. Y habló del miedo.
- ¿Entonces escapaste…?
Santana le dio la espalda, claramente avergonzada. Y tenía razón de estarlo. Los espartanos nunca tenían miedo, y si lo tenían, no lo demostraban. Mucho menos escapaban dejando a un compañero atrás.
- Estaba ya muerta cuando corrí, Puck…
- Pudiste tomar venganza.
Puck ya no sabía que pensar. Toda su vida le enseñaron que había que abrazar el miedo y no dejarse dominar por él. Que si un compañero caía en batalla, había que luchar con el doble de empeño para compensar su falta. Y que la retirada no era opción. Muerte y honor.
- Talvez la suma sacerdotisa y los demás tenían razón... – Puck levantó la vista y la fijó en los hombros temblorosos de su amiga – talvez no merezco llamarme a mi misma espartana…
Eso no era verdad. Puck lo sabía, pero no fue capaz de decir algo. Por alguna razón que nunca llegó a entender del todo, sus labios permanecieron sellados en ese momento crucial. Estaba molesto, pero no sabía el por qué. Lo que le decía Santana era totalmente razonable y lo más seguro es que si se hubiera quedado a luchar también estaría muerta.
¿Sería feliz así? Si las dos hubieran seguido el código espartano y estuvieran muertas.
Santana no le dio tiempo de aclarar sus ideas. Salió corriendo y la perdió de vista cuando se alejó hacia la ciudad. Más tarde, cuando Puck quiso disculparse ya era muy tarde, la habitación de Santana estaba vacía y la chica se había marchado.
Puck no supo qué hacer.
.:o:.
Santana abrió los ojos, pero los tuvo que volver a cerrar en seguida. Aunque no estaban a pleno sol, la luz que había en la habitación le parecía demasiada. Quiso cubrirse los ojos con una de sus manos pero se dio cuenta de que casi todos los músculos de su cuerpo le dolían. Dejó caer su cabeza hacia un lado e inspeccionó el lugar en el que se encontraba. La pieza no se parecía a ningún lugar que hubiera visto antes, pero conocía los olores que se mezclaban en el aire: especias, opio, ungüentos, y los olores típicos a sangre y enfermedad.
Así que no he muerto, terminé en la enfermería.
Un hombre se le acercó. Era de cabello rubio, algo largo y las partes de su cuerpo que estaban a la vista lucían cubiertas de cicatrices, aunque la que más destacaba era una que cruzaba su ojo derecho de arriba abajo. Santana lo miró y el hombre le devolvió la mirada sin reflejar emoción alguna que delatase sus intenciones.
- ¿Quién eres? – fue la única pregunta que salió de sus labios. Halló su garganta seca y agradeció que su visitante se diera cuenta de esto y le diera de beber un poco del agua que había en una mesita cercana. No estaba del todo limpia, pero era mucho mejor de la que le daban cuando estaba encarcelada.
Al terminar de beber Santana hizo ademán de volver a preguntar, pero con un gesto de su mano el hombre la cayó.
- Ya sabrás mi nombre, ahora descansa, necesitarás estar del todo repuesta para la próxima vez que despiertes - el hombre dio unos pasos hacia la puerta y antes de marcharse volvió a hablar – talvez lo mejor para ti sería que no despertaras – y entonces desapareció tras la cortina que cubría la entrada.
Santana fijó su vista en el techo. No entendía a qué podía referirse el sujeto. ¿Había algo peor que ser devorada viva? Ni siquiera pensó en una respuesta, apenas cerró los ojos Morfeo la arrastró a su tierra de sueños. O talvez fuera Fobetor, porque la primera imagen que apareció en su mente fue la de Rachel siendo atravesada una y otra vez por la espada de aquella bárbara. Entre pesadillas, Santana maldijo su destino.
