Querida Gracia,

Cuando la cotidianidad se llena de circunstancia de vida o muerte, es imposible no volverse un poco filósofo. Entonces te pones a pensar en cosas que, como alguien práctico y terreno, jamás se te ocurrirían.

Hay tres tipos de personas en el frente. Los hay que sólo sueñan con la gloria que trae la aniquilación. Los altos oficiales de guerra, y algunos de los alquimistas, son de los que hablo. Luego están los que son todo lo contrario, creen estar encerrados en una pesadilla eterna de la que no pueden despertar. Mi amigo Roy -¿recuerdas que te hablé de él, el alquimista del estado?- entraría en esta categoría. La guerra lo ha afectado profundamente, y no para de decir sandeces. Ya lo sé, hombre, que es insoportable¡pero no se puede hacer nada al respecto y no eres el único que sufre! Aunque debo admitir que lo comprendo en el fondo, y que no me gustaría estar en su lugar y hacer el trabajo que le encomiendan. Es un buen tipo, Roy Mustang.

Finalmente, en un término medio, estamos los optimistas. Somos los que, a pesar de estar conscientes de lo embarrados que estamos, no podemos dejar de soñar con el regreso a casa. Nuestra voluntad no está dirigida a la victoria, sino a sobrevivir; nuestro dolor no viene de la matanza que nos rodea, sino de la añoranza. Puede que muramos dentro de cinco minutos, mas mientras sepamos que hay una pequeña probabilidad de salir vivos, la esperanza no nos dejará. Bueno, quizás generalizo, pero yo me siento así.

¡Volveré a ti!

Tu recuerdo es lo que me mantiene cuerdo, Gracia. De noche cierro los ojos e intento, con cada fibra de mi ser, imaginarte. Tu cabello meciéndose en la brisa, tus brillantes ojos, la sonrisa que se dibuja en tus labios, tu hermosa cara. Y me imagino a mí mismo rodeándote con mis brazos. Cubro tu boca con la mía, varias veces, y voy bajando hasta tu cuello. Incluso fuerzo a mi olfato a imaginarse tu perfume, que ignore la peste de los cadáveres. Ellos no existen; sólo tú.

Debo admitir, me temo, que también imagino a veces tu sensual silueta, o al menos como creo que debe verse sin ropa cubriéndola, y me veo tocando tu suave piel desnuda. Debes pensar que soy un cerdo por visualizar tu cuerpo, pero como hombre de sangre caliente no puedo evitarlo. Las noches son tan frías... y tú eres tan bella...

¡Volveré a ti y serás mía!
(no de inmediato, digo; cuando nos casemos)

Me alegró que me escribieras y que estés bien, que me hicieras saber que me estás esperando. No te defraudaré, y haré cuanto tenga al alcance para sobrevivir y cumplir mis sueños. Tendremos una boda preciosa, con Roy de padrino si sobrevive también. Tendremos una casita acogedora, y espero que con el tiempo tengamos uno o dos hijos; personalmente, yo quiero una niña, que sea igualita a ti. Y estaré orgulloso de mi familia, y mostraré nuestra felicidad a todo bicho viviente que se cruce en mi camino. Te lo juro, mi querida Gracia, que no esperarás en vano.

A veces pienso que quizás eso es lo que necesitaba Roy para no volverse medio loco: una mujer que lo espere incondicionalmente como tú, sobre todo cuando las cosas están más negras. Aunque conociéndolo, no dejaría de ser un idealista. Quizás con una mujer tras suyo, y algo de empuje, llegaría lejos en la vida. ¿No crees?

También me alegró la foto que me mandaste. Salías radiante como un sol. La beso antes de ir a batalla, como un amuleto. Una vez, hace tiempo, me preguntaste porqué me gustan tanto las fotografías, y no sabía decírtelo. Bueno, ahora lo sé. No se puede confiar en la memoria humana. Las fotos no son borrosas como ella, y créeme, en la guerra es difícil acordarse de las cosas buenas. Esta foto es prueba de que eres real, y me ayuda a acordarme de ti.

Ya está por llegar el cartero, así que me despido.

Esperando tu respuesta,
tuyo por siempre,

Maes.

PD¿Me mandas más fotos?