CAPITULO 1
La lluvia caía a cántaros por el parabrisas, prácticamente no se veía nada.
Suspiré con frustración. Ya debería haber llegado a Mistic Falls.
Horas sentada frente al volante, con las piernas dormidas, simplemente para cubrir una historia en un pueblecito de Virginia, Estados Unidos. Debería descansar un tiempo en un hotel o algo parecido, pero ni siquiera eso se vislumbraba en las cercanías. No, en su lugar sólo habían árboles por doquier.
Apagué la radio sintonizada en una emisora olvidada desde hace rato y me detuve a un lado de la carretera.
Masajeé mi cabeza por unos segundos y miré hacia el frente.
Más árboles en una autovía interminable. Genial.
Saqué mi cartera y busqué mi celular. OH, vaya, que sorpresa: no hay señal.
-¿De verdad nada me va a salir bien este día, o qué? – resoplé con mal humor al silencioso carro.
Un chillido cercano me sobresaltó.
Traté de normalizar mi respiración cuando noté que era un simple cuervo que estaba posado sobre el capó de mi carro. Y así sin más me dio un ataque de risa histérica: el cuervo me miraba.
He enloquecido, tanta presión por parte de Harold ya me zafó los tornillos
-Hola pajarito – dije en medio de una risa ahogada, limpiándome las lágrimas – Tal vez tú me puedas decir dónde queda ese condenado pueblo.
Nuevamente me chilló.
Fruncí el seño. Ya va, había algo extraño, sin duda.
No me percaté antes, pero desde que el cuervo llegó dejó de llover, seguía nublado, no obstante el vendaval paró.
Necesitaba salir de ese carro. Dejé las llaves en el contacto, estaba completamente sola, a excepción del cuervo, por supuesto.
Mmmm, era agradable sentir el aire frío en el rostro. Desde pequeña me encantaba eso, me despejaba la mente.
A ver, estaba en medio de la nada, perdida por las instrucciones que me dio un mesonero, y con un animal mirándome fijamente. Miré a mis espaldas por si pasaba algún carro. Nada, ningún sonido y quizás era de noche, con tanta niebla era imposible saberlo.
-Está bien, me sentaré aquí por ahora – Me monté encima del capó, haciendo que el cuervo moviera sus alas – Lo siento, amiguito.
Le sonreí.
Había algo en sus ojos negros como la infinita oscuridad, que me daban paz. No era un cuervo común. No; era enorme, sus garras podrían destrozar a cualquier presa en un instante, pero sus alas aunque igual de grandes, desprendían colores que se asemejaban al arco iris.
-Eres hermoso, ¿lo sabías? – susurré y me acomodé para mirar el cielo. Mis parpados comenzaban a cerrarse por la brisa que me arrullaba con una extraña melodía. Cuando estaba a punto de caer en brazos de Morfeo, sentí unas suaves plumas que me rozaban la mano.
-Lo sé, no debería dormir así, pero estoy… - bostecé sin querer – tan cansada.
Por la rendija de mi párpado abierto, vi como inclinaba su cabeza hacia mí, como si me entendiera.
-¿Me harías un favor? - pregunté con voz somnolienta.
El animal chilló. Sonreí involuntariamente.
-¿Me acompañarías en mi sueño? – dudo que alguien me hubiese escuchado, pero el cuervo desplegó sus alas sobre mi mano, como si la arropara.
-Gracias – y me abandoné al sueño.
