Nota de la autora:

Este fanfic empezó su andadura en 2005 y se quedó aguardando su continuación a que tuviera más tiempo, inspiración y otras muchas cosas (u excusas).

El título original era Snow falling on cedars, pero en Canadá no hay cedros, así que decidí acortarlo.

De todas maneras, has de saber que no hace referencia a la película: Mientras nieva sobre los cedros (1999), ni al relato que le enseña Leyla a Tala en I can't think straight (2008), realmente es una alusión a una de las canciones de la banda sonora de Xena (Volumen Seis. Tomo dos).

Las protagonistas quisieron estar inspiradas en los perfiles de Xena y Gabrielle (que pertenecían a Renaissance Pictures).

Gracias a obsi2 por el primer mp y a Klavier por ser tan maja y amiga en tiempo récord.

Dedicado a Z, por su amor incondicional y su paciencia.

Vídeo-resumen: watch?v=5LwxQ05usxA


Eider Taylor

La aventura de ese ajetreado día había empezado en Yukón, al otro extremo del país, en el parque nacional de Kluane, una maravilla de paisaje si hubiera venido en un viaje de placer.

Bruce Harper, un ladrón de bancos que se había fugado, hacia un par de semanas, con veinte millones de dólares y raptado a una pobre camarera llamada Kate del último bar por el que pasó, también había cruzado medio país para pedirme un intercambio de otros tantos millones, en una cuenta en Suiza, por la libertad de aquella chica.

Evidentemente yo había cumplido con la promesa, aunque a medias, ya que tenía a los refuerzos controlándome por un transmisor, con forma de máscara veneciana, que me había regalado África Barrows, una de las mejores amigas que conservaba de la infancia.

Aunque estuviéramos a mediados de septiembre, una de las curiosidades de Canadá es que de un estado a otro se cambia de clima con una facilidad pasmosa, por lo que esa mañana había tenido que ponerme botas, un pantalón acolchado y una camiseta de manga larga debido a que la zona ya contaba con medio metro nieve.

El camino se hacía cada vez más cuesta arriba, mis pies habían dejado de existir, me pesaban las piernas y las fuerzas parecían flaquear, pero cada minuto era demasiado vital como para perderlo con banalidades, además ya estaba atardeciendo y no podía consentir retrasarme por dos cosas:

Primero, porque esa alimaña querría aprovechar la ventaja de la oscuridad y escapar.

Lo segundo era que pretendía llegar, aunque aún no sabía cómo, a la publicación de la última novela de mi amiga. Se lo había prometido y ya que cuando hago una promesa me gusta cumplirla tenía que atrapar al escurridizo de Bruce Harper, costara lo que costara, y pensar en hacer algún tipo de milagro para estar presente en el evento.

Avancé unos metros más y, en la lejanía, vi como uno de los perros de la policía se movía frenéticamente. Lo había encontrado. Recorrí, el trecho que me quedaba, protegida por el espeso follaje de los abetos y desenfundé el arma.

A escasos metros distinguí una cabaña forestal y me acerqué, intentando encontrar otra alternativa de entrada que no fuese la puerta, pero parecía inútil ya que todas las ventanas que veía, al menos desde ese lado, estaban claveteadas con maderas.

Me detuve unos instantes en la parte trasera y el perro se acercó, le dediqué un par de caricias, bajé la cremallera de mi abrigo, saqué una bolsa de plástico hermética donde metí el broche y se lo até al collar. Una en estos casos tiene que ser previsora. No es que no me fiase de las nuevas tecnologías pero a veces los "viejos métodos" eran más rápidos y eficaces.

Le hice un gesto con la mano y el can, evidentemente entrenado para tales circunstancias, empezó a correr hacia donde se encontraba el resto del equipo; después, dirigí unos breves pasos hacia la entrada y, a unos metros, llamé a Bruce como indicamos.

-Bruce, ya he llegado, estoy sola y voy armada. Hagamos el intercambio. El dinero está depositado en la cuenta como pediste, suelta a la chica y esto se habrá acabado-, solté toda una parrafada. Muy peliculero, lo sé, pero en la mayoría de los casos es eficaz. Menos en este.

-He cambiado de opinión- gritó desde dentro.

-Hicimos un pacto Bruce-, comenté ofendida.

-Lo siento, no soy un caballero- dijo con sorna.

-¡Al suelo!- escuché gritar a la camarera.

Sonó el temido disparo, pero, con el aviso, los reflejos hicieron acto de presencia, me tiré en plancha sobre el espeso manto invernal y arrastré mi cuerpo hacia el húmedo porche.

Agazapada esperé, entre el final del balancín de hierro y el marco de la puerta, y me acerqué a la fría madera agudizando mi sentido auditivo.

Nada.

Pegando mi espalda a la cabaña conté mentalmente hasta tres y volé el pomo. Apuntaba con el revolver hacia un salón-comedor vacío, por lo que sólo quedaba mirar en las habitaciones.

Con la tenue luz que entraba del exterior mis ojos azules escudriñaban la primera estancia, por la rendija, para localizar a Kate, ahora amordazada y atada a una silla, justo en el centro. Sin soltar el arma me dirigí rauda y veloz hacia ella.

En el breve transcurso entre acercarme y desatarla, sentí el cañón del delincuente en la sien.

¿Lección del día?: no intentes salvar a una civil si vas a cometer un error de novata de academia, y busca algo con lo que auto-castigarte, si sales de esta, claro.

-Suelta la pistola bonita, despacio- dijo con tono prepotente.

Me incliné lentamente y a partir de ahí fue todo un abrir y cerrar de ojos. Kate emitió un sonido gutural, similar a un grito. Él perdió contacto visual conmigo, lo justo para poder propinarle un buen codazo por lo que su revolver cayó.

Quise volverme para apuntarle pero fue algo más rápido que yo y me dio un derechazo, lo suficientemente potente como para tirarme al suelo. Creo que cuando acabe todo esto tendré que ponerme hielo para rebajar la hinchazón.

Bruce agarró su pistola. Nuestras manos rozaron los gatillos y el tiempo comenzó a transcurrir a la misma velocidad en la que cae una hoja de un árbol, porque entonces apareció ella de la nada, completamente sigilosa, dando un salto magistral y haciendo un placaje de lo más profesional si hubiera sido un jugador de rugby.

Hace poco leí una frase de Lord Byron: El gato posee belleza sin vanidad, fuerza sin insolencia y coraje sin ferocidad, pero lo que tenía a escasos metros poseía belleza, fuerza, ferocidad y no era precisamente un gato. Me acababa de salvar la vida una salvaje, peligrosa, preciosa y estilizada puma.

Puede que resulte curioso que dedujera que era hembra pero soy policía, me fijo en los detalles y, por lo que sé, las hembras de casi todas las especies suelen ser más pequeñas que los machos.

Quizás esté desvariando por la adrenalina que debe salirme por los poros, pero el animal mantiene inmóvil a Bruce, completamente grogui debido al golpe, mientras ruge ferozmente.

Y así está la situación en estos momentos: Kate se acaba de desmayar del susto y yo intento incorporarme con la pistola en la mano, lo más pausadamente posible, mientras me acuerdo de respirar.

Quitando que me apunten con un arma, como acaba de pasar hace un momento, esta debería ser una de las situaciones más tensas de mi carrera como policía. Pero digo debería porque el felino no mueve ni un músculo, ni si quiera pestañea, si es eso posible.

He acabado de ponerme en pie y estirarme del todo, sin altanería, pero sin dejar de mirar, ni de apuntar, al animal. El puma mueve una oreja, es algo leve, prácticamente imperceptible. No sé cómo traducir ese gesto y mientras le doy vueltas a qué debo hacer me mira a los ojos.

Como diría "Caperucita Roja" tiene unos grandes ojos, marrones, muy claros, preciosos, profundos, casi hipnóticos, por lo que sacudo un poco la cabeza para aclarar mis pensamientos mientras el animal vuelve a realizar el mismo gesto.

¿Eso ha sido una señal?, ¿en serio? Juro que no beberé más cerveza irlandesa hasta que me vea un psiquiatra, o hable con África, que para el caso lo mismo da.

Miro de reojo a la camarera para comprobar mínimamente si sigue igual. La chica parece que se medio espabila y empieza a enfocar un poco, con sus ojos color miel, al espacio de la estancia donde queda algo de luz del día.

No quiero que Kate grite por si el puma se la quiere zampar y no quiero que se vuelva a desmayar, ya que pretendo sacarla de esa casa, si es que salimos, caminando tranquilamente mientras le planteo unas preguntas.

Tampoco sé de donde he sacado las fuerzas pero guardo el arma, me acerco, quito lo mejor que puedo la mordaza y las ataduras, y dejo mis manos sujetando su rostro lo más dulcemente posible para que no se gire.

-Hola-, le digo con mi mejor sonrisa. -Soy la inspectora Eider Taylor, de la comisaría 84. ¿Cómo te encuentras?-, digo y pregunto de carrerilla.

Creo que ni ella se cree que haya podido articular tantas palabras seguidas y coherentes.

-Bien… gracias…-, contesta de manera escueta.

Mientras dejo una sonrisa boba, perenne y tranquilizadora, ella baja ligeramente los hombros, así que aprovecho para retirar mis manos, que tan sólo apoyaban ya en su barbilla, y cojo las suyas que seguían aferradas a su falda.

-¿Puedes levantarte?-, pregunto con delicadeza.

-Creo que sí, pero… hay… ¿hay un puma en la habitación?- me dice visiblemente preocupada.

-No, Kate, tranquila. Has sufrido un shock traumático, fruto del secuestro exprés, y añadido a la escena de la pelea te has desmayado por la impresión-, le suelto así como si nada porque no quiero que la chica haga amago de comprobarlo.

La inventiva que le acabo de meter a la pobre tiene que ser compensada por algo tranquilizador.

-Hacemos una cosa si te parece-, le digo sobre la marcha, -vamos a ir andando hacia la entrada-. Ella asiente y continúo -no voy a soltarte, es más, vas a guiarme hacia la puerta mientras yo sigo mirándote, fijamente, así sabrás que no pasa nada, ¿de acuerdo?-, le digo en el mejor tono tranquilizador que puedo.

Kate vuelve a decir que sí con la cabeza fugazmente, se incorpora y empezamos a andar las dos, en mi caso como los cangrejos, a un ritmo pausado pero constante.

Estoy tremendamente asustada, pero eso es algo que ella no debe notar ya que para empezar ni debería haberme acercado.

A estas alturas los que estamos en la cabaña deberíamos estar con algún miembro amputado, descuartizados o simplemente muertos, pero no lo estamos. Ya sé que lo que acabo de decir no es una visión agradable, pero la realidad es que seguimos teniendo un puma a escasos metros y eso es lo que suele hacer la mayoría, aunque esta, por alguna extraña razón, ni se ha inmutado.

Quizás al salvarme he querido pensar que no nos haría daño y padezco una especie de síndrome de Estocolmo para pumas. La verdad es que en estos instantes no pienso mucho, sólo quiero sacar a la rehén de aquí, nada más.

Kate me dirige moviendo un poco las manos para indicarme si el siguiente paso es a mi izquierda o a mi derecha, cosa que agradezco, mientras veo los apagados rayos del sol y noto el aire frío en mi nuca que llega del exterior, señal de que vamos llegando a la entrada. Respiro profundamente para darle ánimos a ella y auto-inculcarme algo de fuerza para mí, por lo que sea que venga después y, por fin, cruzamos el umbral.

Se está acercando el primer coche patrulla así que le digo a la chica que no se mueva, que voy a apresar a Bruce y que todo habrá acabado. O eso espero. Vuelvo a coger el revólver para recorrer el mismo camino y asegurarme de que la situación sigue igual y, efectivamente, no ha cambiado absolutamente nada desde hace unos segundos.

El puma sigue como un guardián, con la pataza plantada en la espalda del caco, el cual también empieza a despertar del golpe.

Me planteo un sinfín de cuestiones: ¿qué demonios hago ahora?, ¿cómo se supone que debo actuar con el animal?, ¿le pido permiso?, ¿me acerco como si nada?, ¿le pongo nombre?... vale, esta última pregunta es porque he visto demasiadas veces la película Cómo entrenar a tu dragón.

El puma me mira. Muy despacio mueve la cabeza como señalando su pata y vuelve a mirarme. No puedo juraros dejar el tabaco ni la bebida, porque fumo poco y sólo bebo cuando salgo de fiesta. Tampoco os voy a jurar no volver a mantener relaciones sexuales porque no lo cumpliría, pero, por lo que más queráis os digo que esto, además de no ser nada normal, es verídico y tenéis que fiaros de mí. Palabra de policía que ha hecho ese movimiento.

Vuelvo a respirar. Se escucha el estruendo de las sirenas por lo que no me queda mucho tiempo, así que guardo la pistola nuevamente, cojo las esposas, y me acerco mientras el puma levanta la zarpa y desaparece tan sigilosamente como ha aparecido.

Resoplo, lo menos como un caballo, mientras levanto a Bruce del suelo y lo llevo entre zarandeos hacia mis compañeros de unidad, quienes se encargan de meterlo en el asiento trasero de su vehículo para llevarlo hasta la comisaría más cercana y abrir así el camino a la comitiva que les sucederá a continuación.


Continuará


Curiosidades:

Los capítulos son títulos de películas que pretenden ser una pequeña pista de lo que va a ocurrir; además se señala de quién es el punto de vista para facilitar la lectura del mismo.

Atrapa a un ladrón (1955). Director: Alfred Hitchcock. Protagonistas: Cary Grant y Grace Kelly. Está basada en la novela del mismo título de David Dodge. La película ganó un Oscar a la mejor fotografía y obtuvo dos nominaciones: a la mejor dirección artística y al mejor vestuario.

La elección de Canadá como escenario para esta historia se debe a que me parece un país de contrastes espectaculares, además de un posible destino laboral.

Todos los emplazamientos (parques, museos, etc) que se nombran en el fanfic son reales.

Cosas que me encantan:

Los lobos, por eso nombro el cuento de Caperucita Roja.

Realmente, vía Wikipedia: los pumas, a pesar de su tamaño, no están clasificados entre los grandes felinos porque no puede rugir, pero me he tomado una licencia ;)

Cómo entrenar a tu dragón de Dreamworks©.

Cuestión de nombres:

Bruce Harper viene de Bruce Wayne y un "apellido inventado". Luego me di cuenta que su nombre coincide con el mejor amigo de Oliver Atom (Captain Tsubasa).

Kate, la camarera, es un homenaje a Kate Beckett (la detective de la serie Castle).

África Barrows debe su nombre al continente, como es evidente.

Eider Taylor es una mezcla entre un nombre vasco y un apellido irlandés.