Avertencia: Ser "original" en estos días es sumamente complicado. Cuesta mucho encontrar temas "nuevos" sobre los cuales escribir en una época donde la información va y viene a gran velocidad y da incontables vueltas al mundo en menos de un parpadeo. Aún así, me exculpo de todo parecido que usted, querido lector, pueda encontrar entre mi trabajo y el de otros autores en esta página o en otros sitios del espacio cibernético.

Disclaimer: Axis Powers Hetalia no es de mi propiedad intelectual. Su creador es Hidekaz Himaruya. Su humilde servidora, quien les escribe, no pretende lucrar con las creaciones basadas en su obra, sino hacer de esto una sana entretención tanto para ella como para quienes se tomen el tiempo de leer su trabajo.


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.:~C'EST LA VIE~:.

.:I:.

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Bajo las ruedas del taxi que se detenía, Iván oyó entre sueños el ruido de la gravilla siendo apisonada. Había perdido la noción del tiempo en cuanto apoyó la cabeza en el cristal para 'descansar un momento los ojos'; aunque hubiese querido hacerse el desentendido y seguir dormitando envuelto en su gabardina, el taxímetro seguiría funcionando, y no podía permitirse ese lujo con tan poco efectivo en los bolsillos.

— Joven, ya hemos llegado.

Fingiendo un largo bostezo, el muchacho se incorporó en el asiento del copiloto. Tenía la expresión de un niño al cual sus padres han despertado de una larguísima siesta. De reojo leyó los números del indicador digital, y calculó que haría falta además sacar dinero de su bolso de mano para completar la suma.

"Oh, pero si solo han sido diez minutos…"

— Joven…

— ¡Disculpe! Aún estoy algo lento.

Tras recibir el billete, el chófer compuso una mueca de enfado. En seguida Iván rebuscó en los compartimientos más pequeños de su equipaje hasta dar con el monedero, y depositó en las manos del impaciente conductor todo lo que faltaba. Dos pequeños doblones se arrinconaron entre las costuras, temerosos de abandonar el interior forrado del peluche.

— ¿Propina?

— Lo siento, pero no traigo más encima.

El hombre resopló con pesadez, y su pasajero comprendió que no le ayudaría a bajar el resto de las maletas.

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Más que una residencia de estudiantes, lo que Iván tenía en frente parecía una de esas cabañas donde iban de vacaciones las familias que apenas y tenían presupuesto para darse ese lujo. Había cinco más, idénticas, alineadas a lo largo de la manzana. La suya era amarillo mostaza con la puerta frontal pintada de café oscuro, y una verja metálica con la pintura negra desconchada. Había dos bicicletas apoyadas contra el muro que la separaba del vecino de la derecha.

Antes de que pudiese descorrer el pestillo de la reja, alguien asomó por la entrada principal.

— ¿Iván Braginsky?

— Soy yo.

— ¡Pasa, chico! Te estábamos esperando. Eh, ¿pero qué son todas esas valijas? Déjame ayudarte.

Apenas y pudo contener la risa. Su amistoso receptor tenía un acento divertido, cantarín; a juzgar por la forma en que aspiraba, suavizaba y omitía algunas letras, debía de ser caribeño; al salir de casa Iván pudo apreciar los detalles de su guayabera floreada, los pantaloncillos y las pantuflas sucias y descosidas. Parecía un tipo simpático.

— ¿Y, qué tal el viaje?

— El tren estuvo bien las primeras dos horas.

— Oh, ya lo creo. Yo no podría ni en sueños hacer ese viaje de seis horas que tú... ¡Deja, deja ahí, ya lo cargo yo! que debes venir hecho polvo.

Aún así, el recién llegado insistió en cargar dos de las maletas. Una vez dentro, el hombre de guayabera dejó las dos que transportaba a un lado, se limpió las palmas en los pantaloncillos, y extendió su mano para estrechar con fuerza la del recién llegado.

— Un placer, chico. Me llamo Carlos.

— ¿Carlos Machado, a quien le escribí el e-mail?

— El mismo.

— El placer es mío, señor.

— ¡Por favor, no! Me haces sentir viejo. Solo 'Carlos'. Siéntete con la confianza de tutearme.

Compartieron una carcajada medio forzada que no pasó desapercibida para el otro ocupante de la casa, que asomó desde la cocina esgrimiendo un cucharón empapado de caldo.

— ¿Ya llegó el nuevo?

— En efecto.

— El almuerzo aún no está, pero mientras tanto puedo darle un plato de sopa-aru. Estás hambriento, ¿verdad?

— ¡Mucho!

— Ve a servirte y yo subo tu equipaje. ¡Va, a la cocina! Come algo y ponte cómodo, esta es tu nueva casa.

Con cierto dejo de culpa, dejó que Carlos se encargara de subir las maletas a la segunda planta. Iván siguió al joven del cucharón a la cocina inundada del sabroso aroma de lo que fuera que se estuviese cocinando.

— ¡Hum! Huele que alimenta.

— Estofado. Receta de mi padre. También tenemos de entrada pho con el pollo que sobró de ayer-aru. ¿Puedes alcanzarme un plato hondo? Busca en esa despensa.

— ¿Aquí?

— Ahí mismo. ¿Plato lleno?

— Por favor.

Mientras Iván comía, el joven siguió cocinando, removiendo aquí y allá el contenido de las ollas, apagando las que soltaban hervor, echando condimentos con una rapidez maestra, mecánica. El joven estaba fascinado.

— ¿Haces eso a menudo?

— Todo el tiempo. A veces me ayudan los otros, pero la verdad, es que prefiero trabajar solo. La cocina es un arte donde muchas manos arruinan el producto final-aru.

— Tenemos suerte de contar con alguien como el viejo Yao. Nunca conocí a alguien que amara tanto la cocina — Carlos estaba de regreso, exhibiendo una sonrisa torcida por el habano que llevaba en la boca. El joven del cucharón no se dio por aludido, y siguió trabajando con los dos ojos bien puestos en la tetera que todavía no silbaba. — ¿No te ha dado más problemas la llave de agua?

— Ninguno. Kim Ly la dejó como nueva.

— ¿Quién es Kim Ly? — preguntó Iván.

— Nuestra florecita. Es la única chica que vive aquí con nosotros en la residencia. Ahora mismo no está en casa, creo que fue a por unas cosas a la ferretería…

— ¿No fue a comprar una nueva pala de jardín?

— Si, Yao. A la ferretería.

— ¿Cuánta gente vive aquí?

— Contándote, cinco.

— ¿Terminaste con el pho?

— ¡Sí! Estaba delicioso. Muchas gracias.

— Deja el plato en el lavadero y sígueme. ¡Chico, te debes estar asando con ese abrigo encima! ¿No quieres quitártelo? Vamos, te muestro tu alcoba y de paso la de tus compañeros.

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Carlos salió de la cocina, secundado por Iván. Atrás quedaron Yao y sus ollas con sopa y estofado. Las escaleras conducían a un pasillo estrecho con tres puertas a cada lado, la última de la derecha con un colgante blanco que decía "BAÑO".

La segunda de la izquierda estaba abierta, y allí Carlos le indicó que dormiría.

— Dejé todas tus maletas contra la pared. La cama está deshecha, si no tienes sábanas limpias puedes buscar unas en el armario.

— Traje las mías de casa.

— ¡Perfecto! Puedes poner toda tu ropa en los cajones y tus cosas de estudio en el escritorio. Ninguna habitación tiene televisión, te recomiendo que no conectes artefactos aquí, hazlo en la sala de estar, y solo uno a la vez. El generador no es muy potente, una pequeña sobrecarga puede hacer que se vaya la energía.

— Entendido.

— Aquí está.

Estaba bien para una sola persona, pero con dos hombres corpulentos allí dentro, la habitación adquiría un carácter claustrofóbico. El armazón metálico de la cama sostenía un desvencijado colchón que en su mejor momento habría sido blanco. La moqueta del suelo estaba deteriorada en las partes donde los muebles descansaban todo su peso. Con optimismo, Iván pensó en aquella alcoba apenas equipada como una gran oportunidad para que, con un poco de su toque personal, el sitio se convirtiera en un lugar cálido y acogedor.

— Te mostraré el resto de la casa antes de dejarte proceder con tus cosas, ¿te parece? — como si fuera un ritual de bautizo, Carlos encendió el habano y exhaló una bocanada de humo hacia el centro de la habitación. Él e Iván se dirigieron al fondo del pasillo, y el segundo reparó divertido en que bajo la palabra "BAÑO" había dos patitos de goma pintados, mirándose, rodeados de pompas de jabón.

— La puerta frente al baño es la mía. No quiero que te sientas mal, pero es la más grande. Allí tenemos el mueble donde guardamos la aspiradora y la plancha, así que si las necesitas, no tengo problemas con que entres y las tomes, siempre y cuando la devuelvas apenas y termines.

— Entendido.

— La siguiente puerta del lado izquierdo es la tuya. Somos vecinos. A mí no me molestan los ruidos ni las luces, tengo el sueño muy pesado, si debes quedarte hasta tarde estudiando o algo por el estilo, siéntete libre de hacerlo, pero con la puerta cerrada y en lo posible sin hacer mucho ruido. Así evitarás tener problemas con tu vecino de en frente.

— ¿Quién es?

— Su nombre es Hyung. Hoy debía trabajar, así que recién podrás conocerlo cuando vuelva a casa por la noche— le dio una profunda calada a su habano antes de continuar — Bien, pues de seguro ya te imaginas de quién son las dos últimas habitaciones…

— Una es de la chica…

— Sí, justo la que está aquí, al lado de la de Hyung. Desde que la compañera de cuarto de Kim Ly se fue a vivir con su enamorado, ese lugar es un completo misterio para nosotros. A la florecita no le gusta que nadie entre a su habitación, y pues, está en todo su derecho. Las cosas de uso común que manejábamos en el armario de este cuarto, como los manuales de cocina y los instructivos de los electrodomésticos, están en la habitación del viejo Yao.

— Que es la que está frente a la de la chica, junto a la mía.

— Precisamente, grandote. Oye, iré abajo a ver si el viejo Yao necesita ayuda con la mesa, ¿vienes, o tienes algo mejor que hacer?

— Bajaré contigo. Puedo ordenar mis cosas más tarde. Por el momento, me interesa mucho más conocer a mis nuevos compañeros de casa.

— Bien dicho.

(***)

En algún momento de la tarde Kim Ly había llegado a casa. Ya estaba sentada a la mesa con Yao, esperando a los demás para comer. La expresión en el rostro de la chica era tensa: aún cuando trataba de parecer tranquila, lo cierto es que estaba algo incómoda con la idea de que hubiese un completo desconocido que vendría a cambiar los esquemas que se manejaban en la residencia.

— T-tú… eres Iván.

— Iván Braginsky. Es un placer— canturreó con exagerada simpatía — Tú eres Kim Ly, ¿cierto? Tus amigos ya me han hablado un poco sobre ti.

— Ah… sí.

— Eres la única chica aquí, y no te gusta que entren a tu cuarto. ¿Qué más me puedes decir? Quiero conocer a las personas con las que voy a vivir de hoy en adelante.

La muchacha tragó una cucharada de estofado, notablemente nerviosa.

— Pues… mi nombre completo es Kim Ly Nguyen. Nací en Vietnam y tan solo hace dos años vivo aquí. Me trasladé desde un pequeño poblado rural para seguir mis estudios…

— ¿Qué estudias? — interrumpió Iván.

— Una carrera técnica: mecánica en maquinaria pesada.

— ¡¿En serio?! Una mujer muy atípica, si se me permite decirlo.

— Tanto aquí como en el instituto, Kim es una florecita en medio de un mar de testosterona— carcajeó Carlos.

— ¿Qué hay de ti? ¿A qué te dedicas?

— Estoy en el último año de mi carrera: medicina. En Cuba mis padres se formaron como excelentes profesionales, y me hubiese gustado seguir sus pasos allí si tan solo no hubieran exiliado a toda la familia.

— ¡Oh!

— No ha sido fácil. Por eso arrendamos esta casa para estudiantes. Estas propiedades le pertenecen a un primo de mi madre que nos recibió cuando llegamos de Cuba; con el dinero de las rentas, más el empleo de medio tiempo que he buscado, puedo ayudar a mi padre a costear la universidad y cubrir además mi cuota de los gastos de esta casa.

— ¿Y, qué hay del viejo Yao?

Al ver que no se dio por aludido, Carlos dejó caer una de sus manazas en la espalda de Yao, que se atoró con el sorbo de té que acababa de tomar.

— Disculpa. Casi te mato.

— No sería la primera vez-aru — masculló — Para empezar, el hecho de que sea el mayor aquí no le da derecho a nadie de decirme "viejo", ¿está bien? Pues ya que preguntas, estudio gastronomía. Kim Ly y yo vamos en el mismo instituto, pero ella va en horario vespertino por su empleo, y yo estudio en horario diurno, así que trabajo por las tardes.

— Oh, pues parece que todos aquí trabajan, ¿no es así? Tendré que ponerme a tono.

— Como resulte más cómodo para ti. Lo que hacemos es pagar una cuota fija que comprende los servicios básicos y la comida, y el resto cada uno lo administra según sus necesidades. Procuramos tener los víveres necesarios para que el viejo… perdón, para que Yao pueda preparar el almuerzo de todos los días, y cada uno además tiene responsabilidades asignadas en casa. Todos ayudamos, todos contribuimos en algo para que la convivencia aquí sea lo más sana posible. Espero que logres sentirte a gusto aquí, Iván.

— Lo haré.

— ¡Esa es la actitud! — rió el cubano, levantando su vaso con jugo — A tu salud, chico. Bienvenido a tu nueva casa.

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Continuará...

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Notas de la Autora:

Lo sé, merezco una paliza. ¿Qué hago publicando un nuevo fanfic en lugar de estar trabajando de cabeza en "Hetalia Meets Hogwarts"?
La respuesta ni siquiera yo la tengo.
Lo único que puedo decir, es que esta idea sufrió muchísimas transformaciones antes de que alcanzara este punto y que finalmente me atreviera a dejarla ver la luz del día.
Sinceramente, espero que les haya gustado esta introducción.

Desde ya, quedo atenta a sus comentarios y sugerencias.

¡Un besito en la frente para cada uno de ustedes!