El sonido del vidrio quebrándose en cien se reproducía cien veces en sus oídos, repitiéndose la misma cantidad de veces por su mente apenas en segundos, retumbando, oyéndose como el más grande estruendo al crepúsculo, incluso cubriendo perfectamente como el escándalo de la semana, que parecía haber estado en solemne calma. Esto no habría pasado por alto por nadie, seguramente porque a todos el intenso estruendo uno a uno los había tocado desprevenidos. No sólo retumbaba en sus propios oídos, ocultos por la hilera de cabellos que caían en un brillante ocre, que habrían sido los más afectados por ser el causante del desastre, si no también en los de cada niño que rondaba desafortunadamente cerca del desastre que se había ocasionado apena en segundos, y en los oídos de Near también, quien protagonizaba ahí junto con él en el incidente; porque de algún modo se había involucrado también (algo extraño por el hecho innegable de la CASI nula participación de Near en escándalos colectivos), simplemente, como cualquier persona tomaría lugar entre las baldosas de la sala común, él lo estaría haciendo rutinariamente, sin saber que el balón de fútbol atravesaría la ventana más cercana a sí mismo, atravesando bruscamente el vidrio, desparramando cada pedazo cristalizado por donde había tocado la suerte de caer; la única ventana que Mello esperó no impactar: ese
gran ventanal que daba directo a la sala de estar. No era el único ventanal que daba a la sala común, había una hilera de ellos por todo el muro que conectaban el patio con la casa, con otras salas más inclusive. Entonces, se preguntaba Mello, porqué esa ventana en especial. Cuando oyó el estruendo, comprendió que no significaba algo venidero, no por el hito irrefutable de que Roger le haría pagar con trabajos simples como fregar losa o barrer, si no más bien porque ese incidente estaba especialmente hecho para burlarse de él, porque sentía que algo superior (Como los Dioses, por ejemplo) se estaban riendo todos juntos de las desgracias que le hacían pasar justo ahora. Qué tan aburridos estarán en el olimpo, como para crear encuentros para unirlos, para hacerlos encarar el uno al otro a base de un accidente
(aparentemente como todo en este mundo), de un descuido por parte del rubio que no había logrado bloquear el tiro tan alto que había disparado uno de los chicos. Porque claro, de repente al peor pateador se le otorgaba el don de patear tan alto como ni siquiera él lo había hecho antes. Mucho sentido tenía esto, por su puesto.
Se lamió los labios resecos con cierto nerviosismo, notando de inmediato como la boca le sabía a algo amargo, un amargor metálico que se esparcía lentamente por su saliva y terminaba por llenarle la boca de metal; se sentía como morder hierro, o peor aún, comer hierro. Poco luego, al pasar el dorso de la mano por sus labios, habría notado la hilera de sangre que el fuerte agarre que se tenía con los dientes al apretarse los labios le ocasionaba, y no sería nada novedoso; esto sucedía a menudo en estas situaciones, porque en ningún otro contexto perdía la calma tan rápido como perdía las ilusiones de salir sin un castigo de esta. Ahora sólo se esforzaba por sostener rabioso la mirada que a propósito se hacía amenazante. Batía de vez en cuando las pestañas, cuando sus azulados ojos se secaban por mirar con
tanta insistencia al individuo blanquecino frente a su retina, tomándolo rápidamente como el culpable de toda su desgracia, incluyendo esta.
Por otro lado algo ajeno al tiro mal atajado y a los demás muchachos, estaba Near en algún plano en todo aquello, y en su plano, lo estaba esperando a él, estático y mal erguido desde dentro de la sala, algo alzado cerca de lo filudo que eran ahora los vidrios que aún permanecían unidos al marco de la ventana, esperando con las manos directamente al pecho; entre ellas habiendo lugar para el balón que justamente sostenía, este ligeramente embarrado de lodo y césped; Lo estaba esperando a él.
La poca diferencia de altura entre el piso a cerámica limpia de la sala común y el natural suelo del campo de fútbol les hacía ver como en la famosa escena del balcón de Romeo y Julieta, pero claro, esta obra carecía de sentimientos amorosos de por medio, y de palabras. Y aunque el sol les brindara la misma luz que los focos de los escenarios, y el campestre panorama simulaba el escenario, todo carecía de romanticismo alguno. Se podría decir que Nate, fuera de cualquier asimilación a la nombrada escena que algunos podían asimilar, y de vuelta a la realidad, esperaba los movimientos de su contrincante ásperos; crudos como siempre. Esperaba que le arrebatara el balón de las manos que le ofrecía a él de vuelta, más nunca equivocó una suposición, y al momento en que inclinó su menuda figura, y Mello se preparaba sudoroso a
recibirlo, la fuerza no tardó en raspar en sus manos. Esas manos que en el momento chocaron entre sí, hicieron como si nunca se hubieses siquiera rozado, acordando mudamente que no había sucedido nada de por medio, que nunca sintieron ese chispaso que los conectó brevemente. Pero los mismos dedos que se hacían puño para golpear al genio de vez en cuando, habían rozado lentamente esa delicada piel. Y mientras tanto, por una fracción casi inexistente de segundos, ambos pudieron ver cómo el panorama se tornaba para ambos dos multicolor. Eran las ventanas mosaico de la iglesia. Era algo fúnebre, porque más allá del viento que abrazaba sus cuerpos, nada más existía; ni siquiera el tiempo que en esa burbuja hecha solamente para dos podía caber allí. Esto ocurría ocasionalmente en algunos de sus pocos encuentros
deparados por el destino. Ambas mentes se fundían sin voluntad en una para crear ese escenario que ambos podían claramente ver como una proyección cinematográfica. Algo raro, sin duda. E incluso, aveces, podían sentir un campanazo, dos, tres campanazos seguidos; anunciando algo, algo que preferían ignorar, como ahora.
-¡Mello, qué esperas!-
Pese a que miraban la escena con disimulo, las palabras impacientes de todos los chicos le hacían recordar al público bullicioso y exigente de un coliseo romano. Todos gritando y chillando, exclamándole a él que, tan despectivo e hiriente, no movía un músculo; porque Near tampoco lo hacía. A pesar de ya haberle entregado la pelota que debía entregarle, continuaban inmersos en las miradas que clavaban como estacas en la pupila del otro.
En un movimiento desprevenido, fugaz, el balón había desaparecido de las manos de Mello el cual había estado enterrando las uñas en su blanca superficie plástica, interrumpiendo bruscamente ese arrebate que nadie más si no Matt se atrevía a irrumpir entre ese campo de batalla casi impenetrable que se creaban ambos sucesores. Bueno, él era el tercero, no significaba nada pero en algo influenciaba, más si tenía confianza con el rubio, o las suficientes agallas que un idiota tendría, un idiota muy valiente, por cierto. Así, sólo tomó la pelota embarrada que en la cancha de juego hacía falta, y esbozó una sonrisa sin grandes ánimos, quizás sólo por inercia misma, o quizás por no querer recibir un golpe en la nariz.
-El segundo tiempo aún no termina.- Anunció antes de marcharse por donde vino, terminando su trabajo como el vocero de todos.
Mello sólo giró su cuerpo sobre sus talones, sin mirar atrás. Podía de cualquier modo sentir aún de espaldas la mirada atenta de Near enterrada en su carne, y simplemente volvió a la cancha. Por un momento se formó una sonrisa colectiva en todo su grupo, que justo después de nacer con tanto resplandor, se borró como si nunca hubiera existido. Todo con las palabras que les vino a todos como agua fría.
-No cuenten conmigo.- Y sencillamente se marchó. Limpiándose el sudor de su perlada frente con el antebrazo.
Sólo se perdió en los adentros de la casa por el resto de esa tarde.
Hundió una pieza de losa en agua, posteriormente al haber enjabonado el plato sucio que sostenía, algo asqueado. Este era uno más de lo tantos que había fregado esa noche que comenzaba a hacerse infinita. Pronto marcarían la diez, y aunque por más impulsos de tirar la platería al piso le comenzaban a nacer desde la rabia, se contuvo de hacerlo, y, con el fregador en una mano, continuó lavando. Se había, en algún momento antes de comenzar a lavar, arremangado las mangas de la playera negra que llevaba, pues no le apetecía además mojarse innecesariamente. Intentaba subírselas con los dientes cuando estas se le bajaban, mientras iba amontonando de todo. Y se le amontonaba la desesperación también. De vez en cuando algún niño se le acercaba a entregarle los servicios y el plato en donde en algunos casos quedaban sobras que tenía que además depositar en una bolsa, y más de una vez, fuera de ese detalle, quiso a regañadientes regañar a los mañosos que dejaban hasta trozos considerables de comida, como las verduras cocidas. Y más ahora, que él no había cenado aún, y no lo haría hasta terminar su castigo, o peor, quizás ni siquiera eso.
"-Swish, swish, swish, swish, swish.-"
El último plato rechinó de limpieza, reflejando en su superficie su rostro algo distorsionado en él. Se miró un poco más, un poco como para percatarse del espanto en que estaba convertido. El cabello con algunos pelos en desencaje, y los ojos ligeramente irritados por el jabón y la espuma que en más de una vez le salpicaban dentro de éstos, pero lo peor no era nada de eso, si no más bien era esa cara de moribundo hambriento que la tenía bien pegada en el rostro, eso si era lo de más.
-Estoy del asco...- Murumuró solo, mirándose desde distintos ángulos del plato.
...
El silencio le vino encima, e incluso planeaba dar un largo bufido en su contra, también estirarse un poco y hasta quizás sentarse a descansar un ahora que le iba bien, más parecía haber quedado atrancado en lo primero en su lista, incluso antes de dar el bufido. "Grandioso."
La puerta se había abierto lentamente, dándole a sus oídos el molesto rechinar. Definitivamente, ya no quería lavar más platos de nadie más.
-...Mello.-
Por un momento, sintió cómo se tensaba su cuerpo ante aquella voz tan mierdamente familiar, aunque quisiera no conocerla en muchos sentidos. La monotonía de su única palabra azotó sus oídos con ESA su maldita voz. Era como oír a una mujer hablar, cualquiera lo diría, pero para convivir con esta persona a diario ya era capaz de identificarlo en cualquier situación. Al menos para él, Mello, le era imposible confundirlo.
Despegó los ojos de la vajilla, mirando al intruso con desprecio. No planeaba decirle nada y esperaría a que dejara la losa que venía a dejar y se fuera lo antes posible, después de todo no tenía porqué lavarle nada a él, si estaba aquí por su cuenta propia, significaba abiertamente que Roger le había mandado a decir que dejara ya lo que estaba haciendo, era obvio. Por otro lado, Near no abrió la boca para nada más durante ese lapso de tiempo, depositándole el plato en la mesa menuda de madera donde la cocinera se acomodaba a leer el diario.
Gruñó por lo bajo, destacando el molestar que pronto comenzaba a hacerse audible, prontamente a escupir en expresión corporal sin escrúpulos ni amabilidad la falta que Near cometía, al parecer se creía poder dejar el plato donde se le daba la regalada gana, y, antes de emitir cualquier queja en palabras, oyó las palabras del chico, con esa suavidad inquietante; demasiado inquietante.
-Buen provecho, Mello.-
Odiaba oír su nombre en su voz, aún así, no volvió a ver a Near por el resto de la noche. Sólo el rostro de quién le estaba cediendo la cena como un recuerdo. Azotó la misma mesa con la mano hecha puño, sin perdonarse el recibir algún servicio de Near por más órden de Roger que fuera. Roger era un grandísimo maldito, y Near el peor. De cualquier modo, qué buena le supo la cena esa noche en especial.
