Sé que estoy tardando mucho en actualizar las demás historias, pero apenas tengo tiempo ni de respirar, en cuanto pueda actualizaré. No podía dejar pasar el 1 de Agosto sin publicar algo, así que aquí os lo dejo. Pensé en hacerla más larga, pero como ya he dicho ando escasa de tiempo. Espero que la disfrutéis.
Estaba escondido detrás de una esquina, esperando a que el guardia terminara su ronda. Patamon no paraba de repetirle lo mala que era aquella idea y que deberían volver, pero Takeru estaba resuelto a hacer aquello. Antes de que pudiera pensar en el siguiente movimiento un digimon algo más grande que Gabumon cayó del cielo y le propinó un golpe en la sien, dejándolo mareado y con la vista borrosa. Patamon salió en defensa de su compañero y comenzó a pelear con aquel extraño, gracias al entrenamiento y a ciertas averiguaciones de Koushiro los digimon de los ocho niños eran más fuertes en todas sus etapas que el resto de sus congéneres, por lo que a Patamon no necesitó evolucionar. Una chica cayó a su lado desde las escaleras, antes de que pudiera reaccionar, tarde por culpa del golpe en la cabeza, tenía un cuchillo en el cuello.
— Tú no eres un guardia. – dijo la voz femenina entre contrariada y sorprendida.
— No… Takaishi Takeru. – Dijo entrecortadamente.
— ¿Uno de los Elegidos? – Le soltó en ese mismo instante y lo ayudó a levantarse.
— Recuerdo que dijisteis que no vendríais.
— Sólo estoy yo.
La chica lo ayudó a levantarse mientras gritaba a su digimon que dejara de pelear con Patamon y volviera a ayudarles. Entre la chica y los digimon consiguieron poner en pie al chico, que ya parecía recuperarse y comenzaron a caminar. En cuanto dieron el primer paso se desató el caos. Seadramon surgieron del lago cercano, Kuwagamon y Flymon cayendo sobre sus cabezas. La chica lo sostuvo con fuerza y comenzaron a correr hacia un lugar seguro, pero antes de que se dieran cuenta unas rocas desprendidas de un ataque cayeron sobre ellos y todo se volvió negro.
Aquello no debía estar pasando, si todo siguiera su curso él no debió estar allí. Pero estaba.
Después del viaje al Digimundo cuando todos eran unos niños las cosas empezaron a cambiar rápido. Digimon comenzaron a aparecer entre grupos de niños por todos los continentes, los gobiernos entraron en crisis y muchos países acabaron presas de dictaduras o grupos armados. Muchos países querían controlar el poder de aquellas bestias para hacerlos suyos y doblegar a los demás a su voluntad. Aquellos primeros 8 niños se convirtieron en el blanco de todos aquellos grupos que querían usar a los digimon para sus propios intereses, gracias a la rápida actuación de algunas personas bien intencionadas los Niños Elegidos quedaron a salvo, pero rotos de otras maneras. Lo que para ellos había sido la mejor experiencia de sus vidas ahora era una pesadilla. En cuanto entraron en la adolescencia y el dolor de las injusticias les hacía hervir la sangre partieron. Dejaron a sus familias a buen recaudo y salieron al mundo, juntos. Gracias al entrenamiento militar que habían recibido aquellos años y al fuerte lazo con sus compañeros comenzaron a tejer una red de grupos que luchaban por el bien de los digimon y de los humanos. Los primeros años aprendieron muchas cosas, cometieron errores y sufrieron cada vez que no conseguían salvar a alguien, pero en cada caída volvieron a levantarse más unidos que antes.
Un mes antes de aquella escena el grupo recibió una llamada de un grupo asiático asentado en Siberia, donde unos científicos experimentaban con digimon y sus compañeros humanos para recrear el vínculo entre ambos y conseguir que los digimon más poderosos obedecieran a sus soldados. Todos sufrieron al escuchar la noticia, hacer algo así a unos compañeros era inhumano, comenzaron a entablar conversaciones con el grupo asiático pero al final la mayoría decidió no intervenir.
— ¿Os vais a quedar sentados sin hacer nada?
— Ya has visto el panorama, Takeru. Son muy pocos y aquello es un búnker protegido. – Dijo Koushiro.
— Sabes que no podemos hacer otra cosa, hemos intentado hablar con ellos para posponerlo y prepararlo mejor. Es casi un suicidio. – Dijo conciliadora Sora.
— Pero al menos van a intentar hacer algo.
— Ir directos a la muerte no es hacer algo, Takeru. Hacer algo es planearlo lo mejor posible para que salga bien. – Yamato no soportaba aquella actitud de su hermano. – Sabes perfectamente lo que pasa cuando no se hacen las cosas bien.
— Yamato tiene razón, no podemos intervenir en una misión suicida. Les hemos ofrecido nuestra ayuda bajo otras condiciones y no la han querido. – Taichi era el que más sufría en aquellas situaciones. – No podemos ayudarlos a todos.
Así se deshizo la reunión, pero no el enfado de Takeru. Hikari se acercó a él con cautela, últimamente era demasiado normal verlo así y estaba realmente preocupada.
— Sabes que es lo mejor, Takeru.
— Sólo porque lo diga Taichi no es lo mejor. – dijo enfadado.
— El tiempo del líder del grupo pasó hace tiempo y lo sabes, ahora decidimos las cosas entre todos. Nadie es más que nadie.
— Pues yo estoy harto de hacer lo que los demás dicen, de quedarme en la retaguardia hasta que nos necesitan. Quiero hacer algo.
— No hacemos esto para jugar a los héroes, Takeru. Hacemos esto porque queremos un mundo mejor para todos, si tengo que quedarme en la retaguardia así lo haré.
Hikari salió de la habitación visiblemente triste. Takeru había tenido que vivir en dos ocasiones la muerte de su compañero, una en el digimundo y otra en los primeros años de su lucha, aquello le había marcado considerablemente y todos empezaban a preocuparse por el menor del grupo. Pero Hikari sabía que aquella no era la única razón, llevaba al lado de su amigo desde la primera aventura y sus emblemas los predestinaban a permanecer juntos, más allá de eso se entendían a la perfección y encontraban en el otro la comprensión y el apoyo que se necesitaba en aquellos momentos. Hikari notaba desde hacía unos años lo que pasaba, al principio tenue, pero ahora abrasador como el fuego. Envidia, dolor, no sabía qué palabra escoger, Takeru quería luchar por sí mismo, dejar atrás la sombra del niño llorón de aquel verano, ser visto como uno más del grupo y no como el hermano pequeño de Yamato. Ser útil.
Hikari le había intentado hacer entender de muchas maneras que todos le veían como un igual, que sus esfuerzos eran tan reconocidos como los de los demás, que era una parte imprescindible del grupo como lo eran cada uno de los ocho elegidos. Quizá cometió el error de intentar arreglarlo ella sola, de no hablar con el resto lo que estaba pasando, quién sabe si así las cosas hubieran sido de otra manera.
Un par de días después Taichi anunció que iría a una reunión en Sudáfrica para ayudar a un grupo de apoyo a los digimon que apenas comenzaba a surgir. Pidió a Takeru y a Hikari que los acompañara, los digimon ángel siempre conseguían infundir esperanza y luz a las personas y era justo lo que necesitaba aquella gente, desesperadamente. Hikari aceptó, confiaba en su hermano como confiaba en cada uno de los allí presentes. Para sorpresa de todos Takeru se negó, no podía aceptar no ayudar a aquel grupo asiático pero ir a Sudáfrica a "pasear" a Angemon, su conciencia no se lo permitía. Taichi lo miró fijamente pero aceptó, no era nadie para obligarle a venir, aunque quizá fuera buena idea hablar con Takeru a la vuelta de aquella reunión, le preocupaba.
Hikari entró en la habitación de Takeru, se conocían demasiado como para andar con rodeos.
— Nos vamos. – anunció Hikari.
— Adiós. – Takeru no la miró, porque sabía que mirándola a los ojos acabaría por ceder.
— Aún puedes venir si quieres.
— Esta vez no. – Hikari notaba el nudo en la garganta.
— Es la primera vez en años que nos separamos - intentó llegar a él de aquella manera, el último intento desesperado por conseguir que aquellos ojos azules la miraran.
— Ten cuidado. – No tuvo el valor para mirarla a la cara, era un cobarde.
— Volveremos mañana por la noche, quizá entonces podamos hablar de esto. – Takeru miró en dirección contraria para ocultar las lágrimas. – Hasta mañana, Takeru.
A pesar de haberse despedido no se movió de su sitio, ¿Por qué no la miraba? ¿Por qué le negaba aquello? Una sola mirada del portador de la esperanza hacía que todos los malos pensamientos se disiparan y se sintiera llena de luz, pero Takeru le negaba aquello. Se negó a dejar las cosas así, se acercó a él y aprovechó que miraba hacia el lado contrario donde estaba ella para susurrarle al oído algo que llevaba guardando en su corazón mucho tiempo.
Takeru rompió a llorar en cuanto escuchó la puerta, lloraba porque sabía que lo que iba a hacer le rompería el corazón, pero había tomado una decisión y no pensaba cambiarla. Aquella misma noche cogió sus cosas y salió hacia el punto acordad con el grupo asiático.
Dos semanas después del accidente Takeru no recobraba del todo la consciencia, tenía las dos piernas rotas, un hombro dislocado, costillas fracturadas y lo más preocupante, una contusión en la cabeza. La fiebre lo mantenía inconsciente la mayor parte del tiempo y era alimentado a través de una vía a su brazo. Después de aquellas dos semanas comenzó a recuperar la consciencia más a menudo y a la tercera pudo comer sopas él mismo. Al mes la fiebre se había ido y al mes y medio las costillas rotas se recuperaron, haciendo más fácil lo demás. Meiko, la chica que lo atacó aquella noche confundiéndolo con un guardia no se separó de su lado ni un solo día. Se ocupaba de todas las necesidades, hasta las más desagradables, y de entretener al chico convaleciente.
Después de que quedaran heridos por las rocas la cosa se puso fea y perdieron a más de la mitad de los integrantes del grupo, apenas diez de los setenta iniciales, había sido una carnicería, como predijeron los elegidos. En cuanto pudo volver a articular palabra Takeru quiso ponerse en contacto con sus amigos, pero no pudieron acceder a las demandas. Por el daño causado al grupo y los muchos heridos no estaban muy lejos del búnker y debían ser extremadamente cautelosos para no llamar la atención de las personas y digimon que estaban en el exterior, cualquier contacto con el exterior por cualquier medio estaba prohibido.
Cuando Taichi y Hikari volvieron a la base, se encontraron con la noticia de la desaparición del chico, el primero parecía enfadado, Hikari sólo parecía dolida, no sorprendida. Trataron de buscarlo por todos los medios, una semana después de la desaparición viajaron hasta el lugar para verlo cubierto de sangre y escombros, Mimi y Hikari rompieron en llanto al ver aquello. Mimi era la portadora de la inocencia, y ver tanta crueldad le rompía el corazón a pedazos. Hikari se rehusó a volver, quería encontrar a su amigo lo antes posible, sabía que no estaba muerto, lo sentía. El vínculo entre ellos era demasiado fuerte como para notar la vida del otro, o eso es lo que la chica quería creer. Takeru estaba vivo y ella lo encontraría. Hicieron falta muchos argumentos para convencerla de volver. Yamato tuvo que gritarle que "él también quería encontrar al idiota de su hermano pero no lo lograrían muriendo congelados".
Dos meses después seguían sin noticias suyas. Taichi usaba su red de contactos para encontrar información, Koushiro rastreaba el digimundo y todo internet para encontrar alguna pista y los demás intentaban retomar las actividades seguros de que tarde o temprano aparecería. Harían todo lo que estuviera en su mano para encontrarlo.
Takeru tenía demasiado tiempo para pensar, aún no podía caminar y pasar tantas horas en la cama no le hacían bien. Normalmente Meiko estaba a su lado y podía combatir los malos pensamientos pero cuando la chica era llamada para cumplir sus obligaciones se veía obligado a lidiar con ellos. El lugar donde estaban eran parte de unas oficinas excavadas en la roca como parte de unas antiguas minas, por lo que era imposible saber cuántos días habían pasado, ni si era de día o de noche. ¿Lo estarían buscando? Qué pregunta más tonta, claro que lo estarían buscando.
Recordaba cómo unos años atrás habían salido al rescate. Apenas había pasado un año y medio desde que habían dejado lo que había sido su hogar en el complejo militar cercano a Fukushima, Jou apenas había cumplido 18 años cuando recibieron la información de que otros 4 niños habían sido identificados como niños elegidos que debieron haber defendido el digimundo cuando ellos desaparecieron confinados en una base militar por su propia seguridad, pero aquellos niños nunca pudieron cumplir su cometido porque un grupo de mercenarios los encontró en el digimundo y fueron capturados.
Taichi y los demás no dudaron en ir a ayudar a aquellos niños, pero por falta de experiencia y preparación casi fueron ellos mismos capturados, solo la intervención de los dioses del digimundo detuvo el desastre. Después de aquello todos entendieron que correr a la desesperada sin un plan con cierta probabilidad de éxito es peor que no hacer nada. Necesitaron un año para poder recuperar a aquellos niños, pero ya fue tarde. Estar tanto tiempo retenidos y las torturas habían roto a aquellos chicos, Daisuke había reunido un grupo radical que se dedicaba al terrorismo contra los gobiernos de todo el mundo, Ken había sucumbido a la oscuridad y acataba las órdenes que le daban, Iori estaba consumido por los deseos de venganza y vagaba por el mundo asesinando a jefes de grupos de mercenarios con una espada y su digimon, Miyako trabajaba en Japón con un grupo de inteligencia para descubrir más cosas del digimundo, con la esperanza de conseguir romper el lazo entre ella y su digimon, al que culpaba de lo ocurrido.
Takeru debió haber aprendido la lección con aquello, pero estaba tan ciego que no quiso recordarlo, quería ser útil, quería hace algo y que lo vieran. Que le vieran a él, a Takaishi Takeru, no al hermano de Ishida Yamato, no al menor de los Elegidos. A él. Y ahora entendía en parte todo el daño que había supuesto aquel sentimiento.
Casi cuatro meses después podía andar distancias muy cortas con ayuda de muletas, eso significaba que por fin podía ir al baño solo y reunirse con los demás. Aún no era seguro contactar con el exterior, una semana antes lo habían intentado pero la señal había sido interceptada y su escondite casi es descubierto, tendrían que esperar a que todo se calmara un poco más antes de volver a intentarlo. Agradecía tener a Meiko a su lado, era una chica simpática, atenta, siempre buscaba formas de entretenerlo en las largas horas de convalecencia, siempre estaba dispuesta a ayudarle y se había ocupado de todo aquellos meses, hasta de lavarlo. La chica pronto quedó prendada de Takeru, la luz que desprendía la enamoró y no ocultaba su preferencia por el chico. A sus casi 23 años Meiko no recordaba haber sido tan feliz como aquellos meses.
Meicoomon, el digimon de Meiko, le recordaba a Tailmon, el compañero de Hikari, lo que hacía más difícil a Takeru olvidar a sus amigos. Sabía que todos debían estar preocupados buscándolo, pero sobre todo le preocupaba Hikari. Sabía que ella entendía todo lo que había pasado por su cabeza aquellos días antes de irse y que aquello habría hecho mucho daño a su amiga. Si hubiera sido al revés Takeru se hubiera sentido traicionado y muy dolido por la falta de confianza, no quería ni imaginar lo que sentiría si hubiera sido Hikari la que hubiera desaparecido una noche para no volver, era demasiado doloroso. Quería volver con sus amigos, pero aún no estaba recuperado y era demasiado peligroso salir.
A los cinco meses Takeru podía caminar con cierta normalidad, aunque aún se cansaba después de un rato y comenzaba a dolerle. Aunque tenían buenos médicos seguían estando encerrados en una montaña y los cuidados que podían recibir los enfermos no eran los mejores. Cuando Takeru pudo caminar dos horas enteras sin muletas decidieron hacer una fiesta. Estando encerrados no necesitaban muchas excusas para celebrar y Takeru se había convertido en uno más del grupo aquellos días, consiguiendo infundir ánimo y alegría hasta el último de ellos.
Aquella noche decoraron como pudieron el comedor y cocinaron lo mejor que pudieron las latas en conserva. Usaron el vino para cocinar como bebida y alguien encontró un viejo mueble bar en una de las rondas. Takeru no estaba acostumbrado al alcohol por lo que no tardó mucho en afectarle, Meiko se había arreglado lo mejor que pudo y no disimuló su interés por el rubio. Takeru era un joven sano de 19 años que se había pasado casi 5 meses en cama, así que no se reprimió cuando las insinuaciones subieron de todo. A la mañana siguiente despertaron desnudos en su cama.
