Descargo de responsabilidad: si algo de esto fuera mío, no me preocuparía por ver cómo me pago la carrera.


Sinopsis: La vida de Iris Potter no ha sido fácil: es huérfana desde muy joven, todos la odian y su primo acaba de romper el único recuerdo que guarda de sus padres. Pero todo cambia cuando conoce a una niña de pelo rizado que afirma que es una bruja. De repente, todos los sucesos extraños que ocurren a su alrededor cobran sentido... y Iris Potter se ve inmersa en la gran aventura que es formar parte de una familia de verdad.


Who says you can't go home

«Who says you can't go home?
There's only one place they call me one of their own»


0: 1987

Hermione. Octubre, 1987

Había pasado más o menos un mes desde su desastroso cumpleaños número 8 cuando Hermione Granger descubrió que era una bruja.

Y no porque se lo hubiesen dicho sus amabilísimos compañeros de clase, sino porque había detenido con solo un movimiento de manos el enorme árbol que, segundos atrás, amenazaba con aplastar mortalmente a sus padres.

Por supuesto, también había habido un montón de miedo y angustia en los momentos previos al suceso, pero Hermione había preferido obviar algunos detalles durante su recuento de los acontecimientos a la mujer que había aparecido en su porche la mañana del 18 de octubre de 1987.

Se llamaba Minerva (¡como la diosa!) McGonagall y sujetaba una ramita con la mano derecha (una varita) y un sombrero puntiagudo con la izquierda. La había estudiado con curiosidad unos segundos antes de que sus padres apareciesen detrás de ella preguntándole qué narices quería.

En realidad, habían dicho algo mucho peor, pero a Hermione Granger no le permitían decir palabrotas bajo ningún concepto e incluso en su mente tenía que censurarse porque Hermione Granger siempre hacía lo que le decían.

(Cuando le convenía).

Total, que Minerva McGonagall había pegado un salto bastante ridículo del susto que se había dado porque 1) no reconocía a la niña que tenía delante y 2) no reconocía a los padres furibundos que habían aparecido de la nada.

Claro está, eso se debía a que nunca antes los había visto ni había oído hablar de ellos y una corta conversación con los señores Granger le había dicho por qué: eran muggles.

O personas no-mágicas, como les explicó rápidamente ante las miradas de desdén que había recibido.

Hermione, en cambio, era un misterio genético. Minerva McGonagall les había explicado a grandes rasgos que, en algún lugar de su árbol genealógico, un mago o una bruja (o algún descendiente de ellos) se había unido a su familia. Y que hasta ahora la magia no se había hecho evidente en ninguna generación…

—Excepto en la actual —había señalado a Hermione con obviedad.

A continuación, procedió a contarles lo que sucedería con su hija una vez cumpliese los 11 años: podría comprarse su primera varita y asistiría al colegio Hogwarts, de magia y hechicería.

—Los mejores docentes la prepararán para los exámenes T. I. M. O y É. X. T. A. S. I. S., por supuesto.

Minerva McGonagall empezó a sudar frío cuando le preguntaron exactamente qué querían decir esas palabras.

Ridícula terminología aparte, los señores Granger no habían estado en absoluto contentos cuando confirmaron que el currículo de Hogwarts no se incluía un gramo de la educación muggle.

—¿Y qué hará nuestra hija cuando salga de ese colegio (si es que la dejamos ir, claro está) sin un graduado? ¿Me está diciendo que ese… mundo… mágico ya tiene una plaza fija de trabajo para mi hija? ¿Y para todos los que son como ella?

Minerva McGonagall se arrepintió de sus decisiones de juventud en esos instantes. ¿En qué momento le había parecido buena idea hacerse profesora?

—Lo que no entiendo —comentó la mujer, Emma Granger, colocando una humeante tetera sobre la mesita auxiliar—, es por qué no se nos había dicho nada hasta ahora. Usted misma ha dicho que una pluma… mágica… —pronunció la palabra con velada incredulidad— apunta los nombres de los niños… mágicos… desde el momento que nacen. Y Hermione tiene ya ocho años —señaló.

Minverva McGonagall aceptó una taza de té con manos temblorosas.

—Su hija es un caso excepcional —murmuró.

—¿Quiere decir que la han pasado por alto o algo así?

—Quiero decir… —se aclaró la garganta—. Todos los nacidos de muggles, como Hermione, reciben una visita informativa el día de su decimoprimer cumpleaños.

El silencio fue peor que cualquier insulto que hubiese podido recibir. Cuando Minerva McGonagall alzó la mirada del oscuro líquido de su taza, se encontró con dos padres que la miraban como si fuese un perro verde.

—Vamos a ver…. —el señor Granger, o Daniel, como se había presentado, se pellizcó el puente de la nariz—. Lo que me está diciendo es que solo visitan a las familias de nacidos de Nuggets… —«muggles», le susurró la mujer, pero Daniel siguió hablando como si no la hubiese oído—… cuando los niños reciben su carta de aceptación de un colegio del que nunca antes han oído hablar. Porque, claro, es mágico.

—El Estatuto del Secreto no nos permite…

—Oh, claro. El Estatuto —escupió la señora Granger—. El mismo estatuto que tienen que romper con los padres de los hijos de muggles cuando les envían esa carta de aceptación, ¿no?

—En esos casos, se hace una excepción…

—¡Excepción que deberían hacer desde mucho antes! ¿De verdad pretendían que enviásemos a nuestra hija a un colegio del que no sabíamos nada solo con decirnos que es para magos y brujos y yo qué sé más?

La respuesta correcta era, obviamente, «no».

Pero Minerva McGonagall no iba a mentir a aquellos padres preocupados por su hija y admitió, con las mejillas encendidas por la vergüenza, que sí, aquel era su plan inicial. Había funcionado durante siglos y hasta ahora no había encontrado una oposición tan fuerte.

—Tienen que entender que los padres muggles casi nunca reaccionan muy bien al enterarse de que sus hijos son mágicos —tuvo que intentar defenderse—. Estoy segura de que hasta en sus libros de historia han visto alguna vez la expresión «quema de brujas».

Eso consiguió que se pusieran pálidos como el papel.

Después de asegurarles de que la seguridad de su hija era una prioridad en Hogwarts, Minerva McGonagall les había dado unos colgantes que les permitirían ver más allá de lo que sus ojos muggles les permitían junto a unas instrucciones muy sencillas para llegar al callejón Diagon, en Londres.

—Me temo que tendrán que ser muy cuidadosos —les advirtió de los prejuicios que todavía perduraban en la comunidad mágica—. Mi recomendación es que se hagan con unos libros de historia por el momento. Si tienen alguna duda, pueden escribirme a mi despacho de Hogwarts. En el callejón Diagon encontrarán lechuzas de alquiler que conocen la dirección.

Dicho esto, Minerva McGonagall se marchó por donde había llegado, sin hacer lo que en un principio había ido a hacer (algo sobre borrar memorias que a los Granger no les había gustado ni un pelo), y dejando un montón de preguntas sin responder.

Los Granger se hicieron con los mencionados libros de historita tan pronto como pudieron. Y, tras leerlos, fingieron que su visita no había ocurrido durante casi un año.

Pero entonces descubrieron en el centro comercial a una niña cuyo pelo cambiaba constantemente de color.

Y aquel encuentro cambiaría sus vidas para siempre.


N/A: Este es un proyecto que ha surgido de mi reciente interés por los fics en los que Harry nace chica o es criado por cualquier persona mínimamente más competente que los Dursley, algo que no es precisamente difícil. Además, también me gustaría señalar todo lo que no tiene sentido en la saga, que, aunque es lo que me metió en el mundo de la literatura y mi favorita, lamentablemente son muchas cosas.

Para que quede claro, esto sería una especie de precuela de los libros, algo que me gustaría abordar en un futuro, pero que teniendo en cuenta mi vida no sé si conseguiré pronto.

Además, no puedo prometer actualizar pronto. Es más, esto estará aquí durante mucho tiempo antes de que se me ocurra cómo continuar. Las sugerencias son bienvenidas y espero que me contéis qué os parece la idea. Para más respuestas, también podéis contactarme por mensaje privado.

Un beso!

PD: El nombre de Iris se pronuncia «airis» para quien no lo sepa.