Disclaimer: El Universo Marvel no me pertenece, es propiedad de Stan Lee. Solo me adjudico la creación de los diferentes personajes inesperados añadidos a la trama.


The destiny is nothing

Capítulo 1:

A través de los tiempos


Muchos creen que antes del estallido que dio inicio al Universo no existía nada ni nadie, pero se equivocan. En ese inmenso vacío de oscuridad perduraron entidades con un poder inconmensurable, anteriores a la creación misma, los cuales se encargan de gobernar sobre la vida y el destino de los seres, proporcionándole un equilibrio a la existencia. Sin embargo, nada dura para siempre, y como el alba y el ocaso, ese vacío conoció su término.

Se dice que en el principio del mundo solo existía Gea. Gea era la Tierra y la madre, y de ella nació quien se convertiría en su esposo y Rey, Urano. Urano creo las montañas y el cielo, y se encargó de darle origen a la creación de los seres vivientes. De su unión con su esposa Gea nacieron los Titanes.

Se dice que el poder es algo que tiende a corromper y que el poder absoluto corrompe absolutamente, y como el sol que se extingue para dar paso a la noche, la edad pacifica de los dioses llego a su fin. Urano cegado por el poder desterró a sus propios hijos; hecatónquiros y ciclopes al Tártaros, temeroso de que algún día decidieran acabar con su reinado y deponerlo de su lugar sobre todos los demás seres. Y aunque no desterró a los Titanes, tampoco significaba que los amara. Era un ser egoísta que no se preocupaba por nadie a excepción de él mismo.

Pero Gea le era fiel al amor que sentía por sus hijos y, como una buena madre, no permitiría que la tiranía siguiera reinando, arriesgando con ello la seguridad de sus vástagos. Asi que intento convencer al clan de titanes de buscar justicia y paz. El menor de los Titanes acepto la tarea, y con una poderosa arma concebida por Gea, él acabo con el tiránico régimen de Urano, acabando con la vida de su padre en el proceso. Juntos, los Titanes rescataron a hecatónquiros y cíclopes de su prisión, y el hijo menor que dio muerte a su padre fue coronado Rey y reinó sobre todo.

El hijo menor que asesinó a su padre gobernó sobre todos los reinos. Es quien gobierna sobre todos los tiempos y crea la vida, el Dios que corta la vida con su filo. Cronos; el Rey de los Titanes.

Cronos tomo a su hermana, la Titánide Rea, como esposa y con ella concibió a Hestia, Demeter, Hera, Hades y Poseidón. A todos Cronos los confinó en una prisión impenetrable capaz de soportar su poder, al mismo tiempo en que este era drenado de ellos para que el tirano Rey se beneficiara de la energía usurpada, fortaleciéndose a sí mismo mientras sus hijos morían.

Rea, horrorizada por las acciones de su esposo y hermano, dio a luz a Zeus en secreto, entregándole a Cronos tan solo una réplica envuelta en trapos en lugar del infante para ser devorado. Rea dio oportunidad a su hijo menor de derrocar a su padre, de la misma manera que su madre lo habia hecho antes de ella. Más piadoso, Zeus no asesinó a su padre. En su lugar, este lo condeno a sufrir el mismo castigo que Urano alguna vez aplicaría a sus hijos, y con los esfuerzos de sus hermanos liberados, Hades y Poseidon, confinó a su padre en la prisión del Tártaros.

La Edad de Oro de los dioses Olímpicos habia dado inicio. Sin embargo, faltaba alguien en ella que inspiraría esperanza y valentía en el corazón de los guerreros, cuyas lágrimas serían fuente de vida y cuyo fuego alguna vez aniquilaría a sus enemigos.

El Fénix debía renacer de las cenizas con una luz que todo lo abarcaría.


Atenea observó a su padre atravesar las enormes puertas de oro de aquel magnifico palacio con una gracia y confianza que solo podía ser atribuida a un Rey, y ella observó sus pies torpemente con vergüenza.

La edificación entera estaba construida con oro que brillaba intensamente con el sol de mediodía y las enormes puertas desbordando piedras preciosas la hacían sentir pequeña e insignificante. Olimpo guardaba una belleza diferente a la de ese desconocido lugar, una mucho más sencilla y sofisticada que le parecía más hermosa, pero el derroche de riqueza de ese mundo excavaba en su conciencia para recordarle que solo era un visitante indeseado en sus tierras.

Era la primera vez que su padre tenía el valor de llevarla en una de sus reuniones diplomáticas con los gobernantes de otros mundos, y Asgard era el lugar elegido para ello. Según Zeus, Asgardianos y Olímpicos siempre habían llevado buenas relaciones debido a sus naturalezas similares, aunque había escuchado un par de pensamientos de su padre que le hacían creer que él pensaba que eran superiores.

A diferencia de los Asgardianos, los dioses Olímpicos no envejecían por una razón secreta que era celosamente guardada. Desarrollaban su cuerpo y mente hasta llegar a una cierta edad uniforme donde su crecimiento se estancaba, y la apariencia con la que habían madurado perduraba para el resto de sus vidas. Pero aun contando con tantos dones, ellos no eran inmortales, podían ser asesinados como cualquier ser, pero hacerlo era sumamente difícil.

La joven diosa estiró el cuello para observar la interacción entre su padre y un hombre relativamente mayor vistiendo una túnica dorada con una barba decentemente recortada pero, lo que más le llamó la atención, fue el parche dorado cubriendo uno de sus ojos. Una pequeña sonrisa de emoción se formó en sus labios infantiles. Ella había leído más libros de los que podían ser posiblemente leídos para su corta edad, y sabía de la valentía de los guerreros en las batallas como si estuviese grabada en la palma de su mano. Ese hombre merecía respeto de su parte por las lesiones que había ganado en combate.

Atenea observó a su alrededor con incomodidad, sabiendo que ella no debería estar presente en una reunión diplomática con Reyes y que sobraba en ese momento. Pero desde el incidente de hace una semana, su padre no se atrevía a dejarla lejos de su cuidado personal. No tenía recuerdos claros y concisos de cómo había pasado, solo recordaba despertar flotando en medio de su habitación rodeada de fuego consumiendo todo a su alrededor sin que ella resultara herida en lo más mínimo. Y cada vez que se esforzaba por tener algún recuerdo de la situación, tan solo gemía de dolor por la imagen de un ave hecha de llamas rugir en su cerebro.

Para explicarlo, suponía que algunos de los poderes con los cuales había nacido debían estar manifestándose. Cada miembro de su familia tenía alguna clase de poder que lo volvía único entre ellos, como el caso de su padre con el rayo y su tía Deméter con las plantas. Podía mover objetos con la mente utilizando energía que emanaba de sus manos como una neblina brillante, además de leer mentes, volar y dominar el agua. Pero a su padre no le gustaba saber que ella utilizaba sus dones psíquicos, siempre buscaba la manera de suprimirlos y encerrarlos solo en su cabeza con la ayuda de las brujas para que nada malo sucediera. El hecho de que tambien fuera una bruja recientemente descubierta no ayudaba para nada.

El hombre desconocido fijó su único ojo bueno en ella con cierta curiosidad, analizando con la mirada su cabello rubio platino casi blanco y los ojos plateados que todos decían que había heredado de Metis. Los labios del hombre se torcieron en una pequeña sonrisa.

—Atenea de la Tormenta, ¿verdad? —La joven se ruborizó ligeramente por su título real, el cual le había sido dado por su extraño nacimiento bajo la peor tormenta que se había visto nunca—. Atenea es un nombre hermoso, significa "inteligencia divina". Mi nombre es Odín, y soy el Padre de Todo y el Rey de Asgard —ella se encogió ante los títulos, notando como su padre rodaba los ojos con cierto fastidio.

Sabía que ese hombre era un gran guerrero gracias a los libros de historia de la guerra, que había llevado a su pueblo a la victoria cientos de veces contra adversarios tan temibles como los gigantes de hielo y otras criaturas malvadas, pero lograba hacerla sentir incómoda su mirada. En cierto modo le parecía que estaba juzgándola tan profundamente que lo que en verdad deseaba ver era lo que había oculto en su alma.

Ella no deseaba estar en Asgard, quería estar en sus cámaras personales en Olimpia junto a los fénix posados en su balcón y alimentar a su pequeño y débil pegaso que despertaba la burla del resto de sus hermanos menores. Era una tradición para su raza elegir un corcel alado para que fuese su compañero a cierta edad, y de todos los jóvenes corceles ella había elegido al más débil y moribundo. Su hermano menor, Ares, había escogido al más grande y fuerte, uno tan negro como la noche y no perdía oportunidad de reírse de ella.

No le importaba lo que ese pequeño idiota pudiera llegar a pensar, creía en Polaris porque era como ella, débil e indefenso, y al menos ambos se tendrían para defenderse el resto de sus vidas.

La atención de la joven diosa fue llamada cuando las puertas de la Sala del Trono de Asgard se abrieron con apenas un chasquido audible, dando paso una mujer rubia impresionante y grácil. Ella volvió a encogerse ante la belleza de la mujer, y observó su propio cabello plateado tan rizado que parecía ser un arbusto del desierto secándose sobre un nido de pájaros. Jamás lograría tener rizos tan deliciosos y fluidos como los de la Reina de Asgard, estaba condenada a ser un adefesio y un fenómeno dentro de su familia desde que había nacido de la cabeza de su padre.

La Reina le sonrió con calidez, seguramente para inspirarle confianza y así llevarla hasta otra sala y esperar que la reunión de gobernantes terminara. Cada segundo que permanecía junto a la mujer peor se sentía respecto a sí misma. Era difícil no sentirse como un troll cuando se estaba parada junto a una diosa de la belleza. Sabía que la Reina se llamaba Frigga, que era una hechicera y que era considerada la diosa de la cosecha para su pueblo, como Demeter lo era para el suyo. Pero debía admitir que la mujer rubia era mucho más bella que su tía.

—Debemos esperar a que los hombre rudos y fuertes terminen su reunión—Frigga debió intuir que ella tenía miedo de ese lugar extraño, alejado de toda su familia, por lo cual intentó que ella riera sin éxito. La mujer suspiro en voz baja e intentó tomarla de la mano, solo para que ella huyera del contacto. La telepatía empeoraba cuando tocaba a alguien, de esa manera no podía frenar entrar en la mente de la persona y ver sus recuerdos hasta que el ave de fuego aparecía en su propia cabeza para sacarla del plano psíquico con un gruñido.

Frigga bajo la cabeza resignada y le hizo un gesto para que la siguiera por un largo pasillo decorado por una serie de pinturas de batallas impresionantes que despertaron su curiosidad. Sin embargo, giró la cabeza súbitamente y frunció el ceño por la débil sensación mágica en el aire. Alguien cercano debía estar practicando hechicería y ella sentía esa magia acariciando la aleación suya.

Atenea giró por la esquina de un pasillo, intentando no hacer ruido para no alertar a la Reina. En Olimpia estaba prohibido enseñarle cualquier tipo de magia para alentar su poder, su padre siempre buscaba encerrarla dentro de sí misma con la excusa de que era para su propio bien, pero ella deseaba aprender como todos los demás. Corrió hasta el punto donde podía sentir la magia más fuerte, y se sorprendió al hallarse en un jardín vibrante de colores.

Eran dos niños que debían tener su misma edad. Quien practicaba magia tan solo era un pequeño delgado con el cabello negro y que permanecía de espaldas hacia ella con las manos levantadas, emitiendo un resplandor verde inusual de ellas. El otro podía verlo claramente: era un niño pecoso y risueño con una nariz un tanto porcina que causo que riera a carcajadas y delatara su presencia. No pudo evitar reírse de ese niño, especialmente porque cuando este había sonreído pudo ver que le faltaba un diente.

El mago detuvo sus trucos y el niño pecoso frunció el ceño. Ambos voltearon a verla con extrañeza y ella terminó ruborizándose de vergüenza por su risa casi maniática. Le resultaba graciosa la situación, especialmente porque en su hogar todos la evitaban con miedo y cautela, pero en ese lugar nadie la conocía. Podía ser quien deseara sin miedo alguno de ser juzgada.

—Lo siento—Atenea se disculpó con una ligera tos, sin saber cómo explicarles. Escapar de ahí no era una opción. No deseaba formarse una fama como cobarde en ese mundo nuevo para ella—. Eh… yo me perdí… —escupió con torpeza, sin embargo, tiró de su cabeza hacia atrás con alarma cuando notó al niño rubio juguetear con su cabello casi blanco como si fuera una maravilla jamás vista.

— ¿Tu cabello es natural? —Él preguntó con una enorme sonrisa. No era normal que alguien tan joven tuviera esa tonalidad en el cabello, solo había visto una parecida en ancianos.

— ¡Claro que es natural! —Atenea abofeteó su mano con una mueca, no le gustaba que la tocaran por la posibilidad de entrar en la mente de alguien por accidente. Pero, cuando rozó la mano de ese chico, sintió como si un millón de chispas saltaran por el contacto y recorrieran su espina dorsal.

— ¿Sabes con quien estás hablando? —Él frunció el ceño con ofensa, como si no pudiera creer que alguien levantaría la voz en su contra. La joven diosa adoptó una expresión similar casi de inmediato, pero ofendida por el tono arrogante y orgulloso en la voz del chico, como si creyera que era superior a ella de alguna forma y que podía jugar con su persona cuanto deseara.

—No lo sé ni me importa—Atenea gruñó apretando los puños, algo en su interior estaba alentándola a darle una lección de humildad agresiva. Casi pudo ver una vena resaltar en la frente del chico, un claro signo de ira dentro de él. Su labio se crispó y las fosas nasales de su nariz porcina se abrieron cómicamente.

— ¿Cómo te atreves a insultar a Thor? —Exclamó con incredulidad y rabia, y la joven apretó los labios para equiparar el disgusto. Parecía sorprendido por el hecho de que ella continuara con su convicción sabiendo su nombre, pero ella no tenía idea de quien era ni le importaba—. Bueno, ese cabello tuyo te hace ver como una pajarera anciana.

Atenea parpadeó con incredulidad antes de que un impulso ardiente recorriera su brazo, un instinto natural que la obligo a levantar el brazo y golpear su puño directamente contra la nariz del chico rubio. Lo había visto en los guerreros de su mundo cientos de veces, pero ella prefería observar secretamente el estilo de pelea de las Amazonas cuando alguna visitaba Olimpia. No eran demasiadas, pero todas eran hábiles luchadoras que practicaban un estilo de pelea que mezclaba cientos de artes bélicas, uniéndolas en tácticas mortales que parecían ser casi elegantes. Usaban cada parte de su cuerpo como un instrumento mortal, y en contadas ocasiones llegaban a usar armas.

Ella deseaba ser como una Amazona algún día, pero su padre jamás permitiría que dejara Olimpia y saliera de su vista para convertirse en una guerrera. Si de él dependiera, la encerraría en su habitación el resto de la vida. Era una carga para Zeus y lo sabía, Hera se encargaba de decírselo cada vez que se veían. Su madrastra era de los seres que más la odiaban, especialmente porque como primer hija de su padre ella era su heredera legitima, anterior a Ares incluso. Era el fantasma de Metis persiguiéndola en carne y hueso.

Podía ser idéntica a Metis en lo que respectaba a la apariencia, pero en personalidad eran completamente opuestas. Su madre era descrita por todos como una mujer sumamente prudente, sabia y propia, alguien que usaba su inteligencia en lugar de los puños para resolver conflictos. Atenea, siempre que era insultada por alguien de su edad, mayormente Ares, terminaba golpeando a la persona.

Así que solo observó con orgullo como el chico idiota sujetaba su nariz sangrante, sintiéndose en ese momento como una verdadera Amazona por el ideal de estas en contra de los hombres. Viendo a su propia familia entendía el ideal de estas para rechazar la compañía masculina a la perfección, todos los hombres que conocía eran unos idiotas.

— ¡Tú! —El chico la señaló con un dedo firmemente en alto, mientras el otro niño de rasgos oscuros y afilados luchaba por no reírse a carcajadas.

— ¿Atenea? —La suave voz de la Reina de Asgard la sacó de su sesión de miradas agrestes con el chico rubio, parecía preocupada por su repentina desaparición—. ¿Hijo? —preguntó con incredulidad, alternando la mirada entre la joven diosa y el pequeño arrogante. Atenea tragó saliva al unir las piezas del rompecabezas en su mente, dándose cuenta de que había roto la nariz del Príncipe de Asgard.

—Él se lo busco—La joven murmuró en voz baja.

Su apariencia era un tema delicado para ella. Todos en su familia eran excepcionalmente hermosos, verdaderos dioses de la belleza, y eso causaba que se sintiera indigna de estar en la presencia de cualquiera de ellos. Parecía que el color se había agotado a la hora de decorar su apariencia, ya que toda su familia ostentaba hermosos tonos de cabello y ojos, pero en ella parecía ser solamente un blanco plateado.

Y estar rodeada permanentemente de mujeres tan bellas que robaban el aliento no ayudaba a subir su autoestima precisamente.

— ¡Me golpeó! —Thor exclamó con los dientes apretados, haciendo un berrinche de rabia frente a su madre. La Reina solamente negó con la cabeza, intentando ocultar con su mano la pequeña sonrisa que había aparecido en sus labios. Ella debía saber qué clase de idiota era su hijo pequeño, y que se lo merecía como la niña había dicho.

—Calma, hijo. Todo estará bien—La mujer acarició la mejilla del chico rubio con dulzura, limpiando con el pulgar una gota de sangre cayendo de la nariz de este. La joven diosa no pudo evitar sentir envidia por la situación, por el hecho de que ella no tenía a nadie que la observara con tanta ternura y devoción como Frigga veía a su hijo—. Thor… Loki, les presento a la Princesa de Olimpia—la Reina intentó sonreír para ignorar la expresión de disgusto que había aparecido en el rostro de la niña ante la mención de su título.

—Soy Atenea de la Tormenta—La joven refunfuñó en voz baja. Odiaba ser una princesa, sentía que eso la volvía débil a los ojos de los demás, pero su nombre era único para todos.


Atenea rodó los ojos con fastidio al observar la práctica de combate de Thor.

Estaba recargada sobre el barandal de mármol del patio de entrenamientos, viendo como el Príncipe de Asgard luchaba con los Einherjar destilando burla y arrogancia. Odín observaba a su hijo de la misma manera, acariciando el puente de su nariz mientras negaba con la cabeza.

El pueblo de Asgard se levantó de sus sillas para vitorear a su príncipe cuando este había derrotado a su último oponente, inmovilizándolo contra el piso con una gran sonrisa en su rostro. Thor alzó los brazos para pedir más gritos y bañarse de adoración, sin embargo, un ceño fruncido apareció en sus características cuando notó que ella negaba con la cabeza por su actitud idiota.

Atenea resopló al dirigirse a los establos, pero una pequeña sonrisa de cariño nació en sus labios al ver a su fiel Polaris esperándola. No le gustaba ver como el príncipe idiota se regodeaba de sí mismo, pero sí le agradaba ver las técnicas de lucha de los guerreros. Era su sueño el convertirse en una guerrera, pero en su mundo natal estaba prohibido por orden real enseñarle cualquier tipo de combate. Al menos en Asgard podía darse el lujo de observar.

En sus brazos cargó un fardo de pasto para alimentar a su pegaso, el cual cada día se volvía más fuerte y hermoso. Había superado aquella etapa de debilidad en su vida, una en la que a penas podía permanecer de pie, para imponerse como un semental joven y hermoso que casi resplandecía cuando la luz del sol chocaba contra su pelaje blanco puro.

Sin embargo, respiró profundamente para darse fuerzas cuando oyó el sonido de una espada cortar el aire al balancearla. No debía ser un genio para saber de quien se trataba.

— ¿No lo entiendes, verdad? —Atenea preguntó entre dientes, observando la forma de Thor con fastidio. Él ya era mucho más alto que ella, con un largo cabello rubio que llegaba hasta la mitad de su espalda y que lo hacía ver como una mujer a sus ojos. Pero él se estaba convirtiendo en un dios atractivo para las mujeres, con sus ojos increíblemente azules y rasgos que comenzaban a volverse gallardos. Había perdido esa nariz que lo hacía ver como un cerdito desde que ella se la había roto la primera vez que se habían visto.

— ¿Entender que, Stormborn? —Él replicó con malicia, sabiendo que ella odiaba cuando decía su título de nacimiento con ese tono de voz.

—Los Einherjar son los mejores guerreros de Asgard, entrenados por el mismo Rey—La joven diosa, considerada como una adolescente para su raza, escupió mientras empujaba un fardo de pasto a los brazos del joven con rudeza—. Ellos fácilmente podrían derrotar a un niño con delirios de grandeza, pero no lo hacen para no humillarte frente a tu pueblo, idiota.

—Mis victorias son limpias—Thor siseó entre dientes, arrepintiéndose de seguirla para hablar. Ella comenzó a limpiar el establo de su pegaso con un rastrillo bajo la mirada burlona de este, los corceles alados eran mucho más inteligentes que cualquier caballo en todo el Universo y Polaris parecía desear estallar en carcajadas—. Solo estás celosa de mí.

— ¿Celosa de ti? —Atenea preguntó con incredulidad y detuvo de súbito sus acciones para reírse de él—. ¿De qué podría estarlo? ¿De qué tu padre les ordena perder ante ti para otorgarte gloria? No has ganado nada limpiamente. Si quieres ser un verdadero guerrero debes abrir tus sentidos antes que nada. Tienes ojos, pero estas completamente ciego de lo que sucede frente a ti.

Thor gruñó y la jaló por la muñeca para obligarla a mirarlo, pero ella presionó justo en el medio de la palma de este para incapacitarlo. Conocía ese truco gracias a las Amazonas, las cuales desafiando las órdenes de su padre le habían enseñado secretamente una técnica para reducir a alguien fácilmente si este deseaba atacarla. Ellas sabían que una mujer debía aprender a defenderse, y le daba la sensación de que estaban esperándola para convertirla en una de ellas. Ella no era Apolo, pero siempre había sido más intuitiva que los demás para ese tipo de cosas.

—Yo jamás he entrenado y no puedes vencerme en un combate mano a mano. La próxima vez que pelees con alguien asegúrate de que seas tú mismo quien lo derrote—La joven diosa gruñó antes de liberarlo de un tirón, apretando la mandíbula porque él fuese tan estúpido. Aún no entendía porque permanecía siempre a su lado cuando algunas veces intentaban arrancarse los ojos mutuamente.

— ¡¿Por qué nunca tienes fe en mí?! —Thor exclamó con la mandíbula apretada, buscando sus manos con urgencia. Ella suspiró cuando el balde con semillas en sus manos había caído al suelo, derramando su contenido gracias a las acciones del príncipe.

—Al contrario, creo ser la única que la tiene—Atenea susurró en voz baja, suspirando para calmarse. Abrió su palma y flexionó los dedos débilmente, moviéndolos en el aire para usar su telekinesis y reunir las semillas derramadas dentro del balde otra vez. Si su padre la viese terminaría castigándola por utilizar sus poderes psíquicos, pero en Asgard tenía más confianza al utilizarlos—. Todos los demás te tratan como a un niñito mimado que necesita continuas alabanzas. Soy la única que te incita a ver la verdad, que nunca has tenido una pelea honesta.

La joven diosa reprimió un grito cuando él, súbitamente, había sujetado su cintura para obligarla a permanecer contra su cuerpo en una lucha férrea de miradas. Había algo extraño en sus ojos, un tipo de emoción que no había visto nunca reflejado en sus orbes de color azul impresionante, una que suavizaba su mirada a tal punto de ser tan delicada como los pétalos de una rosa. Parecía ser que de improvisto toda la rabia que él sentía se había evaporado.

Atenea retrocedió por instinto, pero él la obligó a acercase más con un tirón en su cintura sin apartar la vista de sus ojos plateados un segundo. Dio un respingo cuando Thor comenzó a acariciarle la mejilla con el pulgar, con una dulzura que jamás había experimentado. Estaba acostumbrada a demostrarles amor a sus hermanos pequeños, sin recibir esa clase de cariño a cambio debido a la ausencia de las figuras paternas en su vida.

Ella no se consideraba hermosa o especial. Todos decían que su madre había sido clase y belleza hechas mujer, pero ella no había heredado nada de eso. En lugar de los rizos perfectos de su raza, ella tenía una mata de cabello casi blanco tan enredado que parecía ser un arbusto del desierto. Además, para su edad, sus pechos eran demasiado pequeños. Solo bastaba con darle una mirada a Afrodita para darse cuenta de que ella no era nada comparada a su hermana mujerzuela.

La joven lo apartó con rudeza cuando él había recargado su frente contra la suya, no deseaba formar parte de uno de sus juegos.

—Sabes muy bien que no me gustan los juegos de engaños—Ella escupió en su rostro, ignorando el relincho molesto de Polaris al dirigirse a las bibliotecas para dejar al príncipe atrás, pero este la siguió como un cachorrito perdido. Atenea frunció el ceño y arrugó la nariz con asco al ver a Afrodita practicamente a horcajadas sobre Loki, inclinándose para enseñarle su voluptuoso busto—. ¡Loki! —exclamó lanzándole un libro a la cabeza para despertarlo del trance, ella sabía muy bien como su hermana cualquiera seducía hombres.

Loki parpadeó varias veces antes de saltar por la mujer en su regazo, extrañado de verla allí. Afrodita suspiró con irritación y se dejó caer a un lado del príncipe oscuro para levantar una pierna y beber una copa de vino. Thor le dio una mirada incómoda a su lado, sobretodo porque el vestido que la zorra llevaba dejaba ver sus piernas en la totalidad, y sus pechos casi se derramaban fuera del vestido.

—Atenea—La diosa rubia arrastró las palabras con burla—. ¿Continuas actuando como una mojigata, hermana? —indagó, dándole una mirada desdeñosa de pies a cabeza. La puta sabía que era mucho más atractiva y sensual que ella, y que podía tener al hombre que deseara comiendo de su mano en un par de minutos, algo que ella nunca podía lograr debido a su constitución escuálida.

— ¿Tú continuas siendo una puta? —La joven diosa replicó con los dientes apretados, moviendo una mano en el aire mientras canalizaba su poder en la muñeca de su hermana y la enviaba volando a través de una pared hasta dejarla caer en un lago con un enorme estallido de agua a la distancia—. ¿Qué te he dicho sobre ella? —Atenea le dio un golpe en la cabeza a Loki con la intención de quitar de su mente todo rastro de la seducción mágica de Afrodita, uno de sus poderes que solo funcionaba con hombres para tenerlos comiendo de su mano.

— ¿Te divierte destruir las construcciones de Asgard? —Thor preguntó con los brazos cruzados sobre el pecho, más petulante de lo normal después de verla dejarse llevar por la rabia. No era normal que perdiera el control tan seguido y usara su magia de esa manera, así que solo le dio una mirada tremebunda como respuesta. Ya estaba lo suficientemente molesta con él despues de que usara ese pequeño truco para fastidiarla, acercándose a ella como nadie lo hacía.

La joven diosa apretó sus labios con timidez y chasqueó los dedos observando a su alrededor. Las piezas destrozadas de la pared comenzaron a flotar en el aire y a pegarse entre ellas mágicamente, como si el tiempo estuviese retrocediendo solo en ese lugar hasta que todo estuvo refaccionado. Si su padre estuviera en Asgard y la hubiese visto ya estaría siendo regañada, pero Odín era mucho más permisivo que Zeus respecto a ella. Ambos guardaban un secreto respecto a ella, uno muy grande que debía ser la principal razón por la que su padre decidiera aislarla tanto de sus propios dones y deseos.

Atenea rió entre dientes al sentarse en la posición de la flor de loto sobre un cómodo sillón, observando las prácticas mágicas de Loki con la cabeza inclinada hacia un lado. Él realizó un movimiento ondulante con la muñeca sobre un recipiente de agua, causando que esta comenzara a temblar debido a su influencia hasta levantarse como una cobra líquida. La diosa sopló con malicia su aliento frío para congelar el agua, viendo como la serpiente caía a pedazos sobre el piso hasta ser evaporada con una mirada de su parte. Ella era mitad Oceánide, el agua estaba en su esencia más fuerte que la debilidad y la falta de conocimiento de la magia en su mente.

Loki alzó una ceja en su dirección, pero ella solo le sonrió con suficiencia antes de fruncir el ceño y observar a la distancia con extrañeza. Ella conocía esa esencia mental, pero esta vez estaba siendo amplificada infinitamente por una descarga de energía como jamás había sentido.

—Hermes viene—La diosa gimió en confusión, permitiendo que su cabeza girara bruscamente por la sensación hasta apretar los dientes y sujetar su cabeza por el dolor agudo que le había atravesado el cerebro de un momento a otro. Loki, que estaba más cerca que Thor, corrió en su encuentro, pero pronto se vio aquejado por el mismo mal—. No es Hermes—ella podía sentir la mente de su hermano al acercarse a velocidades impensadas por la descarga de energía única en él, pero en esa ocasión parecía como si algo, un millón de veces más rápido que su hermano, se acercara a toda su capacidad.

Había algo mucho más poderoso detrás de ese fenómeno extraño que causaba que el agua de las fuentes de la biblioteca comenzara a flotar junto a los libros, algo que estaba desgarrando el espacio y que volvía antinatural la magia. Como una bruja del Caos era capaz de sentir ese enorme cambio en todo el Multiverso.

Thor los levantó al mismo tiempo, retrocediendo cuando un ruido sordo se hizo escuchar, como si cada átomo de oxígeno molecular estuviese siendo impactado en un colisionador. Los tres fueron derivados por una explosión de sonido y luz azulina que fulguraba como relámpagos, ocultándose detrás de una mesa caída como única opción.

—¡Atenea! —La diosa se tensó al oír esa voz conocida, la de su rápido hermano menor. Ella salió de su escondite con resiliencia, pero cubrió su boca con horror al verlo rodeado de luz, con el traje que llevaba siendo desgarrado mientras intentaba alcanzarla—. ¿Es muy pronto? —Preguntó con la mirada fija en los príncipes, hasta maldecir fuertemente gracias a la visión de su cuerpo joven—. ¡Escúchame! ¡Debes ir con las Amazonas! ¡Solo ellas pueden enseñarte a pelear, te han esperado toda su vida! ¡No importa que es lo que diga Zeus, debes hacerlo! ¡No creas en lo que te digan acerca de Fénix, solo busca protegerte! ¡Es la razón por la que existe!... ¡Necesitas convertirte en la Hechicera Suprema! ¡Recuerda que la clave siempre ha estado dentro de ti, en lo más profundo debes hallarla para detener las Gemas del Infinito! ¡Solo tú puedes mandarlas o destruirlas! ¡Solo tú podrás convertirte en tiempo y espacio y triunfar sobre el titán loco! —los labios de la joven diosa se abrieron ligeramente, y observó la imagen de su hermano en una forma mayor parpadeando en el espacio-tiempo. A penas lograba entender lo que él estaba diciendo, pero no comprendía a que se refería, especialmente al estar hablando en griego antiguo—. Perdóname, hermana. Jamás pude salvarte, pero ahora comprendo quien eres en verdad. No dejes que todo vuelva a ocurrir de esa manera, o yo habré viajado en el tiempo en vano.

Atenea parpadeó mientras dejaba escapar el aliento, desesperada por alcanzar a ese hombre que afirmaba ser su hermano menor que había viajado del futuro antes de que se desvaneciera. El tiempo mismo pareció detenerse cuando ella sujetó su muñeca con desesperación, entrelazando sus dedos con él de una forma en la cual solo lo hacía con Hermes. La misma sensación familiar recorrió su piel como un escalofrío, y esos ojos azules eran los mismos que veía en su hermano pequeño, pero mucho más melancólicos y tristes. Él se otorgó el lujo de parecer sorprendido antes de esbozar una triste sonrisa.

Era su hermano menor, pero ella parecía ser un bebé a su lado en ese instante. Su cabello castaño rojizo había sido revuelto por la velocidad, y sus ojos fulguraban con energía cinética de color púrpura almacenada por el viaje extremo. Estaba usando un traje que seguramente había sido construido para un velocista por el apriete extremo de la tela en su cuerpo, además de una especie de casco que al caer cubría sus ojos con lentes especiales.

Atenea llevó las manos hasta su cabeza despues de tocarlo, viendo retazos de un futuro apocalíptico en marcha que tenía como centro seis gemas brillantes y un guantelete para contenerlas siendo sostenidas por un sujeto púrpura con una sonrisa sádica. Una parte de ella pareció reconocer esas joyas, como si las hubiera visto antes sin saber que lo había hecho, un deja vu excavando en su conciencia. Su mente era algo que no conocía por sí misma, su padre se había encargado de sellarla mágicamente por una razón que desconocía, pero intuía que era un secreto que guardaban sobre ella, algo tan peligroso que incluso Reyes como Zeus y Odín temían.

—No puedo quedarme—Hermes bajó la mirada hasta su mano con dolor—. El tiempo ha sido alterado e Infinito no tardara en venir a repararlo. Aunque sea nuestra abuela debe cumplir con su labor. Nadie más debe saber esto. Estoy tranquilo, mi llegada a este tiempo ya ha comenzado a enmendar el futuro, y ahora depende de tus acciones afianzar lo que hagas y convertirlo en historia—él suspiró y le ahuecó el rostro con ambas manos para observarla directamente a los ojos—. La Atenea que yo conozco, mi hermana, jamás hubiera permitido que alguien la venciera estando con vida… era la mejor guerrera, la mejor de todos nosotros, pero siempre tuvo miedo de sí misma. No permitas que nadie, incluso padre, te obligue a dejar de lado tu mente nunca, porque mi hermana jamás pudo ser capaz de dominar sus poderes psíquicos gracias a eso. No seas como ella, aprovecha la oportunidad cuando la Magia del Caos y el Orden te nombren la Hechicera Suprema. En esta vida, aprovecha todas tus oportunidades al máximo, Atenea de la Tormenta—Hermes sujetó sus hombros para acercar su boca a su oído—. Hazlo por tus hijos…

Su hermano puso una mano sobre su vientre plano, causando que ella retrocediera con sorpresa. Él le sonrió cuando su forma había comenzado a desaparecer en el aire, como si estuviese hecha de niebla. Tenía razón, si él había llegado del futuro su línea de tiempo desaparecería por el cambio en el pasado, creándose una realidad alterna. Ella sollozó en voz baja cuando su hermano había desaparecido por completo, causando que el tiempo volviera a correr normalmente.

Thor y Loki observaron a su alrededor con extrañeza, viendo todo de vuelta en su lugar, como si nada hubiera sucedido. Atenea limpió las lágrimas de sus ojos grises con rapidez, y alzó una ceja con falsa burla.

— ¿Qué les sucede? —Ella alzó una ceja—. Pareciera como si hubieran visto un fantasma.

El príncipe rubio giró con los ojos abiertos hasta darle una mirada, de la clase que se le daba a una loca.

— ¡Tú lo viste! —La señaló acusadoramente con el dedo.

— ¿Ver qué? —La joven cambió su peso de pierna casualmente, aunque internamente solo quería gritarle a su padre lo que había sucedido y lo que acaba de ver en la mente de su hermano del futuro. Nunca más permitiría que Zeus sellara su mente, nunca. Sería la mujer más fuerte del Universo entero para evitar el futuro que había visto en la mente de Hermes—. ¿Estuvieron bebiendo otra vez? Llevo minutos hablando y ustedes no hacen más que verme con esa estúpida expresión—los señaló para reprenderlos, y su expresión no tuvo precio cuando notaron que estaban sentados en el mismo lugar que antes.

Atenea observó sus manos con sorpresa, aunque se sentía feliz de saber que podía lograr cosas como esa gracias a la magia: detener y retroceder el tiempo. Su hermano la había llamado la Hechicera Suprema, y se convertiría en ella aún si su padre era capaz de destrozar los cielos para evitarlo.

Horas más tarde, Zeus había arribado a Asgard para recoger a sus hijos con la intención de regresarlos a Olimpia, aunque estaba segura de que era para encerrarla otra vez despues de que Afrodita la hubiera delatado. La puta le había dicho a su padre que había utilizado sus poderes psíquicos para golpearla sin razón alguna, y como siempre el Dios del Rayo la culpaba de todo. El Reino Eterno era su hogar más que Olimpo o cualquier otro lugar, y Odín y Frigga parecían ser sus verdaderos padres en lugar que el Señor de los Cielos.

La primera vez había estado aterrada del reino extraño, pero había llegado a amarlo como a ningún otro lugar. Era el único sitio donde se sentía libre, pero a su padre no le interesaba lo que ella deseaba.

—No iré contigo—Atenea siseó entre dientes, rehuyendo del toque de Zeus con rudeza. Su padre le dio una mirada de sorpresa antes de reír entre dientes, como si acabase de decir la estupidez más grande del mundo. A él no le importó que todas las personas voltearan a ver su discusión, lo único que le interesaba era suprimir a su hija estorbosa como siempre.

— ¿Es una broma? —El Rey alzó una elegante ceja dorada, sus labios temblando para dejar salir una verdadera carcajada, pero esta despareció cuando notó la seriedad en los ojos grises de la diosa. Aún estaba conmocionada por el hecho de que una versión adulta de su hermano pequeña viajara por el tiempo para advertirle de un futuro devastador, sus manos temblaban, pero no daría su brazo a torcer. Ahora comprendía porque sentía que pertenecía con las Amazonas, porque estaba en su destino ser una de ellas. Y no sabía si estar eufórica o preocupada por eso—. ¿Así que planeas quedarte en Asgard?

—No—Atenea apretó la mandíbula—. Ya soy lo suficientemente mayor como para tomar mis decisiones, y ellas no te incumben—la joven diosa le dio la espalda para dar un enorme saltó y llegar a los establos al costado de un lago de agua cristalina, pero su padre no tardó en seguirla.

— ¡Tú no te mandas sola! —Él escupió sujetándola por la muñeca, su mano fulgurando con electricidad para someterla. Pero esa vez no permitiría que lo hiciera.

— ¡Es mi vida! ¡Mía! —La joven diosa exclamó con furia, dándole una patada sin contemplación alguna en el estómago para enviarlo al centro del lago volando—. ¡No me importa lo que tú pienses, cobarde! ¡Toda mi vida he sido un monstruo para ti! ¡Ahora seré quien yo quiera!

—Escucha… —El Dios del Rayo arrastró las palabras con los ojos entrecerrados, flotando a un par de centímetros del agua mientras el cielo se oscurecía con nubes de tormenta—. Vendrás conmigo por las buenas… o por las malas—ella dio un saltó para aterrizar sobre el agua sin llegar a sumergirse, parada sobre la superficie liquida como si fuera sólida. Atenea mantuvo la mirada de su padre con la misma fuerza, sin dar su brazo a torcer un segundo.

Zeus negó con la cabeza antes de mover la mano derecha, convocando su poder eléctrico para reducirla.

— ¡Ya basta! —Ella exclamó. Estaba harta de ser encerrada, de tener miedo sin que nadie estuviera allí para ella o que a nadie le importara lo que sucedía. Sería la dueña de su vida y de sus decisiones. Sería fuerte por las próximas generaciones, para evitar el futuro que había visto en la mente de Hermes.

Pero sabía que no podía ganar una pelea de poder bruto contra su padre. Él era el dios más poderoso de Olimpia y ella apenas lograba levitar una roca, estaba perdida en su labor, pero al menos había tenido el valor de ser osada y enfrentarse a él por primera vez en su corta vida. Sin embargo, el sonoro chillido de un ave apareció en su cerebro antes de llevar las manos hasta su cabeza con dolor.

Atenea abrió los brazos de forma involuntaria, como si su cuerpo tuviera conciencia propia mientras la obligaba a observar como el fuego rodeaba su cuerpo de un momento a otro. Enormes llamaradas emanaban de cada una de sus extremidades, elevándose hasta el cielo con rabia para formar una barrera gigantesca a su alrededor.

La electricidad del rayo de su padre fue destruida como si no fuera nada al mismo tiempo que escuchaba el canto furioso de un ave poner a temblar el agua antes de que esta comenzara a flotar en dirección hacia el cielo. Su pecho subía y bajaba con un frenesí que no podía explicar mientras su cuerpo actuaba involuntariamente para someter a su padre. La joven diosa levantó la mirada hasta el cielo, abriendo los ojos de sobremanera al ver el ave hecha de llamas de sus sueños cerniéndose a su alrededor abriendo las alas.

El fuego levantaba y mecía su cabello salvajemente, enviándolo hacia atrás con enormes ráfagas mientras estas la hacían levitar sin que su propia concentración interviniera. Su padre terminó siendo empujado por una poderosa fuerza invisible, la cual logró someterlo de todas maneras posibles, incluido el plano psíquico que sentía que estaba siendo despedazado.

—Soy fuego y pasión encarnada, Zeus—La joven diosa entrecerró los ojos hacia el Dios del Rayo, observando como Polaris se situaba detrás de la enorme ave de llamas sin miedo alguno de quemarse—. La próxima vez que intentes levantar una mano en mi contra… será lo último que recuerdes en esta vida—Atenea abrió los brazos con su cabello meciéndose salvajemente, observando como un traje de color azul se formaba en su cuerpo con el símbolo de un ave dorada en el pecho—. Soy Fénix, Zeus. Es algo que jamás podrías cambiar.

En solo un segundo vio como Asgard desaparecía de su vista, y vio como Polaris escapaba en el espacio junto con ella como su fiel y único amigo.


Atenea gimió suavemente al despertar, sintiendo algo frío y húmedo contra su mejilla. Sus dedos se contrajeron por instinto sobre la superficie, pero abrió los ojos con sorpresa al notar como estos se hundían dolorosamente sobre la arena mojada de una playa desconocida. Polaris se inclinó sobre su cuerpo para lamerle la mejilla cariñosamente, con la intención de despertarla, pero ella terminó doblándose de dolor cuando un flash de imágenes cruzó por su mente.

Vio como un ave de fuego aparecía en su cerebro para materializarse físicamente en la realidad, tomando el control de su cuerpo mientras la obligaba a ver como sometía a su padre antes de que este pudiera encerrarla otra vez. Y durante un segundo, pudo sentir todo el poder que Zeus había intentado destruir en su interior, todo el fuego que llevaba dentro que había intentado extinguir.

Pero en cierto modo había llegado a comprender los miedos del Dios del Rayo: había un oscuro poder creciendo en su interior como un incendio.

Su padre era el dios Olímpico más poderoso de todos, capaz de destruir planetas con uno solo de sus rayos, mas ella lo había hecho ver como un idiota con tan solo pensarlo. Sus tíos y el resto de su familia debían estar buscándola en cada confín del espacio para responder por el crimen que había cometido: atacar al Rey. Ella no era idiota, sabía que jamás podría volver ni a Asgard ni a Olimpia. Su vida había sido arruinada desde el momento en que el fuego rodeo su cuerpo para protegerse.

Era una vil criminal ahora, una exiliada.

Atenea se puso lentamente de pie, sus manos temblando por el traje de color azul envolviendo su cuerpo como una segunda piel. En el valle de sus pechos pequeños, sobre su corazón, estaba grabada la forma de un ave abriendo las alas de color dorado. Ella odiaba ese color, le recordaba demasiado a su padre arrogante debido al cabello de este que presumía tanto, pero no podía quitárselo por alguna razón. La joven diosa se dio por vencida cuando notó que largos guantes hasta el codo y botas hasta las rodillas del mismo color cubrían sus extremidades.

—Polaris… —Ella dio un paso tambaleante hasta su pegaso, su garganta rasposa por la sed. Estaba en una playa, pero rodeada de agua salada que solo empeoraría las cosas.

Volteó para analizar su entorno con los labios ligeramente separados, gimiendo al no tener idea de donde se encontraba. Era una ignorante respecto a los reinos y planetas, ya que su todopoderoso padre jamás había tenido contemplación para darle el permiso de visitar otro mundo extranjero que no fuese Asgard.

Pero por la forma de la playa, debía ser una isla en medio de un vasto océano debido a las rocas extrañas que la rodeaban a distancia. Su fiel amigo relinchó suavemente a su lado, acariciándole la cabeza con su hocico para aliviarla. Su vida era un completo desastre inesperado; en un momento podía estar viendo una práctica de lucha, al siguiente golpear a su hermana, luego ver como una versión del futuro de su hermano menor aparecía para advertirle de un futuro apocalíptico, para terminar como psicótica deseando arrancarle los ojos a su propio padre.

Ella mordió su labio al recordar las palabras del Hermes del futuro, en especial la parte donde le decía que su padre había triunfado en su labor de encerrar a su mente. Según su hermano, Zeus había logrado desaparecer sus poderes naturales de alguna manera para que no le estorbasen, convirtiéndola en solo una guerrera. Y la mirada en los ojos del Dios de la Velocidad se lo había dicho todo, ese había sido el peor error que alguien pudiera cometer.

No tenía ni la más remota idea de cómo Zeus había conseguido eliminar el poder mágico y psíquico de su interior, pero ahora no permitiría que lo hiciera de ninguna manera. Se convertiría en la Hechicera Suprema como su hermano le había indicado, fuera quien fuera esa persona.

Atenea se tensó y abrió los ojos como platos al notar nuevamente que se encontraba en una playa rodeada de un océano desconocido. Ella retrocedió frenéticamente para alejarse del agua salada con miedo, sus manos temblando como las hojas de un árbol siendo azotado por un temporal.

Era patético: alguien que tuviese sangre de Oceánide temiéndole a los mares y océanos, pero era la forma en la cual había sido criada, para tenerle miedo a sí misma. Para ella era difícil acercarse a los grandes cuerpos de agua salada, pero con el agua dulce no tenía problema. Había llegado a desarrollar una pequeña parte de su poder sobre las aguas junto a Loki, pero el acercarse al océano era uno de sus más grandes miedos. No quería sentir todo ese poder llamándola, no quería recordar que jamás tendría una madre a su lado cuando más la necesitara.

La joven diosa tragó saliva cuando su espalda chocó claramente contra alguien, alertándola en seguida. Era un grupo de mujeres con arcos al ristre.

— ¡Levanta las manos, niña! —Una de ellas, quien parecía ser la lider, gritó—. ¡Levántalas o muere! —disparó una flecha que pasó rozando su rostro, y eso logró que Atenea levantara sus manos con renuencia. La joven diosa mordió su labio cuando las mujeres se acercaron a ella para encadenarle las manos, seguramente por una orden de su padre para encarcelarla por su vil crimen.

Eran demasiadas para alguien que jamás había sostenido una espada en su vida, y para su mala suerte, cada una de ella parecía ser una hábil guerrera. Además, se sentía como una enana entre esas altas y esbeltas mujeres que dejaban en vergüenza su apariencia.

— ¡Déjenlo! —La joven diosa sintió como una pizca de valor crecía en su interior al verlas someter a Polaris para llevárselo de allí. Él era su mejor amigo y habían estado juntos toda su vida, y no permitiría que nadie se atreviera a tocarlo nunca—. ¡Dije déjenlo! —Atenea exclamó con rabia, apretando los puños antes de que el fuego volviera a rodear su cuerpo en una pequeña explosión de choque psiónico que logró desmayar a todas las mujeres, menos a la líder.

—Eres la hija de Zeus—La mujer abrió la boca ligeramente, dando un paso hacia atrás por instinto para escapar del fuego rodeándola que tomaba la forma de un ave extendiendo las alas de perfil.

—Él no es mi padre—Atenea dijo con los dientes ligeramente apretados, cerrando los ojos cuando el fuego desapareció como si fuese neblina a su alrededor. La mujer sonrió ladinamente, como si estuviese complacida de su respuesta.

—Una mujer jamás debe permitir que un hombre se imponga sobre ella, aún si es su padre. Has hecho bien, Atenea de la Tormenta—La joven le dio una mirada interrogante, pero esta solo sonrió—. Bienvenida a Themyscira, mi nombre es Antíope.


Atenea observó a su alrededor con incomodidad al seguir a Antíope por una escalera de caracol hasta una sala que parecía ser del trono. Ella bajó la mirada al piso cuando notó a una esbelta mujer de pie sobre una pequeña escalinata, portando con orgullo una rica capa de piel. En esos momentos se sentía más insignificante que nunca, sobre todo por estar rodeada de mujeres tan seguras de sí mismas que portaban reveladoras armaduras de batalla como si fuesen el máximo honor. La confianza de solo una de ellas podría lograr que Afrodita se sintiera insignificante respecto a su belleza.

Su hermana era más hermosa que cualquiera de ellas, pero la seguridad que irradiaban lograba reemplazar la belleza exterior.

—Hipólita—Antíope inclinó la cabeza ante la mujer rubia en las alturas, la cual la observaba con curiosidad. La joven abrió ligeramente los ojos cuando notó la estatua tras la mujer: estaba construida de mármol blanco lustroso que representaba a una diosa sosteniendo un escudo en la mano izquierda y extendiendo la mano derecha mientras portaba orgullosa una túnica de batalla.

— ¿Qué hace la princesa fugitiva aquí? —Hipólita entrecerró los ojos en su dirección mientras bajaba las escaleras. Atenea mordió su labio y jugueteó distraídamente con una cinta dorada que enmarcaba su cintura, parte de traje azul extraño que llevaba.

—Yo… no lo sé—La joven respondió cuando las dos mujeres voltearon a mirarla, pero tragó saliva cuando logró percatarse de la serie de otras mujeres rodeando la sala—. Desperté aquí.

— ¡Zeus está buscándote, niña! —Una mujer exclamó entrando a la sala con grandes aspavientos de orgullo.

—Una Amazona jamás es grosera con una de sus invitadas, Melanippe—Hipólita parecía reprimir desear rodar los ojos por el comentario de la mujer, como si fuera algo común entre ellas—. Tu padre te ha buscado en cada confín de todos los reinos conocidos, joven princesa. Los dioses Olímpicos ya casi han perdido la esperanza despues de un año, algunos te dan por muerta.

Atenea abrió la boca antes de dejarse caer sobre su trasero sin gracia alguna. No podía ser posible que hubiera pasado un año como la Reina Amazona sostenía, para ella había pasado solo un minuto. Pero pronto recordó lo que había sucedido en Asgard: que había visto a su hermano viajar del futuro para evitar la realidad en la cual vivía. El tiempo ya no era nada cuando estaba ligado a ella, el destino no era nada.

—Hechicera Suprema… —La joven levantó la vista hacia una mujer saliendo de un portal mágico recién creado, la cual estaba usando una deliciosa capa de color rojo que enmarcaba a la perfección su traje escarlata hecho de metales—. Un evento mágico muy poderoso te ha traído hasta aquí, Atenea de la Tormenta. Destino te puso en el camino para cambiar tu futuro, uno donde puedas decidir sobre tu propia vida.

—Hécate… —Hipólita negó con la cabeza hacia la mujer, la cual sonrió como un niño en dulcería al fijar la vista en la diosa Olímpica—. No asustes a la joven.

—Jamás lo haría, mi Reina—Hécate parecía ser sincera en su respeto hacia la Reina Amazona, pero la joven dio un respingo de sorpresa. Ella sabía que esa mujer era una maestra de la magia, la hechicera olímpica más poderosa de todas que podía lograr que el resto de los magos de su tierra natal parecieran estúpidos inexpertos como Circe y Medea—. Soy sincera y realista, Hipólita. Esa niña está destinada a ser una de nosotras. Destino ha sido quien la ha traído aquí a través del tiempo mismo incluso, lo siento en la magia. Esa niña es a quien he estado buscando toda la vida, quien se convierta en la verdadera Hechicera Suprema para traer equilibrio a la magia.

Las tres mujeres compartieron una mirada antes de acercarse para susurrar entre ellas.

—Yo no soy una verdadera bruja—Le dolía decirlo, pero era la verdad. Zeus se encargaba de pedirle a los magos con hogar en Olimpia unir su magia para sellar la suya, y de esa manera poder controlarla más fácilmente. Fuera quien fuera la Hechicera Suprema, ella no merecía serlo. Era una cobarde.

Atenea alzó ambas manos cuando Hécate le lanzó una enorme roca con su propio poder rojo. La joven abrió los ojos cuando vio energía de dos colores emanar de cada una de sus manos. Las pocas veces que usaba su poder: utilizaba la mano derecha para mayor comodidad, y esa siempre emanaba energía de color blanco puro, pero ahora veía su mano izquierda estar rodeada de neblina brillante azul oscuro.

—Eres una bruja, Atenea de la Tormenta—Hécate sonrió casi con burla, aunque por su expresión corporal parecía desear saltar de alegría—. Tienes la Magia del Caos y el Orden. Eres paz y guerra al mismo tiempo, lo eres todo y nada.

— ¿Por qué viniste a verme? —Hipólita entrecerró los ojos y alzó una ceja elegante—. Mi hermana dice que pudiste escapar fácilmente, pero decidiste verme en una audiencia.

La joven mordió su labio antes de caer sobre una de sus rodillas, bajando la cabeza para ocultar sus lágrimas inminentes. Además, maldijo su estupidez por no captar que Antíope era hermana de la Reina cuando ambas eran muy parecidas.

—Me quede porque… necesito ser una Amazona—Ella admitió con los labios apretados—. Desearía ser capaz de cambiar el destino en este mismo instante, pero no tengo el poder ni el entrenamiento. Zeus me encerró toda la vida con el propósito de mermar mi poder, sin preguntar qué era lo que yo deseaba alguna vez. Hice una promesa que no tengo pensado romper nunca, y para cumplirla necesito ser una de ustedes. No he venido aquí como alguien que no soy: una diosa Olímpica, vengo como una niña que espera forjar su propia vida.

Atenea levantó la mirada al sentir un gentil toque sobre sus mejillas, una clase de dulzura que no había sentido nunca antes. Hipólita limpió las lágrimas de sus ojos para ayudarla a ponerse de pie.

—Puedes quedarte aquí el tiempo que desees, Themyscira jamás ha negado asilo a una mujer que lo necesite. No niego que tu estancia aquí sera un problema para nosotras, pero no podría obligarte nunca a volver con ese hombre. Hécate ha hablado, joven diosa. Tu destino es ser la Maestra de la Magia, las Artes Místicas y el Ocultismo, y ella será tu maestra en ello. Pero Antíope te enseñara como ser una guerrera Amazona… ¿Estas dispuesta a dejarlo todo atrás para ser una de nosotras?

—Lo estoy—Atenea respondió inmediatamente. Ella ya no tenía nada que perder, lo había perdido todo en Asgard. La joven diosa sumisa había muerto al atacar a su padre y perder la poca familia que tenía, además de perder a sus amigos Asgardianos y su hogar en el Reino Eterno, el cual consideraba más suyo que Olimpia misma.


Atenea mordió su labio al sentarse sobre un pequeño banquillo en una gruta termal, donde podía ver el vapor emanar de las aguas deliciosamente para que pudiese tomar el baño que le habían requerido para ser una Amazona. Bajó la cabeza cuando un par de mujeres habían tomado entre sus dedos unas tijeras para comenzar, y no se inmutó ni un poco cuando vio el primer mechón de cabello plateado caer al piso.

La joven diosa se mantuvo impasible mientras cortaban cada cabello de su cabeza hasta la raíz, dejando su cuero cabelludo desprovisto de vello alguno. No le importaba volverse calva, no con un tipo de cabello tan horrible como el suyo. Algunos podrían considerar especial el color, pero era repugnante verlo junto a alguien con rizos tan dorados como el sol.

Hipólita le había explicado que ese era un ritual por el cual todas las reclutas extranjeras debían pasar, para de esa manera renacer y crecer como una verdadera Amazona. Ella lo había aceptado porque nunca había estado conforme consigo misma, por ser el monstruo y el adefesio dentro de su preciosa familia. Ahora ese cabello horrible había desaparecido, y la vergüenza que la invadía ayudaba a aliviar el dolor del recuerdo de la desesperación del Hermes del futuro.

Las mujeres arrancaron el traje azul de su cuerpo como si fuera basura, sin avisarle si quiera para prepararse, pero ellas terminaron diciéndole que una Amazona jamás debía avergonzarse de su cuerpo nunca, y menos frente a mujeres. Una mujer la sumergió en el agua calidad y comenzó a tallar su cuerpo con fuerza. La joven se sorprendió cuando notó que el agua había comenzado a brillar de un sutil plateado.

—Eres virgen, eso es bueno—Hipólita añadió desde la entrada a la caverna termal. Atenea cubrió sus pechos pequeños con las mejillas rojas de vergüenza y ofensa. Ella no era hermosa como Afrodita o grácil como Artemisa, y consideraba una burla que la Reina Amazona pudiera decir que algún hombre voltearía a verla con lujuria teniendo a sus dos hermanas al lado.

Para no comenzar gritándole a la Reina, la joven observó su cabello cortado en el piso, sintiendo como una parte de ella moría en ese momento. Sería fuerte por Hermes, por su pequeño hermano veloz que en esos momentos no tenía idea de lo que había hecho en el futuro. Se convertiría en la Hechicera Suprema para cambiar el curso del destino de una vez por todas e impedir que Zeus cometiera el error que los había llevado al borde de apocalipsis.

La joven diosa tomó rápidamente el traje de cuero que le habían dado, aunque continuó avergonzada por la enorme cantidad de piel que enseñaba en la zona de las piernas, que podían verse casi en su totalidad. Al menos sus muslos eran cubiertos por una cota de malla en forma de falda corta recubierta en cuero, pero aun así sentía que de agacharse los demás verían su trasero al descubierto.

No estaba acostumbrada a enseñar su cuerpo, en especial cuando la única ropa que fabricaban para ella en Olimpia eran unos trajes de color negro que cubrían el cuerpo de pies a cabezas, los cuales lograban hacerla ver de luto permanentemente. Por alguna razón los colores de las guerreras Amazonas lograron hacerla sentir un poco más feliz, a pesar de estar calva y con la piel enrojecida por el baño purificador.

Atenea suspiró antes de levantar el mentón como nunca antes, demostrando con ese gesto que lo daría todo de sí misma para darle un mejor futuro a su hermanito.

—Soy Atenea de la Tormenta, ni más ni menos—Ella susurró para sí misma, cerrando los ojos al ver su nueva apariencia sin cabello en un espejo.

¡Espero sus comentarios!

Esta es una versión alternativa a mi fanfic "Más allá de la muerte"

En esta historia: Atenea no pierde a su familia y no es tan vieja y experimentada. Aquí podrán ver su desarrollo como diosa guerrera, además de convertirse en una Maestra de la Magia y los poderes psíquicos. Aquí conoce a Thor desde que ambos eran niños poco agraciados ;)

He cambiado un poco la apariencia de Atenea para hacerla más parecida a como me imagino a Metis, lo cual despues explicare.

Me imagino a Atenea adulta como una mezcla de Margot Robbie y Doutzen Kroes con los rasgos que describo en la historia.