Café Sonata

Klein W. Stark les presenta humildemente esta nueva historia, espero que sea de su agrado, cualquier review es bien recibido.

Solo yo estoy lo suficientemente loca y desquisiada para unir a dos parejas de distintos universos (?) tal vez.

Que esto parece una locura (?) Sí.

Esta muy buena la historia y merece una oportunidad (?) Sí por supuesto.

Por favor den una oportunidad de salir de la rutina y para los lectores expertos que somos dejarse llevar por lo menos 15 minutos de algo distinto, y vivir miles de historias.

Esta Historia esta dedicada para ustedes: miguel y Deilys len.

gracias por el apoyo que me han dado, a mi y a las historias con sus palabras muy amables, espero que te guste y les guste mucho

Y como siempre antes de comenzar:

ATLA y LOK no me pertenecen, los tome prestado con la mera intención de hacer una historia Korrasami para ustedes.

Frozen: una aventura congelada y algunos personajes de Disney no me pertenecen, los tome prestado con la mera intención de hacer una historia Elsa y Anna para ustedes. (sin incesto)

Descripción:

Cuatro mujeres, cuyas vidas se cruzan inesperadamente en una pequeña ciudad a la orilla del mar, tienen algo en común: todas guardan algún secreto. Elsa Winter, presidenta de una prestigiosa fundación benéfica, lleva una vida íntima completamente reservada y carente de felicidad. Sin embargo, todo cambia para ella al conocer a Anna Summer, una periodista que llega a la ciudad para entrevistar a Asami Sato, la única celebridad de East Quay a escala mundial.

Asami, que ha regresado a su ciudad natal para ofrecer su concierto de despedida, oculta un secreto que teme que no sólo haya acabado con su carrera, sino que tal vez destruya también su vida. Encontrará una inesperada comprensión, y la promesa de algo más profundo, en Korra Stone, Korra, la emprendedora y apasionada propietaria de un café.

Apesar de la tragedia, pasada y presente, cada una de ellas aprenderá que la vida puede ofrecerles más de lo que nunca se atrevieron a soñar.

La fascinante historia de unas mujeres que no sólo nos hablan de su afición por la música y por el café, sino también de las pasiones que surgen entre ellas.

Prólogo

El sabor de tu nombre

A mi amada

Musito tu nombre con agradecimiento

y pasión

Escapa de mis labios cuando estoy despierta

y en sueños

lo balbuceo junto a tu boca

Antes del beso

deseo saborear tu nombre

por toda tu piel

Lo murmuraré junto a tu cuello

para que vibre sobre tus carnes

pues, aunque mi voz no es más que un jadeo

la tuya es clara y precisa

Pronuncias mi nombre como si fuese café

sabiendo que eso me mata

Sería sencillo ocultarme en tu interior

envolverme en tu amor como en un manto

y, cuando el fuego nos consuma, bendecir nuestra pasión con tu nombre.

Gun Brooke, 2001

—¿Qué quieres decir, Asami? ¿Acaso piensas cancelar la gira? —preguntó Wu Hayes—. Tienes conciertos pendientes en Tokio, Hong Kong y Singapur. Todos ellos reclamarán daños y perjuicios, y lo más probable es que tengamos que resarcirlos.

Asami Sato dejó de mirar por la ventana y se volvió hacia su atónito agente.

—Me da igual. No puedo hacer nada para evitarlo, Wu — añadió, tamborileando impaciente con sus uñas de manicura perfecta sobre el escritorio veneciano de la habitación del hotel—. Tú preocúpate tan sólo de arreglarlo todo.

—Pero ¿por qué a estas alturas, y tan de repente?

—Yo… ahora no puedo explicártelo. Te daré más detalles cuando haya vuelto a los Estados Unidos.

—¿Qué ocurre? ¿Te has quedado sin nadie que te riegue las plantas?

—No te pases de listo —contestó Asami, posando unos temblorosos dedos sobre los párpados—. Mi intención era cumplir con mis contratos al cien por cien, Wu. Ahora mismo solamente puedo decirte que esto es lo único que se puede hacer.

—¡Dios Santo! Lo dices en serio, ¿no es así?

Wu no era sólo su agente, sino también su amigo, y Asami sintió remordimientos al ver lo anonadado que estaba, hundido en su sillón, al otro lado del escritorio. Tras un breve silencio el hombre carraspeó y habló de nuevo:

—Yo me encargaré de eso, Sam, te lo prometo.

Capítulo 1

Y si no das más, tan sólo encuentra lo que hay en tus manos, piensa que dar amor nunca es en vano. Sigue adelante sin mirar atrás. (Pablo Neruda)

La campana que había sobre la puerta del café emitió una nota apagada. Korra Stone alzó la vista de las servilletas que estaba doblando tras el mostrador y vio que una desconocida venía hacia ella.

Vestida con un chándal rojo vino y blanco, informal pero elegante, parecía recién bajada de un yate. Tal vez era así. Sus negros cabellos, sujetos en un moño informal, centelleaban como un ser vivo. Korra se descubrió imaginándose el aspecto que tendrían si estuviesen sueltos.

—Bienvenida al Sea Stone Café —consiguió decir, azorada al darse cuenta de que se había quedado mirándola fijamente—. Me llamo Korra. ¿Qué le apetece tomar?

—Un simple café.

La voz de la mujer tenía un tono tan rico y pleno que a Korra le recordó una mezcla de café exprés con suave chocolate belga.

—No tenemos ningún café que sea simple, señora —contestó Korra con una sonrisa, señalando hacia la pizarra que había sobre el mostrador—. Ofrecemos diez variedades distintas, y puede tomarlo en infusión, exprés, con hielo, capuchino, exprés con leche, cortado… ahí podrá verlos todos.

—Ah… ya veo que no tienen nada común y corriente —dijo la desconocida, alzando aquellos ojos verdes hacia la pizarra para leer todas las variedades de café—. Está bien, déme un capuchino mezcla de la casa.

—Excelente elección. Ahora mismo se lo sirvo.

Korra dejó de doblar servilletas y se dirigió hacia la cafetera exprés. Mientras sus manos iban creando el capuchino de forma automática, ella pensaba en la mujer a la que iba destinado. No era temporada turística en East Quay, Rhode Island, y ni siquiera en plena temporada solía ver a nadie parecido a aquella mujer que acababa de aparecer por su local. No se trataba solamente de su ropa, que sugería riqueza y sofisticación. Era su manera de moverse, desenvuelta y elegante, lo que denotaba que aquella morena poseía una tranquila seguridad en sí misma.

Colocó un bombón de más en el platillo, pero se detuvo cuando ya estaba a punto de servirle el café. «Aún no.»

—¿Prefiere sentarse en una de las mesas?

—Estoy bien en la barra, Korra. Por cierto, yo soy Asami— dijo; aguardó a que Korra posase el café para tender la mano hacia ella, y al hacerlo estuvo a punto de volcar la taza—. Encantada de conocerte.

—Lo mismo digo, Asami.

Le fue sorprendentemente fácil llamarla por su nombre de pila. Asami parecía como de la familia. «La gente no suele dar confianzas con tanta rapidez. ¿Qué está sucediendo?» Korra carraspeó antes de añadir:

—¿De visita por East Quay?

—Sí, por un tiempo. Estoy… haciendo un alto en el camino.

«Interesante forma de decirlo», pensó Korra.

—¿Te alojas en el Marriot?

A Asami no pareció molestarle el interrogatorio. Bebió un sorbo de café, relajadamente.

—No; unos amigos nos han prestado su casa de la playa, a mí y a mis dos perros. Es su residencia de verano, pero yo estoy deseando sentarme junto al fuego este invierno.

—¿Sabes ya cómo es el invierno en Nueva Inglaterra? Si no es así, puede que te lleves alguna sorpresa.

Asami dejó escapar una argentina carcajada que hizo que Korra se estremeciese de arriba abajo.

—Sé que pueden ser brutales —contestó—. Me crié en East Quay, hace mil años. La ciudad ha cambiado mucho, pero estoy segura de que los inviernos siguen siendo tal y como yo los recuerdo.

—Nieva todo el tiempo, aunque, por extraño que parezca, eso es bueno para el negocio.

—Sí, estoy segura de que a la gente le apetece mucho más un café caliente cuando afuera sopla un viento helado.

—Exacto.

Korra se dio cuenta de que volvía a mirar fijamente a Asami, de modo que cogió una nueva pila de servilletas y dobló la primera de ellas en tres partes para después introducirla en un sencillo aro de latón

—¿Trabajas sola aquí?

Korra se sintió inexplicablemente feliz al comprender que no había aburrido a Asami con su interrogatorio. Negó con un gesto al tiempo que respondía:

—No, tengo tres empleadas a tiempo parcial. Una de ellas vendrá para ayudarme con la clientela de la noche.

—¿Eres la propietaria? —preguntó Asami, luciendo una sonrisa sorprendida que reveló una dentadura blanca y perfecta mientras se inclinaba hacia delante para juguetear con el borde de la taza de café—. Vaya, pues la verdad es que es admirable lo que has hecho con este local. Cuando yo era niña estaba casi en ruinas.

—Cuando yo lo compré lo habían declarado inhabitable, después de varios años cerrado. Tuve que pasarme seis meses haciendo reformas antes de conseguir la licencia para servir comidas.

—¡Y míralo ahora!

Korra agradeció la aprobación que expresaba la voz de Asami, complacida al comprobar que valoraba su esfuerzo. Se quedó contemplando cómo bebía el café a pequeños sorbos, cerrando los ojos mientras lo paladeaba. Sus gestos eran tan sensuales que Korra se preguntó si ese era el aspecto que tendría al hacer el amor. Sorprendida ante aquellos pensamientos e incómodamente excitada, clavó la vista en la servilleta que había arrugado inconscientemente hasta dejarla irreconocible. «¡Maldita sea! ¿Qué me pasa?»

—¿Cuánto tiempo llevas como empresaria, Korra?

—Casi seis años. Me gradué en la Universidad de Rhode Island y el destino me condujo hasta este antiguo puerto deportivo. Me enamoré de sus preciosos yates de época y de este edificio abandonado que suplicaba que lo convirtiesen en un café.

—Y tú escuchaste sus ruegos —dijo Asami, al tiempo que sus ojos centelleaban.

—Sí. Da mucho trabajo, pero nunca me he arrepentido de esa decisión.

«De lo que me arrepiento es de los años que desperdicié antes de tomarla.» A pesar de sus esfuerzos, los sentimientos de Korra quedaron al desnudo al revivir el pasado.

—Este también es mi hogar —continuó, intentando recuperar la seguridad en sí misma que creía exhibir normalmente—. Vivo en el sótano.

—¿En el sótano de este edificio tan antiguo? Eso no puede ser muy sano, ¿no?

—¡Claro que lo es! —exclamó Korra con una carcajada, olvidando el humor sombrío que tanto odiaba gracias a la patente preocupación de Asami—. Hice que lo restaurasen de arriba abajo cuando el café comenzó a dar beneficios. Antes vivía en un pequeño apartamento, en el centro. Ahora tengo muchísimo espacio, y no es tan sombrío como seguramente crees.

«Además, la oscuridad no tiene nada de malo. Si una se mantiene lejos de la luz es más fácil esconderse».

Asami Sato no podía apartar la mirada del rostro de Korra, fascinada por las sombras que danzaban en aquellos ojos. Se sentía como una voyeuse, sentada al otro lado de la barra, y se preguntaba qué podía haber causado tal tormento.

La joven, o tal vez no tan joven como le había parecido al principio, poseía la belleza más sombría que había visto nunca. Su cabello era castaño y hacía que destacasen todavía más los ojos color azul oscuro bajo las cejas. El rostro era de rasgos fuertes y marcados, lleno de carácter.

—Así que vives por y para tu trabajo, como yo.

—Supongo que sí, hasta cierto punto.

Por un momento, el rostro de Korra se iluminó. Dejó junto a Asami otro montón de servilletas, ya dobladas.

—Veo muchas películas y toco la batería, sobre todo si estoy enfadada. Por eso empecé, cuando estudiaba en la universidad, para librarme de la tensión.

—¿Alguna vez has tocado como profesional?

—No; sólo alguna actuación en la facultad, a cambio de cerveza gratis.

—¿Cerveza?

Asami no podía soportar aquella bebida, ni el olor ni el sabor; le parecía detestable. Sin embargo, no era cuestión de despreciar los gustos de Korra.

—Sí, mucha cerveza, pero yo ni la probaba. No bebo.

En sus ojos aparecieron más sombras todavía. Asami se inclinó hacia delante, para no perderse ni un matiz de su expresión.

—Yo tampoco bebo mucho últimamente. Una copa de vino en ocasiones especiales, eso es todo. Estoy… bueno, tomando medicación, y ambas cosas no son muy compatibles que digamos.

—Eso me parece a mí —dijo Korra, con una mueca que provocó la carcajada de Asami—. Conocía a alguien que mezclaba el alcohol con un poco de todo. De todo excepto comida.

—Parece una persona muy descuidada —sugirió Asami cautamente.

«Apuesto a que era alguien muy cercano», concluyó para sí.

—Sí, eso es lo mínimo que se puede decir.

Volvieron a mirarse largamente a los ojos, y Asami sintió de nuevo que estaba ocurriendo algo indescriptible, algo que no conseguía identificar, pero que era tan tangible como la taza de café que tenía en la mano. La mezcla de oscura rebeldía e innegable vulnerabilidad de Korra despertó en Asami algo que le hizo sentir un ligero hormigueo en el estómago. Ella misma se sorprendía del interés que aquella mujer despertaba en ella, consiguiendo que olvidase por un momento los problemas con los que se enfrentaba, cosa que era muy de agradecer.

—Decías que tienes perros —dijo Korra para cambiar de tema, mirándola con unos ojos tan sombríos como nubes de tormenta—. ¿De qué raza?

—Gran Danés —contestó Asami, intentando insuflar alegría a su voz.

Con ello deseaba asegurarle a Korra que no tenía nada que temer de alguien que estaba casi ocultándose en East Quay. El gesto de alivio de la dueña del bar y la moderación del temblor de sus manos le indicaron que su esfuerzo había valido la pena.

—Son hermanos —continuó—; tienen seis años y se llaman Perry y Mason.

Korra rió con ganas, y aquel irresistible sonido hizo que a Asami se le erizase la piel de los brazos.

—¡Perry y Mason! ¿Eres admiradora de Raymond Burr?

—La verdad es que no, pero me pareció que esos nombres les iban como anillo al dedo. Ambos son muy cotillas y testarudos — contestó Asami, sonriente—. También son encantadores y muy educados la mayor parte del tiempo. Como estoy sola en la casa de la playa, hacen que me sienta segura.

—¿Tu familia sigue viviendo en East Quay, Asami?

—No. Tan pronto como pude permitírmelo les compré un adosado en Newport, cerca de los muelles. Mi madre siempre ha querido vivir cerca del mar, y ahora le encanta contemplar el ir y venir de los barcos, especialmente el Queen Elizabeth 2.

—¡Qué me dices! —exclamó Korra, entusiasmada—. Una vez fui a Newport con una familia con la que estaba entonces, y visitamos el Queen Elizabeth 2. Quedé asombrada, anonadada, y me prometí que algún día viajaría en aquel barco y visitaría todos los puertos en los que atracase.

A continuación se echó hacia delante, apoyó la barbilla en las palmas de las manos y concluyó:

—Sigo queriendo hacerlo.

—Claro que sí, cara. Tienes muchos años de vida por delante, pero cuanto antes lo hagas, mucho mejor.

—¿Has viajado en él?

—Sí —asintió Asami—, pero fue un viaje de trabajo.

—Pues no tienes pinta de marinera, precisamente —observó Korra, guiñándole un ojo.

Asami soltó una carcajada y negó con un gesto, al tiempo que se llevaba la mano a la frente con una fingida mueca de exasperación.

—¡Me has pillado! —bufó—. En fin, la verdad es que trabajaba en los espectáculos de a bordo.

—¿Eres artista?

—Sí, cantante.

—¡Qué maravilla! Yo toco la batería y tú cantas: ¡tenemos un gran potencial! —exclamó Korra, y de inmediato notó que el rubor le ascendía por el cuello y cubría sus morenas mejillas con la rapidez de un reguero de pólvora—. Esto, no quería decir…

—Lo sé, lo sé, entiendo lo que querías decir —contestó Asami, sonriendo encantada al ver el gesto confuso de Korra.

La campana de la puerta repicó y una joven asomó la cabeza. —¡Siento llegar tarde al trabajo, Korra! Aparco la bici y vengo enseguida.

La familiaridad que se había establecido entre Korra y Asami quedó rota bruscamente, y ambas se enderezaron de pronto. Asami deslizó un billete de diez dólares bajo su taza.

—Bueno —dijo, un poco a pesar suyo—. Creo que esa es mi señal para irme. Me ha gustado hablar contigo.

—Lo mismo digo, gracias. Vuelve por aquí.

El callado anhelo que notó en la voz de Korra hizo que detuviese sus pasos para dar media vuelta y decir:

—Claro que volveré. Haces un café excelente, cara.

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—¡Venga, chiquilla, deja lo que estés haciendo!

Anna Summer dio un respingo cuando la resonante voz de su jefe sonó junto a su oído.

—¿Por qué?

Giró en su sillón, teniendo buen cuidado de disimular el desdeño que sentía por Jim Mills.

Era un hombre bajo y achaparrado y, por si sus inexistentes habilidades sociales no fueran bastante, tampoco estaba llevando el periódico local con demasiada profesionalidad. A Anna le disgustaba su falta de objetividad y su claro afán por satisfacer a algunos de los políticos y comerciantes.

—Ve hasta el Marriot, subito. Iba a ir Hernández, pero su mujer está pariendo a su cuarto hijo.

Era obvio que Jim opinaba que la señora Hernández debería habérselo pensado mejor antes de interferirse en sus negocios dando por sentado que su esposo estaría a su lado durante el nacimiento del bebé.

—¿Qué ocurre en el Marriot? —quiso saber Anna ya en pie, deseosa de librarse lo antes posible de aquel jefe tan exasperante.

—Hay una conferencia de prensa, con periodistas de todo el mundo. Asegúrate de llevar tus credenciales, porque los de seguridad van a ser muy estrictos.

—¿Piensas contarme qué tipo de conferencia de prensa será, o quieres que sea una sorpresa?

Anna sabía que su voz había sonado sarcástica, pero no le importó. Jim la miró con odio, y ella sintió una discreta oleada de satisfacción.

—La única diva que tenemos ha vuelto a la ciudad por primera vez desde que se largó, hace unos cuarenta años. Hazme un favor: consigue que East Quay salga en el mapa, por una vez en la vida: haz una pregunta que salga en titulares. La que sea.

La mente de Anna se puso a funcionar a toda velocidad. Tan sólo se le ocurría un nombre, pero ¿era posible?

—¿Asami Sato? ¿La cantante de ópera?

—¡Bingo!

Anna odiaba a aquel hombre cuando decía «bingo» con aquella entonación tan pagada de sí misma. «¡Capullo mandón!»

—Está bien, voy ahora mismo hacia allí. ¿Cuándo es la conferencia de prensa?

—Dentro de cuarenta y cinco minutos —dijo mirando su reloj de pulsera—. Más bien cuarenta.

—Lo cual no me deja ni un segundo que perder.

Anna apretó los dientes para no soltar el jugoso insulto que pugnaba por escapar de sus labios y se dirigió hacia la puerta, colgándose el bolso al tiempo que sorteaba las mesas del estrecho despacho. «¡Nada mejor que un poco de presión para animarle a una la vida!»

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Asami se aplicó el lápiz de labios color rojo oscuro con experta precisión. Lo dejó sobre el tocador a la vez que se inclinaba más hacia el espejo. Era importante presentar un aspecto impecable, ese día más que nunca. Presionó suavemente los labios con un pañuelo de papel antes de aplicar la segunda capa.

Notó un golpe en la pierna y bajó la vista hacia su perro.

—¿Tengo el aspecto adecuado para este papel, Mason? ¿Parezco una superestrella que vuelve al hogar, lo suficiente al menos para engañar a la prensa?

Mason se sentó e inclinó la cabeza como si estuviese meditando la respuesta, lo que la hizo reír. Su hermano se unió a ellos y posó la enorme cabezota sobre el tocador, mirándola tan fijamente como siempre.

Asami volvió a atender al espejo, asegurándose de que el informal moño era lo bastante sólido. Había escogido un traje pantalón rojo, blusa blanca sin mangas y los zapatos de salón con tacón de diez centímetros, marca de la casa. Los coloridos pendientes y la gargantilla a juego centelleaban, cuajados de esmeraldas, topacios y rubíes. «Me visto tal y como requiere el papel, y ellos ven lo que yo quiero que vean. ¿Y qué? Así es como se juega a esto.»

Al oír que el taxista tocaba el claxon por segunda vez se echó sobre los hombros un chal multicolor y dio unas palmaditas a Mason y a Perry.

—No tardaré mucho, chicos. Pórtense bien.

Asami se miró de nuevo en el espejo y respiró hondo. Una última vez; seguro que sería capaz de lograrlo una vez más.

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Anna se sentó en primera fila, en el extremo izquierdo. Miró a su alrededor y comprendió que había tenido suerte al conseguir aquel asiento. Se lo había reservado uno de sus colegas más antiguos, amigo íntimo de su anterior jefe, ya que la sala de conferencias estaba llena a rebosar. Los tres pasillos adyacentes a las paredes de la gran sala estaban repletos de representantes de todos los medios de comunicación.

Los murmullos iban subiendo y bajando de tono alternativamente, pero Anna estaba ocupada encendiendo su Tablet PC para localizar la información que necesitaba gracias a la conexión inalámbrica. Había multitud de páginas web dedicadas a la mundialmente famosa mezzosoprano, y ya había escuchado anteriormente sus grabaciones y leído críticas de sus actuaciones. Asami Sato era una de las escasas divas clásicas que existían, al mismo nivel que intérpretes de la categoría de Birgit Nilsson y Maria Callas.

Se preguntó cómo podía haber salido aquel enorme talento de East Quay. Muy poca gente en Norteamérica había oído hablar de aquella pequeña ciudad, por no hablar del extranjero, y ni siquiera la fama de Asami Sato había conseguido situarla en el mapa. Que Anna supiese, aquella era la primera vez que la cantante había regresado a ella desde que la abandonó, inmediatamente después de que Jim Hayes la descubriese.

Alzó la vista hacia la tarima al comenzar los aplausos, esperando ver aparecer a la estrella de todo aquel circo mediático, pero en lugar de eso vio que una mujer pálida subía los pocos escalones que conducían al estrado, vestida con un traje de falda y chaqueta azul oscuro y con el cabello rubio platinado sujeto en un moño bajo y tirante.

Su rostro le pareció familiar, y momentos después se dio cuenta del motivo: era Elsa Winter, considerada la primera dama de East Quay. No sólo presidía la muy respetada Fundación Winter, sino que también era vecina de Anna en el edificio en el que esta había heredado de su tía abuela un apartamento. El hecho de vivir en el mismo edificio que la flor y nata de la ciudad era bastante alucinante para ella. La verdad era que nunca habían hablado; Anna sólo la había visto de lejos, y dudaba que aquella mujer pudiese reconocerla a ella. Tampoco le importaba.

Volvió a apoyar la espalda en su asiento, y se preparaba para tomar notas cuando Elsa Winter colocó unos papeles sobre el atril y dedicó una mirada a los presentes. Anna comprobó distraídamente que parecía tener una poderosa personalidad.

—Hola, bienvenidos todos. Me complace que hayan podido acudir tantos de ustedes a esta cita, y sé que están deseando conocer a la mujer que la hace posible. Estamos aquí por una buena causa, y el hecho de poder contar con la persona más famosa de nuestra ciudad es algo realmente emocionante.

Tenía una voz ligeramente gutural que dominaba con facilidad toda la sala de conferencias. Era obvio que aquella mujer estaba habituada a ser el centro de atención. Anna apreció a su pesar la confianza en sí misma que exudaba. También era difícil no fijarse en lo atractiva que era cuando un gesto inadvertido puso al descubierto su perfil, en el que destacaban los juveniles pechos y la curva de la cadera.

—Por favor, den la bienvenida a Asami Sato —concluyó la oradora, dando comienzo a una nueva ronda de aplausos.

La puerta se abrió de nuevo y apareció la mezzosoprano, destacada por los potentes focos que apuntaban directamente a ella. Se detuvo justo en el umbral, del brazo de un hombre. Parpadeó un momento, vacilando; murmuró algo a su acompañante, y este asintió en respuesta. A continuación, yendo al encuentro de Elsa Winter, subió al estrado, tomó asiento tras la mesa y los focos redujeron su intensidad.

Asami Sato no era como Anna esperaba. Era más alta de lo que parecía en televisión, y poseía una juvenil belleza. Tuvo que echar un vistazo a la página web que acababa de abrir para asegurarse de que efectivamente tenía ya cincuenta y cinco años. No distinguió ni la menor señal de que se hubiese sometido a cirugía plástica y, aunque poseía unas curvas generosas, nadie en sus cabales la calificaría como gruesa. El traje sastre rojo se adaptaba como un guante a su rotunda figura, y sus chispeantes ojos verdes casi eclipsaban el brillo de las llamativas joyas.

—Damas y caballeros de la prensa, muchas gracias.

Allí estaba: la voz. Anna no era aficionada a la ópera, pero nadie en el mundo que poseyese un aparato de radio o televisión podría confundir la voz de Asami Sato con la de nadie más. Anna supo que nunca olvidaría la experiencia de oírla en persona, aunque fuese solamente hablando y no cantando.

—Esta conferencia de prensa no es tan sólo para hablar de mí —continuó la intérprete, haciendo un gesto para acallar los aplausos—. Aunque me doy cuenta de que están ustedes interesados en conocer detalles de mi vida y obra, en realidad estoy aquí para apoyar un gran proyecto benéfico, encabezado principalmente por la Fundación Winter —dijo, mirando fugazmente hacia un lado con una sonrisa en los brillantes labios rojos—. Elsa Winter ha forjado el plan de reunir en un año los fondos suficientes para edificar una nueva ala en el Hospital Memorial de East Quay. De hecho, la empresa constructora está llevando a cabo ya los preparativos iniciales.

Todos se quedaron en silencio unos segundos, pues el anuncio había pillado completamente por sorpresa a Anna y al resto de sus colegas.

—Señora Sato, ¿de qué forma está usted implicada en el proyecto? —quiso saber un hombre sentado tres asientos más allá de Anna.

—Ofreceré un concierto benéfico en el auditorio de East Quay, dentro de tres semanas, y la recaudación será para el hospital.

Anna pudo ver que Asami Sato y Elsa Winter intercambiaban una mirada furtiva.

—El concierto servirá además para un segundo propósito — continuó la intérprete—. Será también mi despedida de los escenarios.

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Espero que les guste y les resulte lo menos -raro- posible por así decir.

Cuídense mucho y nos veremos pronto.

Que La Fuerza Los Acompañe...