Amarga duda
I. La senda.
Era noche de luna llena. En la arena se distinguía la sombra de un árbol seco. Se podía apreciar bien el tronco, pero las ramas entrelazadas proyectaban imágenes capaces de jugarle una mala pasada a todo aquél que no mirase con atención. Más adelante, se apreciaba otra silueta. Mientras las olas rompían en la fina arena, esos ojos color áureo se fijaban con toda su dureza y frialdad justo en el punto donde aquella figura había desaparecido.
El viento mecía suavemente la larga cabellera argenta. Pero en contraste con la tranquilidad de la noche, hervía de ira en su interior. ¿Por qué no pudo matarlo? ¿Solo por que era su padre? No, esa no era la respuesta. En realidad no lo mató por que estaba herido, el Ryuukossei se había aprovechado de su vulnerabilidad. Acabar con alguien que está a punto de morir no tendría mérito y él quería ser el único que pudiera derrotar al youkai más poderoso, pero en una batalla honorable. Siendo el heredero de tan grandes poderes, no era menester actuar de manera tan baja y vulgar. Obtendría ese colmillo tarde o temprano. Solo era cuestión de tiempo. Después de todo, era seguro que acabarían con él.
Echó a andar con un paso lento, majestuoso, sin prisa alguna, como quien fuera dueño del suelo que pisa. En su mente repasaba los acontecimientos. ¿Cómo era posible que su padre hubiese sido dominado por sentimientos tan mediocres? ¡Eso era completamente ignominioso!
Durante muchos años él había sido objeto de su admiración. Cuando apenas era un crío indefenso lo veía destazar sin compasión a sus enemigos, con ese porte, esa elegancia, sin inmutarse ante la grandeza de su oponente, ni flaquear nunca por ningún tipo de herida. Recordó que una vez, cuando era pequeño, estaba jugando con la cría de un gato monstruoso. Le divertía hacerle pequeñas heridas con su látigo venenoso, acorralarlo y ver cómo se desangraba poco a poco. Quería saber cuánto podría resistir. Su víctima lanzaba maullidos, pidiendo ayuda, pero era evidente que sus padres no estaban cerca, pues ya llevaba rato torturándolo. Al fin, al cabo de unos minutos, justo se había cansado de jugar con el pequeño felino y estaba por darle el golpe de gracia, cuando apareció un enorme gato monstruoso y situándose frente a él, protegiendo a su cría, le asestó un fuerte arañazo cargado de una enorme energía. Ese único ataque hubiese sido suficiente para hacerlo pedazos. Abrió los ojos desmesuradamente y ya esperaba el impacto cuando su padre hizo acto de presencia y paró en seco el embate del gato youkai, el cual, era muy fuerte. Inmediatamente comenzó una batalla entre los dos gigantes. Su padre tuvo que transformarse, pues realmente se trataba de un ser poderoso. El gato le lanzó un ataque que le ocasionó una grave lesión en el vientre, pero haciendo caso omiso del dolor, dejó que su rival se confiara y con un veloz movimiento lo pescó de la yugular y le dio un sangriento final. Recobró su forma humana, haciendo evidente la gravedad de su herida, de la cual manaba una gran cantidad de sangre, sin embargo, antes de hablar o de cualquier otra cosa, de un rápido movimiento puso fin a la cría del gato youkai. A la mirada inquisitiva que le lanzó, una seca respuesta fue lo que obtuvo.
Jamás debes dejar con vida al hijo de tu enemigo, no importa si en ese momento es un ser indefenso, algún día crecerá y querrá cobrar venganza. No hay enemigo pequeño, nunca te confíes –fue lo que dijo.
Una esencia que llegó con el viento alertó sus sentidos y lo sacó de sus recuerdos. Sin embargo, su semblante no daba muestras de haber percibido nada y continuó su andar, imperturbable. De entre las nubes emergió un ave monstruosa. Estaba de cacería y al infortunado ser, le pasó por la mente que la silueta que divisó caminando a lo lejos, sería un buen alimento. Voló en picada a toda velocidad, para atrapar a lo que creía su presa, pero para su desgracia, fue aniquilada de un único golpe, el cual ni siquiera alcanzó a ver. Un látigo verde atravesó su cuerpo por la mitad y aunado al veneno, el golpe la hizo estallar en pedazos. Todo ocurrió a una velocidad impresionante.
Estaba tan lleno de furia que además de esa pobre ave, aniquilaba a cuanto ser se atreviera a cruzarse por su camino.
Mientras se abría paso entre las criaturas nocturnas, nuevamente evocó su infancia, aquel momento decisivo en su vida. Contaba escasamente su primer año de vida, pero el recuerdo permanecía vívido en él. Estaba jugando con un ciempiés, pero como no tenía noción de su fuerza ni de sus poderes, al estrujarlo con la mano lo disolvió con su veneno. Puesto que no entendió muy bien lo que sucedía, echó a llorar. Su padre, que había contemplado la escena, le habló de una manera tan seria y atemorizante, que se quedaría grabada para siempre en su memoria.
Jamás, por ningún motivo, debes llorar, un youkai de raza pura no muestra sus sentimientos bajo ninguna circunstancia, mucho menos debilidad –sentenció firmemente.
Es solo un cachorrito que aún no tiene consciencia de sí mismo –salió a defenderlo su madre, pues seguía sollozando en silencio.
No es un cachorrito cualquiera, será un guerrero poderoso, el heredero de mi reino, no debe mostrar debilidad alguna –respondió impasible. Sin entender muy bien por qué, el pequeño dejó de llorar e hizo el intento de refugiarse en su madre, pero ese gesto le valió otra reprimenda- Ni siquiera lo intentes y de una vez te digo que no volverás a buscar consuelo en tu madre. Un guerrero no muestra lasitud – porfió en un tono que no admitía réplica.
Pero todavía es un crío, me necesita –musitó la madre.
No me contradigas. Lo educaré para ser un guerrero y tú me ayudarás. Así que no volverás a abrazarlo o besarlo. ¿Entendieron los dos? –y con un gesto amenazante lo miró, dándole a entender, que si seguía con esa actitud, el castigo sería más fuerte. En ese momento, el infante le sostuvo la mirada, no comprendía el motivo por el cual le reprendía ni nada de lo que había dicho, pero en su pequeña alma, surgió un sentimiento que hacía que la sangre le hirviera en su cabeza, golpeándola con fuerza, lo único que entendió era que si seguía llorando, su padre volvería a reprenderlo y que su madre nunca más le daría su cariño. No bajó la mirada ni por un instante, no parpadeaba, la mantenía fija en él. Había un brillo verdaderamente aterrador en sus ojos, era sorprendente que un niño de esa edad fuera capaz de proyectar tal sentimiento. Había nacido en él la ira.
En medio de sus recuerdos llegó al palacio. Se preguntaba qué motivos pudo tener para cambiar tan drásticamente. Simplemente era algo incomprensible. Era el youkai más fuerte de la región, no había rival equiparable alguno. Tenía una pareja a su altura y con ella había procreado al ser más poderoso: Él. ¿Por qué alguien que lo tiene todo lo echa por la borda en aras de una asquerosa pasión? Había sido un youkai de conducta intachable. ¿Con que clase de artilugios había atraído esa humana a su padre? ¿Pero es que él no se dio cuenta de que mezclarse con esa repugnante raza sería la causa de su decadencia y solo lo llevaría a su propia destrucción?
Sumido en sus cavilaciones entró por la puerta principal del palacio. Había llegado a un punto crucial en su vida. Su padre, la figura íntegra a seguir, se había derrumbado. Si hasta él podía darse cuenta de los errores de su progenitor, de que estaba mal, que no tenía justificación alguna su conducta, entonces, es que se había convertido en un verdadero idiota. Se presentaba ante él la disyuntiva de elegir entre seguir el camino de su padre, el cual, indudablemente lo llevaría al fracaso y a la mediocridad o bien, trazar su propia senda, pero el destino era incierto. Finalmente se detuvo, por primera vez en la vida estaba dubitativo, pero no era él quien estaba mal, eso era lo único que tenía claro.
