Parte de trabajo 01: La Joya de la Corona

– ¡Chaval! – gritó el viejo Bettum. – ¡Ven a reparar esto!

Levanté la mirada de los libros y miré fijamente al capataz del pequeño astillero donde trabajaba. Sabía perfectamente que no me gustaba que me molestasen mientras leía y aún así siempre buscaba la más mínima excusa para traerme de vuelta al mundo, a la cruda realidad de aquel humilde taller cuya calidad no tenía nada que envidiar a los grandes astilleros de Water 7 pero que a mí me resultaba claustrofóbica.

– ¿Qué pasa ahora? – pregunté, acercándome al pequeño grupo que se había congregado junto a Bettum.

Había dos hombres bien trajeados junto a él que alzaron sus cabezas para mirarme en cuanto me acerqué a ellos. Daban la impresión de ser aquel tipo de comerciantes poco honrados que se movían por aquellas aguas, estafando a los pobres pobladores de las islas del entorno. Les dediqué una mirada de desprecio y me giré hacia el barco para examinar qué tipo de daños debía reparar.

– Este es Rido, mi aprendiz – dijo mi maestro, henchido de orgullo. – Aunque lo de aprendiz es ya sólo un título. Creo que ya no puedo enseñarle nada más.

Mientras escuchaba sus adulaciones sin prestarle mucha atención, me puse las gafas y comencé a examinar el bote. Realmente, aunque la fama se la llevaran los piratas, había conocido algunos mucho, muchísimo más honrados que aquellos ladrones de guante blanco que se saltaban cualquier tipo de norma ética. Y aquellos tipejos no se merecían una embarcación como aquella, hecha con las mejor de todas las maderas y muy resistente. Si pudiera...

– Jefe... con esto no se puede hacer nada – mentí, con la esperanza de que me siguiera el juego y de que los comerciantes no tuvieran verdadero conocimiento.

Afortunadamente unas pequeñas grietas sin realmente importancia en la quilla del barco me ayudaron en mi treta. Eran la excusa perfecta para convencerles de que su barco, su gran barco con sólo unos cuantos arañazos para nada importantes, no estaba para volver a surcar las turbulentas del Grand Line. Si querían seguir con sus fraudulentos negocios, al menos que pagaran un pequeño impuesto.

– ¡Pero...!

– ¿Han encallado recientemente? ¿Una tormenta más allá de lo normal? ¿Un bombardeo? – les pregunté, sin dejarles protestar. – Fíjense... Estas grietas de aquí... y estas de aquí abajo… – hablaba muy rápido y sin parar para no dejarles pensar, tal y como me había enseñado mi maestro cuando se trataba de convencer a alguien. – Son signo de daños estructurales. Arreglarlo sería casi como construir un barco nuevo y si siguen con esto así… no sobrevivirían la próxima vez que les cace una tormenta en alta mar.

– ¿Estás seguro? – preguntó Bettum.

– Completamente, jefe – contesté. – Ni siquiera trabajando los dos juntos podríamos hacerlo…

Algo en los ojos del viejo me indicó que había entendido mis intenciones e inmediatamente comenzó a seguirme el juego. Con sus grandes dotes para el comercio y el engaño, nada tenía que envidiarle a aquellos hombres de negocios y enseguida vio la oportunidad para venderles una nueva embarcación, adornada con todos los lujos del mejor carpintero de barcos de aquella parte del Grand Line, que nada tenía que envidiarle al mítico Tom, el carpintero que había construido el barco del primer Rey de los Piratas. Él mismo había sido un pirata, o eso decían alguno de los habitantes más ancianos de la isla, pero hacía muchos años que había llegado a Relthar y había montado aquel astillero.

Quizás por eso, por los rumores que hablaban de su pasado como pirata y por la fama de sus habilísimas manos, no eran pocos los criminales de una u otra clase que llegaban hasta allí para hacer reparaciones, en lugar de arriesgarse en las aguas de Water 7, donde la prosperidad solía atraer a Marines y piratas por igual y lo convertía en un lugar no tan seguro como muchos de nuestros clientes habituales hubieran querido.

– ¡Pimfry! – grité, llamando al nuevo aprendiz que trabajaba en el taller. – ¡Coge a los chicos y descargad lo que lleve dentro! ¡Luego llévate a este pequeño a mi dique seco!

Regresé a la pequeña oficina en la que tenía todos mis libros y recogí mi martillo. Había sido un regalo personal de Bettum cuando consideró que estaba preparado para dejar de ser un aprendiz, aunque yo siguiera manteniendo aquel título por mero formalismo. Lo extraño era que no era uno corriente, sino que parecía más bien un martillo de batalla. Para colmo, una de las caras del martillo era realmente la hoja de un hacha. Por su construcción era un poco incómodo usarlo como herramienta de trabajo, pero solía llevarlo encima cada vez que me disponía a trabajar en un barco, aunque sólo fuera por su valor sentimental.

– Me gustaría vigilar el traslado de la carga – musitó uno de los dos hombres que habían estado con Bettum al pasar por su lado.

– Como si quiere ponerse medias rojas… Haga lo que quiera…

– ¿Piensas repararlo, chaval?

– ¿Usted cree que con esto puedo reparar algo? – respondí, mostrándole mi arma. – Más bien todo lo contrario, ¿verdad?

– ¿Entonces?

– Los barcos merecen un respeto – sentencié. – Sólo espero que lo tenga en cuenta cuando se vaya de aquí en lo que quiera que le compren a Bettum... o que no vuelvan a pisar uno en su vida.

– ¡Espera...!

Pasé de largo y me dirigí por una de las puertas laterales hacia el dique seco en el que solía trabajar sin que nadie me molestara y esperé a que Pimfry me trajera el bajel de aquellos comerciantes. Repararía los pequeños estropicios que tenía y luego ya pensaría qué haría con él. El chaval tardó varias horas en vaciar el contenido de las bodegas, pero, una vez completada esa tarea, el navío estuvo preparado para que pudiera comenzar a trabajar en él, pero antes de empezar a hacer cualquier reparación debía entender el bote. Cada embarcación es un mundo y a cada una había que tratarla como merecía, "mejor que a tu amante", como solía decir Bettum.

Me subí a la cubierta y la recorrí. La tripulación de la flota comercial debía ser muy grande y probablemente hubieran elegido llevar un galeón imponente como aquel para recortar costes y aparentar más. Ciertamente, lo menos que podía pretender el dueño de una maravilla como la que tenía ante mis ojos era pasar desapercibido. Una belleza como aquella impresionaba a cualquiera, y yo no era menos.

Los dos mástiles con los que contaba parecían dañados, probablemente por alguna de las tormentas que se venían produciendo con mayor frecuencia en los últimos meses, pero eran daños sin importancia que no me llevaría nada de tiempo reparar, igual que los daños que habían sufrido algunas de las bodegas, seguramente por los desplazamientos de la carga en momentos de fuerte marejada.

Abandoné el barco e inspeccioné la quilla con mayor detenimiento que en la pequeña inspección que había hecho delante de los clientes. Me llevé una agradabilísima sorpresa al darme cuenta de que estaba equivocado: las grietas no eran tales, sino arañazos que apenas habían afectado a la madera, aunque parecieran más importantes de lo que en realidad eran…

De todas formas… ¿Dónde habían metido aquel barco? ¿Qué habían hecho con él para dañar de aquel modo aquella madera cuasi-incorruptible? Si se tratara de un barco de la marina, o de unos piratas lo habría entendido, las situaciones en las que se veían envueltos no eran las mejores para un navío, pero eran comerciantes, burgueses adinerados cuyos problemas solían darse en tierra, no mar adentro. Desde luego, habría fallado en identificar los daños en aquel análisis superficial, pero no había errado en mi diagnóstico: aquellos estafadores de poca monta no merecían ni por asomo navegar en un barco como aquel.

Si eran capaces de dañar de aquella manera un barco hecho con la madera del árbol Adam… ¿qué podrían hacer con uno normal? Estaba decidido, bajo ningún concepto permitiría que volviera a las manos de los nuevos clientes de Bettum. Seguro que ya les había vendido algún plano magnífico de aquellos que tenía guardados en su archivo personal. Aunque la mayor parte estaban pensados para embarcaciones piratas y eran mucho más pequeños que su barco, había alguno de aquellos planos dedicado a aquel otro tipo de clientes. Y tenía la impresión de que el precio no les importaría mucho.

Salí de la parte inferior del barco y lo rodeé lentamente fijándome en todos los detalles. El castillo de popa era impresionante. Desde fuera parecía una mansión digna de un multimillonario, con la madera labrada formando escenas con todo lujo de detalles. En el centro destacaba una, la ejecución de Gol D. Roger en Logue Town. ¿O quizás era la de Luffy Sombrero de Paja? No. Definitivamente se trataba de Roger, Monkey D. Luffy había llevado su característico sombrero hasta el mismo patíbulo.

En otros cuadros, más pequeños estos, había otras escenas de la historia de la piratería, algunas más recientes, otras más antiguas. Pero, sobre todo, llamaban la atención los rostros esculpidos con todo detalle en los "marcos" de cada una de aquellas escenas. Todo correspondían a piratas que habían dejado su huella en la historia: Barbarroja, Gol D. Roger, Rayleigh, Shanks el Pelirrojo, Barbablanca, Barbanegra, Sombrero de Paja y toda su tripulación, Kaidou, Puño de Fuego, Don Flamingo, Eustass Kidd…

¿Quién habría construido aquel barco que parecía más bien una enciclopedia? Entre aquellas caras había Emperadores, Shichibukais, sus subordinados y los tres hombres que habían sido merecedores del título de Rey de los Piratas, aunque las leyendas que giraban en torno al cruel y sanguinario Barbarroja nunca se refirieran a él como tal. Y todos tallados con una precisión asombrosa, como si el autor los hubiera conocido a todos, como si hubiera revestido de madera sus rostros…

Madera del árbol Adam, aquel perfectísimamente labrado castillo de popa… pero lo que más destacaba era el mascarón de proa. Dos preciosas sirenas plateadas sostenían en sus manos una corona dorada engarzada con joyas. Tuve que subirme a la cubierta para observarlo más de cerca. Estaba construido de verdad con plata y oro y las piedras preciosas eran reales. Era un tesoro en forma de barco. Increíble. En los años que llevaba viendo barcos ir y venir nunca había visto nada igual.

Examinando más de cerca la corona, que parecía atraerme como las moscas son atraídas por la miel, pude ver que en el interior llevaba una inscripción todo alrededor. Casi me caigo al intentar leerla, pero al fin pude ver que decía: "Esta es la verdadera corona: la del Rey de los Piratas. Sólo él podrá tomar posesión de mí. Sólo a él le serviré en cuerpo y alma".

– Sabía que no cometerías la estupidez de dejarle este barco a esos farsantes – habló Bettum desde la puerta. – Hacía tiempo que no lo veía. Me pregunto cómo lo consiguieron…

– ¿Lo habías visto antes?

La Joya de la Corona, el último barco que construyó Iceburg – dijo mientras asentía. – Él y Pauley lo diseñaron para Sombrero de Paja cuando regresó a Water 7 después de convertirse en Rey de los Piratas. Yo les ayudé a construirlo.

– Pero el Thousand Sunny

– Sombrero de Paja nunca llegó a usar La Joya. De hecho, el barco no llegó a salir de Water 7 – se encogió de hombros. – Pauley asumió el compromiso de custodiarlo hasta que Luffy lo reclamara para sí… No sé cómo ha llegado a manos de esos… – suspiró. – ¡Pimfry! ¡Trae mis herramientas!

– ¿Qué haces?

– ¿No es obvio? – se encogió de nuevo de hombros. – Vamos a trabajar juntos en esto.