—Nicté, despierta —dijo Rick Hunter con la vista puesta en el horizonte.

—¡Umm! —de estar apoyada en su lado izquierdo pasó al derecho, dijo con la voz adormilada—. Cinco minutitos más, madrina.

—Te perderás esto, dormilona.

Su acompañante se tapó la boca al dar un profundo bostezo y se talló los ojos con su mano derecha.

—¿Ya llegamos? —estirándose en el asiento.

—Ve por tu lado izquierdo.

En ese momento, los rayos del sol despuntaban por el este, ahuyentando las sombras de la noche. El cielo se comenzó a teñir en tonalidades rosas, lilas, azules y anaranjadas. Ambos pilotos celebraban su buena fortuna, pues pocas veces se podía ver un amanecer con tanta claridad. La chica sacó su cámara para capturar tan hermoso momento.

—¿Cuánto llevamos en el aire?

—Casi cinco horas.

—Exactamente ¿adónde vamos? No has querido soltar prenda desde que salimos de Nueva Macross.

—¡Qué curiosa eres! Te dije que es una sorpresa. Oye, ¿cómo están tus piernas? —preguntó con afán de evadir ese tema de conversación.

—Muy bien y no me cambies el tema, Rick Hunter. ¡Ya dime! Me tienes intrigada. ¡Ándale, una pista! —pidió con ansiedad.

—Nop —sacándole la lengua y esbozando una sonrisa de travesura—, lo sabrás hasta que lleguemos. Mientras, disfruta el paisaje —y volvió su atención al frente.

—¡Umph!—puso cara de enojo—. ¡Lo descubriré, ya verás! Muy bien, tenemos una dirección norte-sur, lo sé por el sol. Si llevamos casi cinco horas de vuelo desde las 0010. ¡Me lleva! ¿Para qué me quedé dormida? Tal vez si veo el paisaje logre orientarme. Se asomó por su lado derecho y alcanzó a ver una cadena montañosa coronada de nieve. De pronto, un gran coloso de piedra sobresalía de entre las demás dejándola anonadada.

Flaskback

Éste será tu mayor desafío: los Andes —un serio capitán Galván pegaba sobre un mapa varias fotos paralelas a la parte sur del continente americano, exponiendo ante su consuegro, su compadre y su nieta detalles respecto al viaje de circunnavegación por América—. Encontrarás que varias de estas montañas son en realidad volcanes. Unos ya extintos, otros más inactivos y uno que otro, en franca actividad. Es una zona altamente sísmica.

Y éste —tocó el turno al capitán Andrade— es la más alta —pegó cuatro fotos 8x10 pulgadas de las caras de una montaña nevada con paredes planas y picos afilados—. El Aconcagua. Debes conocerla a fondo, Colibrí, aunque no es nuestro propósito escalarla. Ubicación geográfica, límites, posición, clima.

La joven universitaria Nicté Andrade se acercó más a estudiar aquella imagen y de inmediato respondió.

Es la misma que asustaba al avioncito bebé que debía dejar el correo en Mendoza para ayudar a su papá. Es demasiado escarpada, la fuerza de los vientos ha de ser impresionante. Ni idea de cómo tomarla con una avioneta.

¡Ah, que mi ahijá! Recordando las caricaturas que te llevábamos a ver cuando empezaste esto de volar. ¡Atenta, chamaca! La montaña no es un monstruo.

Ya lo sé, padrino. Quizá sí un albur, pues dependiendo de la estación del año, las corrientes de viento y las tormentas son más o menos intensas. Si cometo un movimiento en falso a la hora decisiva, somos fiambre.

Estás fotos me las hicieron llegar desde Chile, mañana me llegan las de Argentina. Son necesarias para que atiendas todos estos detalles por si hay que cambiar rumbo debido a…

Calló al verse abruptamente interrumpido por Galván.

—"Emergencias, abastecimiento, cambio de clima". ¡Ya párale, Raúl! La niña ya ha de soñar con tanta cosa —Name y Nicté atestiguaron divertidos otro encuentro más entre los abuelos.

Bien sabes que es de vital importancia, Luisito —arremedando la última palabra.

¡No me llames, Luisito, tarado! Así me decía mi madre, Raulito —imitando al otro.

¡Cállate, Topo Gigio! Me caga que me llamen Raulito.

¿A quién le dices Topo Gigio, estirado?

El capitán Name tuvo que tocar una campana de metal que adornaba su sala para detener de una buena vez el pleito. El capitán Andrade tuvo que sentarse a beber su cerveza para calmarse. Se reía discretamente, pues le encantaba molestar a Luis con cualquier tontera.

Está bien, está bien, compadre —suspiró Galván—. ¡Rápido, m'ija! ¿Productos que puedes encontrar en la provincia de Mendoza?

Vinos, los mejores de Argentina. Oigan, realmente ¿cuál de las tres rutas haremos? ¿La de costa empezando por el Pacífico o la del Atlántico? También mencionaste, abuelito Raúl que igual era por tierra.

Estamos por definirla —le dio un abrazo por los hombros—. Necesitamos ver tus avances en el simulador.

Fin del flashback

Aconcagua, altura 6962 metros sobre el nivel del mar; 32° 39'' S, 70° 00''O. Ubicación, provincia de Mendoza, Argentina. El punto más alto del continente y el segundo en el mundo. ¡Estamos en Sudamérica! Unas pequeñas lágrimas cayeron de sus ojos recordando aquellos planes. Se asomó intentando ver los campos, pero un resplandor la alertó.

—Rick —lo apremió.

—¿Qué sucede?

—Tenemos compañía.

—Encenderé el radar desconcertado al ver la pantalla—. No hay nada.

—Atrás de nosotros, muy abajo, cuatro naves en formación de combate.

—¿Puedes ver si son zentraedis?

—Son humanas. Cuatro varitech.

En un abrir y cerrar de ojos, quedaron custodiados por las naves. La piloto mexicana advirtió que en la cola llevaban la escarapela albiceleste de la fuerza aérea argentina, tres círculos concéntricos: dos azul celeste en el exterior y el interno, blanco en medio de ambos. Y una voz masculina salió de la tacnet.

—Nave desconocida, identifíquese. De lo contrario abriremos fuego —su tono fue muy amenazante. A lo que Rick decidió pronunciar la matrícula.

—Habla el capitán Rick Hunter, VT-02, Macross. Vengo con otra persona. No traemos armamento. Repito, no traemos armamento.

Los cuatro pilotos se extrañaron con la respuesta.

—¿Macross? —en comunicación privada—. Líder, ¿será una misión de reconocimiento del GTU?

—Quiera Dios que no empiecen de nuevo las hostilidades estos hijos de puta. Habrá que cerciorarse. Pereyra, González y Quiroga, verificación visual infrarrojo.

—Aquí, Quiroga, el análisis no muestra armas. Dos personas abordo y equipaje.

En el VT-02

—Están muy sospechosos —el líder Bermellón cada vez se ponía más nervioso.

—Permíteme hablar con el jefe. Tal vez lo convenza de que venimos en son de paz.

—¿Puedes hacerlo?

—Sí —se acercó al asiento de adelante lo suficiente para distinguir la imagen en la tacnet—. Oye, Andretti, serénate y muestra tus modales, ¿quieres?

Rick sintió un escalofrío subiendo por su columna.

—¡Estás loca! ¿Quieres que nos maten? —exclamó molesto.

Al escuchar aquella voz tan familiar, los cuatro pilotos argentinos quedaron en estupor.

—¿Ek Balam?

—La misma, ¿cómo están, pibes? —saludó sonriendo con la mano. A su nervioso compañero—. Tranquilo, son amigos

—¿De verdad es..? —Andretti se estaba emocionando.

—Afirmativo.

Al unísono, los cuatro pilotos pegaron un gran chiflido de alegría que dejó un poco sordos a los pasajeros del VT-02.

—Un gusto, capitán Hunter. Soy el capitán Hugo Andretti. ¿Cuál es su rumbo?

—329.

—Síganos, los escoltaremos.

Entre los pilotos

—¿Por qué pienso que habrá que preparar los cubos y las esponjas con lejía?

—¡Callate, Pereyra! No veo a los otros gatos.

—Imaginate la goleada que nos va a meter La Mole el solo, ¿viste? —comentó González.

—Ya pasó la temporada de juegos de guerra. ¿O será que los jefes nos guardaron este encuentro? —Andretti avisó a la torre de control sobre los visitantes y que prepararan su recibimiento.

Uno a uno los cinco varitech aterrizaron en el aeródromo militar de San Carlos de Bariloche. Los miembros del escuadrón argentino corrieron curiosos a comprobar si los visitantes eran quienes decían ser.

—¿San Carlos de Bariloche? —exclamó muy impresionada la piloto mexicana.

—Todavía nos falta para nuestro destino. Y cuando lleguemos, tienes muchas explicaciones que darme, Ek Balam —Nicté Andrade sacó la puntita de la lengua con mirada traviesa. Y el capitán Hunter bajó de un salto.

Los cuatro pilotos ya lo esperaban al pie, junto con algunos miembros del personal de tierra. No podían creerse aquella visión: su modelo a seguir, el héroe máximo de la guerra entre humanos y zentraedis ante sus ojos. Creían estar soñando. Fue cuando el capitán Andretti mencionó.

—¿Dónde está la mina más letal del aire?

—¿Mina? Yo no vi ninguna —Rick no sabía a qué se referían.

—¡Hey! Acá arriba —gritó la teniente Andrade.

—¡Bajate, ché! Ni que estuviera alto. ¿O ahora vos eres tímida? —González se puso a la altura de donde la joven estaba y por respuesta recibió los dos bastones ortopédicos. Otra sorpresa. Los cuatro se extrañaron ante aquellos aparatos.

¿Qué estaba pasando? El capitán Andretti ordenó ir por el elevador para ayudarla a bajar y le pasaron los bastones para poderse apoyar. Al verla, la abrazaron entre todos dejando a Rick un tanto desconcertado.

—¿Tal mal quedaste de lo de Salgado? ¿O fueron los Jíbaros de Quito?

—Eso fue hace un año, Marquitos. Y estoy así por unos humanos locos en Nueva Macross.

—¡Ufa! —Pereyra soltó un resoplido—. Además de los zentraedis, ¿también tenés que lidiar con eso?

—Rick, te voy a presentar. Chicos, el capitán Rick Hunter, mi líder del escuadrón Bermellón. Ellos son el escuadrón Cóndor de Argentina, su líder es el capitán Hugo Andretti —un hombre alto de tez apiñonada, ojos verdes y cabello rubio cenizo, particularmente apuesto—. El teniente segundo Marcos Quiroga —tenía los dientes un poco salidos, cabello castaño ondulado, regordete y de expresión graciosa, tez blanca—. El sargento Felipe Pereyra —tez morena clara, porte atlético y tan alto como Andretti, con lentes de armazón invisible, cabello negro lacio—. El cabo Diego González —tez pálida, cabello ondulado rojizo, delgado y con una leve barba de candado, estatura similar a Quiroga.

—Un honor conocerlo, señor —se cuadraron saludándolo marcialmente.

—Gracias, no es necesario tanta ceremonia. No estoy en servicio.

—Usted es una leyenda, capitán Hunter —afirmó Quiroga.

—Sobrevivir con su escuadrón y la capitana Hayes a su cautiverio en un crucero zentraedi —siguió Pereyra.

—El único oficial que ha sostenido peleas rudísimas con su superior en la tacnet —agregó González.

—La batalla de Marte donde arriesgó su vida cumpliendo órdenes —concluyó Andretti.

—¿Todo eso saben de mí? —se quedó parpadeando sorprendido.

—Y la principal. Su estilo de vuelo es como un ariete, embiste para dividir al enemigo —dijeron los cuatro al unísono.

—Gracias —sonrojado y con la mano detrás de la nuca—. Soy un piloto como cualquier otro. Hago lo mejor que puedo. De verdad, es un honor conocerlos. De casualidad, ¿saben dónde puedo rentar un auto?

—Yo lo llevo —se ofreció uno de los miembros del personal de tierra.

—Vengo en unos minutos y me encargo del equipaje —dirigiéndose a la teniente Andrade.

—Tú ve lo del coche. Las maletas son cosa mía.

—No puedes. Tu mano… —recordó las palabras del doctor Miyagi al notar aquel brillito de molestia en los ojos de su pareja—. Está bien —resignado—. Ten cuidado —y se fue con el mecánico.

En cuanto estuvieron lejos del alcance de su vista y oído, comenzó la plática.

—Entonces sí te transfirieron después del quilombo con Salgado —comentó Andretti.

—Aunque nunca me imaginé que a Macross —Pereyra se rascó la nuca.

—Entonces volás con el Señor Fantástico y la Chica Invisible —concluyó González—. ¡Macanudo!

—Ajá y mi jefe superior es Antorcha Humana. Y Barracuda volvió al Skull.

—Toñito Arce. Me cae bien ese loco. ¿Y qué hacen acá? —inquirió Quiroga.

—Es un viaje de sanación. Ya ven como ando.

—Exactamente ¿qué te pasó, ché? —la suspicacia natural en Pereyra le hizo disparar la pregunta principal.

A grandes rasgos, la teniente Andrade les contó de cómo el grupo terrorista de Lynn Kyle mantuvo presos del pánico a los militares de cuatro ciudades para llevar a cabo su venganza contra la RDF y el GTU, su cautiverio, además del posterior y milagroso rescate.

—Pues disfrutá estos días. Vos que tanto querías venir acá y se te hizo —sonrió González.

—¿Y los Plateados? Ojalá pudiera verlos.

—Cuando se enteren que estás aquí, te buscarán. Sabés que te quieren mucho —terció Andretti.

—En reunión con Bielsa y otros líderes de nuestra región —señaló Quiroga. El general Armando Bielsa era el líder máximo de la RDF en Argentina.

Una reunión que incluyera a tales personajes solamente implicaba una cosa: problemas.

—¿Todo en orden? —preguntó con cierto tono de preocupación.

—No tanto, las marchas desde el norte continúan. Estamos reforzando nuestros perímetros desde México hasta Tierra del Fuego, incluido el Caribe.

—Llegan a la Amazonia y se les pierde el rastro. No sé, me temo que algo choto (desagradable) —afirmó contundente González con los brazos cruzados al pecho.

—Oigan —dijo Pereyra esbozando una sonrisa—. ¿Se acuerdan del empate que tuvimos con tus Jaguares?

Los cinco se echaron a reír.

—Terminamos con jabón hasta por debajo de las narices. Nunca me había divertido tanto —Quiroga se tomó del estómago carcajeándose.

—Mejor ayúdenme a bajar las maletas. Nomás estamos en el chisme y sin hacer nada —señaló la piloto al divisar a Rick de regreso.

González y Pereyra se encargaron de tal tarea.

—El que es capaz de cruzarse la cordillera desde Maipo en tres segundos será Comics. ¡Eh, capitán! ¿Se toma una foto con nosotros? Es para el salón de recuerdos —extendió la invitación Quiroga.

—Sí, con gusto —a Nicté—. Ya tenemos ruedas. Es hora de seguir nuestro viaje.

Se reunieron los seis para hacerse una foto con su celular. La idea era imprimirla y colgarla en su hangar, pero también molestar al líder del escuadrón Caupolicán de Chile. Sebastián Cómics Tejeiro presumía de tener en su haber todo tipo de información estadística sobre los Cuatro Fantásticos, al grado de hartar a sus colegas de Latinoamérica.

—Pues muchas gracias por el recibimiento. Eso sí, nos metieron un buen susto —estaba por tomar las maletas. Una por viajero.

—De ninguna manera —Quiroga tomó la de Rick y González la de Nicté, dejando al líder Bermellón boquiabierto—. Son invitados de nuestra tierra. ¿Dónde las llevamos?

—Camioneta Toyota RAV4 gris acero, por favor.

Los fueron siguiendo hasta el estacionamiento. Rick conversaba con Andretti.

—Somos cuidadosos, capitán Hunter. No todos los días vemos naves del GTU.

—¿Siguen recelosos por lo de la última guerra mundial? Tenemos que trabajar juntos para reconstruir la Tierra.

—Concuerdo con usted. La Lluvia de la Muerte dejó grandes pérdidas. Nada más vea las cosas desde nuestro punto de vista. Los zentraedis han sido lo único que unió a la humanidad. De otra manera, la guerra mundial seguiría. Tal vez —volteó hacia la teniente Andrade— esta conversación ni siquiera existiría. Bienvenido a la Argentina —estrechándole la mano.

Mientras que con Pereyra.

—Cuidate, petisa. Con los gringos no se sabe. Así estén colaborando con los zentraedis, no me fio. Ya ves que con lo de guerra mundial nos hicieron muchas. Por eso el sustito.

—Lo sé, Lipe. Siempre desconfiados. Y no es para menos. Ustedes recuperaron Malvinas, Puerto Rico se independizó de Estados Unidos y toda Latinoamérica dijo "No va más".

—Recuperate pronto, linda —ya los demás pilotos la rodeaban abrazándola—. Te esperamos para los siguientes juegos.

Se despidieron del escuadrón Cóndor de Argentina y tomaron la carretera hacia el norte donde permanecerían los siguientes días. A lo largo del camino, Rick Hunter y Nicté Andrade pudieron admirar los bosques patagónicos en todo su esplendor, completamente verdes. Aquellos eran los últimos días de la primavera austral para dar paso al verano. Sin embargo debido a la Lluvia de la Muerte, la Patagonia, prácticamente intacta al igual que la Amazonia, ahora sufría de imprevistos cambios de clima en un solo día sin importar la estación del año.

Tras dos horas de camino, luego de pasar una curva bastante cerrada, se impuso ante ellos el lago Lácar y una ciudad en una de sus orillas. Al contemplar la vista y la expresión de su novia, Rick Hunter no pudo estar más de acuerdo con su elección. Era el sitio ideal para descansar, según el folleto turístico, y para una reconciliación de pareja.

Después de preguntar, llegaron a un café en específico en el centro de la ciudad donde ya los esperaba Dora Montesco, la encargada de la cabaña donde se hospedarían. Era una mujer de 35 años, trigueña de cabello ondulado sujeto con un pañuelo y con lentes ovalados de armazón dorado.

—Buenos días. ¿La señorita Montesco? —la mujer asintió con la cabeza al escuchar la voz del piloto parado enfrente de ella—. Soy Rick Hunter. Hablé con usted hace tres días para informarle de nuestra llegada —le tendió la mano.

—Buen día —le estrechó fuertemente el saludo. Tenía un marcado acento argentino en su suave voz—. ¿Qué tal el viaje?

—Bastante tranquilo. La camioneta está por acá —guiándola donde la estacionó.

El piloto le abrió la puerta de atrás para que pudiera subirse. Se presentó con la teniente Andrade debidamente. Dora Montesco señaló a la joven con una mirada a lo que Rick asintió. Partieron hacia el oeste a una distancia de seis kilómetros.

—¿Y qué planes tienen durante su estancia?

—Descansar, primero que nada. Después exploraremos otras posibilidades —destacó la teniente Andrade volteando hacia su interlocutora.

—Yo le comenté de caminar por el bosque. Es delicioso este aire. Tan puro y ligero de respirar —destacó Rick.

—Les sugiero montar a caballo, la pesca de truchas —al joven le brillaron al escuchar aquella opción—, paseos por el lago. O también ir al parque nacional del Lanín.

—Se oye bastante bien. ¿Tú qué dices, Nicté?

—Ya quiero descubrir este lugar.

—Veo que vienen con muchos ánimos.

Entraron a una calle cerrada. La cabaña para los pilotos se encontraba hasta el fondo. Era una construcción de un piso hecha completamente en madera con techo de dos aguas. Tenía un porche con varias mecedoras desde donde se podía admirar el lago. En la parte trasera se encontraba una huerta con manzanos, perales, duraznos y albaricoqueros; así como un sendero que llevaba al bosque. Desde aquel lugar se contemplaba el volcán Lanín cubierto por nieves eternas.

—Dejen los zapatos en esta parte —traspasando la puerta, había una zapatera y algunas pantuflas afelpadas. Ambos pilotos se quitaron sus zapatillas deportivas—. Pasen, por favor. El piso está pulido, así que bien podrían andar descalzos sin usar calcetines. La casa cuenta con un living con un hogar de piedra…

—¿Un qué? —Rick no entendió a qué se refería.

—Lo que ustedes llaman sala. La cocina es a gas y leña. Tienen una vajilla, electrodomésticos, cubiertos, vasos y una batería para preparar sus comidas. El comedor, un baño con una ducha pequeña. Al fondo está la recámara también con chimenea por aquello de las noches frías y un baño con ducha, videt, inodoro y una tina.

En la parte de atrás está el cobertizo donde encontrarán troncos. El hacha ya está afilada por si necesitan hacer leña. También hay una pequeña fuente con agua del deshielo. Completamente limpia. ¿Todo es de su agrado?

—El folleto de la agencia sólo hablaba de las instalaciones. Jamás mencionó tanto esmero.

—Me gusta que mis clientes se queden con un buen sabor de boca para que quieran volver. Les hago entrega de las llaves. ¡Ah, me olvidaba! Hay algunas cosas para comer en la cocina. Están frescas. Y la mucama viene diario a hacer la limpieza como a las 10 de la mañana.

—¿Alguna otra cosa que debamos saber, señorita Montesco? —fue le turno de Nicté preguntar.

—Como sabrán, el cambio climático es una constante en esta zona desde la Lluvia de la Muerte por lo que es muy común que tengamos un día soleado, vientos fuertes y lluvias en un mismo día, incluso los inviernos se han hecho demasiado crudos. Tienen ropa de cama abrigadora por si llegan a sentir un bajón en la temperatura en los baúles de las camas.

—Trajimos ropa térmica como nos recomendó —completó Rick.

—Perfecto. Si no hay más dudas, sería todo de mi parte. Bienvenidos a San Martín de los Andes —ante aquel nombre, la teniente Andrade sintió un ligero temblor en su cuerpo.

Tal vez lleguemos a descansar en San Martín de los Andes. Es un sitio precioso para ir a esquiar, mi niña. Es tan bonito como Bariloche. Acuérdate del video de Luis Miguel.

—Gracias, señorita Montesco. Cualquier cosa le llamamos.

Se despidieron en el recibidor. Mientras Rick acompañaba a la mujer, Nicté Andrade aprovechó para dar un recorrido por el jardín. Se maravilló de ver el paisaje. En la fuente, se salpicó el rostro. El agua estaba un poco fría. Aquella era una vasta propiedad, los árboles tenían el follaje de un verde intenso y las frutas maduras colgaban de sus ramas. No fue raro encontrar algunas en el suelo, las cuales recogió y lavó con esmero en el fregadero de la cocina. Era hora de desayunar.

Revisó las alacenas y descubrió que tenían harina, levadura, azúcar, café y nueces. Fue al refrigerador y encontró leche fresca en botellas de vidrio y una barra de mantequilla. En la mesa de la cocina estaba el pan y una canasta con huevo.

Las sartenes e implementos estaban tan bien organizados que no fue problema localizarlos. Tomó un pocillo de peltre para preparar el café. Cortó las frutas en pequeños cubos y se dispuso a preparar el plato principal.

Al cabo de varios minutos, Rick regresó.

—¿Y bien? ¿Qué te parece? —se apoyó en el marco de la puerta con las manos metidas en sus jeans dejado los pulgares por fuera.

—Me dejaste sin habla. Siéntate, ya te sirvo el desayuno.

—¡Qué bueno! Muero de hambre.

—Lo noté —sin despegar sus manos de su labor en la estufa—. Tu estómago se la pasó gruñendo de camino aquí.

—¿Qué preparas? —se puso detrás de ella observando aquel guiso—. Se ve bastante bien —y su cálido aliento la puso nerviosa. Y el aroma de Nicté también deleitó al piloto.

—Omelette de manzanas. Es una receta de mi hermano Carlos. El pan ya está —señaló una canasta con pan tostado.

Rick dispuso el arreglo de la mesa y la ayudó con el café y la leche.

—Cookie Monster —sonrió divertida.

—¿Por qué dices eso?

—Así le voy a llamar a tus tripas ruidosas.

—¡Niña traviesa!

Comieron con buen apetito después de varias horas sin probar bocado. Al terminar, Rick recogió la mesa y lavó todos los trastos sucios.

—Aclárame un punto. ¿Qué o quién es Ek Balam?

La chica secaba las cucharas.

—Mi sobrenombre en el escuadrón Océlotl —respondió un tanto cohibida—. Significa Jaguar Negro o Estrella Jaguar en maya.

—¿Por qué te lo pusieron?

—El coronel Suárez fue quien nos los puso basándose en nuestros caracteres y biografías. Quería que tuviéramos nombres de guerreros, para inspirarnos fuerza, valor y confianza. En mi caso, influyó mucho el ser una de las sobrevivientes del SDF-1

—Me pareció que el escuadrón Cóndor te veía con cierto respeto.

Suspiró profundamente.

—Fue complicado ganármelo. Debía estar a la par de mis compañeros y jamás amedrentarme por lo que me dijeran o me hicieran, aunque tuviera miedo de fallar. Una mujer piloto de combate es una rareza entre mi gente. Es más común encontrar mecánicas.

Ya que estamos hablando de temas íntimos, hay algo que quiero saber.

—Dime.

Sacó su medalla por encima de la playera.

—¿Cómo es que la recuperé? Estoy segura que la había perdido durante mi captura.

—¿Tony no te dijo? ¿Vanessa?

—Por más que les pregunté, me decían que debía permanecer tranquila por aquello del estrés y tener mucho descanso para recuperarme. Prácticamente, desconozco todo lo que sucedió desde que me llevaron al hospital.

—Estaba atorada en la escalerilla de acceso a la guarida de los terroristas. Roy la encontró y yo la guardé hasta que pudiera dártela —calló para guardar los platos—. La sostuve mientras esperaba alguna noticia en lo que te operaban. Nunca he pasado unas horas más angustiantes. Me estaba volviendo loco. En cuanto los médicos nos dieron el parte, le pedí a Vanessa que te la colocara.

Y dio un bostezo muy profundo y se talló los ojos con su mano derecha.

—Ve a descansar. Volaste sin dormir desde que salimos de la boda.

—¿Por qué no vamos a caminar? Sirve que me despejo —se frotó el rostro con las manos.

—¡Mira nada más que ojerotas traes, Rick! ¿Desde cuándo no descansas bien?

Se hizo el silencio.

—Los Lynn me contaron que te vieron muy desmejorado durante el tiempo que permanecí en el hospital. Que al parecer ni comías.

—Necesitaba saber de ti. Ni hambre tenía de pensar solamente en lo mucho que te había lastimado por esas estúpidas fotografías.

—¿Cómo para castigarte sin comer y sin dormir? —su voz sonó incisiva.

—Tampoco lo veas de esa manera. Estaba muy preocupado y con eso de que tus amigas me bloquearon, no podía hacer otra cosa.

—Esas tres cabezas locas son adorables —sonrió por unos momentos—. Es cierto que descansé, pero también me sentí muy sola. Una vez soñé contigo. Ibas a visitarme al hospital, tomaste mi mano y me pedías perdón. Y que fuera feliz, aunque no fuera contigo. ¡Qué absurdo!

Rick se le quedo viendo tristemente a los ojos.

—Eso hice realmente. Fue al tercer día de tu regreso a Nueva Macross cuando pude ir a llevarte el oso de flores —se apoyó en el fregadero bajado la cabeza—. Verte conectada a esos aparatos y con todas esas heridas y golpes en tu cuerpo, me dolió en el alma. La furia me cegó. Quería matar a Kyle con mis propias manos.

—¡Rick! —y le temblaron los labios al escuchar aquellas duras palabras.

—Pensé una y mil maneras de hacerlo pagar. No estoy orgulloso por mi comportamiento. Gracias a Vanessa pude calmarme —sonrió cínicamente—. Me siento muy cansado. Tal vez tengas razón, iré a dormir. Estoy hablando de más. ¿No te importa?

—Descuida. Yo guardo lo demás y daré una vuelta por ahí.

—También debes descansar. Estás en recuperación.

—Caminar forma parte de mi rehabilitación. ¡Ve a la cama! Y hablo muy en serio, Hunter.

Rick se despidió dándole un beso en la coronilla. Al cerrar la puerta, volvieron a él las palabras del doctor Miyagi. Tampoco voy a permitirle que se trepe a un árbol, doctor. Se acostó en la cama y tardó nada en quedarse profundamente dormido.

Sin embargo, el plan de la teniente Andrade no consistía en permanecer cerca. En su exploración por el jardín descubrió el sendero que llevaba al bosque y ni tarda ni perezosa emprendió la caminata siguiendo siempre en línea recta para evitar extraviarse. Lo hizo a paso lento. El terreno era firme, producto de la humedad de la zona. Tuvo por compañero la vista del Lanín a lo largo de su paseo. ¿Mis Águilas te habrán visto como lo hago yo? ¿Tan majestuoso e imperturbable? Después de un tiempo, llegó a un claro. Apoyó los bastones en el tronco de un árbol. Respiró profundo y empezó a caminar.

—Uno, dos —tuvo un ligero trastabille—. Otra vez. Uno, dos —y cayó de rodillas. Se puso nuevamente de pie—. Tú eres mi testigo —hablándole a la montaña blanca—. Me propongo llegar al otro lado del claro.

Hizo varios recorridos. Para entonces, tenía tierra en las rodillas y en los puños de su sudadera. Se sentó a descansar en un tronco caído y de paso, se sacudió.

San Martín de los Andes. ¡Qué escondidito te lo tenías, Hunter! Se rio melancólica. Tanto que planeamos la vuelta a América para terminar en el bote de la basura y heme aquí sin siquiera imaginarlo. Abuelos, padrino, ¿pueden escucharme, pueden verme allá desde su tumba de los Andes? A veces pienso que andan penando desde ese día. Por favor, yo estoy bien, solamente que los extraño mucho. Como si sus palabras hubieran sido atendidas, una brisa fuerte y fresca sopló despeinándola. Se está tan bien. Parece que estuvieran aquí conmigo.

Ese mismo vientecillo despertó a Rick que yacía boca abajo en la cama.

—¡Ashh! —se frotó los brazos con fuerza—. ¿Deje cerrada la ventana? —dio un gran bostezo—. ¡Yawmmm! Este sueñito me vino de perlas —se frotó el cuello y se estiró con pereza. Permaneció boca arriba viendo el techo con las manos detrás de la nuca.

Todo esto me recuerda mi hogar en la granja. La cabaña de hecha de madera. Desde mi cuarto podía ver las estrellas y la luna. La de veces que me quedé dormido en el alféizar de la ventana esperando ver el trineo de Santa. El viento agitando el trigo. Dio un profundo suspiro. Esta paz es tan reconfortante. Me encantaría quedarme aquí con Nicté por mucho tiempo. Mejor dejo de soñar.

Se levantó para dirigirse al cobertizo. Había que cortar leña. No quería que los agarrara el frío de la noche. Tomó el hacha y comenzó su labor.

—Igual que en la granja —apoyó el pie en el tocón y dio el primer golpe al tronco enfrente suyo. Así siguió por largo rato. Al sentirse acalorado por el esfuerzo, se despojó de su chaleco acolchado y su camisa quedándose con el torso desnudo. Se sentía tan contento que comenzó a silbar.

Ya de regreso, Nicté Andrade disfrutaba del camino, el aroma del bosque y la brisa juguetona. Cerca de la cabaña, oyó un ruido que no supo identificar. Con cautela, asomó la cabeza entre el follaje y se quedó con la boca abierta.

Era Rick, en pantalón de mezclilla, empuñando el hacha. El cuerpo del piloto, delgado y con los músculos ligeramente marcados, brillaba por el sudor. Aquella imagen le mostró a la teniente Andrade a otro Rick Hunter: uno más salvaje, instintivo, rudo. Su boca se fue humedeciendo y más al notar que el piloto fue a la fuente a refrescarse. Observó atentamente a su compañero llevar la leña adentro. Era la señal para salir de su escondite.

En la fuente, bebió un poco de aquella agua tan pura y cristalina. Y escuchó a alguien detrás de ella.

—¡Al fin volviste! ¿Qué tal tu paseo? —ya traía una camisa a cuadros azul y rojo arremangada por arriba del codo.

—Fue una pequeña caminata —calló unos breves momentos para contemplarlo—. Debió costarte todo este viaje.

—Bien los valemos. ¿Lista para ir al pueblo? Nos hacen falta algunas cosas para comer.

La piloto asintió. Subieron a la camioneta para ir nuevamente al centro. Ese día, precisamente, se colocaba un mercado ambulante donde se vendían diversos productos de los alrededores. La romería, los pregones de los comerciantes y los aromas de la mercancía también le hicieron sentir a Nicté Andrade como en casa. En cambio, para el capitán Hunter todo aquello era completamente nuevo e inesperado.

Compraron frutas, verduras y un poco de carne y queso. Disfrutaron de la plaza observando a los lugareños mientras comían un choripán con chimichurri. Lo que más le llamó la atención a Rick Hunter fue que los saludaban, aun a sabiendas que no eran de por ahí.

De repente, un grito los sacó de sus pensamientos.

—¡Eh, líder Jaguar!

Eran dos sujetos con el uniforme militar de la RDF. Uno de ellos tenía el cabello negro, lacio y corto, ojos verdes, tez blanca y de estatura similar a Rick. Abrazó efusivamente a Nicté Andrade.

—¿Qué hacés aquí, Nicté?

El otro militar de cabello castaño oscuro tipo melena, tez apiñonada y ojos café se les unió. Rick comenzó a sentirse un tanto incómodo con la familiaridad de aquellas personas con su chica. Sin embargo debía guardar la compostura.

—Visitarlos. Desde hace un año que ni se acuerdan de los amigos —sonó un tanto ofendida. Era broma, por supuesto.

—Pensamos que Andretti hablaba jugando cuando nos contó que viniste con La Mole. Por cierto, ¿vos no escuchaste el grito de Cómics?

—No, ¿qué le pasó?

—Por ver la foto de los Cóndores con ustedes dos. Creo que se quiere pegar un tiro. Me alegra, a ver si se le quita lo presumido a ese boludo.

—Habló en serio —a Rick—. Te presento a dos grandes amigos argentinos. El mayor ingeniero aeronáutico y piloto Hibiki Morinari —el castaño— y el capitán Francisco Xavier Muller, líder del escuadrón San Martín de Buenos Aires.

Los dos militares lo saludaron marcialmente y le tendieron la mano a Rick Hunter.

—La leyenda viviente de Macross ante nuestros propios ojos —afirmó Morinari.

—Capitán, Esbeliden para los amigos. ¡Dios santo! El piloto más temerario del que se sabe —apuntó con un brillo de emoción en su mirada.

—Un placer, Rick Hunter.

—¿Adónde van? —preguntó Nicté.

—Por una buena amarga (cerveza) y algo de comer. Sabés de sobra que las reuniones son demasiado pesadas.

—Y más con Bielsa. Ya que están acá, ¿por qué no vamos por un buen asado mañana por la noche? Venga, capitán, probará de lo mejor de la Argentina —señaló el ingeniero sonriendo.

—No sé, ¿tú que dices, Nicté?

—Por mí está bien.

—¡Súper! Los esperamos aquí a las 8pm.

—Chao, linda. ¡Qué gusto verlos! —se despidieron de ambos y tomaron rumbo del mercado.

Aunque Rick estaba un tanto molesto porque su plan era estar a solas con Nicté, debía pensar muy bien cómo jugar sus cartas para conseguir salvar la relación. Sería muy fácil volver a caer en una escenita de celos y que su esfuerzo se fuera por el caño. De regreso, guardaron las provisiones en el refrigerador y la alacena. La chica se sentó cansada en una de las sillas del comedor estirando sus piernas.

—¿Te duelen los tobillos?

—Un poco. Ya he caminado mucho este día.

—Si quieres puedo llevarte en mi espalda hasta la recámara.

—Mejor dame tu brazo para apoyarme. Estoy harta de los bastones.

Al piloto del Bermellón le encantó la propuesta de su novia. Se puso firme para que ella se impulsara. Caminaron lentamente hacia la recámara. La cabaña tenia varios cuadros pintados de paisajes de la localidad en las diversas estaciones del año. Al llegar, Nicté se dio cuenta que Rick se había encargado de colocar las maletas en una mesa especialmente diseñada para tal fin.

El cuarto principal tenía dos camas gemelas king size. La cabecera era de madera tallada con motivos de lunas y soles. El tocador con luna estaba casi enfrente de la cama próxima a la ventana. En un mueble, se encontraba la pantalla de televisión. Entre ambos estaba la chimenea de piedra, esperando ser usada. Todos los muebles eran de madera con barniz rojizo. El baño quedaba al otro lado de la habitación, a unos pasos de la otra cama.

—Pensé que compartiríamos la cama —mencionó con cierta sorpresa en su voz.

—Como te dije antes, hasta que tú me lo permitas, te tocaré y eso incluye dormir juntos piel con piel. Ven, el cuarto de baño es fabuloso.

Era un cuarto completamente tapizado con azulejos en diversos tonos de verde. Tenía una ducha con cancelería de espejos, inodoro, el videt y el lavabo. En la tina perfectamente podían caber tres personas.

—Ahora, la pregunta más importante, ¿cuál cama tomas?

—La de la ventana.

—Supuse que lo harías, como te gusta ver el cielo nocturno. Corté algo de leña por si hace frío hoy en la noche.

Se sentaron en el alféizar acojinado de la ventana para contemplar el lago Lácar.

—Te encanta este sitio. Puedo verlo en tu mirada.

—Hay cosas que me recuerdan mucho mi hogar y mi familia. La naturaleza es algo que siempre me ha fascinado. Por eso he querido compartirlo contigo.

—Tengo la sensación de estar en casa. Un tanto la gente y sus costumbres —se quitó las muñequeras, que había adquirido al empezar a usar los bastones, y las tobilleras. Y comenzó a sobarse sus extremidades.

—Ya es hora de tu terapia. Traeré el agua caliente.

—Estás en todo, ¿cierto?

—Simplemente quiero que te recuperes. No tardo.

Minutos después sentada en su cama, la teniente Andrade sumergía su mano izquierda y sus tobillos en aquella agua con sal. Su compañero vigiló que ejecutara cada ejercicio. Notó que la mano izquierda estaba más fuerte, pues dejaba la esponja prácticamente seca al exprimirla. Al terminar, le pasó una toalla para secarse.

—¿Quieres que te dé un masaje? —en sus manos traía consigo la botella de aceite—. La enfermera Herz me enseñó cómo hacerlo.

—¿No te incomodaría tocar mi cicatriz? —refiriéndose a su mano izquierda.

—Sólo si a ti te molesta que lo haga.

Tras pensarlo un poco, respondió que sí.

—Me dices cómo lo sientes. Si hay dolor, avísame para detenerme.

Se colocó una pequeña porción de aquel aceite aromático para aplicarlo en la mano izquierda. Las cicatrices eran gruesas con una textura rugosa. Se advertían claramente el tajo quirúrgico, la entrada donde estuvieran el clavo y el botón, además de las líneas de sutura. Lentamente, con sus pulgares realizó todo el procedimiento tal como le indicaron. Puso tal concentración en su tarea que ni se dio cuenta de la mirada curiosa de Nicté.

Siguió con los pies. Todavía estaban ligeramente inflamados. Rick supuso que debido al tiempo que permaneció parada en la pista. Vertió otro poco del aceite en sus palmas y las posó en el empeine del pie derecho de la chica. Debía ser cuidadoso. Por su parte, Nicté percibió caricias tiernas y delicadas cargadas de un cariño infinito. Fue cuando se empezó a carcajear.

—¿De qué te ríes?

Risas ahogadas.

—¡Me haces cosquillas! —los dedos de Rick estaban en su planta.

—Trata de relajarte. Casi termino.

Al piloto le agradó mucho escuchar aquellas risas. Por lo menos no había dolor. Aplicó la misma técnica en el otro pie. En la zona de las pantorrillas, cada uno por su lado sintió lo mismo, un delicioso calor al estar en contacto piel con piel.

Finalizado el masaje, Rick guardó la botellita en la mesita de noche, fue a lavarse y volvió a sentarse con ella. En un abrir y cerrar de ojos, Nicté Andrade se abalanzó sobre él quitándole los calcetines.

—¡Nooo! —risas—. ¡Ya no! —más risas.

—Esto es hacerme cosquillas.

—¡Basta! —hipando por la risa—. ¡Me rindo!

—¿Te rindes tan pronto? ¡Qué poco aguante tienes, Hunter!

Otra maniobra sorpresiva. Rick Hunter la tomó de la cintura para colocarla bajo él. La respiración de ambos era agitada. Tal vez por el juego previo o por lo que podría suceder. El piloto acercó su rostro sin dejar de ver aquellos ojos y labios que le fascinaban. Sus dedos se detuvieron a centímetros del labio inferior y empezó a retirarse al recuperar un poco la cordura. Así sin más, Nicté Andrade lo tomó de la mano para llevarla su cabello y pudiera acariciarlo.

El joven también dibujó con su índice el perfil, la nariz y sus labios. Y al bajar por el mentón…

—¡Cosquillas, cosquillas!

La lucha reinició. Esta vez Rick sí tomaría parte. Se hicieron cosquillas hasta quedar exhaustos dejando la cama completamente desecha. No supieron a qué hora se durmieron, arrullados por la lluvia que caía copiosamente.