Después de tanto tiempo ausente, regreso con un nuevo fanfic corto. Serán cinco capítulos y epílogo. Como de costumbre, publicaré todos los domingos. Espero que todo os haya ido bien en este tiempo, y que os guste la nueva historia.


Capítulo 1: química

El mar estaba en calma, el sol se ocultaba tras las nubes, una agradable brisa mecía sus cabellos y la temperatura era la idónea. Había escogido para vivir un pueblo pesquero de la costa Pacífica americana por la paz de ese lugar, los largos veranos y el ritmo lento y pausado de ese lugar. No añoraba en absoluto el estrés y el color gris de la ciudad mientras que había terminado por enamorarse de los colores del verano.

Una vez estuvo en, lo que se diría, lo más alto. Pocos fotógrafos lograban escapar de la monotonía de una mera tienda fotográfica que se dedicaba a fotografiar niños, familias, bodas, comuniones, etc. Él salió de allí. Empezó en la tienda de fotografía de su padre, donde desarrolló su pasión por la fotografía y aprendió todo lo que tenía que aprender sobre las luces, los fondos, los paisajes, el movimiento, el color y las texturas. Después, gracias a una afortunada entrevista con la revista Cosmopolitan, se convirtió en un afamado fotógrafo al que todas las modelos adoraban. Posteriormente, incluso creó su propia empresa y se encargó de elegir a las nuevas caras de las revistas.

Ahí empezó la época más oscura de su vida. Por su despacho pasaron mujeres dispuestas a hacer cualquier cosa para llegar a lo más alto. Otro hombre habría sacado partido de la situación; él no lo hizo. Siempre se dijo a sí mismo que tenía un don y que las modelos también debían tenerlo. Su don era captar el alma de la modelo y el don de la modelo era convencer a quienes la contemplaran con su encanto. No todos los fotógrafos valían para esa labor, al igual que no todas las mujeres eran buenas modelos. No se trataba solo de belleza; se trataba de corazón.

Quizás fue la soledad quien lo traicionó. Después de haber hecho ascender a tantas mujeres a lo más alto, de haber hecho tantos contactos, de ganar tanta fama internacional, de haber ganado tantos premios, se dejó engañar por una aspirante a modelo. Jamás estuvo tan ciego. Fue como si alguien hubiera tapado el foco de su cámara, cegándolo. Lo engañó con tanta astucia y crueldad que abandonó su imperio y se marchó a la otra punta del país para lamerse las heridas. Le hizo creer que era inocente e ingenua y, lo que es peor, que estaba enamorada de él. Ojalá él nunca se hubiera enamorado de aquella mentirosa que, en la actualidad, se había convertido en una top-model de fama mundial.

Levantó la taza de café en una silenciosa petición sin apartar la mirada del periódico de ese día. La semana de la moda en Milán daba comienzo la semana siguiente. ¡Cómo si a él le interesara! Tiempo atrás tuvo un asistente personal que lo mantenía al día de cada evento importante y de toda su agenda en general. En esos momentos, la moda no le importaba en absoluto, mucho menos las modelos. Fotografiar paisajes era mucho más gratificante que fotografiar mujeres mentirosas. Al menos, los paisajes nunca se volvían en su contra, lo humillaban o le rompían el corazón.

La taza se hizo pesada a medida que una de las camareras la llenaba. Asintió agradecido y tomó un sorbo antes de percatarse de que la silueta de la mujer no había desaparecido. Consternado, volvió la cabeza hacia una jovencita más niña que mujer con mirada brillante.

— ¿Tengo monos en la cara?

La mujer sacudió la cabeza en una entusiasta negación, pero no se marchó. Entonces, en respuesta, le hizo un gesto tosco para indicarle que le marchara. Nuevamente, no se movió.

— ¿Qué?

— Y-Yo… verá… ¿es usted Inuyasha Taisho? ¿El fotógrafo?

Otra aspirante a modelo. Estaba harto de que lo detuvieran en la calle pidiéndole favores.

— Sí. Ahora que lo sabes, ya puedes marcharte.

— ¡No! Ve-Verá… Yo… — balbuceó.

— A ver si lo adivino… — tomó otro sorbo de café — Quieres ser modelo y estás segura de que tienes un gran talento y muchas aptitudes.

— Y-Yo… yo solo… ¿no cree que pueda hacerlo?

— Deberías ir al colegio en vez de desperdiciar tu vida en un mundo que es mejor que no conozcas.

Creyó haberla despachado con ese último, pero se equivocó por completo.

— ¡Tengo diecinueve años! — exclamó — Ya no voy al colegio. Terminé mis estudios hace…

— ¡Pues ve a la universidad! — exclamó irritado.

— Pero yo quiero…

— ¡Me trae sin cuidado lo que tú quieras!

La joven palideció ante su brusca respuesta. Tiempo atrás, solo tenía sonrisas y cumplidos para las mujeres. En esos momentos, ya era perro viejo, y sabía todo lo que tenía que saber acerca de ellas y de su fingida amabilidad. Todas creían que… ¡Diablos, la chica estaba llorando! Bien, tenía que calibrar mejor el filtro entre su cerebro y su lengua. Al parecer, todavía se le debía notar bastante que estaba resentido con el sexo femenino. Esa chica debiera entender que le estaba haciendo un favor. No parecía en absoluto preparada para el mundo del que él venía; allí, la devorarían, la destruirían.

— Mira, guapa, — se recostó en la silla — eres una niña preciosa y estás muy buena, pero se necesita más que eso para ser modelo.

— ¿Qué me falta? — musitó con un hilo de voz.

— No te falta nada. Simplemente, no eres lo bastante dura y no estoy seguro de que tengas el feeling que se necesita con la cámara.

— Puedo intentarlo…

— Por supuesto, pero yo no quiero saber nada al respecto. Húndete sola, cariño.

Dejó un billete de diez dólares sobre la mesa, cinco dólares más de lo que costaban los dos cafés, y salió de la terraza del café sin volver la cabeza ni una sola vez. Si lo hacía, podría pensar que estaba interesado, que solo se hacía de rogar. Contenerse le costó toda su fuerza de voluntad. La joven camarera parecía hundida. Le recordó a todas aquellas que tuvo que rechazar en el pasado. Evidentemente, no todas podían ser modelos y no todas estaban preparadas para serlo aunque tuvieran aptitudes. Muchas le preguntaban qué estaba mal en ellas, otras se operaban y regresaban. No echaba en absoluto de menos su antiguo trabajo tras la cámara.

Uno de los episodios más duros de su carrera fue cuando encontró a uno de sus modelos en mitad de un paro cardíaco tras haberse metido los dedos en la garganta para vomitar en una cena de gala. No tenía ni idea de lo que estaba sucediendo. Los diseñadores querían mujeres cada vez más delgadas, más irreales. La desesperación llevó a algunas a dejar de comer y a hacer ejercicio de forma compulsiva mientras que otras se dieron atracones de comida por ansiedad para luego vomitar al sentirse culpables. Ahí empezaron los enfrentamientos con los diseñadores. Si él que era el experto decía que la figura de esas modelos era perfecto, que la cámara las adoraba, ¿por qué demonios lo cuestionaban?

Cuando todo aquello sucedió, creyó que ese era uno de los peores baches de su carrera, pero estaba equivocado. Solo fue uno de tantos. Tras eso llegó el Photoshop y todas sus consecuencias de autoestima para las modelos. Jamás olvidaría el día que Midoriko Setsuna, una de sus más brillantes candidatas, le preguntó con los ojos rojos por las lágrimas por qué habían retocado su cuerpo en unas fotografías que él dijo que eran perfectas. Él tampoco tenía ni idea hasta ese momento. Al ver las imágenes retocadas, entró en cólera y se enzarzó en otra batalla contra el diseñador en cuestión. Finalmente, entre él y la modelo lograron ganarse al juez por la modificación ilícita del material producido por ellos. Ganaron mucho dinero, pero, en el camino, Midoriko perdió la confianza en sí misma.

Tenía tantas historias para contar sobre su profesión que podría pasarse el resto de su vida relatándolas. Kikio Tama lo tuvo muy fácil. Para cuando ella lo encontró, él ya estaba decepcionado y consumido por las consecuencias de estar en la cima. Solo pulsó los botones adecuadas y logró de él cuanto quiso. En cuanto dejó de ser necesario, le dio la patada por otro pez más gordo. Solo lo necesitaba para ascender a la fama y dar con otro mejor. Ojalá Naraku Tatewaki le estuviera siendo tan fiel como le fue a su anterior esposa; se merecía eso y más.

Respiró hondo, intentando alejar los recuerdos de su cabeza. Estaba allí para olvidar, para iniciar una nueva vida. Ya había tenido más que suficiente sufrimiento para toda una vida. Esa chiquilla le había recordado un pasado que se juró que no volvería recordar nunca. ¡Mentiroso! Ella no era la responsable. Él mismo solía martirizarse, preguntarse si habría sido diferente de haber tomado otras decisiones y beber hasta quedarse inconsciente. El alcohol le ayudaba en los momentos de mayor soledad, cuando los ecos del pasado se volvían insoportables.

Decidió aprovechar el buen tiempo para hacer unas fotografías de los mejores paisajes costeros. Un grupo de mujeres con bikinis diminutos le pidieron unas fotografías. Ninguna lo reconoció; solo les pareció interesante el tipo con una cámara fotográfica profesional. Las ignoró como quien huye de la peste, ignorando sus súplicas al principio y sus reproches e incluso insultos al percatarse de que las rechazaba. Al final, se había convertido en lo que sus antiguas chicas llamaban "un madurito sexi". Ojalá, además de eso, tuviera una familia a la que amar y por la que ser amado. La fama tenía un precio a veces muy alto. No lo comprendió hasta que fue demasiado tarde…

Comió en un bar de a pie de playa y continuó la ruta. Muchas de sus últimas fotografías paisajísticas las enviaba al National Geographic, al Times y otras revistas de menor rango o índice de distribución regional. Su condición era constar como fotógrafo anónimo. No quería que nadie supiera que, en cierto modo, aún seguía en activo. Las aspirantes a modelos o incluso sus antiguas clientas terminarían por encontrarlo si tiraban del hilo. Solo quería vivir en paz. Ni siquiera enviaba las fotografías con ánimo de obtener dinero aunque admitiera que estaban muy bien pagadas. No, solo quería compartir un pedazo de un mundo que él veía perfecto.

Fue al atardecer cuando la vio. Le había colocado una lente con zoom a la cámara y buscaba fotografiar uno de tantos rituales de apareamiento de las gaviotas cuando la enfocó a ella. Reconoció inmediatamente a la camarera de esa mañana a pesar de que estaba de espaldas. La chaqueta que llevaba puesta cubría su figura desde el cuello hasta desaparecer en la arena. Su melena azabache estaba suelta y hondeaba con el viento. No se había dado cuenta de que tenía el cabello rizado, muy rizado, y era natural. Solo el cabello rizado natural hondeaba de esa forma. La enfocó de nuevo, buscó la mejor perspectiva respecto al atardecer y la fotografió desde atrás.

Por algún extraño impulso, la bordeó para poder verla de perfil, manteniéndose siempre a una distancia prudencial. Estaba sentada con las rodillas flexionadas. Sus brazos abrazaban sus piernas desnudas. En su mirada leyó la tristeza que él mismo había provocado. Esa mañana, estaba muy ilusionada cuando lo reconoció. Al marcharse, lloraba. La enfocó de nuevo y la inmortalizó con su cámara. Entonces, lo supo. De un modo u otro, a la cámara le gustaba esa chica. Podría ser modelo si quisiera; la adorarían. Sin embargo, el precio sería su alma. ¿Y qué derecho tenía él a decidir por ella?

Muy a su pesar, caminó hacia ella con la decisión tomada. Sentía que le debía algo a la muchacha. Su aprobación era mucho más de lo que podría jamás desear. No le daba el visto bueno a cualquier mujer…

— Hola.

La camarera levantó la vista solo un instante para mirarlo.

— Hola…

No tenía ganas de verlo; no la culpaba.

— Sé que antes he sido un poco desagradable…

— ¿Un poco?

Bien, se lo merecía. Respiró hondo para darse ánimos antes de continuar.

— Solo quería decirte que le gustas a la cámara.

Si bien no había logrado animarla, al menos llamó su atención. La joven apartó la mirada del mar para mirarlo a él. Tenía unos hermosos ojos del color del chocolate enmarcados por femeninas pestañas. Su cara empapelaría las calles y aparecería en las portadas de las mejores revistas. Tenía la clase de belleza clásica, el estilo romántico que jamás se pasaba de moda. Podía imaginarla con los rizos tratados con espuma y laca para el volumen, unos ligeros polvos y esos labios gruesos tan tentadores con carmín rojo, el tono más intenso. Ni siquiera necesitaría rímel o un rizador de pestañas. Tiempo atrás, habría matado por fotografiarla.

— ¿Qué significa eso?

— Significa que tienes aptitudes, cariño.

Con esas palabras, dio por terminada la conversación. No tenía nada más que decir al respecto, y terminar era lo más sensato. Por eso, reinició la marcha hacia el puerto para volver a casa o eso planeaba hasta que su voz lo detuvo.

— ¿Y qué tengo que hacer?

Suspiró. Nada la detendría. La verdad era que no podía juzgarla por ser una joven con ambición. Él también fue ambicioso; él también fue joven.

— Busca una buena agencia de modelos y muéstrales tu talento.

Ni siquiera se volvió para darle una respuesta. Continuó la marcha haciendo caso omiso de su propia conciencia pidiéndole a gritos que no la lanzara a las fauces del mundo de la moda. ¡Cómo si él pudiera detenerla!

— ¡Espera!

De repente, la tenía encima. Apretó el paso intentando que entendiera que no le interesaba, pero la chica era insistente.

— ¡Ayúdame, por favor!

¿Ayudarla? ¡Ni en un millón de años!

— Ya no trabajo.

— Pero…

— No me interesa. — se reafirmó.

No pareció entenderlo. Finalmente, se detuvo tan bruscamente que la chica se chocó contra su espalda. Se escuchó un grito femenino y la arena voló en torno a él. Al volverse, la encontró sentada sobre su trasero en la arena. Habría sido gracioso de no ser por la mirada de determinación de la muchacha. No iba a rendirse. Apreciaba esa facultad aunque no pudiera decirlo para evitar alentarla.

— Si tú me ayudas, lo conseguiré…

— De eso no me cabe la menor duda.

Modelo a la que él apadrinaba, modelo que llegaba a la cima. Tenía los mejores contactos, conocía cada recoveco del mundo de la moda y una fotografía suya valía millones. Si él decía que ella era buena, los diseñadores iniciarían una guerra de ofertas para obtenerla. Sin su ayuda, simplemente se encontraría más piedras en el camino. Si era perseverante y tan buena como aparentaba ante la cámara, terminaría por lograrlo sin su ayuda. Si se rendía o intentaba entrar por la trastienda, conocería el lado oscuro de las revistas que con tanta ansiedad habría ojeado durante su adolescencia.

— Por favor…

— ¡No!

No era la primera vez que le suplicaban. Sí era la primera vez que rechazaba a alguien con auténtico talento, con una belleza genuina y con la capacidad de transmitir auténticas emociones. Tres años atrás, solo cinco años, habría puesto el cielo a sus pies para abrirle camino hacia las mejores pasarelas del mundo. En esos momentos, estaba muy harto de la moda, de las modelos y de las mujeres en general. Había tenido suficiente para toda una vida.

— ¿Acaso nunca has tenido un sueño?

¿Un sueño? Sí que lo tuvo. Soñó con estar en lo más alto y, al lograrlo, se cayó de espaldas por un abismo sin fondo donde los sueños quedaron olvidados. Mientras se preocupaba por ganar más dinero y ser reconocido, olvidó cuál era su verdadero sueño cuando aprendía fotografía. Él quería transmitir belleza, paz, inocencia, pasividad… todo tipo de emociones. Quería generar un sentimiento en quienes vieran sus fotografías. Quería que cuando vieran una modelo no pensaran que era guapa, que estaba buena o que era perfecta. Quería que entendieran el mensaje. Ya era tarde para eso.

— Tuve un sueño una vez. — admitió — Yo mismo me ocupé de destruirlo lentamente… No me hables de sueños cuando ni siquiera puedes comprenderlos…

— ¡Claro que puedo! ¡Yo…!

— ¡Tú solo eres una niña! — bramó — No tienes ni idea de dónde te estás metiendo, de lo peligroso que es…

— Si hablas de alcohol, sexo, drogas, anorexia… Se oyen historias a diario en los telediarios. No soy estúpida… — musitó — ¡Sabré defenderme!

— Eso es lo que dices ahora. Cuando estés ahí arriba, te lo pongan delante de las narices y sepas que si no lo haces te echarán, tendrás una opinión muy diferente.

— ¡No! — sacudió la cabeza enérgicamente apoyando su propia negación — ¡Yo no soy así!

— Claro que lo eres. Todas lo sois…

— ¡Dame una oportunidad! — insistió — ¡Por favor!

Odiaba que las mujeres lloraran. Se había jurado que no regresaría, que jamás pisaría de nuevo un plató fotográfico si no merecía verdaderamente la pena. Ni tenía que hacerlo. Pondría a prueba a la chica. Si de verdad tenía lo que tenía que tener, si le demostraba que debía estar en una pasarela, solo entonces, la ayudaría a entrar y se arriesgaría a que lo localizaran.

— ¿Cómo te llamas?

— Kagome Higurashi…

Se arrodilló en la arena, frente a ella, para estar a la misma altura.

— Si tanto lo deseas, te pondré a prueba.

— ¿A prueba? — repitió con cierta inseguridad.

— Si al final de mi período de prueba considero que debes modelar, te aseguro que te convertiré en la número uno. ¿Aceptas?

Para cerrar el negocio, le ofreció una mano para que la estrechara. Kagome miró su mano como si estuviera haciendo un pacto con el diablo. Hacía bien. Si aceptaba el trato, sabría lo que era sufrir. Si además lograba su aprobación, entraría en un mundo oscuro. Con cierta inseguridad y un ligero temblor, alargó una mano hasta rozar la suya. Entonces, la estrechó con la fragilidad de una mariposa. Tenía huesos débiles, estructura delicada y de emociones sensibles. Había muchísimo trabajo por delante para endurecerla.

— Empezaremos mañana mismo. A partir de ahora, todo tu tiempo me pertenece. — le explicó — Yo decidiré qué harás durante las veinticuatro horas completas del día.

— ¿Y mi trabajo?

— Dejarás de trabajar, por supuesto.

— ¿Cómo? — exclamó, atónita.

La camarera lo siguió cuando se levantó con cara de perplejidad. Seguro que no esperaba eso. ¿Qué se creía? No podía ser modelo a tiempo parcial. Debía invertir todo su tiempo u olvidar su sueño.

— ¿Tú quieres ser modelo?

— Sí… — musitó — Pe-Pero… ¿y los gastos? ¿Cómo viviré?

— De eso no te preocupes. Recoge tus cosas, te mudarás a mi casa. Yo te daré de comer, pagaré el vestuario que necesites, las facturas… todo. Tú solo tienes que hacer todo lo que yo te diga sin rechistar. — tapó el objetivo de su cámara — Si quieres ser modelo, tienes que darlo todo. No basta con desearlo.

La respuesta de la muchacha de cabellos azabaches no se hizo de esperar.

— ¡Daré todo de mí misma!

Deseó que aquello no fuera verdad, que solo se tratara de una bravuconada propia de una principiante. No le gustaría ver cómo la industria tomaba de ella cuanto tenía hasta convertirla en una cuarta parte de lo que era en esos instantes. En realidad, no le gustaría en absoluto que Kagome Higurashi dejara de ser Kagome Higurashi. La chica era especial, mucho más de lo que ella misma creía. Odiaría verla convertida en una víctima más. Quizás por eso cambió de parecer; quizás solo quería asegurarse de que ella no fuera devorada.

Continuará…