«Cuenta Cide Hamete Benengeli en la segunda parte de esta historia y tercera salida de don Quijote que el cura y el barbero se estuvieron casi un mes sin verle, por no renovarle y traerle a la memoria las cosas pasadas, pero no por esto dejaron de visitar a su sobrina y a su ama, encargándolas tuviesen cuenta con regalarle» (Cervantes, El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615), cap. 1); «entonces trae hasta aquí un sillón de ésos y siéntate, que esa explicación, o subsanación, que exiges exige a su vez no ser breve ni dejarse media palabra que pueda parecer ahora insustancial o de poca relevancia; subsanación, digo, porque todo esto que te diré ahora debí habértelo dicho mucho antes» (MDUL (IIª parte), cap. 6).
¡WEB OFICIAL DE MDUL! Elena y yo hemos creado una página web para MDUL a fin de poder aportar en ésta todo lo que, hasta el momento, habíamos ido picoteando en otras cuales buitres: me refiero a exposición de sus dibujos y poco más (no la concibo como una web trascendental, pero sí como un espacio común al margen de fanfiction). Asimismo, otra novedad será la de que, además de aquí, iré colgando progresivamente en ésta todos los capítulos de MDUL (los de la primera parte ya aparecen casi en su totalidad, por si algún día desaparece el relato en esta página por inactividad); así, os es posible en adelante tanto leerlos en esta página como extraerlos de aquélla, donde los hallareis sin las modificaciones a que ésta nos obliga, viéndolos tal como los ha parido mi pluma porque os bajaréis el documento tal cual yo lo subí. La dirección es ésta que sigue:
http (dos puntos) (barra) (barra) groups (punto) msn (punto) com (barra) MDUL
ADVERTENCIA AL NUEVO LECTOR. Bienvenido a MDUL, el mayor proyecto de mi vida y que da sentido a ésta. Te invito a pasar y tomar parte en esta célebre entrega por capítulos, en la que los lectores toman parte activa en su argumento. No obstante, antes de seguir, debo advertirte que ésta que ves aquí no es sino su segunda parte, y que, si te ves interesado en seguirla, quizá no comprendas en su totalidad lo que aquí acontece; puedes probarlo, y, si te satisface, comenzar por MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO, que hallarás en esta misma página o en la web citada: si pinchas sobre mi hipervínculo de autor, "KaicuDumb", sobre estas líneas, hallarás mis títulos. Por otra parte, si te arriesgas a pasar adelante, siempre estaré dispuesto a resolver las preguntas que me plantees. Un saludo afectuoso y adelante, discreto lector.
Los "reviews", nadie desespere, no los he dejado de poner: se hallan por esta vez al término del capítulo; aunque aconsejaría a mis estimados lectores y amigos a los que respondo, de los que hago una relación también más abajo, que los leyeran con anterioridad al capítulo.
(DEDICATORIA: A muchos quiero dedicar este capítulo. Sí, a todos vosotros, los que estáis ahí y me venís aguantando desde tiempo incontable; los que decís que este mamotreto innumerable os ha aficionado; los que decís que os divertís con lo que en mis manos no es sino parto natural; sí, a todos mis admirados lectores, que sois, ante todo, amigos: Atenea217, Aya K, Dru, Gwen Lupin, Helen Nicked Lupin, Julys, Kala Fiction, Leonita, Lorien Lupin, Lunis Lupin, Marce, Nayra, Padfoot Himura, Paula Yemeroly, Petita, Piki y Silence-Messiah por orden alfabético, que me habéis demostrado que he encontrado en esta página mucho más de lo que en un principio esperaba de ella. Especialmente, y como digo siempre, a Marce, ya que en este capítulo encontrará el bautizo de Samantha, su personaje; y también a Elena (Helen Nicked Lupin), que, gracias al Cielo, ha salido del hospital por fin hace no más de dos semanas, aunque nos ha dado varios sustos considerables; y no poca inspiración, tampoco. Un abrazo a todos, y, por cierto, perdón por el retraso dije que actualizaría tres días antes)
MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO (IIª parte)
CAPÍTULO I (LA ERA LICÁNTROPA)
Dormía la pitia de Delfos; o durmiendo al menos se creía, porque los ojos tenía cerrados y los oídos callados en su lecho de blanda paja. Pero, aun así, pudo escuchar sus pasos, los del recién llegado, que la asaltaba en plena noche, y no supo si fue entre sueños o no cuando se hablaron. El que interrumpió su descanso era un hombre alto, de rizado cabello dorado y ojos plateados como si dos pequeñas lunas tuviera en sus iris. Andaba descalzo, muy suave, vestido con una túnica con la mitad derecha de blanco; la mitad izquierda, de color negro. Se acercó lentamente hasta los pies de su cama y, sin cerciorarse de si ésta dormía o no, le dijo muy bajo:
–Se ha hecho conforme a mi voluntad.
La pitia, tras haberlo oído, se incorporó para responderle:
–No es de extrañar. Que todo se ha hecho siempre según tus designios y por siempre será así. No es, por tanto, de extrañar, ya que tú eres el Destino encarnado, el bondadoso y al mismo tiempo cruel hermano de Apolo, que a todos los hombres llevas prendidos de tus rizados cabellos de oro gobernándolos a tu antojo. –La anciana se tomó una breve pausa–. ¿Es la hora?
El Destino se aproximó hacia ella, le sonrió y, sentándose a su lado, en el borde de la cama, le asintió.
–Rowling de esta forma lo ha dispuesto –le dijo–. Una edad se ha cumplido en este mundo; una era esta de vaticinios y profecías, de terror y maldiciones, de cicatrices... La era de duda y pesar para Ánuldranh, diría yo. Pero incluso eso ya ha pasado. Comienza una nueva edad de los Hombres. Y, donde antes la Humanidad tuviera miedo, ahora tendrá esperanza; donde entonces desconfianza hacia aquellos que son diferentes, ahora será respeto; cuando los intereses se dividían y los hombres luchaban entre sí quedará olvidado, que ahora hasta los que se odian más ácidamente se hermanarán y no habrá fronteras. El tiempo se ha cumplido, tú ya lo sabes.
La pitia asintió lentamente.
–Lord Voldemort, hijo de Tom Ryddle, y el Jefe Supremo Albus Percival Wulfric Brian, hijo de Kalarjé Basilio Wulfric Dumbledore, han entregado su vida esta noche para dar fin a un periodo. Y muchos duermen en esta hora sin conocer realmente qué grandiosos acontecimientos tendrán lugar mañana cuando despierten. Abrirán los ojos, pero ya no descubrirán a los dos hechiceros más poderosos de su tiempo. Mas ¿cuántas estrellas pueden brillar durante una misma noche? Pues muchas brillantes estrellas se asoman ya por el horizonte; y una tanto más que el resto que llegará a eclipsar la luna incluso. ¿Qué conseguiré otorgándole más poder del que ya tiene? Hasta yo mismo lo dudo. Aún es noble su alma, pero ¿acaso, dime, no se envilecerá? Puede que me hubiese equivocado...
–¡No, ése no es su sino –exclamó la anciana–. Tus previsiones nunca han sido equivocadas, ni ésta va a ser la primera vez. Yo confío en él. Tengo fe ciega en él.
–Sea. No me opondré a los designios que se han escrito esta noche en los cielos. Sea. Comience en esta hora una nueva etapa de los Hombres, la que alguno tendrá a bien llamar dentro de algunas décadas la gran Era Licántropa. Es hora de que se resuelvan por fin las profecías que un día se hicieron a razón de Remus Lupin de Inglaterra, el príncipe mestizo. Que con ellas se le devuelva su feliz sino. Se olvidarán las aflicciones, los sufrimientos y los pesares que protagonizaron los episodios de su vida pasada. Ha de devolvérsele la gloria que se le pronosticó desde el día de su nacimiento y que le fue arrebatada a los cuatro años con un aullido de acero; aunque, bien es cierto, hasta este mismo suceso ya le estaba pronosticado desde antaño y todo se hacía por una sola razón. Sí, que se le cumplan todas las profecías que restan aún por saber y que el príncipe mestizo conozca por fin su misión en este mundo y la gloria intacta con que ha sido bendecido, con la gracia de mis dedos que lo aman y protegen. Sí...
–Sin embargo, no pases por alto, mi admirado Destino, que aún hay sombras más antiguas que la noche que se ocultan en las profundidades del mundo.
El Destino, mirándola con una mezcla de tristeza y de sorpresa, asintió con pesadumbre.
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Etéreos rayos de sol entraban por la ventana que caían sobre el yaciente cuerpo de Harry, inconsciente aún, y, en viéndolos, cualquiera podría pensar que todavía quedaba espacio para la esperanza; pero ésta hacía tiempo que había pasado, como se aleja el oleaje con la marea. Dos días, dos largos días llevaban los sanadores tratándolo y todavía no eran capaces de dictaminar si se salvaría o no. Pero Remus Lupin, el licántropo, permanecía a su lado a cada instante, siempre velando su sueño eterno, acompañándolo en aquella noche sin fin, sin retorno, mientras su agonía se extendiese y el fiel de la balanza no pudiera decidirse. Quieto, en silencio se quedaba sentado en su incómoda silla con sus manos de blando tacto cruzadas, con sus grandes ojos dorados, como dos estrellas erradas, fijas en Harry. Dos surcos en las mejillas, acostumbradas en él cuando se le hacía sonreír, aparecían al imaginárselo recobrando el sentido y trayéndoselo a casa para vivir con ellos. Pero aquel feliz pensamiento no le producía consuelo sino mayor desesperanza y se revolvía su claro cabello castaño color avellana mientras su boca de finos labios dejaba fugar un breve suspiro. Repuesto de él, a sí mismo se convencía diciéndose:
–Sobrevivirá. Es fuerte...
Pero ¿cómo tener esperanza si aquél que le hubiera mostrado la senda para mantenerla, aquél que le habría pedido que tuviera paciencia, había desaparecido para siempre?...
Al llamar Helen a la puerta con los nudillos, sacó a Remus de su mutismo, lo hizo despertar de su ensoñación para levantarse como un resorte y abrirle la puerta. Pero la sanadora se adelantó.
–¡Helen¿Ya has vuelto?
Pareció asombrarse al principio, pero la duda se fue abriendo camino en su corazón al observar el rostro serio, callado, de su mujer, y, frotándose las manos, esperó que su dictamen fuese más explícito que el de sus compañeros.
–Traigo resultados conclusivos, Remus.
Impacientado, éste le animó a seguir:
–¿Qué¿Qué es? Dime.
Helen dejó de mirarlo para desviar su atención en Harry. En sus comisuras se dibujó una tierna sonrisa.
–Se pondrá bien. No sé cuándo, pero creo que los análisis demuestran que su organismo va eliminando los restos de la maldición que aún fluyen dentro de él. Cuando este proceso haya acabado, despertará. Ojalá sea pronto. Como ves, eso no lo podemos concretar; pero estamos haciendo todo lo posible, créeme. Pero hasta ahí las buenas noticias, Remus. Por desgracia, la maldición que él mismo se proyectó le incidió tan directamente en los ojos que tiene ambas retinas abrasadas. Un completo estropicio.
–Pero ¿eso podrá solucionarse, no?
–Claro –respondió sin ánimo–. O eso creo... –añadió–. No se han tratado muchos casos de ceguera en el mundo mágico, pero el laboratorio ya ha sido alertado y todos trabajan a fin de preparar el remedio. Verá, Remus; volverá a ver. O al menos eso deseo.
Afligido, el licántropo se dejó caer pesadamente sobre la silla y hundió su rostro en las manos para que Helen no lo viese tan entristecido. Pero ella, cautelosa, se aproximó hasta él con pies de esponja y le acarició con delicadeza los dedos con que se ocultaba su rostro.
–¿Qué te entristece? –le inquirió y, en viéndole sus ojos humedecidos, prosiguió diciéndole–: Tú no tienes la culpa de que él ya no esté aquí. Deja de atormentarte.
–Pero pude haberlo remediado. Pude haberlo salvado, como hice con Harry. Es que es verlo... Si no hubiera ido a buscarlo él solo...; si me hubiera hecho acompañarlo... Albus no debería haber muerto. Lo añoro. Y lo peor es que, aunque suene a estupidez, ahora, una vez que todo ha pasado ya, es como si tuviese la sensación de que él sabía que iba a morir.
–Sé a lo que te refieres. Yo también he tenido esa impresión. Y no me extrañaría; Dumbledore siempre sabía muchas cosas antes de que se cumpliesen. Aunque nunca quiso decirme cómo era posible que las supiese, quién se las había revelado. Pero no debería ser eso lo que nos atormentase ahora, Remus. Ni nada debería hacerlo. Remus... Por favor. Era su hora. Sí, él seguramente lo sabría; y lo aceptó. Haz tu igual.
–No puedo... Es mi... Es mi padre. ¡Sí, como si lo fuese! El único realmente que he tenido. No puedo olvidar el brillo de su mirada contemplándome mientras agonizaba. Sus últimas palabras. Ánuldranh... ¿Qué demonios será Ánuldranh? Hijo; ¡me llamó hijo amado! Y yo lo último que le dije fue que cómo íbamos nosotros a hacer frente solos a toda la turba mortífaga.
–¿Y qué más da qué fue lo último que le dijiste? –replicó–. Eso no importa. –Remus alzó al fin el rostro con nostalgia–. Él sabía cuánto él importaba para ti; ése habrá sido su último recuerdo.
–¿Tú crees? –susurró.
–Sí, Remus, por favor, créeme.
Se acuclilló frente a él y le extendió los brazos para cobijarlo en un fuerte abrazo.
–Me tienes preocupada.
Al separarse, Remus se enjugó una última lágrima que resbaló lenta por su mejilla.
–No, Helen. Tú me tienes preocupado a mí. Desde tu última visión en el sótano... ¿qué ha pasado? Estas noches has tenido extrañas pesadillas y, entonces, el dormitorio entero tiembla.
Helen se incorporó y giró dándole la espalda. Fingió que comprobaba la carpeta con las observaciones de Harry para no tener que soportar la fija e intensa mirada de su marido.
–¿Eh? –le inquirió.
Remus se levantó y colocó suavemente sus manos sobre los hombros de ella. Entonces Helen se volvió, con la mirada baja. El licántropo apoyó sus dedos en su mentón y le alzó el rostro. Le sonrió y ella intentó corresponderle, pero en seguida volvió a hundir la mirada.
–Creo que mis poderes han aumentando. Ahora no necesito esforzarme para tener una visión. ¡Me topo con ellas por todas partes! Pero no es agradable. –Su labio inferior y la mano con que sostenía la carpeta comenzaron a temblarle–. Hace un rato vi a una anciana en el pasillo... ¡Estaba sola! Le pregunté qué le pasaba, le di la mano y... y... Esta noche morirá... ¡sola! En su casa. Lo he visto, y no puedo hacer nada para remediarlo. ¡Remus! –Dejó caer la carpeta y le agarró una mano que llevó a su corazón fatigado–. Sentí cómo moría. Sentí su dolor ¡aquí, en mi pecho. La vida fluyendo por todo mi cuerpo y yo intentando atraparla, pero se escapaba, no había remedio. Y cuando todo iba a acabar, allí estaba de nuevo, mirándome con sus ojos grises; y me preguntó: "¿le pasa algo?" Y yo no pude decirle nada, Remus¡nada! –Le soltó la mano, aparentó calma y se encaminó a la cabecera de la cama para tomarle la temperatura a Harry–. Antes, cuando vine a tomarle sangre a Harry, al tocarlo, lo vi en una casa grande, muy bonita, con mucha luz que entraba por unas ventanas enormes desde las que se veía un jardín inmenso. Estaba con una chica pelirroja, la hija de los Weasley, y tenía un bebé en los brazos. Tenía los ojos de Lily y el pelo de Molly. Sólo por eso sé que sobrevivirá, porque los análisis siguen sin decirnos nada. Pero... Pero no veía, Remus. Harry no veía a su hijo. Lo tocaba con sus manos, pero no lo llegaba a ver. La luz que Lily le insuflaba –impactó su mirada en los dorados ojos de Remus–, esa luz, Remus, esa luz se ha apagado. Sus verdes ojos se han consumido.
–Pero el remedio que has dicho se estaba preparando...
–Ese remedio le devolverá sus ojos, Remus. Y con ellos podrá ver a su hijo. Pero Lily no. Temo que nos haya abandonado definitivamente, para siempre; que no volverá.
–Lleva muerta dieciséis años, Helen.
–Pero algo de ella quedaba vivo en Harry, sólo que... se ha sacrificado de nuevo.
Remus se sentó y contempló unos instantes a su esposa proceder con el enfermo, que parecía un difunto con la sábana cubriéndolo hasta los hombros como una clara mortaja de muerte. Se frotó las manos con nerviosismo preguntándose en silencio por qué tenía que estar todo su entorno tan dominado de aquella vil desesperanza que parecía devorarlos a todos por dentro como un ave de rapiña. Sin espacio para la esperanza...
Llamaron a la puerta.
–¿Se puede? –inquirieron al otro lado.
–¿Quién será? –preguntó Helen con el ceño fruncido.
Ron asomó su puntiaguda nariz con curiosidad. Hermione, unos centímetros por abajo, también se quiso asomar para echar un vistazo por el pequeño resquicio que el chico había abierto. En el pasillo había abundante jolgorio, como si alguien más estuviese esperando fuera.
–¡Ron, Hermione! –exclamó Helen crudamente–. No podéis pasar. Harry necesita descansar.
–Pero... –protestó Ron.
Y al fin, entre empujones y exclamaciones y exabruptos en voz baja, los que aguardaban impacientemente detrás de ellos los obligaron a abrir la puerta y Remus pudo ver esperando fuera a los gemelos Weasley y a la joven Ginny, a Luna Lovegood, a Neville, a Seamus y a Dean. Lentamente se fueron dejando entrar a pesar del enojo que esbozaba Helen, que pedía para Harry reposo.
–Será sólo un momento –solicitó con cara de dulzón Fred Weasley.
–¡No, por favor¡No! Tiene que descansar. No es nada particular, ya lo sabéis, chicos; que yo me alegro mucho de veros. Pero esto es un hospital. Cuando se ponga bien ya podréis venirlo a ver tanto como queráis.
–Pero ¿se pondrá bien? –inquirió Hermione con un chillido agudo, llena de sorpresa que iluminó sus radiantes ojos.
–Pues claro que se pondrá bien. Está a mi cuidado... –dijo con suficiencia.
–Anda, Helen. Déjalos un rato. Se portarán bien. No montarán jaleo –sugirió Remus, hecho al que los chicos se sumaron asintiendo repetidas veces y esgrimiendo claras sonrisas, tan radiantes como extensas.
–Gracias, Remus, por ayudar –masculló entre dientes–. No puede ser. Nadie lo siente más que yo. Os tenéis que salir. Todos. Ejem... Remus¿qué parte del "todos" no entiendes?
–Pero... –protestó ahora Remus mientras su esposa lo imprecaba a ponerse en pie.
–No hay peros que valgan. Aprovecharé para llamar a una enfermera y darle unas friegas al chico. Necesitamos intimidad. Y así te quedas un rato con los chiquillos en el pasillo y les cuentas batallitas o lo que se te antoje para distraerlos. ¿Te parece?
–Eres perversa –fanfarroneó.
–Me contento con la hechicera malvada del cuento. Pero ¿queréis dejar de haceros los remolones? Luego, si os habéis portado bien, os dejo entrar cinco minutos. Pero ¡cinco minutos! Y ahora salid, por favor, salid. Tú también, chico.
–¿Acaso no sabes quién es éste? –le preguntó Remus echándole a un confuso Neville un brazo por encima del hombro. Helen cabeceó lentamente, con la ceja levemente arqueada–. Helen... Te presento a Neville, el hijo de Alice y Frank Longbottom. ¿Te acuerdas de él?
La adivina se llevó una mano a su boca entreabierta y lo estuvo mirando un rato ensimismada mientras un torrente de lágrimas afloraban a sus brillantes ojos en los que parecía haberse despertado la llama del recuerdo.
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Donde se alzara en otro tiempo la Fuente de los Hermanos Mágicos se había instalado un enorme escenario sobre el que incidían una centena de focos que los empleados de mantenimiento se habían ufanado en colocar durante toda la noche a fin de que por la mañana todo estuviese preparado. El suelo estaba rebosante de confeti como si hubiese tenido lugar una fiesta y un gran cartel pendía del techo: "El fin de la Era Tenebrosa: el inicio de la luz", rezaba. Globos mágicamente conjurados flotaban de un lado para otro con la cara de Harry Potter y unas diminutas manos en el extremo inferior que parecían agitarse saludando. Todo el mundo batía palmas. Toda actividad parecía haber cesado en el Ministerio aquella mañana y los funcionarios se agolpaban en el atrio de recepción alrededor del escenario en el que, hasta el momento, sólo habían tenido lugar diminutos fuegos de artificio que habían entretenido a los más pequeños.
Todavía entraba una multitud sonriente por la entrada secreta de la cabina de teléfonos y por las chimeneas cuando Cornelius Fudge, más petulante que nunca, subió la escalinata y se colocó en lo alto de la plataforma central desde la que dominaba todo y todos a él lo veían, centro de la sala. Sonrió con agrado a todas partes mientras fingía unos amagos de inclinaciones hacia el público hasta que se apuntó con su propia varita a la garganta para practicar el encantamiento "sonorus". Carraspeó y los rezagados que aún seguían parloteando guardaron silencio.
–Bienvenidos a todos, niños y niñas, ancianos y hombres y mujeres de todas las edades. Bienvenidos los que vengáis de fuera y bien hallados os encontréis los que habéis detenido un momento vuestro trabajo en estas oficinas para asistir al, diría yo, momento en que más cálido he encontrado este vestíbulo, pues nunca tan calurosa masa arropó antes evento como el que hoy tenemos que festejar. Y doy gracias al cielo porque hoy se lea sobre mi cabeza "el fin de la Era Tenebrosa: el inicio de la luz" y no cualquier otra cosa, más desagradable y grotesca.
Dio unos segundos para que el auditorio aplaudiese, un primer aplauso que se produjo con ganas y decididamente enfático.
–Bien, bien. Gracias, muchas gracias. Pero no es a mí a quién habéis venido a escuchar, mal que me pese. –Rio en voz baja esperando que aquel comentario despertase alguna carcajada, por pobre que fuese–. Procedamos a la entrega de los premios, sí. Después el Ministerio tendrá la cortesía de agradecer vuestra visita con un delicioso ponche de calabaza.
Un recto y alto funcionario subió hasta donde estaba Fudge y le entregó un sobre. Éste se lo agradeció y en seguida el hombre bajó de nuevo quedando Fudge nuevamente solo. Lo abrió con cuidado y leyó:
–Bien. En primer lugar, el Gabinete de Sabios del Ministerio de Magia de Gran Bretaña, por sus méritos durante tantos años en la Orden del Fénix, por su denodado esfuerzo en la lucha contra las Fuerzas del Mal, ha decidido unánimemente entregarle la Orden de Merlín, Segunda Clase, a... –se tomó una pausa que se antojaba de intriga– ¡Remus Julius Lupin!
Remus, que en un principio pensó que el salir ante tanto público no lo avergonzaría, ya comenzó a sonrojarse cuando todo el mundo comenzó a aplaudir a su alrededor. Helen aprovechó para darle un beso mientras él le entregaba a su hija Nathalie a los brazos de su suegra, que le sonreía complacida. Matt, asombradísimo, se soltó de la mano de su madre y aplaudió con gran entusiasmo. Mientras discurría con embarazo y con piernas de gelatina hasta el escenario de entrega de premios escuchó sobre los aplausos la voz apasionada de su suegro que vociferaba:
–Es mi yerno.
Ascendió la escalerilla hasta la altura de Fudge, que se abalanzó sobre él raudo y le estrechó la mano que el licántropo le ofrecía con una fuerza y una energía que éste no esperaba. Le susurró "enhorabuena" al oído mientras subía de nuevo el mismo hombre que antes le había entregado el sobre ahora con una figurilla plateada de Merlín, encanijado pero con una larga barba que barría la platina.
–¿Quiere decir algunas palabras? –le propuso el ministro.
El licántropo negó con la cabeza. Se limitó a levantar la estatuilla mientras miraba hacia arriba y después se dio unos golpes en el lado izquierdo del pecho mientras se retiraba a la parte de atrás para que la entrega prosiguiese.
–Él estaría orgulloso de usted –le susurró Fudge de nuevo al oído mientras se colocaba detrás de él.
Y después, apenas perceptiblemente, le guiñó un ojo.
–De acuerdo –prosiguió Fudge una vez los aplausos se hicieron menos intensos–. Continuemos. De nuevo, el Gabinete de Sabios del Ministerio de Magia de Gran Bretaña –leyó con mayor rapidez–, por sus méritos durante tantos años en la Orden del Fénix, por su denodado esfuerzo en la lucha contra las Fuerzas del Mal, ha decidido unánimemente entregarle la Orden de Merlín, Segunda Clase, a... ¡Rubeus Hagrid!
El semigigante se aproximó lentamente mientras la gente se apartaba apresurada a su paso hasta la plataforma. Hagrid decidió no subir al escenario y Fudge, encaramándose un poco para estrecharle la mano y entregarle el galardón, también lo recompensó.
–El Gabinete de Sabios del Ministerio de Magia de Gran Bretaña, por sus méritos durante tantos años en la Orden del Fénix, por su denodado esfuerzo en la lucha contra las Fuerzas del Mal, ha decidido unánimemente entregarle la Orden de Merlín, Segunda Clase, al ¡matrimonio Weasley! Una para cada uno, claro está –aclaró.
Los Weasley, sonriendo y saludando a todo el mundo con entusiasmo, se aproximaron también a por su premio.
–El Gabinete de Sabios del Ministerio de Magia de Gran Bretaña, por sus méritos durante tantos años en la Orden del Fénix, por su denodado esfuerzo en la lucha contra las Fuerzas del Mal, ha decidido unánimemente entregarle la Orden de Merlín, Segunda Clase, a... ¡Mundungus Fletcher!
En seguida aplaudió la gente, pero el estallido fue disminuyendo conforme se fue viendo que nadie iba a recoger en este caso la Orden de Merlín. Todos se miraban unos a otros encogiéndose de hombros o sonriendo con disimulo.
–¿Mundungus Fletcher? –volvió a preguntar Cornelius.
El hombre que entregaba los premios conforme llegaban subió de nuevo hasta Cornelius, le susurró algo al oído y volvió a bajar.
–Me acaban de comunicar que el señor Fletcher ha preferido no acudir y que vía lechuza nos ha pedido encarecidamente que le hagamos llegar la Orden de Merlín... como sea.
Después de Mundungus siguió llamando a otros muchos y el escenario siguió llenándose de antiguos miembros de la Orden del Fénix que sostenían sus preciados galardones con cierta melancolía, pues a ninguno parecía recompensar mucho el reconocimiento que suponían cuando el que más se lo había ganado ya no estaba allí para disfrutarlo. Y especialmente nostálgico estaba Remus, a quien la figura de Merlín se le antojaba terriblemente parecida a Dumbledore.
–Sigamos, silencio –rogó Fudge retomando el sobre–. El Gabinete de Sabios del Ministerio de Magia de Gran Bretaña, por sus méritos durante este último periodo en la Orden del Fénix, por su denodado esfuerzo en la lucha contra las Fuerzas del Mal, ha decidido unánimemente entregarle la Orden de Merlín, Segunda Clase, a... ¡Nymphadora Tonks!
La chica subió a recoger el premio con paso galante asintiendo de agradecimiento mientras discurría por los aplausos que recibía. "Gracias, gracias", iba diciendo con una franca sonrisa. Y todos los jóvenes magos que allí apostados ganaban tiempo para cualquier otro asunto o, simplemente, celebraban la caída de lord Voldemort, se quedaron maravillados de aquella chica tan hermosa, con su radiante melena oscura, con sus brillantes ojos azules como dos diamantes que alguien le hubiese pulido con esmero. Porque Tonks mantenía aún aquella apariencia, y no había querido cambiarla por ninguna otra, ni por las más extravagantes, que tanto añoraba, pues consideraba aquél un tributo a su primo desaparecido, al legado físico de una familia que había empezado a desmoronarse.
–Por último, y no por ello menos importante, el Gabinete de Sabios del Ministerio de Magia de Gran Bretaña también ha decidido entregarle, por su honrosa labor como enfermera de la Orden del Fénix y por más de una escaramuza de alto riesgo en que se ha visto envuelta, la Orden de Merlín, Segunda Clase, a... ¡Helen Ángela Lupin!
La adivina, sonriendo abiertamente, dejó a Matt al cuidado de sus padres y discurrió, como sus compañeros, hasta la plataforma en que Fudge la esperaba. Una vez hubo recibido el premio y el ministro también la hubo felicitado a ella enérgicamente, se colocó al lado de su marido, a quien volvió a besar.
–Pero¡ay! –dijo Fudge con aspecto de pesadumbre–, qué clase de acto se podría celebrar hoy si no es por los honorables caídos, cuya inestimable entrega no puede recibir recompensa en una mera insignia de plata. Porque ellos han entregado mucho más. ¡Mucho! Hasta su propia vida. Y por ello también han de recibir la Orden de Merlín, Segunda Clase, pero con carácter póstumo, los siguientes –rescató el sobre y leyó–: Alastor Moody, Sara Dumbledore, Kingsley Shacklebolt, Sturgis Podmore, Mark Freeman, Hestia Jones, Elphias Doge, Emmeline Vance y Sirius Black. Y ya que nos encontramos galardonando la acción dentro de la Orden del Fénix de aquéllos que ya no están, el Gabinete de Sabios ha tenido a bien reconocer la labor, la entrega, el gran sacrificio que hicieron a toda la comunidad mágica un hombre y una mujer como otro par no hubo. Sí; aunque su muerte no se produjera durante mi legislación y particularmente yo haya de admitir que se les reconoce tardíamente con dicha entrega, reconocemos el esfuerzo de James y Lily Potter con la Orden de Merlín, Segunda Clase.
El auditorio repartido por el vestíbulo del Ministerio de Magia rompió en aplausos y en gritos de júbilo y en muestras de vivo ánimo.
–Sí, sí –interrumpió Fudge levantando un poco las manos para solicitar calma–. Por favor... Pero aún queda alguien más a quien entregarle la Orden de Merlín con carácter póstumo. –El rostro del ministro, como el de todos los numerarios de la Orden del Fénix, se entristeció–. Cuántas cosas ha hecho que no pueden recibir un nombre. El mejor mago de todos los tiempos, incluso he oído que lo nombraban. Creo que se quedaban cortos. Albus Dumbledore se enfrentó a Quien–Vosotros–Sabéis... –Fudge se armó de valor y dijo–: lo... lord Voldemort –la gente no se estremeció ni hizo ningún tipo de mueca; asintieron–... y sucumbió. –Remus enterró su mentón, afligido, en el esternón–. Pero demostró gran coraje y la misma fuerza que siempre lo caracterizaba; y murió honrosamente. Por todo ello, este Ministerio, a pesar de haberle concedido ya con anterioridad una Orden de Merlín por méritos similares, en esta ocasión también desea retribuir su prestación con la Orden de Merlín, Segunda Clase.
El público volvió a estallar en aplausos.
–Y, ya para acabar, entregaremos la última Orden de Merlín –exclamó Fudge con gran pomposidad.
El funcionario que entregaba los premios subió hasta el ministro con una figurilla semejante a la que los otros portaban en sus manos, sólo diferente en el resplandeciente color dorado que la recubría; pues estaba realizada toda de oro.
–Tengo aquí en mis manos –dijo Fudge cuando el hombre que le había dado el premio bajaba– la única Orden de Merlín de primera clase que el Ministerio ha resuelto entregar. –Carraspeó con sonoridad–. La última vez que la comunidad mágica estuvo en peligro fue hace algunas décadas, con un terrible hechicero denominado Grindelwald que cometió graves y atroces atentados que pusieron en peligro la integridad de muchas personas. Pero nada equiparable con esta era de terror iniciada por un hechicero sin nombre y una comandilla de mortífagos que obedecían a ojos ciegos sus órdenes. Su poder se inflaba como los globos que flotan sobre nuestras cabezas y todos comenzábamos a temer que no hubiese escapatoria posible, que se hubiese comenzado un ascenso terrible que nos condujese a un estado de cosas en que la maldad y el tenebrismo nos gobernasen. Y cuando todos temíamos que esto que acabo de describir acabaría sucediendo antes o después... algo sucedió que nos otorgó esperanza: Harry Potter, el niño que sobrevivió. Debo reconocer que no se le ha hecho justicia, y en ello culpó al mismo Ministerio y a mí mismo, pero imagino que algún día serán capaz de perdonarnos. O el propio Harry será capaz de perdonarnos. Lo cierto es que, cuando todos pensábamos que eran patrañas los rumores que corrían acerca de que lord... lord Voldemort había regresado, Harry Potter intentó convencernos. Y cuánto esfuerzo puso en la tarea. No le importaron los castigos ni las reprobaciones ni temió a ser expulsado en ningún momento. Siempre estuvo única y exclusivamente interesado en salvarnos a nosotros, sea cual fuese el precio a arriesgar. Pues acabo de conocer que, desde el momento de su nacimiento, muchos sabían, incluido el Señor Oscuro, ya caído, que Harry era su único rival, su mayor enemigo, pues era el único capaz de matarlo. ¡Y lo ha conseguido!
Concedió un espacio de tiempo para que se extendiesen los aplausos.
–Harry conoció el contenido de una profecía hace unos años y, desde entonces, comenzó a prepararse física y psicológicamente mientras nosotros, insistentemente, le pusimos todas las trabas habidas y por haber para interrumpir su tarea. Personalmente le he pedido perdón, pero no me avergüenza hacerlo públicamente. Y hace siete días, como todos sabemos, la Orden Tenebrosa recibió el contundente embiste de la Orden del Fénix y muchos sucumbieron, pero lo más importante es que el Enemigo Tenebroso también. Mas nadie conoce cómo tuvo lugar su caída. Y Harry me ha dado permiso para contar cómo tuvo lugar la caída de la Orden Tenebrosa. ¡Conque atentos!
A continuación pasó a relatar los acontecimientos memorables que formaban ya parte de la historia de su mundo de aquella noche mítica, una historia que el público atendió expectante y que luego pasaría de generación en generación de ancianos a niños hasta que, transcurridos los años, Harry Potter se convirtiera en una leyenda; y su historia, en mito.
–Por todo ello, y sin más preámbulos –exclamó Fudge–, me siento más que satisfecho de poderle entregar la Orden de Merlín, Primera Clase, a ¡Harry James Potter!
La gente, entre aplausos emocionados, se removía inquieta esperando ver aparecer de un momento a otro a Harry. De pronto lo hizo por la zona de los ascensores, custodiado por un par de aurores del Ministerio que permitían que su paso a través de la turba de magos y brujas fuese más fluida. Harry, emocionado, iba estrechándoles las manos con ánimo, sonriendo. Y miraba hacia todas partes ilusionado, ya que había recuperado la vista, como si nunca antes hubiera podido ver realmente, y una mezcla de sonrisa dulce y amarga se escapaba por entre sus comisuras al contemplar a todas aquellas personas coreando su nombre e intentando atraer su atención. Al fin alcanzó el escenario desde el que se entregaban los premios, donde recogió la Orden de Merlín de manos de Fudge, a quien le estrechó la mano con animosidad.
–Da unas palabras –le pidió el ministro.
Harry enrojeció al mirar desde tan alta posición a todo el mundo. Entonces le parecieron muchos más que cuando anduvo entre ellos camino de la plataforma. Se sintió cohibido y, casi sin voz, sólo acertó a decir:
–Gracias.
Y se retiró para unirse a sus compañeros, que permanecían detrás del ministro de Magia, que también aplaudía ahora con ganas. Cuando al fin cesaron los aplausos y vítores y enfáticos gritos, Fudge retomó la palabra:
–Antes de que comience a circular el ponche y brindemos numerosas veces, quisiera anunciar... algo. El Ministerio de Magia estos últimos años no se ha comportado o no ha estado a la altura de lo que se esperaba de él, soy plenamente consciente de ello. Y, consciente como soy de que necesita brisa fresca, quiero aprovechar para hacer hoy pública mi dimisión como ministro de Magia. –En seguida se iniciaron los comentarios a media voz y los rumores entre el auditorio, pero Fudge no dio lugar a que se extendiesen. De momento prosiguió–: Y quisiera añadir algo a fin de que mañana, cuando lea El Profeta, no encuentre infundadas hipótesis sobre mi decisión. El Ministerio se ha enfrentado durante estos últimos años a la peor etapa de su vida y, en caso de haber dimitido entonces, no hubiera hecho honor a mi labor: hubiera dejado el Ministerio en un momento de debilidad que la Orden Tenebrosa hubiera podido aprovechar y, además, yo mismo me he visto en la obligación moral de hacerle frente a la adversidad, puesto que lo sencillo nunca resulta una meta. Y, aunque el Ministerio no funcionaba correctamente, por ambos motivos explicados, me sentía en la necesidad de seguir desempeñando mi cargo. Pero ahora, una vez ya todo ha vuelto al orden y a la normalidad, sería improcedente, consciente como soy de todos mis errores, no asumir el mea culpa y marcharme en silencio, tal como vine. Porque no soy yo quien debe liderar en esta nueva etapa que se abre de prosperidad, ya que yo no he hecho nada para su establecimiento. Espero que con esta breve síntesis hayan comprendido mis motivos y, al juzgarme, sean siquiera algo conmiserativos. Ahora que me voy, quisiera agradecerles a muchos su ayuda, su colaboración, pero ésos ya lo saben... Los que verdaderamente han ayudado a solucionar los problemas que afectaban a todos son éstos que están aquí arriba, conmigo. Pido por ellos otro aplauso.
En esta ocasión éste fue mucho más apagado y pobre que los anteriores, pues los que habían escuchado aquel discurso estaban dominados por la duda y la extrañeza, y poco interés tenían por aplaudir.
Una voz remota, ronca, que sonaba como lejana, desde algún rincón comenzó a vociferar:
–Harry ministro. ¡Harry ministro!
Lentamente, los que estaban más cerca, después de mirarlo un momento sorprendidos, también se unieron a aquella salva de aplausos y voces rotas de entusiasmo que rápidamente, como la pólvora, se fueron extendiendo por todo el atrio. Harry, visiblemente agitado, enrojecidas sus mejillas a más no poder, temblaba de arriba abajo. Los integrantes de la Orden, más sorprendidos y confusos que ningún otro, se unieron al unísono con gran entusiasmo y batiendo enormes palmas, sobre todo Hagrid. Helen, en cambio, miraba a su alrededor con sorpresa e intriga; al menos hasta que Remus, casi con las lágrimas saltadas, le dio una palmada en la espalda y en el hombro al muchacho mientras le sonreía con agrado y éste le devolvió el gesto. Entonces la adivina, tapándose la boca con una temblorosa mano y a punto de llorar, miró a Remus con ojos de corderillo y apoyó su cabeza en su pecho con amor dejando que el licántropo la arropara en un abrazo.
–¡Harry ministro¡Harry ministro¡Harry ministro!...
Fudge, el ministro, sonriendo con complacencia y batiendo palmas con ánimo, deleitado, sacó a Harry de entre los miembros de la Orden del Fénix, entre quienes se escabullía, para que hablase o saludase o hiciese lo que quisiese. Aquéllos entre los que quería pasar desapercibido lo empujaron para que diese la cara, sobre todo la señora Weasley, que lloraba emocionada.
Harry, al lado del ministro, al que miraba de reojo, saludó con una mano trémula a sus aclamadores y éstos estallaron en renovados aplausos y más chillidos extasiados. Fudge, en cambio, levantó las manos con gesto severo para solicitar que guardasen silencio.
–Va a hablar. Silencio, por favor –dijo.
–Bueno, yo... Esto... yo... Yo estoy muy agradecido, en serio, pero... Bueno... –Se le escapó una sonrisita–. Yo no quiero ser ministro. Al menos hoy no. Me gustaría matricularme en la Academia de Aurores y ser un auror. Un auror de verdad.
–¿Estás seguro, Harry? –inquirió Fudge–. Seguidores no te faltan; estimo que saldrías escogido. Si no me crees, mira cómo te animan.
Y el auditorio reavivó sus muestras de entusiasmo, pero ni por ésas Harry cambió de parecer, que volvió a negar con la cabeza.
–Yo realmente estoy emocionado... y les doy las gracias. Pero ése no es mi sitio. En cambio –sonrió volviéndose a medias–, hay alguien a quien yo propondría. Alguien a quien yo votaría ciegamente. Porque es el mejor.
–¿De quién se trata, Harry? –le preguntó Fudge.
Harry se giró completamente y Helen no pudo reprimir esta vez las lágrimas cuando comprobó hacia donde apuntaban sus verdes ojos, verdes como la esperanza.
–A Remus Lupin, sin duda –exclamó Harry asintiendo enérgicamente.
El auditorio quedó en suspenso, Fudge confuso, Helen derramando nuevas lágrimas mientras reía de la emoción, los integrandes de la Orden paralizados y Remus, a todo esto, peor que ninguno; sólo una voz se escuchó entre tanto:
–¡Ése es mi yerno! –vociferó el señor Nicked desde abajo levantando los brazos.
–¿Lupin? –inquirió Fudge sin poder reprimir una sonrisa–. Muy bien, muchacho.
Y el exministro le revolvió a Harry el cabello con simplicidad.
–Pero... ¡ése es un hombre lobo! –gritó un espontáneo que sabía de su condición licántropa porque era padre de una chica a la que Remus había dado clase en Hogwarts.
Remus no despegó la vista del suelo mientras que Helen, al contrario, buscó un rato con la mirada al que había dicho eso con un rostro y una expresión asesinos. Los señores Nicked y Ángela y Sorensen, también presentes, se mostraron muy ofendidos con el comentario. Pero fue únicamente Harry quien salió a la defensa del licántropo.
–¡Sí, lo es! –exclamó–. Y yo soy un sangre mestiza. Y uno de mis mejores amigos es un semigigante. –Hagrid se sonrojó–. ¡Y mi mejor amiga es lo que suelen llamar una "sangre sucia"! Pero no, amigo, usted está equivocado. Todos ellos¡los tres, son excepcionales magos y excepcionales personas. Y si me alegra que lord Voldemort haya desaparecido para siempre, en cambio me entristece que sus ideales sobrevivan en personas como usted. Puesto que Lupin, junto con Sirius Black –algunos en seguida parlotearon algo con los que tenían próximos a ellos, pues seguramente nunca habían oído de boca del mismo Harry el reconocimiento de que el fugitivo Black había sido amigo suyo cuando todos lo creían culpable de su desgracia– es lo más parecido a un padre de lo que nunca he podido tener. Y yo lo he visto hacer cosas grandiosas, a pesar de que es un licántropo. ¡Sí, créame o no. Él –lo señaló con el brazo extendido– me salvó cuando estuve a punto de morir. Él es el mejor hombre que yo he conocido jamás.
–¡Harry, Harry! –lo tranquilizó Fudge–. Calma. Buen discurso. Pero estás equivocado. –Harry lo miró como si tuviera el impulso de querer abofetearlo–. Remus Lupin no es el mejor hombre que tú hayas conocido nunca; ¡es uno de los mejores hombre que muchos de nosotros hayamos conocido antes! Y cuanto este muchacho ha dicho ahora mismo –refirió dirigiéndose a la masa expectante–, yo mismo lo ratifico. Pues también a mí mismo me protegió durante un tiempo, y sé de lo que es capaz. Ahora mismo yo le hubiera ofrecido que me sucediese a Albus Dumbledore, pero éste no está; se lo ruego entonces a aquél que para Dumbledore era como un hijo y al que le enseñó todo lo que es preciso saber. Y no importa que no tenga ni una pizca de conocimientos sobre la dirección de este Ministerio, que yo lo ayudaré. Pues Harry ha hablado con gran madurez, con absoluta razón: lord... lord Voldemort ha caído; derroquemos también sus ideales. Démosle una oportunidad. ¿Igualdad queremos?
–¡Remus ministro! –comenzó a gritar Ángela, a quien en seguida se le unió Sorensen y después los señores Nicked y los hijos del licántropo, hasta que todo el mundo coreó su nombre mientras le aplaudía.
Remus dejó de abrazar a Helen, que lloraba todavía de emoción, para avanzar hasta Harry y estrecharlo con cariño mientras éste le daba unas palmadas en la espalda y en el hombro de idéntica forma a como el licántropo antes se las hubiera dado a él.
–¿Qué puedo decir? –preguntó Remus cuando se encontró frente a frente con Fudge.
–Mejor no digas nada –le rogó–. Te conozco, Lupin, y acabarías diciendo algo parecido a Harry, que no te mereces esta oportunidad y demás tonterías. Permíteme ser el primero en felicitarte.
–¿Por qué? –inquirió el licántropo.
Fudge le guiñó un ojo y se dirigió al auditorio seguidamente:
–Tengo la satisfacción de presentarles al primer candidato a ministro de Magia. –La gente volvió a aplaudir y el señor Nicked, elevando su voz por encima de todos, gritó de nuevo: "¡Es mi yerno!"–. No me importa, Lupin, que me diga que no se quiere presentar; añadir su candidatura corre de mi cuenta. Se oponga o no, yo echaré su nombre en la urna.
–¿Por qué hace esto? –le inquirió Remus con una vaga sonrisa y húmeda la mirada.
–¿Por qué? –repitió–. ¡Oh, hombre! –exclamó para evadir la respuesta, pero, como viera que el licántropo insistía, acabó respondiendo en un susurro–: Porque le debía una disculpa, Remus. A usted y a Dumbledore sobre todo. Me daba vergüenza admitirlo, eso es todo. Pero creo que así, Dumbledore, esté donde esté, me habrá perdonado. ¿Usted cree?
–No me cabe la menor duda –susurró, como si con la emoción se hubiese quedado sin aire–. ¿Me permite que lo abrace?
–¿Es indispensable? –bromeó.
Pero fue este mismo quien le echó los brazos por lo alto y quien le golpeó la espalda con más intensidad. Algunas cámaras fotográficas captaron aquel entrañable momento y fue portada al día siguiente en el diario El Profeta, la mejor publicidad que Remus podía recibir en aquellos momentos.
Sin embargo, el licántropo seguía sin creérselo cuando llegó a casa. Extasiado aún por la noticia y por los acontecimientos recientes, Helen y él prepararon un piscolabis en su casa para celebrarlo con los señores Nicked, Ángela y Sorensen, Harry y algunos miembros de la Orden que se quedaron. Pero fue al marchase todos estos cuando Remus se sinceró con su esposa:
–Ha sido todo tan increíble. Como una especie de sueño. ¡Temo que pueda despertar! –Sonrió–. Pero hay que ser realistas: soy candidato a ministro, pero no saldré escogido. Ni me importa. El reconocimiento de hoy compensa cualquier fracaso.
–Remus, no deberías pensar así –le recriminó Helen sin apenas prestarle atención.
–¿Cómo no? –le inquirió–. Ya te he dicho que no me importa, pero habrá muchos otros como el tipo ese que piensen "oh, es un hombre lobo". Mañana se hará eco El Profeta de ese aspecto oscuro de mi vida y se enterará todo el mundo. Sabes lo sensacionalistas que son esos periodistas. No me darán tregua. Pero no me importa. Estoy satisfecho aunque no salga elegido; ni que me lo hubiera propuesto.
–¡Remus! –exclamó Helen precipitadamente–. Mira, tú tienes posibilidades. Muchas posibilidades, diría yo.
Remus la miró confuso.
–¿Qué sabes tú? –le preguntó seguidamente.
Helen automáticamente evitó mirarlo, pero, tras mucho insistirle el licántropo, ella lo miró y en sus ojos guardaba un brillo tan intenso y una sonrisa tan radiante se abrió en sus labios que su gesto encandiló a Remus.
–Hoy no he tenido ninguna premonición, si es lo que quieres saber. Pero hace muchos años sí. Perdóname por habértelo ocultado todo este tiempo, pero... Pero ¡ya es suficiente con que a una persona de esta familia no le sorprendan demasiado las cosas cuando suceden al fin para que también a ti te hubiese estropeado la sorpresa!
–¿Qué quieres decir?
–¿Recuerdas el día que tuviste un encuentro con otros licántropos en el Ministerio en la Oficina de Servicio de Apoyo para Hombres Lobo? –Remus asintió lentamente–. Cuando volviste te dije que había tenido una visión. ¿Lo recuerdas, verdad? Pero no te quise decir de qué se trataba. Remus... Vi esto. Lo vi. Yo ya lo sabía. Serás el mejor ministro que jamás haya dado este país, ya lo verás.
–No puedes estar hablando en serio –comentó Remus en voz queda, tembloroso.
–El día de la elección ya te darás cuenta por ti mismo, Remus, cariño.
El licántropo se dejó caer sobre el sofá con la mirada perdida y las manos cruzadas puesto que, de tan nervioso, no dejaban de juguetear intranquilas. Helen se sentó a su lado y le echó un brazo por encima del cuello, lo que supuso el detonante para que el hombre estallase en llanto.
–¿Qué te pasa, por qué lloras?
–Porque... ¡Porque es el día más feliz de mi vida y ya no están todos con los que quisiera celebrarlo! James y Lily, Frank y Alice... Sirius... Mi madre... Especialmente ella. Y Dumbledore... Me gustaría que él estuviese hoy aquí. Me gustaría celebrarlo con él. Se alegraría mucho.
–Él ya lo sabía, no sé cómo pero lo sabía, Remus. Y ya se alegró. Siempre estuvo muy orgulloso de ti. Hoy, desde el cielo, te estará mirando y estará esbozando una amplia sonrisa. Sécate esas lágrimas y correspóndele.
Sus palabras lo animaron de forma que consiguieron despegarle un tímido esbozo de sonrisa.
–Y ahora vayamos a celebrarlo tú y yo. Solos tú y yo. Los demás nos tomarían por locos si les dijésemos antes de la elección que ya sabemos quién será el ministro.
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Lentamente, ayudado por una comprensiva y dulce Helen, Remus comenzó a darse cuenta de sus posibilidades, de la realidad abismal del nuevo periodo que se abría tan bruscamente ante él como el explorador que va abriendo con una daga su camino por entre altas plantas en una región desconocida. Con miradas cómplices durante el desayuno se daban cada mañana los buenos días, unos buenos días que, mañana tras mañana, los llevaban sin pausa al día tan ansiado y misterioso en el que Remus aún desconfiaba, a pesar de la total confianza que Helen depositaba en su visión. Sin embargo, algún cambio se había operado en el licántropo, que comenzó a desechar sus viejos atavíos, los cuales intercambió por nuevas túnicas de lino, de fino algodón, ropa cómoda, elegante, que le daban el aire de un refinado aristócrata. E incluso su paso se hizo más galante y su figura más esbelta y erguida, como una perfecta estatua griega. Y en su rostro ya no quedaban ni pizca del rechazo o la íntima melancolía que cubría sus ojos con un velo de sombras y ojera, sino un brillo que lo hacía sonreír a cada instante. Hasta se había dejado perilla y bigote, lo que le daba, según Ángela y Tonks habían coincidido, un aire mucho más atractivo; y es que la tía de Helen no dejaba de repetirlo; siempre iba pregonándolo por doquier: «¡Que ya lo dije yo! El nuevo ministro tenía que estar como el café: dulce, caliente y que quitase el sueño. Es que una tiene antecedentes de adivinas en la familia y algo le tiene que haber tocado a ella en el reparto genético. ¿O no?» Pero, sin duda, la que más satisfecha estaba con el cambio era Helen, quien acariciaba cada día, en el momento justo en que se despertaba, el mentón barbudo de su marido que le había conferido un seductor aire de juventud que sus canas, cada día más reclamadas, habían apagado.
Pero la sorpresa de Ángela o de Helen no eran las únicas. El licántropo recibía a diario montañas de correo que los habían obligado a instalar un abrevadero para las lechuzas en el alféizar de la ventana; hecho que, si por una parte resultaba positivo y gratificante, no dejaba de sorprender a los vecinos, muggles, que veían cómo a cada minuto que alzasen la vista la casa estaba anegada en el vuelo de aves que a la distancia se le antojaban rapaces, conque creían que la mansión de los Lupin estaba gafada. Cartas de viejos amigos, compañeros, conocidos, personas con las que sólo había mediado unas palabras o que acaso sólo conocía de vista; ¡todos le prometían su voto! Y lo animaban a construir un nuevo país. Fue Matt, que en su regocijo de preadolescente ayudaba a su padre a reducir la cargante tarea de abrir los sobres y desplegar los pergaminos, quien encontró la carta de enhorabuena que la auror Joanne Distte le había enviado deseándole suerte. Remus, por evitar cualquier malentendido posterior, corrió a mostrársela a Helen, quien sonrió con tirantez. Pero no fue la única, el conductor del autobús noctámbulo, Ernie, Ollivander..., todos le deseaban sus mejores palabras. Aunque la que más le sorprendió fue la de Ann Thorny, la secretaria del despacho del ministro, que decía solamente: «Te estoy esperando impaciente». El señor Nicked parecía asombradísimo del fulgurante éxito de su yerno, del que cada día demostraba sentirse más orgulloso y al que preguntaba insistentemente cualquier duda que se le ocurriese acerca del gobierno de la comunidad mágica. Remus, paciente, como acostumbraba a comportarse con su suegro, le respondía lo mejor que podía, a pesar de que sus persistentes cuestiones lo ponían nervioso al poner de manifiesto su poca experiencia en el cargo que Helen le había asegurado que desempeñaría, un secreto que ambos mantenían y que hacía que todos siguiesen esperando el día de la elección con incertidumbre y nerviosismo.
Pero, por desgracia, no todo eran buenas noticias, pues también bajo el vuelo raso de las lechuzas llegaban a menudo sujetas misivas que contenían peligrosas maldiciones que Remus evitaba con difíciles artificios adquiridos en la Academia de Aurores o vociferadores que le gritaban a Remus que era un maldito licántropo y que lo mejor que podía hacer ahora que todavía estaba a tiempo era retirar su candidatura y meterse en el podrido agujero del que nació. Nathalie, siempre que estallaba una de estas cartas de sobre rojo, se ponía a llorar sin consuelo en los brazos de su madre, como si supiese, pese a su escasísima edad, la afrenta que dirigían contra su amado padre. Pero Remus aceptaba aquellas cartas con resignación, diciendo siempre que, sin duda alguna, no había habido un solo ministro en el mundo que no hubiera tenido detractores.
Sin embargo, había algo más profundo que sí lo preocupaba realmente desde el día en que lord Voldemort desapareció, algo de lo que no había hablado ni siquiera con Helen y que causaba que aquellos días no fuesen tan felices como Remus realmente hubiera deseado. Ya que, en sueños, una vez su cabeza reposaba sobre la almohada y su conciencia se perdía bajo unos párpados cansados, unas voces huecas, como oxidadas por el tiempo y la podredumbre, se levantaban fantasmagóricas desde los pies de su cama y lo asaltaban en su descanso. «Resucítanos, Remus. ¡Resucítanos! En tu mano está el poder. ¡Hazlo!» «La llave, encuentra la llave», exclamaba otra voz igualmente monótona, producida como con eco; «la llave que abre la puerta al poder que se te ha dado y duerme en este sótano.» «Despiértanos, Remus, despiértanos...» «¡Malditos todos nosotros!», aclamaba ahora la voz de una mujer; «¡malditos!... Perdidos en la inmensidad de lo eterno y efímero a la vez, en ti vivimos. Pero sin ti¡malditos!» «La llave... la llave que siempre ha estado en nuestro haber...» «...nos despertará, sí, y así nuestra memoria sepultada fluirá en ti siempre que la portes. ¡Levántate y ve a por ella! Yo te guiaré...» «¡Silencio!», clamó una voz que superaba a todas en gravedad y potestad, de una fuerza tal que hasta el sigilo del viento se detuvo y los animales hubieron de guardar silencio. Y los murmullos de los espíritus venidos de lo que no tiene nombre cesaron, porque aquella voz resonaba por encima de todo envolviéndolo todo y cubriéndolo con un timbre que a Remus, mientras se agitaba sudoroso en el lecho, inconscientemente creía recordarle a alguien: «Yo mismo lo guiaré hasta la llave, ya os lo dije. Pero no hoy; pero no ahora. Conque... ¡retiraos!»
Y aquella noche, la última vez que sintió las voces, éstas fueron tan intensas que Helen, subiéndose sobre él, lo despertó bruscamente zarandeándolo. Finalmente, todo cubierto de sudor, Remus se incorporó de un salto con el vello de todo su cuerpo erizado y una sensación de escalofrío que le recorrió la espalda de hito a hito. Y, mientras su mente regresaba de las profundidades de lo onírico, cuando no había hecho más que despertar, en el momento en que bruscamente se incorporó, gritó desgañitadamente:
–¡Dumbledore!
–Era una pesadilla, Remus, cielo. Trata de tranquilizarte –lo consoló Helen mientras le secaba el sudor con un paño que había tomado de su mesita de noche.
–No –dijo entre titubeos–. No... Ha sido muy real. ¡Vienen a por mí!
–¿Quiénes? –inquirió.
–Las voces. ¡Las voces vienen a por mí! Están malditas... Helen, están malditas. Quieren hacerme daño. Helen, por favor, tienes que protegerme. –Se refugió en sus frágiles brazos que apenas podían cubrirlo mientras él se encogía a su lado como un niño pequeño–. No me dejes. No me dejes solo. Protégeme de ellos. ¿Lo harás?
Pero Helen no le respondió. Le acarició su cabello ribeteado de gris hasta que se quedó profundamente dormido con la cabeza apoyada en su pecho. En ese instante, de nuevo se escuchó una voz que Helen, que trataba de apartarlo sin despertarlo para volver a conciliar el sueño, no percibió; una voz que susurró al oído del licántropo con melosidad, una voz rota, la primera que había escuchado aquella noche: «No te preocupes, hijo, no temas. Pero también yo he de velar por mí mismo... Y no deseo que la llave que a mis padres y a mis hijos perteneció permanezca ahora en un cajón olvidado mientras lentamente se pudre como también nosotros nos pudrimos. Pero nuestro poder sigue intacto, y lo sabes...»
Como aquellas extrañas psicofonías no volvieran a producirse y Helen comprobara que las pesadillas de su marido cesaron, la tensión que el matrimonio había ido acumulando de noche en silencio entre alegría y festejos de día, se disipó.
Tanto a Remus como a Helen les sorprendió la pronta noticia de que Harry quería independizarse. Tan pronto como se hubo matriculado en la Academia de Aurores les comunicó a su madrina y a Remus que, aunque sentía dejarlos, él necesitaba vivir solo por una temporada, y esgrimió argumentos aplastantes como que en su casa no había sitio para todos, más cuando estaban esperando un nuevo bebé, y que él disponía aún de suficiente oro mágico en Gringotts como para comprarse una y que, incluso, deseaba pasar una temporada solo después de tantos años con los Dursley. El licántropo y la adivina le dijeron que lo añorarían, pero también que lo estarían visitando muy a menudo a pesar de que los pudiera tildar de entrometidos o cargantes; pero, sobre todo, le insistieron en que lo ayudarían a encontrar la casa idónea. Y el proceso comenzó cuando llamaron a la inmobiliaria "Chimeneas Felices en Hogares Radiantes" para solicitar una cita a fin de hacer una ruta por las casas mágicas en venta. Aquello despertó un sinfín de recuerdos en la pareja que Harry hubo de escuchar con aparente agrado: la casa que se les derrumbó encima cuando la visitaron, la de la ciénaga, las primeras impresiones del sótano, la visión de los niños que aún preocupaban a Helen, el boggart... Remus se rio especialmente al recordar que por entonces el boggart de Sorensen se convertía en un armario del que salía él mismo, ya que lo que más temía en aquel momento era revelar su homosexualidad hasta que en una borrachera hizo lo que cuerdo siempre hubiera tomado por imposible.
–¿En qué se convertirá ahora el boggart de Soren? –se inquirió en voz alta.
Ninguna de las casas que visitaban parecía agradar a Harry a pesar de que gozaban de la aprobación de Remus y Helen. Siempre había algo que lo motivaba a rechazarla; a veces nimios detalles que dejaban a la pareja perplejos. Helen lo justificaba diciendo que, en el fondo, Harry no quería dejarlos, que acabaría quedándose a vivir con ellos. Pero estaba equivocada: Harry Potter encontró la casa idónea para él donde menos cabía esperar: en el valle de Godric. A escasa distancia del solar de la casa de sus padres, desértico, del que sólo malas plantas habían brotado, a excepción de dos matas rebosantes de abiertas flores que rememoraban a través del paso de los tiempos dónde los cuerpos de James y Lily habían caído, se erigía una casita recogida, de aspecto hogareño y muy tranquila, la que Helen asoció prontamente con la que había visualizado en su predicción. La pareja intentó convencerlo, no obstante, de que no la adquiriese, que le traería malos recuerdos, pero Harry no opinaba igual; su pesadilla comenzó cuando hubo de abandonar aquel valle; ahora que todo había vuelto a la normalidad de nuevo, como si se hubiese cumplido un ciclo, era de la opinión de que sus pasos lo devolvían al valle en que habitaron sus padres. Y Remus y Helen no se opusieron.
Finalmente, dos semanas antes del día en que los votos se repartirían en la urna, a fin de arañar los resultados, contradecir a las encuestas y conseguir el favor de los magos indecisos, los candidatos protagonizaron una ruta incansable por cafeterías, la taberna, la biblioteca, el atrio del Ministerio de Magia, desde donde lanzaban con gran precisión sus cuidados discursos en los que casi siempre la palabrería iba acompañada de rotunda mímica y expresiones de acero. Remus reconocía sentir conmiseración para con Perkins, el anciano ayudante de Arthur Weasley, quien decía que, de no ganar esta convocatoria, se jubilaría por fin; sin embargo, se mostraba implacable contra Dolores Umbridge, cuyos argumentos contradecía sin esfuerzo y buena disposición y a cuyos propósitos y proyectos de leyes atacaba con entera determinación. El público aplaudía con fervor a Remus cuando sus debates se producían contra la subsecretaria del ministro; preferían la espontaneidad y la improvisación animosa del primero frente a los discursos bien elaborados de antemano pero cargados de reproche e intolerancia de la segunda. Incluso había un grupo de seguidores de Lupin que lo acompañaba de debate en debate lo mismo que el fiel fan de un cantante a éste de concierto en concierto; se trataba de los compañeros licántropos que Remus había conocido en la única sesión en que había tenido suficiente estómago para ir de entre todas las convocadas por la Oficina de Servicio de Apoyo para Hombres Lobo. Lo animaban, aplaudían con verdadero fervor y gritaban su nombre cuando bajaba del estrado después de haber discurrido con entereza; seguidamente, eran los que más silbaban a Umbridge, a quien interrumpían constantemente en su discurso con amonestaciones en voz alta y exabruptos por los que, casi siempre, eran invitados a salir fuera por los miembros de seguridad. El agente que se había comprometido a ayudar a Remus durante su campaña dijo que aquellos incidentes no hacían sino desprestigiarlo, pero éste no estaba de acuerdo con él: miraba a su alrededor y veía cómo la gente se indignaba en voz baja y revolvía en murmullos cuando expulsaban a los licántropos y se contentaba con disimular una sonrisa cuando, sucedido esto, Dolores, carraspeando fuertemente, trataba de reconducir hacia ella la atención.
Pero, aunque Helen se siguiese mostrando tan ferviente en lo relacionado a su visión, Remus, temiendo quizá despertar agriamente de un feliz sueño, prefirió no creérselo todo, no por el momento; no hasta el día de la elección...
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La mañana de la elección Remus, a causa del gran número de pociones y tés casi hipnotizadores que había ingerido el día anterior para poder dormir tranquilo a petición de Helen, se hizo el dormido para no preocupar a su esposa, porque lo cierto era que no había conseguido pegar ojo en toda la noche a pesar de los satisfactorios efectos que le había prometido. Se levantó con el cabello greñoso y taciturno. Introdujo los pies en sus pantuflas, acción que le llevó unos minutos, y se levantó pesadamente de la cama bostezando sin descanso de camino al cuarto de baño, donde se lavó tantas veces la cara que perdió hasta la cuenta. El espejo le devolvió una imagen de sí mismo adormecida y despeinada, con los ojos enrojecidos y apariencia de diez años más viejo. Se vio bostezando en el reflejo y se sorprendió de lo poco preocupado que parecía.
Bajó a desayunar y se dejó dar un beso por un Matt especialmente cariñoso y una Nathalie juguetona y carismática. Tonks lo recibió con un cálido buenos días después de un fingido aplauso que había protagonizado al verlo entrar y en el que habían colaborado sus dos hijos, a los que había inducido al juego.
–Cariño, tienes unos pelos... –comentó Helen observándolo de reojo.
Remus, asintiendo con desgana, cogió una tostada quemada del plato, se la llevó a la boca, donde la dejó suspensa en un suave mordisco, y se sentó a la mesa. Nathalie se rio batiendo palmas; la expresión de su padre la divertía.
–¡Vamos, vamos, date prisa, señor Lupin! –exclamó la adivina–. Tendremos que ir a votar temprano. Los periodistas estarán esperando ver cuál será el primer candidato en llegar. Tonks¿te importa encargarte de que los niños se vistan? –La chica se levantó asintiendo–. A Matt le buscas cualquier cosa elegante que encuentres en su armario, lo dejo a tu elección. La ropita de Nathalie está ya encima de su baúl.
Matt, sonrojado, se dejó galantemente agarrar la mano por Tonks, que se los llevó a ambos hablándoles de los juegos que inventarían por la tarde.
–Y ahora tú, Remus, ya te puedes estar dando prisa, que eres tú quien ha de ir inmaculado, no tus hijos. Date prisa. ¡Ah! Hoy debes ponerte esto. Si lo compré fue precisamente para un día como este. ¿Qué digo¡Para el día de hoy! Oh, Remus, toma. –Le entregó el reloj de bolsillo que años atrás le había regalado por el aniversario del día en que comenzaron a salir y que el licántropo mantenía con mucho amor guardado porque decía que no consonaba con el estilo de ropa que solía vestir–. Ahora eres un hombre elegante. Sólo te falta esto.
Al llegar al atrio del Ministerio de Magia, a la familia del licántropo lo sorprendió una tormenta de flases y luces de cámaras fotográficas tan intensa y de improviso que no dejaban de parpadear. Nathalie, incluso, se llegó asustar y, al día siguiente, salía en todas las portadas berreando, hecho del que Matt se reía constantemente. Todos cogidos de la mano, sonriendo con dulzura, saludando, se acercaron a la urna e introdujeron su voto.
–¿Y yo por qué no puedo votar? –preguntó Matt cruzándose de brazos.
–Porque tú eres pequeño, mi niño –le respondió su madre con afecto–. Cuando seas mayor, podrás.
–Todos me decís eso. ¡Cuando sea mayor, cuando sea mayor, cuando sea mayor...! Yo ya soy mayor.
Helen se sonrió. Cabeceando, le pidió que no montase mucha guerra, que era el día especial de papá y todo tenía que salir a pedir de boca.
–¡Señor Lupin! –exclamó un periodista que se aproximaba corriendo–. ¿Puedo hacerle una pregunta? Me llamo Mike Loyal, de Corazón de bruja. Nuestras lectoras quieren saber qué expectativas tiene usted del día de hoy.
–Bueno, esto... No lo sé, realmente. –El licántropo lanzó una mirada de auxilio a su mujer, que, un poco apartada, le sonrió con complacencia–. Realmente no sé qué tendría que esperar del día de hoy. Quiero decir, estoy propuesto como ministro, sí, claro, pero... Bueno, es extraño. Yo no lo esperaba. ¡No, realmente no espero nada. Que Rowling provea.
–Exacto, que Rowling provea. Pero que provea bien querrás decir¿no, Lupin? –El licántropo se giró y descubrió a Fudge sonriéndole. Al llegar hasta él le puso una mano sobre el hombro y le repitió unos golpecitos de ánimo varias veces–. ¿Nervioso?
–¿Acaso es posible no estarlo?
Fudge rio con sonoridad.
–Señor Fudge –inquirió el periodista entrometiéndose–. ¿Le importaría que le hiciese algunas preguntas?
–En este momento sí, joven. Tengo un asunto del que conversar con mi joven candidato. Lupin¿le importaría a tu familia esperarte en la cafetería? Regresarás en seguida. –Se volvió hacia Helen y afablemente le dijo–: Cargue lo que pida a mi cuenta. Dense por invitados.
–Gracias, Fudge... –masculló Remus.
–¡Oh, no hay de qué, jovenzuelo. Ahora, si no te importa, bajemos hasta mi despacho; allí estaremos más tranquilos para conversar. Esto parece una colmena de periodistas. ¡Qué fastidiosos me resultan! Acompáñame, por favor.
Remus se despidió rápidamente de Helen, de sus hijos, de Tonks y de Harry, a quien también habían traído con ellos para que ejerciese su derecho al voto. Después siguió con extrañeza a un desacostumbradamente rápido Fudge, que, candorosamente, lo invitó a pasar primero al ascensor. Corrió las rejas y pulsó el botón sobre el monitor. Remus no habló durante el trayecto porque Fudge se había puesto a silbar mientras se balanceaba con los talones de delante hacia atrás. Al detenerse, pasó adelante y condujo a Remus a lo largo de un anchísimo y extenso corredor en el que, al final, se encontraba su despacho.
Abrió la puerta y Ann Thorny, la secretaria del ministro, al ver a Remus entrar detrás de Fudge exclamó:
–¡Lupin!...
Pero Cornelius, al pasar delante de su escritorio, casi sin mirarla, le dijo:
–Ahora no, Thorny.
Y la chica se sentó algo azorada y seria. Remus, sin que Fudge lo viera, como si temiese que a él también lo pudiera reñir, la saludó con la mano en un gesto simpático e inocente cuando fue a cerrar la puerta que comunicaba el despacho de la secretaria con el del ministro. Este último era más amplio que el que le precedía, con las paredes inmaculadas de blanco a excepción de la de detrás del alto sillón acolchado del ministro, cuyo muro ocupaba enteramente un colorido lienzo que representaba una catarata tan conseguida que parecía que tan solamente metiéndose una mano podría conseguir uno mojársela. Del techo pendía una increíble lámpara de araña que destelló a su paso. Una multitud de cuadros con anteriores ministros cuchicheaban entre sí a partir de haber visto a Remus entrar, quien, a su vez, también a ellos los miraba con asombro y curiosidad. El suelo entero estaba recubierto por una roja alfombra de bordes deshilachados a la usanza árabe. Encima de la puerta, sin llegar a rozarla al abrirla, pendía una pequeñilla campanilla que Remus se quedó contemplando con curiosidad; Cornelius, al verlo, explicó:
–Es por seguridad. Ojalá no escuches nunca su tintineo.
Fudge llegó hasta el enorme escritorio que tenía bastante desordenado y se sentó en el asiento del ministro.
–Por última vez... –dijo al hacerlo–. Pero siéntate, amigo, siéntate.
–¿Para qué quería que hablásemos? –inquirió Remus.
Fudge rio estruendosamente al escuchar su pregunta.
–Vaya. Constato que no te gusta andarte por las ramas. Quería charlar, eso es todo. Si no te molesta, claro... Y, claro está, también quería aprovechar la ocasión para preguntarte si tienes alguna duda. Aunque, bueno, por eso no debes preocuparte. Thorny te ayudará estupendamente; es buena chica, aunque percibo que algo impulsiva, pero veo que ya se conocen. Umbridge también; asumirá deportivamente la derrota. Y yo ya te dije que estaría a tu disposición de nueve a diez horas todas las mañanas en las reuniones del Gabinete de Sabios. Me pidieron que ocupase el sitio que Albus Dumbledore dejó; al parecer este Ministerio no quiere librarse fácilmente de mí.
–¿Por qué da por sentado que voy a salir elegido yo?
–¡Oh, vamos, Lupin¿Acaso no lees la prensa, las encuestas, nada? Además, perdona que te diga, pero yo he apoyado tu candidatura y espero que eso sirva de algo.
–Discúlpeme si es indiscreción, pero a mí también me sorprendió. Cualquiera habría asegurado que usted apoyaría a Dolores.
–¿A Dolores? No, no, no... No. Ella también lo esperaba, la verdad, pero se le pasará el enojo. No, Remus, ya te dije mis motivos por los que tú eras mi candidato favorito.
–Perdone si vuelvo a extralimitarme, pero me siguen pareciendo insuficientes.
–¡Oh, chico! Siempre igual... ¿Por qué habría de mentirte?
–No es que me esté mintiendo. Es...
–Es... ¡nada! Bueno, sí. Si yo me fui fue para acabar con la... corrupción que mi legislatura estaba generando. Sí, no pongas esa cara. Vol... Voldemort era malvado; ¿acaso no sabía de sus fechorías? Pues igual los políticos. Sabemos cuando somos corruptos, pero fingimos que no lo somos con palabras bonitas. Y Umbridge es tan ambiciosa como yo, y tú mejor que nadie lo sabe. Es el claro prototipo de los slytherins, entre los cuales formó parte en su día. Y un gryffindor como tú y un hufflepuff como yo siempre hemos estado en contra de los serpientes. ¿Cómo iba a querer que se produjese algo peor a lo que yo había organizado cuando ése era principalmente el motivo por el que me iba? Te pondré un claro ejemplo para que lo comprendas. ¿Quién es mejor merecedor de una medalla: el que desconoce que va a ser su poseedor o el que lucha día tras día por ella? Vamos, responde.
–No sé... ¿El que lucha por ella?
–No, Lupin. El que lucha por ella día tras día, una vez la consigue le parece galardón insuficiente y debe cubrir su avaricia con más y más y más. Ya no hay forma de detenerlo. Llevaba tanto tiempo soñando con la medalla que ésta le produce unos ingentes delirios de grandeza. Pero, por el contrario, aquél que la recibe por sorpresa, como tú, no se cree merecedor de ella, como tú, e intenta por todos los medios que esta prueba le pase de soslayo, puesto que no quiere quedar mal... ¡No se cree a la altura del prestigio que comporta! Y, en lugar de dejarse dominar por sus encantos, se pone a trabajar esforzadamente a fin de hacerse verdaderamente merecedor del premio. ¿No lo ves, Lupin¿Eh? –El licántropo asintió aunque en realidad no compartiera su razonamiento–. Necesitaba alguien que no repitiera los errores del pasado. ¡Mis errores, Remus! Los puedo reconocer, Lupin. Por esa misma razón intenté disculparme contigo. Y ahora ¿qué, te sientes merecedor de tu medalla?
–Sinceramente... No.
–Ya harás méritos para lograrla. ¿Te importa esperarme aquí? Voy a avisar a tu familia, si no te importa... He pensado que quizá os guste recibir los resultados aquí. ¿Qué te parece?
Remus respondió apresuradamente que bien y Fudge salió. En el intervalo en que éste regresó con su familia, el licántropo contempló todo a su alrededor con una mezcla de excitación y asombro. Si Helen estaba en lo cierto, pronto él mismo ocuparía aquel alto sillón y gobernaría aquella pila de papeles y pasaría los últimos minutos de la jornada observando la candidez del agua cayendo por la catarata del paisaje o la forma curvilínea de la campana reluciente que nadie deseaba escuchar.
En seguida Fudge retornó con su mujer, sus hijos y Harry. Helen, al entrar, se encogió, pero sólo Remus se dio cuenta, quien corrió presto a auxiliarla. Le preguntó si había sido el bebé, si había experimentado náuseas, si se encontraba mal, pero Helen, absorbida, no respondía. Finalmente musitó:
–Aquí... Al entrar he sentido algo extraño. –Sus ojos se deslizaron sin que ella los gobernase hacia Harry–. Una confusa sensación de... dolor. Pero no me sigas preguntando, no sé qué ha sido. No sé qué ha podido ser... o qué he podido vaticinar.
–¿Vaticinar? –inquirió Fudge en voz alta.
–Helen es adivina –le respondió mientras la acompañaba hasta el asiento más próximo–. Helen, tus visiones te provocan, lo sabes. Eso no debe de ser bueno para el bebé.
Helen asentía mientras bebía de un vaso de agua que Remus acababa de conjurar.
–Remus, me he tomado la molestia de traerte una cerveza de mantequilla –mencionó Fudge tendiéndole la botella–. Pensé que quizá tuvieses la garganta seca.
–Gracias –respondió aceptándola. De nuevo se volvió hacia su mujer–¿Estás ya bien? –Ésta asintió intentando ponerse en pie, pero Remus se lo impidió–. Bueno¿qué te parece el despacho?
–¿El despacho? –repitió y lo miró con más detenimiento que antes. Sonrió–. Me parece perfecto, Remus. Es tan elegante... Tan distinguido. Se me hace extraño imaginarte aquí, pero todo es cuestión de acostumbrarse. –Fudge rio con altanería, como si su mujer hubiese expresado lo que él pensaba–. Los cuadros... –susurró observándolos uno a uno–. Allí hay un hueco –exclamó señalando un espacio en medio del muro.
–Oh, sí –contestó Fudge azoradamente–. Qué observadora es usted, señora Lupin; no se le escapa una... Ahí tenía el cuadro de mi mujer pero, una vez hube dimitido, lo retiré; en caso de que Lupin saliese electo, es libre de cubrir el hueco con la pieza que se le antoje.
–Pondría un cuadro con mis tres hijos cuando nazca el próximo –sugirió.
–No –contestó Helen negando lentamente con la cabeza–. Pondrás otro. Uno que ya se ha puesto en marcha...
Remus no supo a qué se refería, pero tampoco le preguntó. La excitación que le producía el nerviosismo que caracoleaba por sus miembros como un ejército de hormigas le impedía parecer cuerdo y quedarse quieto. Deambulaba de hito a hito del despacho ministerial y, a pesar de que Fudge le exigía de vez en cuando que por amor a santa Rowling se detuviera, él se volvía a poner en pie y caminaba sin descanso, con desasosiego, sacando cada cinco minutos su reloj de bolsillo para consultar la hora. Pronto el sol se elevaría en lo más alto de sus cabezas y las urnas se cerrarían por aquel día; la decisión habría sido tomada. El futuro de los magos se habría decidido ya... Y, si en el fondo le daba igual no salir escogido, temía por otro lado que Umbridge sí lo fuera; además, en cierto modo, el vaticinio de Helen, aunque se obstinase en negarlo, le había hecho partícipe de su ilusión, lo tenía colgado de un espejismo quebrado en el tiempo en el que se veía a sí mismo reflejado como ministro aunque nada de aquello hubiera llegado a suceder todavía realmente.
Así, cuando por megafonía avisaron a las dos de la tarde que se había cerrado la urna y que se iba a proceder al recuento de votos, el aceleramiento se apropió del enloquecido corazón de Remus. Tan animado como estaba, apenas era capaz de reunir toda su concentración en escuchar a Fudge contándole cómo había sido su espera el día en que él había salido escogido ministro de Magia. Sólo percibió las palabras "paciencia, chico, paciencia", quizá porque el mismo exministro estaba siendo consciente de que el licántropo estaba a punto de sufrir un infarto.
Conque, cuando igualmente por megafonía mágica se anunció que el candidato nombrado ministro de Magia había sido Remus Julius Lupin con un total del sesenta y seis por ciento del conjunto total de votos, todos se preguntaron cómo el licántropo consiguió sobrevivir; Matt se abalanzó sobre él como un bólido y Nathalie, que había sentido la alegría experimentada por su madre, festejó la elección de su padre con risas estridentes y palmas constantes. Harry, en cambio, se aproximó más cauteloso y lo felicitó con menos fastuosidad; sin embargo, Remus a él lo abrazó con máxima sinceridad, pues por él había pasado de ser el último olvidado de aquel país a cubrir un puesto que en su vida nadie, sino una adivina, hubiera previsto.
–Remus, deberíamos subir arriba –opinó Fudge después de haberle dado la enhorabuena–. Los fotógrafos y los periodistas estarán aguardando con nerviosismo tu llegada y en estos momentos no me cabe duda de que se estarán preguntando dónde te encuentras. Esta tarde tienes mucho que celebrar. Mañana empieza el trabajo...
El licántropo sonrió y todos juntos salieron de aquel despacho que tan habitual iba pronto a ser en la vida del licántropo, tanto como la gentil secretaria que apenas pudo felicitarlo intimidada de nuevo por Fudge o los pasillos atestados de gente que lo aplaudían o trataban de estrecharle la mano para congratularlo. Agasajado, creyendo que no podría haber nada más que lo sorprendiese sobremanera, al apearse del ascensor una tempestad de luces y un huracán de preguntas le sobrevino. Los fotógrafos se golpeaban a fin de obtener la mejor toma para sus periódicos mientras los periodistas gritaban reclamando su atención al tiempo que alzaban los brazos. Fudge señaló a uno y, como obra de encanto, el resto se calló.
–Señor Lupin¿cómo definiría su elección?
–¿Cómo? –reiteró–. Incrédula.
Los periodistas rieron.
–¡A mí¡A mí¡Señor ministro! –volvieron a gritar de inmediato.
Fudge señaló a otro y éste preguntó:
–Señor ministro¿qué le diría ahora a sus más agresivos opositores¿O a sus adversarios¿Qué le diría a Dolores Umbridge?
–¿El qué? –Abrumado, Remus rio–. No lo sé. Supongo que la comunidad ha escogido. En sus manos estaba el poder y sigue estando. Y a Dolores le diría que... Lo que tenga que decirle a Dolores ya se lo diré en privado.
–¡Señor ministro! –inquirió en seguida una joven bruja de aspecto agradable–. ¿Qué le parece que antes incluso de su elección como ministro la revista Corazón de bruja lo hubiese nombrado el ministro más atractivo de la historia de Gran Bretaña?
–¿Eso es cierto? –preguntó Remus mirando a todas partes con cierto embarazo.
–Sí. ¿No recuerdas que tía Ángela me lo comentó y yo te lo conté a ti? –inquirió Helen en voz baja.
De nuevo se alzaron voces intemperantes que se combinaban con los impactantes reflejos de los flases de las cámaras, y muchos de ellos ya no preguntaban sólo por Remus sino también por Helen. Pero Fudge, quizá contrariado por la noticia de que no era él el ministro más sexy, espantó la colmena de periodistas de su alrededor pretextando que el recién investido ministro tenía que festejarlo, y aquello no implicaba una rueda de prensa sensacionalista.
Pasados unos minutos durantes los cuales Fudge había estado comentando la elección con el director del diario El Profeta y su esposa, éste regresó hasta donde Remus permanecía con su familia, cada vez más rodeado de amigos y conocidos que se estaban acercando para felicitarlo, con una copa de coñac en la mano. Le dijo que tenía que hablar con él y lo apartó unos metros del grupo. Remus, curioso, no esperó a que hablase y le preguntó qué quería. El otro, sin responderle, se metió la mano en el cuello y se hurgó en busca de un medallón del que, al instante, se desprendió y el cual entregó al licántropo.
–¿Qué es esto? –preguntó.
–Es el medallón del primus del Ministerio. Ahora te pertenece. Aunque, como te he referido ya, me verás todos los días en las sesiones del Gabinete de Sabios, ya eres el ministro, y debes poseerlo desde el mismo momento en que eres escogido. Es una puerta a la unidad. Atiende, te explicaré su funcionamiento... Es algo importantísimo, conque escúchame atentamente.
Pero, cuando Fudge se dispuso a hacerlo, una turba de fotógrafos se acercó al ver a ambos hombres conversando puesto que querían fotografiarlos. El exministro, contrariado, le musitó que se guardase el medallón, que luego se lo explicaría y que posasen ahora; pero aquella conversación pendiente cayó en el olvido, el medallón fue guardado en el baúl de Remus al retornar a casa decidiendo internamente que, en cuanto viera a Fudge, le pediría que le explicase su funcionamiento; mas también el medallón cayó en olvido de Remus, y así fue cómo el objeto del que ningún ministro se había desprendido fue depositado por el licántropo en lo más profundo de su baúl.
Pero era feliz, contrariadamente dichoso, y su gozo le hacía descuidar los más nimios detalles, olvidar aun los asuntos de mayor relevancia. Pues, pensaba, ya habría tiempo para todo aquello.
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A la mañana siguiente, radiante, espléndido, caminando solemnemente se apareció en el vestíbulo del Ministerio de Magia Remus Lupin a las ocho y veinticinco minutos. Los funcionarios se volvían hacia él a su paso y lo saludaban. El licántropo se detuvo un momento en el espacio vacío que la derruida Fuente de los Hermanos Mágicos había dejado; la gente se lo quedó observando un momento, sin molestarlo, pensando incluso que estaba orando o practicando algún desconocido ritual. Pero Remus sólo estaba contemplando su vacío, el encanto que flotaba en el ambiente. Transcurridos unos segundos, retomó la marcha hacia los ascensores, en la cual siguieron sucediéndose los buenos días y los asentimientos de cabeza como saludo. Sintió miradas punzantes en la cabina del ascensor, mientras descendían, pero no le importó, pues la gente lo contemplaba con simpatía y lo despedía con respeto. Mientras avanzaba por el corredor hasta su despacho, con un estrenado maletín de mano, reiterados saludos lo hicieron pensar por un momento que jamás se acostumbraría a aquello.
Abrió la puerta del despacho y una sonrisa de Ann Thorny, su secretaria, lo asaltó. Elegantemente vestida, la joven bruja se puso en pie y rodeó su escritorio para encontrarse con el hombre. Al llegar a su altura le ofreció su mano que el licántropo estrechó con una amplia sonrisa.
–Lupin... ¡Qué sorpresa! No se puede hacer ni una idea.
–No te creas, que sí me la hago –contestó soltando el maletín sobre el escritorio de la chica–. Bueno, espero no tener que molestarte mucho, pero no tengo ni idea de lo que tengo que hacer.
–No se preocupe, señor ministro. Yo lo pondré en el camino. Pero póngase cómodo en su despacho hasta las nueve, momento en que tendrá que acudir a la reunión con el Gabinete de Sabios. –Remus asentía a cuanto decía su secretaria mientras se encaminaba hacia su mesa seguido por ésta–. Hasta entonces me tiene que firmar unos cuantos formularios para que ponga en marcha una serie de protocolos que le explicaré puntualmente. A las diez, cuando termine la reunión con el Gabinete tiene previstas una serie de reuniones con diversos miembros del Ministerio. ¡Ah, también tiene que aprobar el presupuesto de julio. Fudge ordenó que lo hiciese el próximo ministro conque vamos con retraso.
–No hay problema, Thorny –respondió–. Tráemelo y..., si sé descifrar lo que pone, aprobaré el presupuesto de julio.
La joven secretaria salió del despacho del ministro y volvió al poco con un turgente cúmulo de carpetas y papeles bajo el brazo. Mientras tanto, Remus había vaciado con cuidado sobre su escritorio su maletín, que contenía exclusivamente una fotografía de Helen con Nathalie sobre su regazo y Matt sonriendo a su lado; la colocó estratégicamente sobre la mesa y, después, hizo inventario mental de todo lo que reposaba sobre ella: la agenda, un lapicero con forma de dragón que contenía una decena de larguísimas plumas muy coloridas de pavo real, el tapiz para los pergaminos... Cuando Thorny regresó, debió descubrirlo con la mandíbula desencajada y mirándolo todo a su alrededor con sorpresa, porque la chica se sonrió un instante. Depositó los formularios sobre el escritorio de su jefe y se sentó en el asiento frente al de éste.
–Mire, esto es el plan presupuestario –explicó la chica rescatando una carpeta del fondo–. Necesito que le eche un vistazo antes del mediodía para que pueda enviar una copia a todos los departamentos.
Remus tendió la mano para que le diese el tomo y lo hojeó un instante. Como viera que frunciese el entrecejo, su secretaria lo animó diciendo:
–Vendré a ayudarlo si tiene algún problema. No se preocupe, señor ministro; la primera vez puede resultar tedioso, pero pronto le cogerá el tranquillo y verá lo bien que se maneja con estos papeleos.
–Eso espero –dijo devolviéndole la sonrisa–. Y, por cierto, Thorny, no me llames más señor ministro. Llámame Lupin, como siempre. ¿Vale?
–Sí, claro, señor mi... ¡Oh, señor Lupin...
–Bien...
Remus sacó otra carpeta que había llamado su atención y leyó el rótulo que había sido rubricado con letras doradas en la página principal: «Despidos». Se lo mostró a Ann Thorny esperando que ésta le diese algún tipo de explicación al respecto.
–¡Oh, eso! –exclamó Ann–. Fudge y Umbridge idearon un plan de despidos dentro de la plantilla ministerial con el que se reduciría el gasto de las arcas y que aumentaría la capacidad económica del Ministerio para desempeñar imprevistos o acciones de cierto riesgo financiero. Sin embargo, aún estaba pendiente de la aprobación del Gabinete de Sabios.
Remus se dispuso a abrirlo para leer los nombres contenidos, las personas designadas por el exministro y su colaboradora para ser despedidos, cuando Dolores Umbridge, la subsecretaria de Remus, abrió la puerta y entró precipitadamente en el despacho. Se apresuró hasta el escritorio y, una vez allí, asintió repetidas veces mientras que, sin aliento, intentaba decir:
–Lo siento, lo siento por el retraso... Buenos días, señor ministro. –En seguida dirigió una mirada incandescente a la joven secretaria, que la miraba sentada con cierto desdén–. ¿Cuántas veces te he dicho, Ann Thorny, que no te sientes en el escritorio del ministro? Estás trabajando¿qué haces sentada?
La joven fue a decir algo, pero Remus se interpuso poniéndose en pie:
–La he invitado yo a sentarse –mintió–. Además, no veo qué mal tiene que mi secretaria se siente a departir conmigo sobre el trabajo. Al menos ella ha estado puntual para mi ofrecimiento. ¿Ahora quiere usted sentarse también?
Dolores lo recorrió con una fulgurante mirada de sus saltones ojos de culebra.
–No –escupió–, prefiero quedarme de pie.
–Perfecto, porque yo también –respondió Remus–. Thorny me acaba de comunicar que el anterior ministro y usted estaban elaborando un plan de despidos dentro del Ministerio. Imagino que ahora yo tendré que ocuparme de esa labor¿no?
–Imagina bien –dijo Dolores mirándolo intransigente, con rabia reprimida.
–Bien pues –contestó el licántropo retirándose unos pasos del escritorio y tornándose a pensar–. Bien, sí, bien... Tome, señora Umbridge. –Le tendió la carpeta con los despidos que ella recogió con rapidez–. No tengo tiempo de desempeñar susodicha tarea, pero usted podrá hacerlo gustosamente; ¿me equivoco? –La mujer negó lentamente con la cabeza–. Muy bien, entonces retírese y prepáreme para última hora de este día un listado de los despidos más apremiantes. Mañana a primera hora lo presentaré al Gabinete. Ya me ha oído, a última hora, sin falta.
–Por supuesto, señor ministro –contestó dirigiéndose hacia la puerta de salida.
Ann siguió con una asombrada mirada a su jefe hasta que éste, cuando a punto estaba de salir la otra, exclamó:
–¡Espere! –Umbridge se detuvo–. ¿Podría hacerle alguna sugerencia para los despidos? –La mujer asintió pesadamente, como si le costase hacerlo o, más bien, como si le costase agachar la cabeza ante aquel hombre. Remus se giró para pensar un instante, transcurrido el cual, volviéndose, dijo–: Dolores, está despedida.
–¿Qué? –gritó.
–Ya me ha oído. Recoja sus cosas y vaya buscando otro trabajo. Y llévese esa carpeta, por favor; no quiero ni volverla a ver. Me refiero a la carpeta. Bueno, a usted tampoco, la verdad. Ahora lárguese.
–¡Tendrá noticias mías! –exclamó Umbridge con ira.
–¿Es inevitable? –inquirió el hombre con inocencia.
Pero la bruja no lo escuchó porque cerró la puerta al salir con tal violencia que despertó un ruido atroz. Ann, sonriendo, repuesta del susto del portazo, miró su reloj y pegó un brinco en su asiento.
–Es la hora, señor ministro. Son las nueve. Va a comenzar la sesión del Gabinete y usted no puede faltar. –Se puso de pie y el licántropo, imitándola, la siguió–. Venga –lo animó.
–¿Dónde tiene lugar esa asamblea? –preguntó.
–Hay un atajo en este despacho –respondió misteriosa–. Uno de tantos.
Se aproximó a una estantería y esperó a que el ministro llegase. Después, pidiéndole que prestase mucha atención, tomó dos volúmenes a la vez y tiró de ellos hacia fuera sin llegar a sacarlos. Remus se sorprendió al escuchar un ruido de cadenas y poleas y al ver un alto pero estrecho cuadro junto a la estantería que se abría despacio.
–Entre por ahí –le invitó–. Camine todo recto. No hay pérdida. ¡Vaya!
Remus, asintiendo, se introdujo en la opaca oscuridad de la obertura aparecida ante sí, y Ann, al verlo marchar, tapió la entrada con el cuadro tras de él.
El licántropo siguió una vía sin pérdida, un estrecho túnel que lentamente iba ensanchándose y ganando espacio en altura, en el que habían aparecido mágicas antorchas suspendidas de los muros. El ambiente, aunque casi mefítico y muy húmedo, le trajo un vago recuerdo de los pasadizos secretos de Hogwarts que sus amigos y él habían descubierto. Inmerso en aquellos pensamientos, se sorprendió topando con el final del túnel: cerrado. Al principio sintió temor, enclaustrado como se encontraba, pero después, clamando a la razón, probó a empujar el término de aquel pasadizo y descubrió una textura parecida a la de un lienzo, ya que lo que empujaba era otro cuadro, uno que lo conducía a la sala de reuniones del Gabinete de Sabios del Ministerio de Magia, un recinto de piedra fuertemente iluminado con luces de neón pendidas del techo y con una larga mesa rectangular rodeada de sillones de terciopelo rojo.
–Buenos días, Lupin –lo saludó Fudge–. Ya creíamos que no venías. –Sonrió–. Siéntate. Te estábamos esperando. ¡Atención, la reunión va a dar comienzo.
Cerca de una veintena de personas arremolinadas en grupos abandonó su animada conversación y se dirigió a la ingente mesa en la que ocuparon sus puestos tan sistemáticamente que Remus supuso que la elección no había sido arbitraria; cada uno sabía dónde se sentaría, puesto que aquellos sitios habían sido adjudicados de antemano, conque se quedó en suspenso, esperando que alguien lo rescatase de su perplejidad y le mostrara dónde podía sentarse él.
–¡Lupin! –llamó su atención Fudge–. Tu asiento es el del extremo norte –le avisó–. Ya puedes sentarte. El opuesto a la Jefa Suprema, Gwen Marom. La sustituta de Dumbledore en este consejo.
Al decir aquello, Remus reparó en la mujer que había sentada a la distancia en el extremo opuesto a él. Gwen tenía un expresivo rostro redondo, de bronceada piel, en el que sorprendían sus bellos ojos entre verdes y marrones. Lo miraban intensamente, tan vivamente que podía sentir su parpadeo de largas pestañas sobre sí, a pesar de la lontananza. Su nariz era cual un pequeño tobogán redondeado y chato, como una torre o un monte venusiano en el medio de sus perfectas facciones. Como ella también lo mirara a él descubriéndolo por primera vez con embelesamiento, su boca de carnosos labios estaba ligeramente abierta y en sus brillantes ojos relucía la dorada mirada del licántropo, que también la contemplaba con cierta curiosidad, recorriendo con un atisbo su larga cabellera negra como el tizón, sus mejillas sonrosadas, sus pómulos abultados, su largo cuello estirado. Cuando el licántropo se sentó, ella fingió no haberlo estado observando y se puso en pie con desenvoltura para iniciar su parlamento con su voz dulce y firme:
–Antes de comenzar nuestra junta, quisiera darle personalmente y de parte de todos vosotros la más sincera y entrañable bienvenida a Remus Lupin, el ministro. –Se encendió un tímido aplauso que el licántropo escindió alzando una mano y blandiendo un tímido "gracias"–. Espero que se acomode prontamente a sus obligaciones y podamos disfrutar de las grandezas de nuevo que un recién nombrado ministro puede ofrecernos.
Volvió a tomar asiento y Remus le asintió desde su puesto con una sonrisa. Ella, esbozando el mismo gesto, le asintió entornando sus bellos ojos oculta su boca tras una mano con que sostenía su mentón.
–Abrimos la sesión –dijo un hombre gordo sentado a la izquierda de Gwen a la par que escribía con un ajado cálamo sobre un pergamino, el cual no volvió a hablar en tanto duró la reunión–. Encuentro ordinario del cinco de julio de 1998. Presiden la asamblea la Jefa Suprema Gwen Marom, responsable del Gabinete, y el ministro de Magia, Remus Lupin.
Al callarse, Fudge carraspeó y se echó un poco hacia adelante para hablar:
–Quisiera, si no es molestia de los reunidos, comenzar hablando yo mismo, puesto que creo que existe en la calle, en el corazón de todo hogar mágico, un sentimiento que es preciso erradicar desde hoy ya. ¡Existe una histeria colectiva, generalizada!... La comunidad teme que, en cualquier momento, otro lunático cualquiera pueda poner nuestro mundo patas arriba mediante maldiciones y el terror. Quieren que hagamos algo y quieren que lo hagamos ya. El Profeta se ha hecho eco hoy de algunas entrevistas. ¿Las han leído? Son realmente etopeyas encarnizadas. ¡Deslenguadas han sido las plumas que quieren ya crear la primera controversia cuando el nuevo gobierno ministerial aún no había sido instaurado ni siquiera!
–Estoy de acuerdo con usted, Fudge –dijo un hombre calvo, con gafas de montura dorada y gran papada–. Se nos está exigiendo que hagamos algo, que tomemos algún tipo de decisión o de actuación con la que podamos impedir desde este mismo instante cualquier otro posible ataque en el futuro.
–Reino Unido es el país más seguro de todos –repuso un mago anciano–. Nadie cae en la cuenta de eso.
–Sin embargo Vol... –mencionó Fudge.
–¡No pronuncie su nombre, Fudge! –gritó medio incorporándose una bruja de aspecto vivaz–. Eso sí que produce histeria generalizada. Muchos de nosotros hemos estado sentados en esta mesa durante los terribles años de Quien–Vosotros–Sabéis y nunca hemos podido remediarlo. No hay forma posible de que el Ministerio sea capaz de controlar dichas actuaciones.
–La hay –dijo otro mago más apartado de Remus–, pero conllevaría mucho dinero, tiempo y al Ministerio no le interesa.
–¡No la hay! –refutó de nuevo la bruja elevando la voz–. No podemos vigilar constantemente a todos los magos de este país o allende él para mantener alejado el tenebrismo. Es una opción que se escoge libremente... Quizá ésa sea la solución desde la que podría erradicarse: magos especializados en Hogwarts que enseñen los valores fundamentales como la bondad, el amor... ¡El bien en definitiva!
–¿Está intentando sugerir que los profesores de Hogwarts son unos incompetentes o que son ellos los causantes de que los alumnos se pasen al bando oscuro? –inquirió una bruja de aspecto burlesco.
–¿Es que nadie recuerda que el tenebrismo está instalado en muchas familias desde incontables generaciones¿Quién puede superar un poder de subversión como ése? –se preguntó otro mago pequeñito y regordete, con el rostro todo colorado.
–Señor Lupin –llamó su atención la Jefa Suprema Gwen–. Usted ha obtenido una Orden de Merlín que este mismo gabinete decidió por sus méritos contra la Orden Tenebrosa. Imagino que tendrá alguna opinión sólida al respecto.
–Pues sí –respondió con cierto apocamiento–. Aunque no sobre la decisión voluntaria de los magos: soy de la opinión de que éstos son libres para escoger el camino de la magia que se les antoje. Y la magia negra siempre prevalecerá en bosques oscuros y alejados y en tabernas que se escapan a nuestro control por más que nosotros nos esforcemos en erradicarla. Es mejorando la seguridad como se puede hacer frente a la explosión del tenebrismo: los aurores son los únicos capacitados para plantarles cara. Y, asimismo, estoy completamente en desacuerdo con la política de Azkaban.
–¿Qué le pasa en su opinión a la política de Azkaban? –inquirió con dulzura la Jefa Suprema.
–¡Terroristas controlados por criaturas de terror¿Acaso alguien encuentra eso coherente? En el momento en el que un hipotético hechicero se mostrase¿quién puede asegurar que los dementores no le seguirían de nuevo? En esta ocasión han retornado a Azkaban, están imperando sobre mentes afiladas como Lucius Malfoy y los demás mortífagos de lord Voldemort. ¿Acaso no quedarían libres al escapar éstos de nuestro control? Los dementores son criaturas autónomas.
–¿Está sugiriendo que liberemos a los dementores? –inquirió con asombro un mago próximo al licántropo–. ¡Azkaban es el único modo para mantenerlos a raya! Hasta que se adoptó ese sistema, esas criaturas deleznables campaban a su voluntad destruyendo y martirizando cuanto se les antojaba. Ahora sólo martirizan a aquéllos que nosotros decidimos, a los que han destruido y hecho manifestarse el terror que se les devuelve.
–Tienes razón, Moore –respondió Gwen Marom–. Pero Lupin también. Si ésa es la única forma de dominarlos, bien es cierto también que se nos ha tildado a los gobiernos de todo el mundo de inhumanos por las organizaciones humanitarias.
–¿Inhumanos? –escupió Moore.
–¿Cómo se les llama entonces a los que nos exigen que les apliquemos a los presos la pena capital, a los que constantemente nos piden que los dementores repartan besos a diestro y siniestro? –inquirió Fudge.
–Propongo que redactemos para la asamblea de mañana las propuestas personales para el problema penitenciario en Azkaban y las expongamos mañana a fin de alcanzar alguna solución lógica –sugirió la Jefa Suprema–. Ahora, si os parece, quería reclamar vuestra atención acerca de un asunto de menor trascendencia, pero que me tiene ligeramente asombrada. ¿Cómo es posible que aún no se haya ordenado la reconstrucción de la Fuente de los Hermanos Mágicos?
–Estoy de acuerdo –opinó una bruja cercana a Gwen Marom.
–Disculpad que os diga –intervino Fudge–, pero los últimos años de mi mandato ofrecían problemas más apremiantes que desviaban completamente nuestra atención del atrio de este Ministerio. Ahora bien, es Lupin quien ha de adoptar esa decisión.
Las miradas se deslizaron rápidamente hasta éste.
–Por supuesto, claro. Si el Gabinete cree necesaria la reconstrucción de la fuente, no me opondré. Atenderé al gasto exigido y lo ampliaré en el plan presupuestario de este mes que iba a efectuar esta misma mañana con mi secretaria. Pero, si se me permite la intromisión, no quiero ser partícipe de la reconstrucción de una fuente completamente exacta a la anterior. Soy partidario de alzar un nuevo modelo, más unitario, del que todos nos podamos sentir orgullosos.
–¿Qué quiere decir? –preguntó una bruja con talante receloso.
Pero la Jefa Suprema, sin mirarla, la interrumpió y preguntó al licántropo:
–¿Cuál es su propuesta, señor ministro? Hable para este consejo.
Y, en habiéndolo hecho, todos estuvieron de acuerdo.
Una semana más tarde comenzaron los trabajos de instalación de la nueva estatua dorada, que ya no evocaba las figuras de la anterior; se trataba de una ingente y fiel reconstrucción en oro puro de Albus Dumbledore en pie, con los brazos extendidos hacia adelante, con una espléndida túnica rebordeada de plata y con su larga barba prendida del cinto. El agua caía por unos diminutos chorros instalados en las puntas de sus zapatos, que se asomaban como asustados por debajo del pliego bajo del faldón de su vestidura. Sobre sus brazos extendidos, el propio Remus colocó una caja de cristal blindada bajo los encantamientos más poderosos que contenía la varita de lord Voldemort, que había conservado desde el día de su muerte hasta entonces, a fin de que sirviese de símbolo para que, por siempre, la historia recordase a su viejo mentor como un hombre espléndido, una figura ilustre, una promesa perenne.
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Remus arrastraba la mano de su rezagado primogénito, que se detenía paralizado ante los escaparates del callejón Diagon, sobre todo ante los productos de quidditch, viéndose su padre obligado a tirar de él. Lo imprecaba para que aligerara, pero Matt no atendía a sus súplicas y rezongaba a su alrededor deteniendo su marcha, llamándole su atención entre voces y pidiéndole que se detuvieran ante cada escaparate que le llamaba la atención. En un momento en que una bruja de Gales lo reconoció y se acercó para saludarlo y discurrir unos minutos con el ministro, Matt se desprendió de su mano apresadora y echó a correr calle arriba para poderse detener de nuevo ante el espléndido escaparate de Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch. Su padre lo descubrió al poco y se lo llevó de allí rápidamente, regañándolo por haberse soltado mientras conversaban.
–Ya te he dicho –le explicaba– que este año no puedo comprarte una escoba. Lo siento, Matt, en serio que lo siento, pero son las normas; y las normas están para cumplirlas. Quizá te compre una el año que viene, ahora que por suerte tendremos un poco más de dinero. Pero siempre y cuando saques buenas notas este primer año en Hogwarts. ¿Te parece un buen trato?
Matt asintió sin ánimo, con indiferencia. Sin embargo, al rato, tentado por la idea de verse algún idea surcando el cielo sobre el palo de una escoba, mejoró su ánimo y le inquirió a su padre:
–¿Y qué escoba será?
–¿Cómo que qué escoba será? –repitió–. Pues la mejor que haya.
–¿De verdad?
–Sí, te lo prometo. –Rio Remus–. Pero ahora pórtate bien, que vamos a entrar en esta tienda y necesito que le des buena impresión al dependiente.
Empujó la puerta de la tienda de Ollivander y, al alcanzar el mostrador, preguntó mirando el desorden de cajitas rectangulares de su alrededor:
–¿Hola, hay alguien?
Una gris y triste mirada lo abordó desde detrás de una estantería de improviso y una media sonrisa se dibujó en sus finos labios que acostumbraban a usar palabras acertadas y ajustadas a lo que tenía que decir. Sonriéndose, se acercó hasta ellos hablando para sí:
–Vaya, vaya, vaya... ¿A quién tenemos aquí? Es un privilegio, señor ministro. Extremadamente previsor. –Echó un vistazo al muchacho que lo acompañaba–. No esperaba aún la visita de su hijo, he de admitir.
–No es a comprar su varita a lo que he venido –explicó.
–¿Ah, no? –inquirió borrando su sonrisa–. Quizá su venida tenga algo que ver entonces con ese terrible objeto que el Ministerio ha colocado en la estatua de mi viejo y ausente amigo Dumbledore. ¿Es así?
–No, no en verdad –especificó–. Pero... ¿qué pasa con la varita de lord Voldemort?
La mirada apagada y melancólica, sin brillo alguno, del fabricante de varitas se intensificó conforme adelantaba su rostro y lo aproximaba al del ministro.
–Las varitas sin dueño han de ser destruidas de inmediato –explicó enfáticamente–. ¿Quién sabe el poder desatado que podría despertar un núcleo modificado mágicamente o el mismo paso de los años sobre la madera embadurnada de barniz seco? Hay testigos de fuerzas sobrenaturales, espectros de colores que no detienen su marcha infrenable hasta que han destruido el mismo poder que los alimenta a fin de hacerse más y más invencibles. ¿Acaso cree, señor Lupin, que la decisión adoptada en la Cumbre de Fabricantes de Varitas se debió a un antojo?
–No, mi señor Ollivander. ¡Que el diablo me lleve si en algún momento pensé de tal forma! Pero en esa misma cumbre a la que alude se abrió la posibilidad de que los que quisieran conservarla pudieran solicitar un permiso especial. El Ministerio lo ha hecho, conque no sé a qué se debe esta conversación.
–¡A que es la varita del Señor Tenebroso, de aquél cuyo nombre, aun muerto, no nombramos! –exclamó–. Sé que los hombres del Ministerio lo han pedido, por eso lo persuado a usted, señor ministro, a quien considero un hombre ecuánime, de que la retire de inmediato.
–Tranquilo, Ollivander, cálmese. Yo mismo he comprobado que los hechizos realizados sobre la caja de cristal que la recubre son eficientes. No hay peligro de que nadie la pueda robar.
–No, señor ministro. No temo que la roben; temo el horror que esa misma varita pudiera conllevar en sí.
–Si se queda más tranquilo, queda invitado a pasarse por mi despacho cuando lo desee y yo, gustosamente, haré retirar la varita de la Fuente de Dumbledore con el fin de que usted pueda analizarla. Incluso puede hacerle todas las pruebas que quiera todas las veces que le entre en gana. ¿Le satisface? Pero ése no ha sido el motivo de mi visita; ni tampoco el comprar la varita para Matthew. Aguardaré aún unas semanas. Es otro el motivo que me trae hasta aquí.
–Usted dirá, me tiene intrigado.
–Deseaba solicitarle un encargo. La elaboración de unas varitas. –Se sacó del bolsillo interno de su levita una probeta que había tomado del equipo de pociones de su mujer que contenía unos cuantos pelos grises como hebras de plata–. Cosecha peluda de la última luna llena. Helen, mi mujer, me cortó unos cuantos anteanoche a petición mía. Imagino que ya supone qué es lo que voy a pedirle.
–Ligeramente –respondió el fabricante sin apartar la mirada de la probeta que el licántropo había depositado sobre el mostrador de madera–. Pero me satisfaría –devolviéndole la mirada– comprobarlo de sus propias palabras, señor ministro.
–Deseo que haga unas cuantas varitas que contengan pelos de mi transformación licántropa para mis hijos. ¿Para cuándo estarían listas?
–Le recuerdo, Lupin, que es la varita quien escoge al mago, y no el mago quien decide cuál ha de ser su varita. Hum, veamos... Los pelos parecen de buena calidad, quizá pueda obtener buenos resultados con ellos. Nunca he trabajado con licántropos como núcleo; exclusivamente para su varita.
–Entonces me prometió que daría un buen resultado –añadió.
–Y lo dio –aseguró–. Pero con el mago adecuado. Sí, Lupin, haré sus varitas. Un núcleo de usted para una varita nunca habrá de producir nefastos resultados, sino muy al contrario. Considero –calculó– que puede llevarme un par de semanas su elaboración; una si me apresuro. Como me pasaría por el Ministerio a razón de aprovechar su ofrecimiento de analizar el estado de la varita del Enemigo de las Tinieblas, le avisaría entonces si es que desea que su hijo pruebe suerte con ella.
–Gracias, Ollivander.
–Es un placer, señor Lupin. Quedamos en eso, pues.
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Ann Thorny, la secretaria, llamó a la puerta con suavidad, como acostumbraba, y, al escuchar la voz de Remus permitiéndole pasar, abrió la puerta.
–Ha venido Samuel Rodolphus Peet, señor ministro.
–Hazlo pasar –le solicitó Remus sin levantar la vista de los pergaminos que rápidamente pasaba para firmar mientras en sus labios se extendía una sonrisa con apariencia sinuosa.
Cuando Thorny le dijo que podía pasar, Samuel Peet, el encargado de la Oficina de Servicio de Apoyo para Hombres Lobo, entró no sin cierto temor en el despacho de un ministro al que había conocido mucho antes, cuando aún no era más que un don nadie, un licántropo desvencijado que luchaba por sus intereses y que había arremetido contra él con fuerza. Temía en lo que se pudiera haber convertido, conque su paso tembloroso y su voz vacilante no estaban injustificados. Remus, haciendo gala de la seguridad que en los últimos días había ido adquiriendo, sin mirarlo siquiera le rogó que se sentara y que aguardase pacientemente a que él terminara de firmar aquellos formularios. A Samuel le tembló la voz para responderle que no importaba, lo que despertó una segunda ladina sonrisa en el licántropo.
–Bien, ya está –dijo al acabar apartando todos los pergaminos que había ido acumulando junto a él–. Samuel Rodolphus Peet, encantado de reencontrarme con usted. ¿Qué es de su vida?
–Bi... bien.
–¿Trata ya mejor a los licántropos que solicitan los servicios de su oficina?
–¿Có... Cómo dice?
–¿No me he explicado bien? –Extrajo el reloj de bolsillo que le había regalado su mujer y le lanzó un rápido vistazo–. Seré rápido, Peet; no tengo mucho tiempo y no quiero ausentarlo demasiado tiempo de sus obligaciones en la Oficina. Si alguna tarea he podido conocer bastante bien antes de mi llegada a este lugar, ésa ha sido, junto con la labor de los aurores, el quehacer que usted desempeña en la División de Seres. Y he de admitirle que quedé muy descontento con su trabajo.
Samuel balbuceó una retahíla de cosas incoherentes que Remus interrumpió al punto, ya que de nada se estaba enterando:
–Tranquilo, Peet. No lo estoy despidiendo ni nada parecido; tampoco quiero que parezca que le estoy llamando la atención. Simplemente me despertó la curiosidad que un licántropo como yo me mandase tan educadamente a... freír espárragos cuando mi situación laboral era bastante... comprometida. Precaria si lo desea. Su labor en el Ministerio es satisfacer las dudas y tratar de solventar los problemas de los hombres lobo de la comunidad. Las reuniones me parecen un pretexto perfecto si consigue eso, pero no deseo que se conviertan en el objeto de sus intenciones. Le doy un plazo de un mes para que encuentre un trabajo digno para todos los licántropos del Reino Unido en el que se les concedan tres días de descanso: el de luna llena y los dos siguientes a fin de que todas sus heridas se rehabiliten sin prisa. O todos los que sean necesarios siempre y cuando presenten una justificación firmada por un sanador. Los licántropos a los que no haya podido ofrecer un puesto remunerado serán objeto de una indemnización por parte del Ministerio valorada en ciento cincuenta galeones por mes que se encargará de sufragar su propio departamento, gasto que he afrontado en el último plan presupuestario. –El mago estuvo tentado de responderle, pero se mordió el labio inferior, agachó la cabeza y continuó asintiendo con persistencia–. Por último, deseo que contrate un equipo especializado de psicólogos que trabaje las veinticuatro horas para poder aliviar la tensión o los problemas de cualquiera de nuestros compañeros de dificultades. –Finalmente, para relajar la tensión, le sonrió–. ¿Ha quedado claro?
–Sí, bastante –acertó a responder.
–Genial. Por último también quería pedirle que redactara un programa de las actuaciones que tiene previstas para el resto del año dentro de su Oficina a fin de que corrija cualquier imprudencia. Ninguna saldrá a la luz sin mi autorización. En relación con todo lo anteriormente referido, espero que sepa, Peet, que, si no cumple las expectativas requeridas para un trabajo de "apoyo para los hombres lobo", hay otros muchos licántropos que estarían deseosos de poder colaborar a los que son como ellos. Espero que lo comprenda.
–Sí, señor ministro –respondió apesadumbrado.
–Ya puede irse, Peet. Esperaré su plan encantado.
El mago se levantó parsimoniosamente y salió. Remus lo observó cerrar la puerta con cautela y cabeceó ligeramente. Se sorprendió cuando, rastreando en su interior, descubrió un asomo de tristeza por aquel hombre. Recogió el puñado de formularios que había apartado hacía un momento y siguió firmando los que le restaban. Inmerso en su tarea, a los cinco minutos volvió a llamar a la puerta Ann Thorny, su secretaria, que, al abrir, asomó tan sólo la cabeza para anunciar:
–Señor ministro, espero no molestarlo. Acaba de llegar un fotógrafo que había concertado una cita con usted. Lo he consultado y es cierto.
–Entonces hazlo pasar –pidió Remus amablemente.
Ann se apartó, abrió la puerta completamente y pasó en seguida un chico alto, fibroso, con una cámara colgada al cuello. Parecía atento y miraba a todas partes con cierto embarazo, su frente sudorosa, hasta que por fin sus negros ojos se clavaron en Remus. Éste le sonrió y el joven trató de corresponderle, pero sus facciones, proporcionadas y atractivas, no le respondieron. Se volvió para preparar el carrete, tal como le explicó, y entretanto se pasó varias veces sus gruesas manos sorteadas de abultadas venas sobre su encrespado cabello moreno y por su barba de varios días, que era en él una costumbre, a fin de secarse el sudor que le resbalaba por el pelo y la cara.
–¿Se encuentra bien? –le inquirió Remus.
–Sí –exclamó con cierto pavor al verlo acercarse–. Sólo que tengo algo de... calor.
–Si lo desea, puedo decirle a mi secretaria que avise a los de mantenimiento para que reduzcan la temperatura ambiente.
–No, no... Tardaré un santiamén. Esto ya está listo.
–Bien. ¿Y para qué son las fotografías que me va a tomar?
–Para los cromos de las ranas de chocolate –respondió sin mirarlo.
–Ésas ya me las hice.
–Pero... Pero las fotografías sufrieron un accidente en el estudio y me han pedido que las repita. ¿Le importa colocarse?
–¿Cómo¿Dónde? –inquirió.
–Como quiera –le permitió.
–Es extraño esto de pensar que los niños van a coleccionar tu foto con todos los grandes magos de la historia¿no le parece? –habló entretanto–. Es abrumador. Aún no me acostumbro.
–¿Puede...? Lo siento, pero ¿puede guardar silencio un momento mientras le tomo las instantáneas? –Remus, avergonzado, asintió–. Gracias.
El licántropo se quedó muy callado mientras el fotógrafo ajustaba los planos y apretaba el botón para capturar la imagen repetidas veces. Le pidió que se colocase de distintas maneras y que adoptase diferentes poses para después poder decidir la mejor en el estudio. Remus se dejó hacer con asombrosa cotidianeidad. Sin embargo, lo que no sabía es que aquel hombre lo observaba atentamente entre toma y toma a través del objetivo mientras una fría gota de sudor le resbalaba por su arrugado entrecejo. Sus labios, resecos, se abrían constantemente, pero volvían a cerrarse de inmediato. Al final, el joven se apartó diciéndole que habían acabado. Extrajo el carrete del interior de la cámara fotográfica y, mirando de reojo al ministro, se lo guardo en el bolsillo; después, volviéndose, secándose nuevamente el sudor que empapaba su tez morena, le dijo:
–Es... Esto ya está listo.
–Me alegro –respondió Remus sonriéndole con afabilidad–. Le compraré a mis hijos muchas ranas de chocolate a ver si veo pronto el resultado –bromeó–. ¿Quiere tomarse una taza de café o té antes de irse?
–Yo... Esto... No –respondió sofocadamente–. No, no debo. Lo siento, no. –Se apresuró hacia la puerta que alcanzó en dos largos pasos. Cuando llegó, agarrando el picaporte, volvió a girarse para preguntar–: Disculpe, pero... ¿es usted ciertamente el hijo de... Julius Lupin?
–¿Eh? Sí, en efecto. ¿Cómo sabe usted eso?
–¿Yo? Era para verificar su sinopsis biográfica. Lamento el tiempo que he podido hacerle perder. Hasta... Adiós.
Y cerró la puerta al franquearla con una prisa indefinible.
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Al día siguiente, no había hecho el licántropo más que regresar de la asamblea con el Gabinete de Sabios y acomodarse en su despacho con una taza de café bien caliente que se acababa de preparar él mismo porque no le gustaba mandarle a Ann Thorny aquellos recados que cualquiera podía hacer, cuando ésta llamó a la puerta con sus nudillos más fuerte de lo que acostumbraba y abrió en seguida sin esperar que se le respondiera.
–¡Señor ministro¡Lupin! –exclamó–. Alguien le ha enviado un paquete muy extraño.
–Tráelo –dijo poniéndose en pie para ayudarla.
La chica introdujo en su despacho un envío rectangular, de mediana longitud en el ancho y el largo, pero de ínfima altura. Lo condujo hasta su escritorio, donde lo depositó. Remus, viéndola tan confusa, le preguntó la causa de su excitación. La joven secretaria le respondió:
–¿Que por qué? Menudo susto me he llevado, señor Lupin. No lo ha traído una lechuza corriente y normal, no, en absoluto. Se ha aparecido él solo. He presenciado un fogonazo y apareció, sin más; allí estaba, sobre mi mesa. Ponía su nombre, sin remitente, con la fecha de hoy.
–¿Un fogonazo? –repitió contrariado.
–Sí, un fogonazo, como una explosión. Al principio me asusté y grité. Después me percaté de que no había sido nada. He pasado, no obstante, la caja por el detector de maldiciones y parece estar todo en orden.
Remus, meditabundo, aún seguía dándole vueltas a todo lo anterior. Todavía le preguntó:
–¿Y de qué color era el fogonazo¿Lo has visto?
–Sí, como rojo. No sé, era muy extraño, la verdad. Nunca había visto nada parecido. La verdad es que no era sólo rojo; había también un tono parecido a... ¡Parecido al de sus ojos!
–Qué extraño, la verdad –valoró Remus–. Voy a abrirlo, a ver de qué se trata.
Al retirar el papel de embalar que lo envolvía, le sorprendió encontrarse sobre la cubierta de la caja una pluma roja que estaba pegada al cartón. Contrariado, miró a su secretaria y ésta, a su vez, lo miró a él, y, encogiéndose de hombros, fue a abrir el paquete por completo cuando una voz susurrante dijo:
–¿Ann¿Dónde estás, Ann?
Era una voz dulce, acompasada.
–¡Oh, ya estamos! –exclamó la chica corriendo hacia la puerta y entrando en el despacho antesala del ministro. Remus la siguió curioso y encontró en el despacho de su joven secretaria una cabeza introducida en su chimenea, la de un hombre de aspecto risueño, mirada embriagada de optimismo y una sonrisa deleitosa que animaba al contagio. De rostro redondo, desvió la vista de Ann al ministro y silbó–. ¿Qué haces tú aquí, Joseph? –le preguntó abochornada.
–Quería preguntarte cómo estabas. ¿Acaso no puedo?
–Sí, sí puedes. Pero no ahora, por favor. Estoy trabajando. Que tú serás escritor y tendrás todo el tiempo del mundo, pero yo me tengo que basar en un horario y no lo puedo interrumpir. Anda, luego me paso por tu casa y hablamos.
Remus se sonrió.
–Anda, Thorny. Hoy estás trabajando muy duro. Tómate unos minutos de descanso y charla con él. ¿Es tu novio? –La chica asintió complacida–. Encantado de conocerte entonces, Joseph.
–Gracias, igualmente –le respondió–. Le estrecharía la mano, pero ya ve, no puedo. Es más, ahora mismo me está mordiendo la mano de escribir mi perra. ¡Aparta! –gritó zarandeando el cuello y al momento emitió un profundísimo alarido.
–Os dejo, Thorny –dijo Remus–. Voy a ver qué contiene el paquete sospechoso. Si dentro de diez minutos no he vuelto, acude en mi ayuda.
Dejó a su secretaria hablando con su novio y cerró la puerta para proporcionarles intimidad. Apoyado contra ella, con la mano sobre el frío pomo de latón, miró desde la distancia el paquete y se extrañó de que su corazón le latiera con tanta fuerza como el de un adolescente, con una exaltación próxima al delirio. Se acercó con pasos lentos hasta la caja con la vista fija sobre la larga pluma roja que se hallaba adosada a la misma. La rozó con sus dedos y, al llegar a la punta, sintió un estremecimiento. Acto seguido la arrancó no sin cierto esfuerzo y la dejó sobre el escritorio. Tomó después la caja y la observó con cuidado, deseoso de abrirla, pero temeroso también de romper con ello el encanto que le producía observarla. Sin saber qué contendría, su enigma lo excitaba, pero se atrevió a cruzar la frontera y deslizó sus dedos lentamente entre la tapa. Hizo palanca y extrajo la solapa. Miró a través del estrecho resquicio, pero de aquella primera impresión tan sólo pudo sacar en claro que se trataba de un marco. Alguien le habría enviado un cuadro. Aunque se mantenía la duda y la sorpresa, el asombro fue declinando lentamente. Suspirando, quizá levemente tembloroso por la contrariedad, volteó la caja y dejó que el lienzo se escurriera. Al caer sobre su escritorio ahogó un grito. La figura representada en el cuadro también parecía alegrarse.
–¡Albus! –exclamó al fin, una vez se hubo repuesta de la alegría–. Oh, Albus.
–Mi Remus, mi valiente –contestó un orgulloso Dumbledore que asentía desde el lienzo con sus ojos azules medio entornados–. Mi hijo.
–Te he echado muchísimo de menos, Albus.
–Yo también a ti. Tanto... Pero ¿cómo podías pensar que aun muerto no iba a encontrar la forma de mantenerme comunicado contigo? Sí, no se me ocurrió ninguna mejor, pero aquí estoy, en un cuadro. –Rio–. Absurdo e ingenioso; como yo. Aunque abrazarte, que es lo que más deseo ahora, está fuera de mi alcance. –Desvió la mirada de Remus enigmáticamente–. Conque ahora entiendo a tu madre, que, cuando fantasma, tantas veces lloró en mi presencia.
El licántropo extendió una mano y acarició el rostro de su mentor, pero sólo lienzo y pintura aglutinada consiguió apreciar bajo sus yemas. Dumbledore, en cambio, sonrió.
–¿Te he sorprendido? –preguntó el anciano.
–Sí –contestó entre lágrimas que ya no pudo evitar–. Pero más me sorprendió tu muerte. –El anciano, en contra de lo que cabía de esperar, se sonrió–. Pero ¿cómo has sabido que me encontrarías aquí? Porque imagino que ha sido Fawkes quien ha traído el paquete.
–Sí, mi fiel fénix. Lo sabía desde hace mucho tiempo. –El anciano lo miró con ojos cristalinos–. Nathalie me lo dijo.
–¿Mi madre? –inquirió Remus estupefacto–. ¿Cómo podía saberlo ella?
–No, tu madre no. Tu hija. Me habló de tu elección y de mi muerte.
Remus lo contempló sin comprender, pero después estalló en una estridente carcajada que Dumbledore acompañó, pero menos intensamente.
–¡Qué bromista eres, Albus!
–Sí, la verdad –masculló.
–Nunca me confesarás cómo te enteras de todo¿verdad?
El licántropo agarró el cuadro por el marco y lo condujo hasta el hueco vacío en la pared, donde lo colgó. El antiguo director de Hogwarts, mirando a todas partes con entusiasmo, asintiendo coligió:
–Una panorámica perfecta de tu despacho. Me pierdes de vista unas semanas y ¡mira lo que organizas¿A quién has debido de amenazar para obtener todo esto? –bromeó–. Estoy tan orgulloso de ti.
–Gracias –respondió.
El anciano respiró hondamente. Dio una palmada y, sonriendo, comentó:
–Ahora, si no te importa, voy a darme una vuelta por mis otros cuadros. Sobre todo por el de mi antiguo despacho; quisiera ver cómo le va a McGonagall como directora de Hogwarts. He estado esperando aquí, en este cuadro, muchos días, entre oscuridad, esperando que de un instante a otro se hiciese una pequeña luz y te viera. Ahora ya lo he hecho y..., aunque no me guste mucho la perilla, debo decir que no quiero separarme de ti nunca más. ¡Aunque quién se puede quejar de perilla con esta barba que tengo yo! –exclamó atusándosela–. No, es broma; tienes pinta de intelectual. Me gusta. Volveré dentro de un instante. Tienes tantas experiencias que contarme...
Y, escabulléndose, se desapareció del lienzo.
Remus, aún no repuesto, retrocedió torpemente chocando contra su escritorio y se dejó caer sobre su mullido asiento. Se reclinó por entero observando el lienzo ahora vacío, incapaz de creer la suerte y la dicha de que en aquellas últimas semanas era protagonista. Un golpe de suerte que lo hacía sentirse un hombre importante. Mirando y mirando la pintura que acababa de recibir, emocionado, se llevó las manos a los ojos y lloró de alegría. Ann Thorny abrió la puerta una vez hubo acabado de hablar con Joseph, su novio, y, en viendo a su jefe llorando sin consuelo, corrió a auxiliarlo; pero éste, al levantar la cara, la recibió con una sonrisa bañada en lágrimas que ella no consiguió descifrar.
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¿Cómo acostumbrarse a que la gente se volviese incrédula hacia él cuando caminaba por la larga avenida del mundo mágico¿Cómo evitar una trivial sonrisa cuando los chiquillos lo señalaban al pasar junto a ellos tirando de sus padres para llamarles la atención? Los padres se volvían y, recuperados de la sorpresa, les decían a sus hijos que señalar con el dedo era un gesto de mala educación. "¡Es el ministro, papá!", gritaban, y Remus conseguía oírlos. Sin ignorar sus exclamaciones de sorpresa, se volvía hacia ellos y los saludaba con un trémulo gesto de mano que los padres, asombrados, también respondían con tanta efusividad como sus niños.
Llegó hasta el término del callejón y franqueó la descompuesta entrada de la biblioteca que administraba su hermano después de observarla un momento chasqueando la lengua. Se remangó la larga capa de su traje para que no arrastrase el polvo de los escalones y descendió la escalera con majestuoso porte, deslizando con elegancia la mano por la balaustrada de madera. Atravesó el largo corredor franqueado por altas estanterías cubiertas de polvo y sombras mirando a un lado y otro para observar las mesas vacías, dormidos los libros en sus sitios en su silencio tormentoso. El eco de sus pasos se detuvo ante el escritorio donde encontró sentado, abstraído en la lectura de un grueso tomo deshilachado, a su hermano. Levantó éste la vista con una ceja ligeramente arqueada y entonces Remus se retiró la chistera y le sonrió.
–Hermosa mañana –dijo el licántropo en voz queda.
–Buenos días, hermano –lo saludó Sorensen con cordialidad–. ¿Qué te trae por aquí?
–No es tu hermano quien ha venido a verte esta mañana, sino el ministro de Magia –chanceó–. Un mal mes, julio –comentó Remus mirando a su alrededor y señalando con un golpe de vista las mesas vacías.
–Una mala temporada –le rectificó el bibliotecario con expresión agria–. ¿Para qué nos vamos a engañar, Remus? Esta biblioteca nunca ha ido bien. Jamás se recuperará del todo. Hasta he estado pensando en cerrarla y dedicarme al negocio que mis abuelos me legaron.
–De eso mismo venía a hablarte –añadió al punto Remus, y Sorensen, confuso, levantó la vista para contemplarlo meditabundo–. Aunque te lo parezca, gobernar un Ministerio no es fácil. La biblioteca ha supuesto una de mis prioridades, pero...
–¿Pero? –le inquirió Sorensen con desasosiego.
–Pero es difícil. En primer lugar, la biblioteca no es propiedad tuya –sonrió–, conque no puedes cerrarla o abrirla a razón de tu voluntad; y, en segundo lugar, es complicado ajustar el presupuesto de todo el Ministerio. Conque toma. –Se metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y extrajo un abultado sobre que depositó sobre el desordenado escritorio de su hermano–. Son quinientos galeones, espero que baste.
–¡Quinientos galeones? –exclamó con los ojos desencajados contemplando el paquete con sobrecogimiento.
–Bueno, sí. –Remus sonrió–. Hubiera deseado que fueran más, pero no ha habido ni modo. No obstante, con ese dinero se pueden comprar muchos libros¿no? –Sorensen asintió abstraídamente–. He comprobado los albaranes que los últimos meses el Ministerio había expendido para ayudas a esta biblioteca...
–¿Pero había recibos? –inquirió Sorensen sorprendido.
–No todos los meses, la verdad –explicó–; y las cantidades eran ínfimas. He hecho aprobar un presupuesto en el que la biblioteca reciba cada dos meses un abono fijo e inamovible de quinientos galeones a fin de sufragar el gasto que supone la compra de libros. Mantenimiento y cualquier tipo de reparación del inmueble quedan al margen, y también a cuenta del Ministerio. También nos encargaremos de publicitar la biblioteca a fin de que la frecuente más gente; Corazón de bruja ha ofrecido una generosa cantidad a cambio de un reportaje fotográfico aquí mismo conmigo en bañador, pero me he negado. Ya se está trabajando en la forma más idónea, no te preocupes. Sin embargo, soy de la opinión de que el primer reclamo a seguir sería derruir la portada actual y edificar una mucho más llamativa. Ya he avisado al equipo especializado del Ministerio y se pasarán pronto con el fin de ver lo que es posible hacer.
–¡Oh! Pero ¿podrían dejar la inscripción griega? –consultó Sorensen.
–¿La inscripción griega de fuera? –repitió–. ¡Por supuesto! Es lo único que me gusta de la portada actual. Pero querría hacer algo más llamativo, que invitase a la gente a venir. Estuve pensando en un pórtico con tres arcadas y un gran frontón con un dragón representado en relieve; no obstante, tenía que consultarlo antes contigo y con el equipo del Ministerio. ¿A ti qué te parece?
–No tengo palabras –dijo emocionado–. ¿Cómo puedo agradecértelo?
–Hum, no sé. Dejándome que te invite esta noche a cenar en casa –propuso–. He estado tan ocupado últimamente tratando de acomodarme lo más pronto posible a mi nuevo trabajo que estoy descuidando otras cosas importantes. ¿Te parece bien a las ocho?
El bibliotecario asintió.
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Ann Thorny llamó a la puerta del despacho de Remus y la abrió. Dio un paso al frente y anunció a su jefe:
–Alguien desea hablar con usted.
–¿Quién es? –preguntó.
Cuando la chica iba a responder, un hombre apareció por detrás de ella y preguntó con retraimiento:
–¿Se puede?
Remus se quedó sin palabras. Le pidió a Ann que se retirase para dejarlo a solas con Ryan Simmons, el que había sido el marido de Ángela hasta el desliz que ésta cometió con su hermano. Sólo cuando lo vio allí, de pie frente a él, terriblemente apocado, mirando a todas partes sin saber qué decir, recordó que Ryan trabajaba como funcionario del Consejo Regulador de Escobas. Lo invitó a sentarse y el hombre lo obedeció sumiso.
–Ryan... –dijo Remus terriblemente confuso–. Debo decir que me sorprende verte. ¡Y me alegra también!
–Más a mí si cabe –agregó el otro–. Me daba una vergüenza horrible bajar, he de reconocerlo. Desde aquel día no nos hemos vuelto a ver... Pero quería felicitarte por lo de tu elección y todo eso. Me sorprendió bastante.
–Gracias –respondió lacónico Remus. Después, como accionado por un resorte, añadió en seguida–¿Puedo ofrecerte cualquier cosa: té, café...?
–No, no... –denegó sentenciosamente–. No estaré mucho rato. En tu cargo siempre se está ocupado. Fudge nunca podía recibirme...
–Fudge no era como yo –explicó Remus–. Puedo tomarme unos minutos. Hacía muchísimo que no sabíamos nada de ti.
–No hay nada nuevo que saber, la verdad –explicó evitando su reluciente mirada dorada–. No como tú. Aunque he podido saber todo lo que os ha pasado estos últimos años por los reportajes en prensa de estos últimos días. Vi una foto de Helen y está sencillamente hermosa. Los años la han hecho florecer. –Remus estuvo de acuerdo, pero no habló nada–. Ángela me destrozó la vida, pero no quiero hablar de eso ni por un instante más. ¡Cuánto tiempo pasé pensando que ese endemoniado crío era hijo mío, cuando en realidad era de ese... –Alzó la vista hasta Remus con la boca entreabierta–. Lo siento, no debería hablar así de tu hermano.
–Lo es, es mi hermano, pero sé lo que te hizo, no tienes por qué disculparte. No obstante, su falta sólo fue corresponder a la mujer que lo amaba.
–A mi mujer –exclamó Ryan alzando el puño, pero inmediatamente se relajó–. Lo siento, Remus. No había vuelto a encontrarme con ninguno de vosotros desde aquel día en el restaurante. Esto mismo era lo que pretendía evitar; yo sólo quería felicitarte.
Se puso en pie para abandonar el despacho, pero Remus lo interrumpió.
–¡Ryan! –lo llamó–. ¿Mañana al salir tienes algo que hacer? –El hombre cabeceó con parsimonia–. Podríamos ir a la heladería a tomarnos algo. Seguro que Helen tiene muchas ganas de volverte a ver. Eras su tío favorito.
Ryan sonrió.
–El único que tenía más bien; el muggle aquel no contaba para ella. Sí, yo también tengo ganas de volverla a ver. Y así vosotros podréis conocer a mi nueva mujer, Samantha. A ella no le importa mi... esterilidad.
Samantha prefería que la llamasen Sam, hipocorístico que concordaba con su jovialidad y su alegría. Algunos años más joven que Ryan, la chica era morena, de radiante sonrisa arrebatadora, siempre cordial, ojos rasgados y morenos y pelo negro como el azabache. Un par de hoyuelos se le extendían en el rostro al sonreír que remarcaban sus mejillas tersas y risueñas, y sus ojos se entornaban en una sonrisa de párpados. Con una mano sobre su congelada granizada, la otra abrazaba los dedos velludos de su marido, que le sonreía de vez en cuando, cuando la conversación se tensaba y no sabían qué decirse. Helen la miraba con temor y desconfianza, acostumbrada a recordarlo siempre unido a las finas y amorosas manos de su tía, pero se alivió al ver lo feliz que era Ryan junto a ella.
–Ya no hace falta que me sigas llamando tío, Helen –comentó Ryan.
–Es la costumbre, tío.
–Sí, ya lo sé. Yo todavía te sigo viendo como mi sobrina, pese a todo. Es tan extraño. ¿Y cómo sigue... Mark?
–Es un demonio –respondió Remus resoplando–. Nunca he visto criatura más revoltosa en el mundo. Ha salido a Ángela, sin duda. Pero en el fondo tiene buen corazón.
–Ryan me ha hablado mucho de él –explicó Sam–. Le gustan demasiado los niños. Nosotros estamos pensando en adoptar un niño squib de China.
–¿En serio? –preguntó Helen sorprendida–. Eso es estupendo.
–Preferiría que fuese de mi propia cosecha –bromeó el hombre–, pero hace tiempo que estoy seco como un viñedo expuesto al sol. Ahora bien, Sam me cuida con esmero y me riega todas las mañanas, conque, aunque no tenga remedio, a su lado siempre pensaré que ese hijo será nuestro, enteramente nuestro.
–Ya hemos pedido los papeles –agregó Sam–, pero la burocracia va extremadamente lenta. ¡Es un fastidio, querríamos tenerlo ya.
–Os deseo lo mejor –exclamó el licántropo riendo.
–Por cierto –intervino la adivina con relativa malicia–¿a qué has dicho que te dedicas, Sam?
–No recuerdo haberlo dicho –comentó observando a Ryan para que éste se lo ratificara–. Soy geóloga, es decir, me dedico al estudio y clasificación de las piedras con propiedades mágicas. He pasado varios años investigando el subsuelo en Colombia y ahora estoy preparando un lapidario que mi editor está revisando y saldrá pronto a la venta.
Ryan intervino en ese punto que él lo había leído y que, aunque no era muy aficionado ni experto en la materia, lo había encontrado sumamente interesante.
Al despedirse, Ryan les dijo que, cuando viniese el niño, los llamaría para que fuesen a verlo. Por último les dijo que, asimismo, si ellos tenían cualquier problema en que él les pudiese ayudar, lo llamasen sin vacilar.
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Thorny llamó a la puerta para avisar a Remus que Arthur Weasley había venido para hablar con él. El licántropo lo recibió con los brazos abiertos y lo hizo sentarse cordialmente. El patriarca de los Weasley se sentó cómodamente en su asiento mientras sonreía con descaro. Remus, una vez lo vio oportuno, rodeó su escritorio y se sentó frente a él. Hablaron con ánimo un buen rato, preguntándose respectivamente por sus familias y Arthur prestando un gran interés a cómo se desarrollaba su labor en aquel suntuoso despacho. Remus le respondió por extenso hasta que consideró que debía de estar aburriendo a su interlocutor y se interrumpió bruscamente.
Cuando le preguntó cuál era el motivo de su visita, éste le mostró dos pergaminos que llevaba consigo.
–Necesito que el ministro me eche unas firmitas, si es que puede. –El licántropo sonrió–. Como Perkins se ha ido, he decidido contratar a Ron en mi departamento para sustituirlo.
–¡Eso es fastuoso! –exclamó Remus.
–Sí... Creo que a él no le ha hecho mucha gracia la idea de tener que trabajar conmigo, bajo mis órdenes, pero ya se acostumbrará. Le he dejado unas cuantas semanas de vacaciones, pero ya creo conveniente que comience a trabajar. Aquí te traigo su contrato. Necesito que le eches un vistazo para que compruebes que todo está correcto y plasmes tu firma acreditándolo. –Remus apenas leyó el papel que le tendía porque confiaba en él y lo firmó sin contemplaciones–. Y también te traigo el contrato de Hermione Granger. Grubbo sabía que venía para aquí y me lo ha pedido.
–¿Hermione? –Levantó la vista Remus–. ¿También va a trabajar para el Ministerio?
–Oh, sí. Me lo ha pedido insistentemente; al final he conseguido encontrarle un puesto en la Oficina Internacional de Ley Mágica. Se puso loca de contenta. Qué pena que Harry haya decidido irse a estudiar a la Academia de Aurores; de lo contrario, ya estarían los tres de nuevo aquí juntos¿no te parece?
Remus se mostró contrario a su postura:
–Creo que Harry ha hecho muy bien. Ha hecho lo que a él le gustaba, cuanto menos. Eso es lo importante. Además, por la posibilidad de trabajar aquí, que no se preocupe; cuando salga trabajos no le van a faltar. Yo mismo lo contrataré como el auror principal de mi guardia personal aunque tenga que apostar muy fuerte contra otros contratistas. Pero no se lo digas a Harry, por favor, quiero que sea una sorpresa.
Arthur, sonriendo, asintió. Después, levantando el rostro con ímpetu, comentó:
–Hablando de sorpresas¿sabes que Hermione ahora es mi nuera? –Remus lo miró con expresión incrédula y repitió aquella última frase–. Sí, mi nuera. Ron y ella ya han hecho oficial su noviazgo. Te podrás imaginar la alegría de Molly.
–Sí, exactamente. Pero ésa es una noticia más que grata, Arthur. –Poniéndose en pie tomó una botella de licor de un estante y un par de vasos del continuo y entregó uno de ellos a su amigo después de verter el líquido en él–. Habríamos de brindar por ello¿no te parece?
El hombre también se puso en pie, recibiendo con agradecimiento el vaso, y lo levantó tan alto como el licántropo le marcaba. Después se sentaron y, entre risas, continuaron la conversación:
–Imagino, pues –dijo Remus–, que Hermione estará contentísima de trabajar en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional. Siempre le ha gustado ese lío de las leyes. Todavía recuerdo sus pretensiones con los elfos domésticos. –Rio.
–Pues no te extrañe que se le ocurra un día redactar un informe –explicó el otro– y mandártelo para que le des el visto bueno. Es tan impetuosa. Cuando viene a cenar a casa no deja de hablar de lo que hará y deshará cuando esté en el Ministerio. Ron a veces se enfada con ella diciéndole que es Percy dos; últimamente lo repite mucho, ya que sabe que es la única forma de que la chica se calle.
Remus rio y seguidamente le dio el último sorbo a la copa. Cogió entonces el contrato de Hermione, lo observó de soslayo, sin detenimiento, y lo firmó trazando con su pluma unas líneas curvadas y rápidas. Se lo entregó al señor Weasley y éste lo guardó junto al de Ron en una carpeta que llevaba bajo el brazo.
–Bueno, me iré –dijo Arthur poniéndose en pie con rapidez–. No quiero molestarte por más tiempo, Remus. Imagino que tendrás muchas cosas que hacer.
–No, en verdad, no... –respondió escuetamente.
Pero el señor Weasley vio la pila de papeles a los que Remus aún tenía que echarles atentos vistazos y, condescendiente, sonrió. Dirigiendo una agradable mirada al licántropo, mientras se retiraba, le dijo:
–Estamos muy orgullosos de ti, Remus. Todos. Sin excepción.
–Y yo que os lo agradezco –contestó ruborizado.
–Nos has devuelto la paz después de meses de miseria.
–¡Yo no he hecho nada en realidad! –exclamó el licántropo agitando las manos con nerviosismo.
Arthur desvió entonces la mirada hasta el cuadro de Albus Dumbledore que colgaba de la pared y lo descubrió de nuevo vacío. Remus, que lo miró a él y después al cuadro siguiendo la trayectoria de su mirada, comprendió al punto sus pensamientos y bajó la vista. El señor Weasley sintió conmiseración de él y le dio un suave golpe en el hombro para animarlo.
–¿El viejo Dumbledore viene poco por aquí, verdad? –inquirió sin esperar ninguna respuesta, pero el licántropo asintió con pesadumbre–. No te preocupes, Remus, no, no lo hagas. Ese hombre nunca hace las cosas por azar. Quiere que te acostumbres a su marcha, que no olvides que ha muerto, que no dependas de su consejo. Cree en ti, en tus posibilidades. Por eso quiere que te valgas por ti mismo. Piensa que dándote mayor autonomía quizá descubras esto que te acabo de decir por ti solo y comiences a confiar en ti. No se lo tomes a mal, Remus¿eh? Seguro que lo hace por eso. Estate agradecido por el hecho de tener ahí un portal que te comunica con él siempre que lo necesites. Eso es lo que debes recordar siempre.
El licántropo, sonriéndole, pensando que tenía razón, le asintió.
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Cuando Remus fue a preguntar a quién tenía que pedir permiso para que su familia pudiese participar de un recorrido turístico por las más recónditas zonas del Ministerio, el mago al que consultaba le respondió educadamente pero sin pomposidad y algo contrariado que él mismo podía proporcionarse aquella autorización. Entonces el licántropo, a mandíbula batiente riendo, se disculpó por haberle hecho perder el tiempo y regresó a su despacho con las lágrimas saltadas de la risa que la situación le había provocado. Lo organizó con tiempo e ilusión y lentamente fue decidiendo que sus hijos y Helen no habían de ser los únicos a los que habría de invitar, conque exhortó también a Tonks, a Harry, a Ron y a Hermione para que los acompañasen; también su hermano recibió idéntica petición, pero éste se disculpó pretextando que coincidían sus horas de trabajo y que él no podía cerrar la biblioteca, aunque Ángela se sintió fuertemente atraída por la idea y no desechó la posibilidad de que ella y Mark se unieran al grupo, lo que hizo temer al ministro que su pequeño sobrino pudiera hacer alguna de sus trastadas habituales y ocasionar un buen estropicio en el propio Ministerio. Escogieron la última hora de la mañana, en la que, consideró el licántropo, habría ya menos gente y el tráfico de individuos por los pasillos sería más fluido. No obstante, como era verano, muchos estaban ya de vacaciones y no se encontraron con aquel problema que Remus había pretendido evitar.
En la planta del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos los chicos lo pasaron en grande. Ludo Bagman los guió a lo largo de todo el recorrido por su departamento mostrándoles con gusto todos los detalles sobre las distintas oficinas que contenía. En la de patentes descabelladas les mostró un objeto que acababan de recibir que emitía un extraño zumbido y que flotaba en el aire si se intentaba arrojarlo; explicó que estaban tratando de valorar para qué podría servir, pero que no había remedio. En el Cuartel General de Quidditch, Harry y Ron, impresionados, miraron a todas partes boquiabiertos: ni un resquicio de muro se podía reconocer, todo cubierto como estaba de carteles de equipos que sonreían con simpatía o saludaban con la mano. Para despedirlos, Bagman les regaló a los más jóvenes una entrada para el próximo partido, cosa que Remus le agradeció con un fuerte apretón de manos.
En la planta del Departamento de Transportes Mágicos Remus les explicó con detenimiento cómo se conjuraba un traslador y lo que ocurría si alguien utilizaba uno ilegal, es decir, no creado bajo el conocimiento y la autorización del Ministerio de Magia. Les mostró una enorme listas de multados en escobas voladoras por planear a una altura demasiado baja conque corrían el riesgo de ser avistados por los muggles y por superar la máxima velocidad permitida; quería con ello que sus hijos y su sobrino, sobre todo Matt, que era por quien verdaderamente decía todo aquello, fuese cogiendo razón de la autoridad y el deber. Acto seguido les presentó una simpática bruja del Centro Examinador de Aparición que les explicó el procedimiento habitual y les mostró unos tests. Como entretenimiento, los hizo sentarse en los pupitres de una reducida sala, les entregó unos cuantos pergaminos y unas plumas y les dijo que los rellenasen; al recogerlos, les explicó el medio de corrección y anunció los resultados: Ángela, abochornada, pretextó al comunicarle que había suspendido que mientras lo completaba había estado un poco desconcentrada. No obstante, la bruja, muy cordial y haciendo gala de un sentido del humor exquisito, le dijo que no importaba, que no le iban a retirar el carné de aparición por aquello. Por último, también en aquella planta les explicaron cómo los técnicos de la Red Flu conectaban las chimeneas entre sí y cómo funcionaban los polvos flu. Alardeando de gran pomposidad ante el ministro, un caballero le entregó una bolsita contenida de éstos a cada uno de los visitantes.
En la planta del Departamento de Cooperación Mágica Internacional Hermione pareció despertar de un largo sueño del que hibernara. Si en la primera planta parecía un zombi deambulando de un lado a otro sin apenas prestar atención, en ésta descolló señalando a todos cualquier detalle que a la chica se le antojase imprescindible. Hablaba continuamente y Ron movía la cabeza con animadversión. Les explicó el modo en que las leyes eran redactadas, después ratificadas y por último salían a la luz en el BOOM, el Boletín Oficial del Orbe Mágico. Comentó que, siendo todavía una iniciada, no había tenido oportunidad de proponer ninguna ordenanza, pero que sus compañeros consideraban que tenía buenas ideas y que, cuando pudiera, sería una aliada muy competente. En la Confederación Internacional de Magos, sede Británica, Remus estuvo muy pendiente de la explicación que les ofreció un mago pequeño y barrigudo de largas patillas que se mostró muy cortés; hablaba sin parar de no sé qué conciliábulo, conque Remus no era capaz de entenderlo muy bien.
En la planta correspondiente al Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas les mostraron la lista actual del reparto de las criaturas mágicas conocidas en las categorías de bestias, seres y espíritus. Les explicaron que los licántropos, en referencia a la condición del ministro, habían sido unos criaturas maltratadas históricamente por muchos ministros, mientras que otros los trataron justamente; la repartición de los animales en bestias y seres siempre había sido una tarea laboriosa, ya que nunca existió un criterio único que justificase su clasificación: para algunos era el grado de inteligencia, para otros el de capacidad comunicativa... Caso aparte era el tratamiento con los centauros, quienes habían pedido ser proclamados bestias sin atender a ninguna otra razón a fin de que el Ministerio los dejase en paz definitivamente. En la Oficina de Servicio de Apoyo a los Hombres Lobo, el licántropo descubrió con sumo agrado a un atemorizado al verlo Samuel Peet que escribía y trabajaba sin descanso. Apenas les dedicó una sonrisa y se ausentó diciéndoles que estaba muy ocupado como para atenderles, que un muggle estaba amenazando con tirarse desde un puente si para la próxima luna llena no se le había proporcionado un remedio para su "anormalidad". Remus sintió una dolorosa punzada al escuchar aquella palabra, pero se contuvo de decir nada por respeto a su familia.
En la tercera planta, donde se encontraba el Departamento de Accidentes y Catástrofes en el Mundo de la Magia, encontraron poca actividad, de modo que supieron atenderlos sobradamente. Una bruja de estilizada figura, rostro amable y cabello rizado y rubio los condujo a lo largo de toda la visita por aquel departamento. Les mostró el funcionamiento y la interconexión entre los distintos subdepartamentos en que estaba organizada la planta. En el Comité de Excusas para los Muggles se detuvo más tiempo que en el resto de oficinas para poderles relatar los pretextos memorables que habían utilizado con la comunidad no-mágica para salvaguardar el secretismo de su mundo, una relación de excusas que aparecía enmarcada en la primera sala de dicha oficina. En el Cuartel General de Desmemorizadores les explicó con atención el funcionamiento y sobre todo el modo de alerta de los desmemorizadores y después se pasó todo el rato gastándole bromas a Matt, con quien parecía haberse encariñado, de que iban a borrarle sus recuerdos para que éste corriera fingiendo asustarse al encuentro de su madre. Su primo Mark, en cambio, le dijo en un susurro que era un rajado, que él le habría plantado cara como un valiente y le habría dicho: «Chica, si quieres besarme, no hace falta que me desmemorices, encanto...».
Al entrar en el Departamento de Seguridad Mágica, Remus comenzó a contar sus escasas pero intensas experiencias en aquel lugar, lo que le trajo numerosos recuerdos de la Orden del Fénix. Matt le preguntaba insistentemente a fin de que no se detuviera y siguiera hablando y refiriendo sus vivencias, escuchándole con tanto regocijo y apasionamiento que Helen, en viéndolo, sabía que en su hijo mayor estaba madurando un sentimiento muy poderoso y cándido de orgullo por su padre. En la Oficina contra el Uso Indebido de la Magia recibieron encantados a Harry Potter sobre todo. Al muchacho se le encendieron las mejillas cuando comenzaron a hablarle, en clave de humor, de los quebraderos que les había hecho padecer por sus constantes intromisiones mágicas que, a su edad, habían de ser justificadas rápidamente. Después, siendo Matt el próximo en cursar en Hogwarts, le explicaron al pequeño Lupin la necesidad de que los aprendices de mago no deben emplear la magia hasta que son verdaderamente maduros para dominarla. El chico asentía persistentemente, lanzando esporádicas miradas a su padre, situado detrás de la mujer, el cual le sonreía primorosamente. En el Cuartel General de Aurores entretuvieron a los más pequeños con tal maestría que Remus creyó encontrarse ante un equipado grupo de niñeros. Como fingiendo batallas desorbitadas, lanzándose lo que parecían terribles maleficios que en realidad no eran sino inofensivos rayos de luz, aparecían de detrás de las mesas, los sillones, desapareciéndose y reapareciendo mientras que Matt, Mark y sobre todo una eufórica Nathalie aplaudían. Acabada la representación, les explicaron la importancia de su trabajo y animaron a Harry para que estudiase mucho y dentro de unos años poderlo ver por allí.
Al regresar al ascensor, todos pensaban que ascenderían, pero Remus accionó la maquinaria y ésta descendió con brusquedad. El reducido cubil se detuvo pasados unos segundos en los que Nathalie, aterrorizada por el enclaustramiento, se oprimía en un abrazo contra el pecho materno. Nadie se esperaba que también fuesen a bajar al Departamento de Misterios, pero allí estaba, cuando Remus abrió las rejas y pudieron salir, ante ellos se alzaba la puerta con la que Harry tanto había soñado, puesto que sus sueños estaban conectados a los delirios de quien realmente la deseaba franquear. El licántropo los adelantó a todos y encabezó la comitiva, amplificándose sus pasos en aquel corredor a causa del eco. Matt, quizá previendo con su don adivinatorio el peligro que se contenía tras aquella puerta, correteó hasta el lado de su progenitor y le dio la mano. Éste se detuvo ante la puerta y esperó a que todos hubiesen llegado; sólo entonces, recuperada de la impresión, Helen le comentó:
–¿También piensas mostrarnos el Departamento de Misterios? Creía que sólo los inefables... Ya sabes.
–Sí, claro, ya sé –respondió el licántropo–. Pero he obtenido un permiso completo y no deseo malgastarlo. Sólo os pido moderación. Además, muchos de nosotros ya sabemos lo que contiene en parte: profecías, cerebros, puertas antojadizas y... y...
–¿Y muerte, Remus? –inquirió su esposa en voz queda clavándole su afilada mirada cargada de pasión.
Evitándola, éste giró el picaporte y abrió la puerta consciente de que el resto de ojos lo seguían con curiosidad.
Harry descubrió al otro lado una estampa que escasos recuerdos le producía de su anterior visita y que lo dejó obnubilado. El pasillo que conducía a la sala circular atestada de puertas no aparecía oscuro como la vez anterior sino que sobre la superficie del suelo brillaba una multitud de luces halógenas que conducían fielmente sus pasos sin errar hasta la mencionada sala circular, cuyo suelo también estaba saturado con dichas luces, que ya no se movía incesantemente sino que permanecía en una quietud asombrosa. Asimismo, las puertas se abrían y cerraban sin descanso y de ellas salían extraños magos que cubrían sus rostros con capuchas y que caminaban indolentes, arrastrando los pies. Parecían advertir su presencia, mas no se detenían; se los quedaban observando desde detrás de las sombras que ocultaban sus facciones y desaparecían tras otra puerta. Remus, como presintiendo los pensamientos del joven Harry, mencionó en voz alta:
–Los inefables. Cuando ellos están, la estancia que tenemos ante nosotros no gira como descubristeis que hacía la primera vez que vinisteis; es un procedimiento de seguridad para que los intrusos no encuentren lo que están buscando ni puedan tampoco hallar la salida al final. Habré de ser yo quien os guíe por este departamento, ya que los inefables están demasiado ocupados. No quiero que nadie los interrumpa ni le pregunte nada a ninguno ni nada parecido. ¿Me habéis escuchado todos¿Eh, Mark, tú también? Aquí hay que ser muy cuidadosos, conque todos con todos.
Una vez que todos le prometieron que no lo desobedecerían, Remus encabezó el grupo, que atravesó la sala sorteando a los inefables, quienes no detenían su paso cauteloso. Abrió una de las puertas con seguridad, como si supiese fehacientemente qué era lo que iba a encontrar al otro lado. Hermione y Harry comprendieron al momento que se trataba de la sala de las profecías. Entraron, atravesaron la pequeña antesala llena de relojes de todos los tipos y tamaños y con aquella extraña campana en cuyo interior el tiempo parecía enloquecer, donde el huevo del colibrí seguía inalterablemente sobreviviendo en círculos, ante la cual Matt y Mark se detuvieron un instante asombrados, y accedieron al final a la alta y amplísima estancia donde en infranqueables estanterías se conservaban las profecías contenidas en reliquias de reluciente cristal.
–El santuario de los profetas, los adivinos y los visionarios –exclamó Remus abriendo sus brazos para abrazar la sala–. Durante siglos y más siglos esta habitación ha contenido todas las predicciones de éstos. Los más pesimistas la llaman «el cementerio de las voces muertas»; pero todos nosotros sabemos que esos vaticinios siguen muy vivos. Prosigamos, no obstante. Hay varias cosas que os quiero enseñar.
Y sus ojos se desviaron inevitablemente en busca de su esposa Helen.
Mientras caminaban, Remus explicó:
–Me temo que los inefables encargados del mantenimiento de estos augurios estén muy enojados contigo, Harry. –El chico tragó saliva–. Destruiste varias estanterías importantes, o al menos eso me contaron. Pero no te preocupes, chico, no te guardan demasiado rencor; están contentos con lo que hiciste al fin y al cabo. Para ellos estas profecías son... sí, como sus hijos, pequeños vástagos de cristal brillante que miman y cuidan, y que temen perder. –Levantó la vista para leer el número de la estantería que atravesaba y, ampliando su sonrisa, exclamó–: Ya hemos llegado.
–¿Adónde? –preguntó Helen, que sostenía en sus brazos a una cansada Nathalie, la cual reposaba su cabecita sobre el hombro de su mamá.
–A tu estantería –respondió mostrándosela al tiempo que se la señalaba abriendo un arco con un movimiento de su mano. Helen la contempló entre emocionada y aprensiva–. Eres una de las brujas de quien más profecías se tiene.
–¿Es usted adivina? –le inquirió Hermione sorprendida.
Helen asintió echándole un vistazo a las bolas de cristalino vidrio que almacenaban los estantes. Leyendo las etiquetas, en muchas descubrió la siguiente inscripción:
H. Á. N.
Tim Wathelpun
Al resto tampoco le pasó desapercibido aquel lema y pronto Ron inquirió con voz medrosa:
–¿Quién es ese Wathelpun?
Helen movió la cabeza con pesadumbre.
–No lo sé –contestó–. No lo sé... –Pero de pronto, como despertando de un largo sueño, se giró tan violentamente que la niña que llevaba en brazos, que dormía, se despertó y asaltó a Remus–. ¡Ahora eres ministro! –le dijo–. Puedes consultar el listado de magos del Reino Unido¡e incluso del mundo entero, y ver si hay alguien con ese nombre. Recuerda lo que mis profecías decían –apuntó abarcándolas con un gesto de su mano–, que ese hechicero vendría cuando Voldemort cayese. Si lo encontrásemos antes, podríamos remediarlo.
Remus, sopesándolo, acabó asintiendo y, aunque Helen siguió blandiendo convincentes argumentos, él no apuntó nada más. Sólo habló, interrumpiéndola a ésta, cuando sus ojos se depositaron, tras estarlas observando un rato, sobre una esfera de cristal que registraba una de las visiones de su esposa, una visión de la que él no sabía nada.
H. Á. L.
Ultra Witch
Ahogando una exclamación compungida, levantó la mano para cogerla, pero con un acto reflejo la retiró de inmediato recordando que, de tocarla, enloquecería. Se volvió hacia Helen, quien guardaba ya silencio, y le inquirió:
–¿Ultra Witch¿Qué es eso? Nunca me mencionaste esa visión.
–Oh, es cierto –se disculpó con una sonrisa vaga–. No te dije nada porque no le concedí la menor importancia. La verdad es que fue una visión más bien confusa y no entendí muy bien de qué se trataba. Perdóname si no te dije nada, pero después se me olvidó.
El licántropo no le concedió mayor importancia. Les mostró algunas cosas más también significativas de aquella estancia y comentó además, como si elevase sus pensamientos en alta voz, que seguía buscando la profecía que hizo el mago Merlín sobre él, pero que aún no había logrado hallarla.
Al regresar a la sala circular, Mark se desmarcó unos pasos del grupo y Matt, como lo viera, contrajo el rostro, evitó maldecirlo y lo siguió. Consiguió alcanzarlo cuando éste se disponía a abrir una puerta anexa. Lo vituperó con un grito ahogado y su primo se giró con una malévola sonrisa impregnada en sus labios. Matt le pidió que regresara, recordándole lo que su padre les había dicho, pero a Mark parecía no importarle; meneando la cabeza dijo:
–¿Por qué eres tan cagado, Matt? Eres un cagado, un rajado, un marica. ¿Qué temes que pueda pasar? Si fueses un hombre, tú mismo abrirías esta puerta; pero no, eres la «niñita de papá». –Matt, que le mostraba una mueca de ira, comprobó con sorpresa que su primo giraba lentamente el picaporte–. Impídeme que entre, vamos.
–Mark... –masculló–. Déjalo...
–Nenaza –lo insultó Mark fingiendo que lo entristecía su cobardía.
Y, acto seguido, abrió la puerta y la franqueó. Matt miró primero a su padre, que seguía demasiado ocupado explicándoles cualquier cosa como para reparar en lo que estaba sucediendo, y después también la cruzó siguiendo a su primo, al que llamó a voces porque se encontraba abajo del todo de unas gradas de piedra que cubrían el hondo suelo de aquella estancia. Se encontraba contemplando impresionado un arco de piedra cubierto por un velo negro que ondeaba como con nostalgia.
–¡Vuelve aquí! –exclamó–. ¡Mark!
–¡Cállate, niña! –le ordenó el otro.
Matt, entonces, no soportándolo más, bajó saltando las gradas de sillar de aquella sala hasta que pudo agarrar por el cuello de la camisa a su primo para llevárselo. Mark, en cambio, se revolvió e hizo que lo soltase blandiendo numerosos y bruscos aspavientos. Matt trató de agarrarlo de nuevo, pero Mark le propinó un puntapié en la espinilla y lo volvió a insultar. Fue entonces cuando Matt, empuñando su enojo igual que se fustiga con el látigo, se lanzó contra su primo derribándolo en tierra y se revolcaron por el suelo mientras luchaban, abofeteándose. Mark, con las mejillas coloradas por el esfuerzo, trataba de morderlo porque su primo era mayor, más fuerte y estaba consiguiendo reducirlo. «Suéltame», le gritó, propinándole nuevas patadas con que consiguió quitárselo de encima. Se levantó a la sazón tan rápido que procuró no escurrirse con el polvo y se refugió detrás del arco.
–Pero si la niñita ha sacado las uñas –gritó.
–Vayámonos de aquí, Mark –exclamó Matt–. ¿Es que no me oyes?
–¡Vete tú si quieres! Yo no te necesito para nada, rajado.
Matt rodeó el arco y sorprendió a su primo, quien, por huir de él, se preparó para atravesarlo corriendo. Pero Matt, que había presentido el peligro con la rapidez con que hipnotiza una ráfaga de luz, lo agarró de nuevo de la camisa por detrás y lo apartó del Velo con un empujón que lo tiró al suelo. Al levantarse, el chico tenía el rostro recubierto de blanco polvo y un hilo de sangre le resbalaba por una de sus comisuras.
–Ahora sí que te vas a enterar –sentenció el pequeño mientras subía un par de gradas con una expresión forajida de hierro–. Te vas a arrepentir de lo que acabas de hacer.
Se agachó para recoger unas cuantas piedras del suelo y las lanzó con desproporcionada fuerza contra su primo con la expresión contraída de rabia, mientras éste, por protegerse, corría ascendiendo las gradas contrarias para ponerse a salvo. Sin embargo, la puntería de su primo era certera y algunas golpearon contra sus piernas y su espalda. Se cubrió con las manos la cabeza hasta que pudo parapetarse detrás de un saliente de la piedra, desde donde, a gritos, le pedía a su primo, que no interrumpía su feroz bombardeo, que se detuviese. Pero éste, lanzándole asimismo con cada tiro un insulto, no dejaba de proveerse de piedras y de lanzarlas adonde su primo se escondía.
Arriba, entretanto, no se habían percatado de la ausencia de los dos pequeños. Seguían conversando con normalidad ajenos a la disputa que entre ambos primos se había iniciado. Sólo cuando Nathalie, que había vuelto a despertar, dijo «Matt», Remus, que creyó que éste habría llamado su atención, lo buscó con una ansiosa mirada para descubrir qué pantomima estaba usando ahora con su hermana. Pero, viendo que ni él ni Mark estaban por el alrededor, cundió el pánico y, buscándolos con angustia, detuvieron a algunos inefables para preguntarles si los habían visto e incluso llegaron a atropellar a unos cuantos en varias de sus carreras. Fue Harry el primero que se dio cuenta de que la puerta del Velo estaba abierta. Remus, Ángela y Ron lo siguieron. La alegría y tranquilidad del licántropo por encontrarlos se convirtió en desazón y angustia al verlos correteando por la sala del Velo. Dejó escapar un grito, pero Mark no se detuvo y, como éste no dejara de lanzarle piedras a su primo, tampoco el otro pudo interrumpir la carrera. Fue al escuchar la voz desquiciada de su madre, sin embargo, cuando Mark se frenó en seco y pudo entonces Matt también detenerse. A una nueva orden, los chicos se acercaron pesarosos, cabizbajos, levantando nubes de polvo a cada paso. Sin embargo, Tonks, nerviosa, había echado a correr hasta Matt y lo había cogido en brazos para ponerlo a salvo. Éste notó cómo todo su rostro se le encendía y le ardían las orejas, y, aunque era consciente de la reprimenda que les iban a echar ahora, pensó que todo había estado bien sólo por encontrarse junto a aquellos frágiles brazos que lo rodeaban, sintiéndose su piel próxima a la suya, escuchando incluso su latido si se concentraba; hubiera deseado que el tiempo se detuviera, allí, en los brazos de Tonks, pero ésta lo dejó junto a su padre y el hechizo se quebró. Ángela cogió a su hijo de una oreja y lo zarandeó con tal furia que Hermione pensó preocupada que se la iba a arrancar. Remus fue más comprensivo con su hijo mayor, a quien se limitó a regañar blandiendo ante su mirada un largo y recto dedo índice amenazador.
–Pero ¿en qué estabas pensando, eh, Matt? –le increpó haciendo caso omiso de su mirada baja y su expresión contrariada–. ¿No me escuchaste cuando dije que no os separarais, eh? Responde. –Matt se refugió en un terrible silencio que importunaba a su padre, contemplando de reojo cómo su primo seguía siendo agitado de lado a lado por una incansable Ángela. No le supuso un gran esfuerzo contener la risa, porque sabía que él se había comportado igualmente mal habiendo bajado–. ¿No dices nada? Matt, éste no es sitio para que jueguen los niños. ¡Aquí hay cosas peligrosísimas¿Y si te hubiera pasado a ti algo, eh? Escucha bien, jovencito, aquí mismo fue donde murió...
–¿Sirius? –inquirió Helen, que trató de pasar adelante apartando a Harry y Ron. Su mirada se detuvo unos instantes en los ojos entristecidos de su hijo y lo sonrió, de modo que éste se sintió fortalecido–. No, Sirius no está muerto –explicó observando la sala con una mística aura.
Todos la miraron perplejos, incluso Ángela dejó de zarandear a su hijo; pero fue Harry sin duda quien más se sorprendió por su extraño comentario, puesto que en seguida preguntó:
–¿Qué has dicho, Helen¿Qué has querido decir¿Cómo que Sirius no está muerto?
–Sí, Helen –dijo el licántropo al reponerse de la sorpresa–. No soy capaz de seguirte.
La adivina bajó un par de gradas más con una extraña rectitud y se quedó observando unos segundos el Velo sin llegar a responder nada. Sólo cuando Harry le imploró de nuevo que contestase, ésta, volviéndose, lo hizo.
–Sus voces, sus lamentos, sus llantos, se consumen en una aletargada sombra que el tiempo no puede destruir. Sirius no está muerto; lo acabo de ver. Como todos aquéllos que corrieron su misma suerte, su alma se encuentra encerrada tras esa cortina de negra muerte. Hace seiscientos años, en los tiempos del último reducto de la estirpe de reyes de los magos, uno de ellos, uno de los últimos antes de declinar el cetro, mandó edificar este arco y las gradas que se alzaron a su alrededor; despótico corazón el de este gobernante, despótica misión la de este lugar que aceleraría la caída en desgracia del clan regio hasta que el último, el sensato Eripión Teleuté Boninitio, entregó la corona y depositó el poder en un Consejo de Magos, el actual Gabinete de Sabios. La línea real se perdió, quebrada, arrastrada por la veloz corriente de un torrente, pero no así sus obras, conservadas para la memoria; como ésta, que sirvió de cimientos para el Ministerio a fin de que así pudiese esconderse su horror. Los hechiceros tenebrosos ocupaban estas gradas en días de tempestuoso clima para asistir a la ejecución de otros hechiceros que habían corrido peor suerte y habían sido capturados. Dos dragones los sobrevolaban para que el preso no pudiera escapar. Se le obligaba a atravesar el Velo y, si se negaba, sería devorado por aquellas enormes bestias en tanto permaneciera con vida. –Ángela en aquella ocasión abrazó a su hijo contra ella y le tapó los oídos–. Todos ellos permanecen aquí, abrazados en un terrible destino común sin descanso ni paz. Un destino al que Sirius se unió pese a que no había sido llamado a él; pero del que se le puede rescatar.
–¿Cómo? –inquirió Harry con la voz quebrada.
La intensa mirada de la adivina se clavó en los dorados ojos del licántropo, que se sorprendió ante aquel gesto. La mujer prosiguió explicando en un tono de voz más elevado:
–Sólo uno puede atravesar el Velo. Sólo uno puede entrar en él y regresar. Sólo uno puede rescatar de sus entrañas al ajusticiado inocentemente. Sólo uno. Y ésa es la responsabilidad de quien ostenta el poder máximo, el de ejecutar o perdonar. Sólo el ministro de Magia puede surcar su frontera, sobrevivir al frío glaciar, redimir al escogido y descubrir el camino de retorno.
–¿Fudge? –preguntó Remus con un nudo en la garganta.
–No, Remus. Fudge no. Él ya no es el ministro. El ministro eres...
–Pero... –la interrumpió bruscamente–. Pero ¡él fue quien gobernaba cuando Sirius franqueó el Velo! No yo.
–Pero ahora tú eres el ministro. Tú lo has sustituido. Tú ostentas el poder y sólo tú puedes rescatarlo. Créeme.
El licántropo, aunque nervioso, respirando con agitación, descendió los escalones de la grada hasta encontrarse con su mujer y, cogiéndose de las manos, bajaron del todo y rodearon el arco. Los demás se les unieron pronto. Remus, encogido de temor, preguntó qué tenía que hacer. Helen le respondió con un cauto beso en la mejilla:
–Atravesar el Velo y traerlo de vuelta.
Aquella idea era lo único que lo reconfortaba; aunque asustado, lo ilusionaba la perspectiva de reencontrarse con su viejo amigo. Y descubrió en los brillantes ojos verdes de Harry que a él también le fascinaba la posibilidad del reencuentro, de volver a extender los brazos en un abrazo roto en el tiempo. La dorada mirada del licántropo se desvió una vez más hacia la confiada expresión de su mujer, quien le sonrió orgullosamente y le asintió con ahínco.
–¿Confías en mí? –le preguntó la mujer.
Remus no dudó un instante en responder:
–Ciegamente.
Y, una vez lo hubo dicho, dio un paso al frente y, apartando con cuidado el velo, atravesó la curva del arco y desapareció en su interior.
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Avance del 2º capítulo de la segunda parte (EL ÚLTIMO LUPIN DE LA PRIMERA DINASTÍA)¿Regresará Sirius Black del arco de muerte, del Velo?... ¿Regresará con él o se perderá Remus en el intento? En este capítulo venidero daremos una nueva oportunidad, la última, a Sirius para que inicie una nueva vida: prestaciones no han de faltarle. Pero no será el único que llegue a la vida de Remus: y con éste, la tempestad. Matt acudirá a Hogwarts y será seleccionado para... El Sombrero Seleccionador dirá.
EL CAPÍTULO IIº DE LA IIª PARTE DE MDUL APARECERÁ EL DÍA JUEVES, 11 DE MAYO (DÍA DE S. PONCIO)
Respondo "reviews":
SILENCE MESSIAH. Hola, Adriana. Me he sorprendido a mí mismo estas últimas semanas releyendo varias veces todos los "reviews", y entre ellos el que más, creo, el tuyo; es raro, pero te acabas encariñando con un puñado de palabras con las que reconstruyes un mundo tangible, empírico, real, pero completamente lejano a ti. Estoy apreciando últimamente mucho tus "reviews", que es lo más próximo que tengo a ti; espero que nos podamos cartear electrónicamente (quizá lo estemos haciendo ya para cuando leas esto –escribo a 18 de marzo–) para que no sea preciso aguardar todo un mes (o medio, o una semana, que pronto iré alternando estos periodos, dependiendo de la longitud del capítulo) para dedicarnos unas palabras; además, me va a hacer mucha ilusión poder leer algún poema tuyo. No obstante, habrás de tener en cuenta que no tengo Internet en casa y hay días que puedo conectarme y otros, por falta de tiempo, no. Retornando a los comentarios de tu "review", no puedo dejar de hacer hincapié sobre el comentario que haces sobre Wathelpun: "si es que no ha estado siempre". Me ha hecho reír. Me ha recordado a la tercera película, El prisionero de Azkaban, cuando Harry y Hermione llegan hasta la enfermería y el primero le dice a Dumbledore: «Lo hemos conseguido»; y Dumbledore le responde: «¿Conseguir? Buenas noches.» Me gusta más en la versión original, que el anciano contesta: «Did what?» Sí, es como una intromisión en el tiempo¿Wathelpun está por venir o siempre ha estado aquí? No voy a decir nada porque puedo dar unas pistas abismales; en estos capítulos, además, se van a dar muchísimas. Simplemente advierto que para Wathelpun queda todavía algunos años, ya que, coaccionado por Elena y por intereses del argumento, no podía poner dos hechiceros terribles seguidos: como dice Elena, vida normal. Sobre tu personaje puedo decirte que lo tengo concebido desde hace muchísimo tiempo, pero estaba esperando adjudicárselo a una persona que lo mereciera (aunque siempre digo lo mismo, la verdad; porque lo cierto es que todos los personajes que creo son para mí realmente especiales); ya apareció, al menos físicamente descrito, en una visión de Helen en el sótano. Bien, ya que veo que lo has aceptado, se llamará Ariadna (anagrama, como concertamos, de tu nombre), vendrá de un país lejano con un grupo de gente del que ella es líder; no será bruja, pero tampoco muggle; tendrá un hijo, cuyo nombre tengo apuntado por ahí, pero que ahora mismo no recuerdo, que tendrá aproximadamente la misma edad de Nathalie cuando aparezca; jugará un papel indispensable en la lucha contra Wathelpun; será sumamente poderoso. En el capítulo 6 lo menciono, aunque sólo de pasada porque todavía no es pertinente que aparezca; ese capítulo, por cierto, me ha costado mucho escribirlo y, en múltiples ocasiones, antes de poner media palabra, lo recapacitaba pensando cómo te lo tomarías tú. Tiene que ver con Ánuldranh, esas últimas palabras que Dumbledore mantiene con Voldemort, de las que tú ni nadie (snif) me ha comentado nada; bueno, no importa: ya se demostrará la trascendencia que tiene. Me alegra que hayas llamado la atención sobre la escena de la pitia, que ¡me tiré diez días para escribirla! Lo que quería conseguir con esa escena es dar la impresión de que con ese capítulo ponía fin a una parte, ínfima, pero que mucho más quedaba por descubrirse en la segunda parte; y etérea tenía que ser por narices, que, de lo contrario, ni hubiese quedado tan acertada ni hubiese podido ocultar tantos misterios tras todas sus palabras (si se estudian bien...¡jo, anda que no he desvelado nada yo bajo el discurso de la pitia). Por mí puedes plagiarme el discurso que Remus dio a Matt sobre la sexualidad, y menos mal que te ha gustado, porque estuve a punto de eliminarlo de la versión definitiva. Te imagino diciéndoselo a tus futuros, futuros, futurísimos hijos, hippys o muy rojillos ellos (risas), y no puedo evitar una carcajada. Lo que no me entra es cómo pudiste por un momento tan siquiera pensar que Remus no iba a tratar ese asunto con su hijo; recuerda lo que dijo: mejor descubrirlo por alguien psicológicamente íntegro que alguien como Sirius le dé una versión errónea, o algo así, vamos. ¿Sabes? Yo no sabía que Albus moría en el sexto libro cuando escribí su muerte en el capítulo pasado (lo cual, si cabe, le ha quitado un poco de emoción a mi versión), pero entendí (como quizá, salvando las distancias, entendió JK con respecto a Harry) que era necesario que Remus se quedara solo para que pudiese comenzar a demostrar su valía por sí mismo; éste será uno de los principales conflictos que tendrá en la segunda parte nuestro protagonista. En relación a esto, claro que me gustaría leer ese rumor en esa página no sé cuál sobre Dumbledore; envíamelo si te acuerdas por correo electrónico, que en esta página no sale. Ana, otra lectora (Leonita, sevillana y amiga mía por ¡conocimiento físico y tangible!), opina que Dumbledore sabía que iba a morir y ésa es la causa por la que le explica a Harry todo lo que debe saber sobre Voldemort; y que cuando Snape va hacia él lo que hace es suplicarle que lo mate, y no al contrario. Eso te dejaría libre margen para adorar a Severus (que no sé cómo puedes, la verdad); yo lo odio. Por suerte, en MDUL lo he puesto bueno y bueno tendrá que ser, aunque a veces se me pasan ganas de matarlo; así que por esa parte no te preocupes: en MDUL tendrás el Snape que te gusta. Jo, esto se está pasando de largo y, además de estarte aburriendo de seguro, vas a pensar que no tengo otra cosa que hacer: claro, como yo no he ido al macrobotellón de mi ciudad... ¿Se me nota crispado con respecto al tema? Es que, al momento de escribir, ha sido reciente y me parece una absurda competición entre ciudades que no conduce a ninguna parte. Si ésa es la juventud de hoy que tiene que mover el mundo de mañana, preferiría ser un viejo ya y que no me quedaran muchos años de vida. No sé qué opinas tú, aunque me gustaría saberlo. Bueno, sin más dilación, corto ya y me despido; un beso enorme.
LUNIS. Hola, Lunis. Muchísimas gracias por las palabras de ánimo y no te preocupes, que seguir voy a seguir seguro, aunque no acabe escribiendo más que para mí mismo (huy, espero que eso no suceda nunca...). Vaya, veo que no has podido leer el capítulo todavía o que no has podido conectarte para dejar tu opinión; no creas, que, de ser así, te entiendo, que yo también he pasado poco por Internet. Ya cuando lo termines me avisas, aunque sea por correo electrónico, siempre si quieres claro, y me das tu opinión grosso modo. Sabes que siempre me hace alusión. Espero que podamos volver a hablar pronto y, deseando esto con todas mis fuerzas, me despido mandándote un enorme beso.
LELA. Hola, americano (a falta de nombre, buenas son tortas –plagiando a medias un refrán de aquí–). No estoy de acuerdo contigo: si has sido capaz de leer todo el primer capítulo, sí eres un gran conocedor de la lengua española. Sabes por lo menos todo lo indispensable para dejar un comentario inteligible en un "review": eso es decir mucho. Sólo necesitas perfeccionar tus conocimientos gramaticales sobre nuestra lengua, pero la parte más complicada ya la tienes, que es el empeño y la base. Espero que, si sigues, te siga a su vez gustando el "fic". Un saludo.
MARCE. Hola, Marce. El último "review" que me dejaste fue ¡bárbaro: extensísimo, largo y con muchísimos comentarios sobre MDUL y sobre ti, por lo que... ¡me encantó! Voy a comenzar, si te place, por comentar HP6 ("El príncipe mestizo"), ya que me parece una lástima que no tengas con quien comentarlo. Yo, por suerte, tengo a Elena, y a otros amigos, y, de todas formas, los otros amigos a los que no les gusta HP, como saben que yo soy un freaky, me escuchan. ¿Sabes, yo también creo que el mortífago retirado que conserva el horrocrux es Regulus: dejé varias teorías en varios grupos nada más terminar el libro, pero en seguida me di cuenta que los que no habían esperado a que lo editaran en castellano y, por tanto, lo habían leído mucho antes que yo, lo habían descubierto antes. ¡De nada sirvió poner a trabajar mi incisiva mente! Ana (Leonita) me ha proporcionado importante información al respecto, bastante concluyente: creo que era en un país de Europa del Este (disculpa que sea tan impreciso, pero es que no tengo el mensaje a mano), el apellido Black lo habían traducido de manera que comenzaba por Z (no te extrañe, los franceses, en lugar de Hogwarts, dicen Poudlard...); y, casualidades..., las siglas del mensaje también las han modificado: R.A.Z. Esto, claro está, lleva a concluir que el hermano de Sirius es el poseedor del horrocrux. Pero murió; ahí es donde creo una buena teoría tuya el baúl que has mencionado (siempre he creído que JK nunca pone nada por poner). No me gustó la muerte de Dumbledore, pero he de reconocer que sabía que ocurriría con anterioridad a leer el libro (siempre te acabas enterando de algo); también he leído que Severus puede ser inocente (yo, particularmente, no lo creo): quizá lo hizo a expensas de Dumbledore, que siempre ha venido repitiendo que la muerte no es lo más deshonroso para un hombre y, al parecer, ya que quería transmitir a Harry todos sus conocimientos, parecía que iba a morir. Tampoco comparto la opinión de que Harry sea un horrocrux: es absurdo. Cuando la leí la critiqué duramente; Voldemort demostró que no temía matarlo en el cuarto libro, por ejemplo. ¡Pero me encantó lo de los Horrocruxes, volviendo al tema; eso de que el diario de Tom Ryddle fuera uno, pareciendo como parecía algo tan absurdo cuando leímos todos el enfrentamiento con el basilisco, da una gran emoción a la lectura. Estoy deseoso de saber qué nuevos misterios nos quedan por despejar en la última entrega. A mí también me gusta la pareja Remus-Tonks, y he de confesar, en verdad, que en absoluto la esperaba; me gusta, pero me parecía contradictoria. Todo eso por esta vez, que ya no sé qué más comentar. Paseándome por otros temas, que sepas que al leer tu "review" me reí mucho, porque considero que este capítulo va a ser determinante; muchas de las cosas que apuntas en él verás que las tuve mucho tiempo atrás en cuenta, que no soy tan malo. Sobre tu personaje no te preocupes, claro que será bueno; sólo que es preciso recordarte que su aparición en éste será breve, más bien representativa o introductoria, pero que volverá. Es que tenía que aparecer en este momento, pero su verdadera participación en el argumento la desarrolla más adelante; bueno, imagino que más adelante, con el desarrollo, ya la entenderás. Claro que imagino, volviendo a otros asuntos, que la muerte de Dumbledore no te ha satisfecho, aunque (para mí) era necesaria: pronto verás por qué y, repitiéndome, que no soy tan malo; aunque estarás de acuerdo conmigo en que he sido benevolente en destinarle una muerte más digna, a manos de lord Voldemort y no de su estúpido secuaz Severus (tendré que controlarme: recuerda que en MDUL Snape sí es bueno). En este capítulo no viene el niño, al que tú llamas Sirius, y que yo sé cómo se llamará, sino en el siguiente; te aseguro que darán mucha vida al relato. La verdad es que estoy muy entusiasmado con la presentación de la segunda parte; espero que resulte tan exitosa como la primera y levante tantos buenos comentarios, pero siempre merecidos, claro; para eso le dedico tanto tiempo ante el ordenador, a riesgo de quedarme un día ciego. Bueno, no voy a robarte más tiempo; quizá tengas ganas de enfrentarte ya al capítulo: espero que lo disfrutes y que recuerdes lo que he dicho sobre tu personaje. Espero, asimismo, que sigas tan bien como me has demostrado que estás en tus anteriores palabras y que podamos conversar próximamente. Otro beso te mando yo que llegará igualmente húmedo (déjalo secar antes de recibirlo, vaya a ser que te ponga empapada –viene con mucha fuerza–) y otro te manda Elena, que ya está fuera de peligro, aunque sí ha estado relativamente grave. P.D.: Se me ha ocurrido de pronto, ya casi lo había olvidado; es cierto que tengo descuidados los otros "fics", pero en el momento que escuché ese comentario tuyo, retomé Salvando a Sirius Black y escribí varias páginas. No obstante, todavía no me siento cómodo para continuarlo y lo he vuelto a dejar aparcado. Espero que me perdones. Algún día te sorprenderé con la continuación, que ya tengo ideada, la verdad.
PETITA. Hola, Brendita, Isabel, Panque, Bolillo, cacatúa, loca, cotorra y, sí, la mejor Gran Maestre de la Orden Lupina. Antes que nada, quería pedirte disculpas por mi desvergonzado comportamiento con respecto al grupo: es que no he tenido tiempo ni para conectarme, por eso ni me he podido pasar. A ver si lo hago pronto y te dejo algún comentario, aunque de seguro lo debes de andar haciendo de maravilla. Que sepas que estoy muy complacido de que te hayas fiado de mí y me hayas proporcionado algunos apuntes biográficos tuyos para conocerte mejor; ¿no siente como si, en verdad, se hubiese derrumbado un muro que se hubiera levantado desde el comienzo entre nosotros y que nos conociésemos ahora mucho mejor? Algunas cosas, claro está, quería comentártelas. Como, por ejemplo¿si esperas realmente que fuera a conocer tu escuela, viviendo tú en México y yo en España? Me has demostrado que eres una chica despierta y aventurera por tu comentario "viviré por un tiempo en el Estado de México". También quería decirte que, aunque ahora me lo has reconocido, desde un principio advertí que debías de ser una excelente alumna, a pesar de lo poco que sabía de ti (te lo dice un futuro profesor, que ya se va percatando de esas cosillas): lo cierto es que los concursos de declamación en los que hayas participado se advierten en tus discursos escritos; y tu ortografía, en verdad, es impecable; aunque no te preocupes: todos nos liamos con estos malditos teclados. ¡Ah, y descuida, que si algún día tenemos el favorecedor privilegio de encontrarnos en persona (también yo en un futuro quisiera viajar; vamos, lo que se llaman "planes de futuro"), me pondré lentillas, snif, snif... Y coincidimos en una cosa: el odio hacia la hipocresía. No la aguanto en persona, menos en Internet; me parece detestable que una persona, por el mero hecho de ocultarse tras un nick, se muestre diferente de cómo es o te mienta o cosas de esa índole. Tal vez esto me suceda porque soy algo pasional y, ya que yo me muestro tal como soy, me fastidia darme cuenta de que los demás hacen lo contrario; además, más coraje da cuando te has podido encariñar incluso con esa persona. ¡Es detestable! En ese sentido he tenido mucha suerte tanto en esta página (fanfiction) como en el grupo en el que nos conocimos (Almu y Mery Chan me han dado razones más que justificadas para confiar en ellas y considerarlas amigas en la lejanía; lo mismo que tú). ¡Ah, y no te preocupes por los asuntos amorosos: tienes 15 años¡disfruta! Cuando llegues a mi edad ya te lo plantearás de otro modo, ya lo verás; oh, Dios mío, qué viejo soy: dándote consejos sobre ese tipo de cosas. No, en serio, tú tranquila, que lo importante es que tengas las ideas claras y, a pesar de edad tan temprana, eso lo demuestras más que sobradamente. Eres muy madura para la edad que tienes, en verdad. Por eso me caes tan bien, la verdad. Oye, por cierto¿cómo vas con Memorias¿Te estás agobiando mucho? Bueno, ya me contarás. A ver si me paso más a menudo por el grupo, jo; por lo menos, ahora pronto, os haré una visita y le daré una sorpresa a Mery Chan, mi catalana favorita. A ti, por tu parte, te dedicaré ahora un beso grandilocuente (atendiendo a lo grande por mi parte y lo bien recibido ortográfica y discursivamente por la tuya), que espero me devuelvas prontamente.
JULYS. Hola, o mejor "holis", para que suene más tierno. ¿Sabes que has ocasionado que inunde mi casa y que cree un pantano en los dominios de mi barrio? Sí, así es. Nada más terminé de leer tu "review", me puse a llorar (exageración; yo soy muy hombre, ejem, ejem –de nuevo exageración, añade mi inconsciente); no podía concebir ni por asomo que fuese real que hubiese alguien, aparte de mí mismo, claro, al que le gustase más MDUL que la "versión oficial", como yo llamo a la saga creo que despectivamente. Claro está, a mí me gusta más mi propia versión porque encauzo en ella todo lo que en la "verdadera" me falta, no aparece, quiero que suceda pero me quedo con las ganas; quiero decir, esa acción sin límites, esos sucesos que magnifican la concepción que tenemos hecha de Remus, etc. No obstante, ya que me das carta blanca para preguntarte todo cuanto se me antoje, quería preguntarte, si me es posible que me respondieras, por qué a ti te gusta más mi versión; es sólo por curiosidad, como entenderás; nadie me había dicho hasta la fecha nada así. Nadie. Por eso me alegro de que te alegres de que formes parte de MDUL, bienvenida oficial que realizo a cuantos se aproximan por aquí; sólo que son pocos los que se quedan por aquí con todas sus consecuencias. Yo mismo reconozco que eso de leer capítulo tras capítulo una obra ajena, aguardándola, comentándola, es harto complicado, pero implica de tal forma que, a veces, cuando os dirijo unas palabras, o simplemente las recibo, creo que estáis aquí delante diciéndomelas, como si se tratase de una conversación de amigos normal. ¿Ves, ya desvarío. Que sepas que me ha hecho mucha ilusión que hayas conseguido desembarazarte del anonimato y proporcionarme algunos apuntes biográficos que permitan conocernos mejor; también creo haber apunto por ahí, con anterioridad, que no se forma parte realmente de MDUL hasta que no se cruza la frontera del mero lector a la de la amistad. Creo que eso es lo interesante de fanfiction, pero, como no sé si te he ofrecido ya este discurso con anterioridad, por no repetirme y hastiarte, me lo evito. Simplemente lo dicho: que me alegra que ya pueda llamarte tanto Julieta (si me dejas) como Julys, lo que implica un acercamiento amistoso. Retomando la idea de las diferencias entre la versión MDUL y la "versión oficial", lo cierto es que debía hacer algo así, por la memoria de Dumbledore; no podía permitir que acabara muriendo en manos de un mortífago simplemente; si había de morir, al menos que fuese a manos de lord Voldemort. No obstante, como ya se verá, no todo es lo que parece. No quiero decir que Albus esté vivo, sino que simplemente... Bueno, lo dejo estar. Pronto se averiguará también por qué Remus fue capaz de salvar a Harry en la batalla final; es más, se explicarán muchas cosas (si dices que la primera parte te ha resultado atrapante, ya me contarás en relación con ésta, la segunda, que no puedo ni dejar de escribir, tan enganchado me tiene). En cuanto a la inmolación de Harry, la verdad es que lo puse así porque sostengo la hipótesis de que JK, que demuestra un "aprecio patológico de muerte hacia su protagonista", lo hará sacrificarse para que muera Voldemort. No me lo imagino matándolo a éste tan normal, y creo que la conexión entre ambos la puso por algo más que por añadir una trama para el quinto libro. No obstante, como hipótesis que es, puedo equivocarme; y ojalá lo haga. Joder, esto me ha salido extremadamente largo; como irás descubriendo, cuando voy cogiendo confianzas es lo que tiene: suelto unas parrafadas que no tienen fin; quizá algún día te acabes acostumbrando a ellas; hay quien ha llegado a reconocer que MDUL no es lo mismo sin estas largas columnas de comentarios propios. Por último, que sepas, asimismo, que me enorgullece mucho haber sido el que te dio la alternativa (como aquí se dice en lenguaje taurino) ante tu llegada a fanfiction; es un honor. ¡Ah, si revisas el "review", comprobarás que (hábito por parte de fanfiction) tu dirección de messenger no figura; no te preocupes, imagino que es la que aparece en el margen de la izquierda, en esa columna¿no? Puedes agregarme tú si lo deseas: quiquecastilloaguilera (arroba) hotmail (punto) com, aunque debo advertirte que mi tiempo en Internet es escaso y que, debido a descompensación horaria causada por nuestra diferencia de latitud, será difícil que coincidamos. No obstante, a esa misma dirección puedes mandar cuantos correos quieras, comenzando así una conversación por misivas en la que participaré más que encantado. Aprovecho ya, por fin, para mandarte un beso y desearte lo mejor hasta nuestro próximo encuentro.
LORIEN LUPIN. ¡Lorien¡Lorien¡LORIEN¡¡¡Lorien¡¡¡Lorien, Lorien, Lorien! Cuánto tiempo, Rosarito, la Charo cibernética. ¿Cómo piensas que me había podido olvidar de ti, con las buenas risas que nos hemos echado Elena y yo hablando entre nosotros de ti y de tu personaje? Sí, sí, te prometí un personaje malo, y tu vena excéntrica no te falta, descuida. Ha sido espectacular volver a saber de ti, qué subidón de adrenalina. Hacía mucho que andabas desaparecida por estos bosques de palabras, y, aunque no lo creas, se te ha echado de menos; es como si hubiese caído una hoja dorada de ese magnífico bosque. Pero, como todo elemento de la Naturaleza, que tiende al ciclo, lo que cae renace, y lo que se va vuelve. ¡Bienvenida! Es que hasta has dado pocas señales de vida, jo, que nos tenías más que olvidados; pero ahora se comprende, que has tenido unos meses fastidiados. Ha sido genial volver a saber de ti, la verdad; tanto, que no me salen ni las palabras. Y tú no te preocupes por MDUL: lee cuando se te antoje, cuando encuentres tiempo o cuando quieras, sinceramente; lo importante es tenerte de nuevo aquí, entre nosotros. ¡Ah, eso sí; el capítulo cuarto, en el que sales tú, espero que no te lo pierdas por nada del mundo, que de ése estoy deseando saber lo que opinas; anda que no nos vamos a reír ni nada. ¿Sabes, la verdad es que sí me había preguntado cómo ibas a leer estos capítulos, que son tan largos: letra 8 y lineado sencillo¡guau, me gustaría saber cuántas páginas te han resultado al final. Quizá sea ésa la razón por la que no has podido leerlo en el tiempo que te has estipulado, que son muchos capítulos, ya lo sé. Quizá no estaría mal que te fueses acostumbrando a leerlos directamente en la pantalla (como hago yo): te acabas acostumbrando y no resulta malo del todo para la vista, que a mí no me ha aumentado demasiado en todo este tiempo. Bueno, tú en eso haces como quieras, que me recuerdas a una amiga mía de clase que se lo imprime todo. Nada, dicho todo esto, concluyo simplemente diciendo que nos alegra mucho, tanto a mí como a Elena, haber vuelto a saber de ti, y que esperamos que, aunque sea por medio de correos, mantengamos el contacto. Un besazo.
KALA FICTION. Queridísima María Angélica, ya estoy aquí, con retraso, lo reconozco, pero lo importante es que, al fin, me he manifestado. Gracias por preocuparte por Elena, ella te lo agradece sobremanera. Ya está mejor, la verdad, aunque sigue muy afectada, sólo que en el plano psicológico (se acuerda y esas cosas). Salió hace poco menos de dos semanas después de estar cerca de un mes, como dice ella, "encarcelada"; tuvo varias recaídas y hasta pasó por la U.C.I., que fue donde peor lo pasamos todos, pero, por suerte, ya han resuelto el problema y, aunque le han impedido hacer algunas cosas en que ella tenía mucho interés, lo importante es que está fuera de peligro. Si la vieras, hace no mucho, durante la Semana Santa, salió en un coro detrás de una imagen procesional. Le hice unas fotos con el hábito, si quieres te las mando. ¡Ah, que la foto que te he enviado por correo (sobra decir que somos nosotros dos), la tomamos bastante recientemente, después de salir Elena; si mal no recuerdo, concretamente el día de Lunes Santo. Por cierto, abandonando ya los temas sanitarios¿tú cómo te encuentras? No quiero volver por las mismas lindes, porque va a parecer que busco el efecto contrario que persiguen mis palabras, pero creo que exageras con respecto a la grandeza de MDUL; y en esta ocasión lo voy a argumentar. Hace poco, en clase de Teoría de la Literatura, analizamos estilísticamente un fragmento del Polifemo de Góngora, un reconocido poeta autóctono del XVII; ¡eso sí que está bien escrito! Lo mío es sólo una aproximación... ¿Qué digo una aproximación? Una mera y burda copia, un intento que no alcanza ni a besarle la suela de los zapatos... Reconozco (es más, comparto) que la trama de MDUL es atractiva y engancha, pero nada más; ésa es la razón por la que me quito mérito. Lo más que tiene, repito, es el argumento, que yo mismo reconozco que es fantástico, porque me ha costado mucho idearlo y me fascina a mí mismo; ya verás de aquí en adelante: creo que va a dejar a más de uno sorprendido todo lo que está por sobrevenir. No obstante, tu "review" me ha encantado por esta misma idea: parece que supieras todo lo que está por caer sobre Remus en base a algunos comentarios que has hecho: «Voldemort era sólo una pequeña piedra en comparación con lo que viene. Y deja decirte que el poder que todos temían, ha encontrado desde hace mucho tiempo a su verdadero enemigo... No por nada esa casa es tan especial y tiene vida propia» (no podía estar mejor formulado), o «creo que de más está decirte que anuncio niños prodigios» (no tanto, la verdad, pero es cierto que la genética de los padres actuará un papel relevante), o, por último, «si no hay cuerpo, no hay muerto». ¡Dios¿Cómo has sido capaz de vaticinar tanta cosa que está por venir? Eso me demuestra que lees todo muy atentamente y que vas descubriendo las dobleces que dejo en el camino, es decir, las pistas que voy insertando y que van conduciendo a resolver aspectos futuros. No obstante, todavía estoy seguro de que no lo sabes todo, por suerte; así podré sorprenderte. Y también me ha gustado mucho: «a los niños hay que formarlos, no deformarlos»; me ha parecido una frase de ésas que se deben llevar escritas en la billetera. ¿Qué puedo decir sino que todo lo que apuntas es cierto: la casa tiene vida propia, la mayor de las desgracias está por sobrevenir (pero también la mayor de las gracias, que luego se me dice que soy un torturador de personajes)... La verdad es que muchos de tus comentarios paralelos sobre aspectos sentimentales me parece que engordan e inspiran los propios que ya tengo preparados: al hablarme muchas veces sobre el amor que esta familia respira, siento un no sé qué que se me mete por el cuerpo y me domina y me transforma y me permite construir cualitativamente los episodios. Pero no te preocupes: nunca les dejaré que les pase nada realmente malo. ¡Ah! Me pasó una cosa muy divertida con respecto a tu personaje: creía que ya había aparecido porque, revisando mis apuntes sobre el capítulo 55 después de haberlo colgado, leí algo que me llevó a pensarlo. Lo cierto es que no aparece hasta... ¡dentro de muy poquito, estate atenta, pero también es verdad que en el anterior capítulo, el último de la primera parte, se empieza a preparar la situación para la aparición de éste. Yo estoy seguro de que te gustará, no sé por qué, es un pálpito. Espero ansioso tus comentarios sobre este nuevo capítulo, por lo que no te entretengo más: quiero saber qué nuevos aspectos extraes de todo esto que me ayuden a mí mismo a contemplarlos más equitativamente. Te mando, de paso, un fuerte beso tanto de Elena como mío.
DRU. Hola, Dru. Espero que se haya calmado esa impaciencia con que apuntabas en tu "review" que aguardabas la segunda parte, porque me he demorado más de la cuenta y he de disculparme. Y no agradezcas el que haya mencionado a todos los lectores que lo son, sino permíteme nuevamente que os agradezca a vosotros el hacerlo, pues más mérito tiene, como haces tú, con esa constancia que me fascina, pasarse por aquí y leer todo cuanto escribo que limitarme, como he hecho yo, a copiar vuestros nombres y dejarlos constar para la posteridad. Es lo menos que podía hacer, la verdad. Bien, apuntas sobre el final; si te vale de consuelo, yo no creo que Harry sobreviva a Voldemort en la séptima entrega (es sólo una hipótesis), sino que morirá en su pugna con él; pero no deseaba matarlo aquí: ya tenía ideada la muerte de Dumbledore y la de Harry también ya hubiese sido un importante varapalo para nuestros protagonistas. No obstante, no te creas que he desperdiciado a un personaje como Dumbledore matándolo (pronto lo entenderás): la trama de MDUL, para crecer, necesitaba que Dumbledore desapareciese. Es triste, y cruel, pero nadie lo siente más que yo, la verdad. Y, dicho todo esto, te agradezco personalmente que me hayas leído todo este tiempo, y que espero que sea mucho más; aunque todavía guardo con rencor que viniste a Córdoba y no avisaste (no, es broma, jeje). Un beso muy fuerte.
AYA K. Oh (hola, claro está). Anda que no me estoy acordando de ti ni nada, jodida (esto último entiéndase como una expresión de ofensa cariñosa, que luego llaman a uno maltratador injustamente). Y también de Sara, que me la imagino encogida, si la flexibilidad le da para tanto, claro, dentro de tu maleta. Jo, qué suerte. Me he acordado mucho de ti, porque, mientras yo estaba puteado, asfixiado, jodido y no sé cuántas cosas más (bueno, las sé, pero es que soy demasiado inocente para pronunciarlas), te imaginaba (claro está, como en "South Park": ponía el rostro de la foto que me enviaste sobre un cuerpo indefinido y la boca se le abría peculiarmente cuando hablaba) tirada sobre una butaca de estas reclinadas en un chiringuito, observando el mar, bronceándote bajo un sol de justicia, allá por las tierras (o playas, por mejor decir, que tierras tiene pocas) de Mallorca. Y ahora, que por fin he entregado el trabajo que me ha tenido, como he dicho, puteado, asfixiado y jodido, y que por fin comenzaba a reaccionar con cierta felicidad, he recordado que debes de estar sobrevolando los cielos de Bélgica, o visitando el Parlamento Europeo, o practicando el francés, o... (Oh, oh, snif, snif...); ¡vamos, que he vuelto a caer en una depresión de caballo. No, en realidad espero que lo estés pasando bien y que me mandes un souvenir: aunque sea una explicación medianamente decente de todo lo que has visto o hecho; no esperaba, por otra parte, menos de ti. ¡Lo que daría yo por estar ahora mismo en tu pellejo, aunque tuviese esas paranoias de psiquiatra tuyas que te dan a menudo y que tanto me hacen reír, pero que, a la vez, tanto me preocupan (Quique pone cara de circunstancias). ¡Ah! Y convence a Sara para que envíe esas fotos, que tienen que ser divertidísimas; en su defecto, dale una pedrada en la cabeza y, cuando la dejes sin conocimiento, mángaselas y envíamelas para que las pueda ver. A lo mejor ni se cosca... Por cierto, tú no te preocupes por lo que te digan los profesores (ésos nunca se enteran de nada porque mucho que hayan estudiado y por muy rollo juvenil que adopten): siempre es normal que el primer año uno se sienta desubicado (y espero que también lo sea el segundo, porque, si no, yo no sé qué pinto allí), y más tú, que te pasas más horas en la cafetería que en clase; vamos, que te has debido de fumar por inhalación pasiva todas las hierbas que existen en el catálogo farmacéutico. Aunque a lo mejor no es como la mía, que está llena de porretas (y no pienso hacer el juego fácil con el nombre de nuestro sufrido Harry Potter)y demás humanoides (espero que se perciba la ironía..., que una de mi mejor amiga es de esa clase, y las mejores conversaciones que he tenido con ella las he tenido cuando "piensa en verde". Hay que ver la de gilipolleces que estoy diciendo hoy... Volviendo a la Tierra, no, descuida que a ti no te mato: aunque tampoco se dará la circunstancia de una manada famélica de lobos que te rodeen (aunque puedo estudiarla, mmm...). Y te voy a decir una cosa más que te habrá de dejar aún más pillada (Sara ya ni te cuento): Dumbledore murió porque Sara había muerto, y Sara murió antes que éste porque así se le había destinado que fuera. A su debido tiempo lo entenderás mucho mejor. ¡Ah, y flagélate; ponte el cilicio; vete comprando una cántara de cinco litros de cianuro, o lo que se te antoje, que te dejo libertad en el modo de corregir tu culpa, pecadora. ¿Cómo pudiste dejar de ver la primera carrera? No, es broma; pensándolo bien, con mi memoria pez, yo ni recuerdo lo que pasó. La verdad es que he desconectado un poco, como hasta dentro de dos días no es la siguiente... Y sí, sé que no te gusta madrugar; recuerdo cuando colgaba los primeros capítulos de MDUL que avisaba hasta de la hora en que lo hacía y que tú nunca te pasabas por el msn porque eran los 10 o así de la mañana y me decías por qué madrugaba tanto un sábado; la verdad es que no me gusta dormir, me parece una pérdida de tiempo; lo justo y necesario, claro, pero los excesos son nocivos en todos los aspectos. Bueno, me voy a despedir, chica, que voy a llorar mis penas a otra parte: tengo que redactar un trabajo que esta mañana (siempre supuestamente) tenía que exponer en clase con otra compañera, pero al final la profesora no me ha dejado que diga nada sino que sólo ha preguntado a mi compañera; creo que ya te he hablado de esta profesora: la feminista a ultranza. Ahora mis amigos y yo la llamamos Paco, porque sigue dirigiéndose a la clase en femenino aunque esté yo delante (vale que seamos sólo dos chavales en clase y el otro venga poco, pero no pienso aguantar otra clase explicativa sobre la menstruacción). Así que te dejo, viajera; ya me contarás tus experiencias¿de acuerdo? Un beso enorme.
PIKI. Hola, Laura. Jo, perdona, en primer lugar, el retraso de cara a la actualización de MDUL; nada tiene pretextos, debería ser más fiel a mi palabra dada, y si dije que el 18, no debería actualizar el 21. Por suerte ahora actualizaré más a menudo, por lo menos de momento: de tres en tres semanas o, mejor, de dos en dos, y así espero castigar la culpa que aún siento. Pero, vaya, es que lo he tenido muy chungo. ¡Y no, no he tenido vacaciones de Semana Santa de ningún tipo. Este año tengo un profesor que nos manda trabajos que evalúan como un examen y que debemos hacer durante las vacaciones (ya sufrimos la Navidad); y podrás pensar: "pero un trabajo es un trabajo, y seguro que es una tontería. No es lo mismo que estudiar". En absoluto es una tontería; yo no he visto cosa más sufrida en todos los días de mi vida. Nos pasamos todos los días en la biblioteca buscando información y terminando de leer textos, ya que el trabajo es una prueba sumamente filológica en que debemos despuntar no sólo como expertos manejadores de la materia, sino también como expertos discursores en ella. Vamos, un fastidio. No me quejo mucho porque al menos yo el pasado trimestre aprobé, pero te tiene fastidiado todos esos días. Con lo que vacaciones... lo que se dice vacaciones, no se puede decir que haya tenido; y ése es el motivo de mi estúpido retraso. No conté con que tenía que acabarlo de redactar y no he tenido ni tiempo hasta ahora para terminar de responder a los "reviews" ni conectarme en Internet. Así que no te preocupes por no haber podido dejar un "review" hasta ahora, que yo entiendo, sé, comprendo, tu situación. ¿Y cómo dices que he matado al único personaje que vale la pena de MDUL? Te lo disculpo porque eres tú, pero a mí también me entristece el haber matado a Dumbledore; aunque no he hecho nada que no debiera hacer, y, más aún, nada es lo que parece, como próximamente descubrirás; o, mejor, siendo real, existen otras realidades que se suporponen a ésta y que permiten una existencia más digna. Vamos, algo que ni yo mismo sé explicar de lo enrevesado que es, jaja. De tu personaje sólo te puedo decir que estoy a punto de escribir el capítulo en que se te engendra. Ya te dije que serías una Black, y pronto podrás intuir quién es tu padre, jeje. Por ahora te dejo, malagueñita (ah, sí sabía que por allí se decían tronos, que aquí sí, son pasos, porque son más pequeños), que todavía tengo que colgarlo y no sé cuánto tiempo me va a llevar eso. Te mando un beso muy fuerte que va a coger la nueva carretera que han hecho y va a llegar más pronto a tu ciudad de lo que acostumbraba. También de Elena, que ha estado "pocha" pero ya se ha recuperado.
Aquí dejo un monumento honorífico en que hago constar todas aquellas personas que me han seguido alguna vez durante la primera parte de MDUL; subrayo los nicks de aquéllas que tengo constancia me siguen leyendo para resaltar su mérito. Gracias.
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