Disclaimer: Tokyo Ghoul le pertenece al dios trágico Sui Ishida.
Nota: Yo NO tengo una obsesión con Kaneki y Eto, ¿eh? Que no se note. (?) Ok, no.
También tengo una pequeña manía con describir la carne con flores y colores, pero es que mi parte del cerebro que le pertenece floriografía es demasiado fuerte. Por mi parte yo estoy llena de rosas malvas, tulipanes negros y bastante ahogada en claveles blancos. Tengo mucho de platycodon, nenúfar y lirios blancos, ah, y pensamientos amarillos para regalar. ~ (busquen, busquen, véndale el alma a la floriografía)
Advertencia: ¡Spoilers! A más no poder, porque está basado en uno de los capítulos de :re. Y pues… Nada más, creo. (?)
····
red flowers, owls and centipedes.
Nunca lo pensó así. Era aberrante en su pequeño ser y volvía heteróclitos todos sus pensamientos.
Pero su presencia ponía ideas caprichosas que se chocaban en un cataclismo y reemplazaban todo; cambiaban el parecer que sus ojos tenían y destronaba las palabras viejas dejándolas escapar de los demonios que antes las sostenían fuertemente aferradas contra las paredes de su cráneo.
Él, sin quererlo, sustituía a sus Búhos por Ciempiés que recorrían incesantemente su columna, que por cada pata ella sufría más la intensa ojeriza hacia los nuevos habitantes en su cerebro, pero que la acostumbraban más al amor intenso que comenzaba a sentir por él. No era para nada canónico, podía decir.
Y él la volvía loca, él era su favorito y quería destruirlo, quería volver a ver el frenesí en sus nervios y quería oír sus costillas aclamar por ella.
Él era una hoja, una hoja que borraron y quedó en blanco, una que ella deseaba volver a escribir, una que quería despedazar para enconar sus ojos de color apagado y deshilachar sus huesos para volver a construirlos a su antojo.
Quería que su piel granizara fuego y que ésta, helada, muerta y mustia, vuelva a coexistir ardiente junto a la de ella. Quería comer sus flores, esas flores rojas que ya había visto tiempo atrás, cuando sus patas eran de ella al igual que sus ocelos.
Pero él se comió las suyas, que no eran rojas sino que oscilaban entre la desolación e inquina, eran de un nuevo color que nadie pudo ver jamás, nadie más que él.
« —Te amo. » le dijo, entonces. Porque así amaba ella, cuando estaba destruida y sus hilos no daban para más. Pero era extraño y sensacional. La palabra le escocía más que la línea en su vientre, y era más fuerte que la sangre en sus pies, en esos pies pequeños que ya no podía sentir, pero que a él lo saciaban.
No hay nada más brioso que el dolor, y por eso, con su cuerpo partido y su mente llena de locura, ella lo amo, porque sus patas la habían derrotado y él volvió a quemar.
