Naruto le pertenece a M. Kishimoto, pero la siguiente historia es mía.

¡Hola a todas las hermosas criaturas que me leen! Aquí voy a iniciar con una nueva historia corta que espero y sea de su agrado.

Antes de que inicie su lectura debo hacer ciertas aclaraciones:

*La historia va a estar narrada en tiempo presente y pasado, distinguirlo será fácil, cuando se dé un cambio de tiempo se toparán con tres puntos (…) a lo largo, esto indica que pasan del presente en el que se da la conversación a la historia que Sakura irá contando o viceversa.

*Cuando solo sea un cambio de escena (en el relato) encontraran un solo punto.

*NO soy psicóloga, ni estudio para serlo tampoco, por lo que solo tengo de referencia mis investigaciones por internet y mi imaginación.

*Todavía no estoy segura de si esta historia tendrá 2 o tres capítulos (máximo).

Espero que les emocione y saquen sus propias conclusiones ante este nuevo proyecto.

No quiero dar más lata, así que comiencen con su lectura;)


Le sonrió al hombre frente a ella, notándolo más incómodo de lo normal. Al parecer no tenía intención de relajarse ni mucho menos de contarle lo que le sucedía, por lo que se decidió a preguntar.

Era una anciana y eso se tomaba como sinónimo de sabiduría, ¿o de chochería?

Ugh, ya no lo recordaba.

—¿Le ocurre algo? ¿Se siente mal, señora Sakura? ¿Necesita más medicamento?

De seguro compuso algún gesto extraño.

—No, Konohamaru —movió su mano, ahora arrugada y pecosa. Se quedó no sé cuánto tiempo observándola, admitiendo estar muy vieja ya. ¿Habría perdido los dientes en su totalidad? No pudo obviar su curiosidad, así que con la lengua buscó algo extraño en su cavidad bucal, encontrándolo al cabo de unos segundos. Seguramente los había perdido, pues esos dientes se sentían muy falsos. Los tocó con su dedo índice una y otra vez, éstos emitían un sonido similar a cuando se golpea un vaso de cristal. Hizo mala cara antes de mirar al chico, éste, Konohamaru, a un lado de su cama. Estudió su rostro terso y varonil, distando mucho del suyo, probablemente arrugado y lleno de manchas. Soltó un suspiro—. A ver muchacho, cuéntame lo que te ocurre.

—¿Cómo dice?

—Desde que llegaste esta mañana actúas raro, ¿quieres contármelo? —por su semblante sabía que dudaba y eso representaba una ventaja. Tenía que persuadirlo un poco más—. Puedo ayudarte, sea lo que sea tengo más experiencia que tú, anda. Hazle ese favor a esta pobre anciana —cuando el persuadir no servía, usaba otra táctica un poco deplorable, recurrir a la lástima. Comenzaba a sentir verdadero interés por lo que le ocurría al más joven.

Se aprovechaba de la situación, eso lo sabía pero de alguna manera tenía que divertirse o se volvería loca. ¿O es que ya lo estaba?

—Problemas personales —respondió él después de un rato.

—Líos amorosos —resolvió en respuesta, un poco cretina apropósito. Comenzó a ver el cabello oscuro agitarse mientras el chico negaba.

—No, señora, pero preferiría no hablar de ello.

—¿Por qué?

—Usted es mi paciente, debo tratarla, no debo contarle lo que me ocurre ni mucho menos atormentarla con eso.

Ella tosió un poco, sintiendo sus pulmones picar mientras exhalaba en busca de aire. Tomó el vaso con agua que se le extendió.

—¿Y si hacemos un trato?

La desconfianza en Konohamaru no se hizo esperar.

—No puedo llevarla fuera, señora Sakura y lo sabe.

—No me refiero a eso, niño —espetó—. Ya sé que no me dejarán salir, así que quiero distraerme un poco, contigo. El trato es el siguiente, algo así como un toma y dame de información. Yo te cuento mi historia si tú haces lo mismo con la tuya.

Una ceja oscura se arqueó.

—¿De verdad lo hará?

Sakura asintió.

—Por supuesto.

—¿Qué parte me contará?

No lo culpaba de que siguiera sin creerle, de esa manera había timado a más de uno. Era suspicaz.

—Mi historia, el porque estoy aquí y no en un asilo para ancianos común y corriente. Desde el inicio. Todo... ¿Aceptas?

Él lo sopesó unos instantes, mirándola, para luego deparar en la puerta de la habitación. Fue hacia ella, la abrió para poder mirar fuera, hasta que finalmente la cerró, pasando el pestillo y regresando a los pies de la cama.

Se sentó en una silla de plástico que nadie más usaba.

—Tenemos unos veinte minutos antes de que vengan a hacer una nueva ronda.

—¿Para eso no estás tú y los demás enfermeros? —preguntó sorprendida.

—Sí, pero digamos que dado lo de la última vez, no confían mucho en mí.

La mujer estalló en carcajadas, rompiendo en tos nuevamente por la intensidad.

—¿Por el beso de la otra vez? ¡Pero si me cansé de repetirles que yo te lo había pedido!

—La administración no lo vio así y debo admitir que tengo la culpa ―la incomodidad de Konohamaru era notoria―, después de todo, nunca debí besarla.

—¿Te di asco? —tal cuestionamiento lo tomó por sorpresa, pero negó. Esa no era la razón—. No lo ocultes, besar a una anciana debe resultar desagradable, pero aquí entre nos —bajó su tono de voz a un débil susurro mientras ponía una mano al lado de su boca, adoptando una posición de confidencialidad—, fui feliz por esos segundos que duró el beso. No había recibido uno desde que falleció mi esposo —admitió con añoranza en sus ojos y una sonrisa melancólica—. Ya sabes, son de ese tipo de cosas de las que uno alardea con sus amigas, si tuviese alguna, claro está.

Konohamaru, su enfermero, no pudo evitar sentir un poco de compasión por la mujer que yacía en su cama. Tenía razón, Sakura no interactuaba con los demás pacientes, un par de veces lo intentaron, pero luego de varias fallas y la manera en la que quedaba, se decidió por restringírsele el contacto y las visitas al patio de recreación. Aunque eso a él le parecía vil. Que la dejaran tomar un poco de sol no era una atrocidad, como querían que pareciera.

Entonces se ablandó, ella solo buscaba una manera de distraerse, y ese era el cotilleo de lo que le ocurría, aunque se sentía cierta preocupación e interés en su insistencia.

¿Por qué no complacerla?

—Usted nunca me ha dado asco, señora Sakura —la sorprendió de repente—. De hecho creo que me dejó disfrutar del mejor beso de mi vida —bromeó, viéndola sonrojarse en un tono muy sutil, pero adorable—. Ahora, sólo contamos con un par de minutos. ¿Quiere dar inicio a su historia?

—Te lo prometí, ¿no es así? Pues bien, aquí va.

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—¿Cuidaras de un vecino? —había preguntado su madre.

—Sí, necesito dinero para cuando me tenga que ir a la universidad —respondió dándole un nuevo mordisco a una tostada con mantequilla derretida—. Además, un niño no puede conmigo. No creo que resulte un problema estos 20 días cuidándolo.

—¿Por qué es que se van sus padres por tanto tiempo y no se lo llevan? —el escepticismo era tangible en la mayor mientras ponía su propia rebanada de pan sobre la plancha de la cocina.

Sakura se encogió de hombros, yendo a lavar su plato.

—Me pregunto lo mismo.

Y lo hacía, le parecía cruel que le hicieron eso a un pequeño, pero ella no era nadie para opinar, así que solo se dedicaría a hacer de niñera los próximos días de vacaciones. El dinero le caería bien, después de todo.

Terminó de escurrir la vajilla y fue al frigorífico por un poco de zumo de naranja recién exprimido. Lo ingirió sin pausa, se limpió la boca con el dorso de la mano y volvió para lavar lo que había utilizado.

Jadeó al darse cuenta de que o llegaba en quince minutos a la casa o daría una pésima primera impresión. Le dio un beso en la mejilla a su madre y tomó su bolsa con las cosas pertinentes. Se suponía que debía quedarse con el niño a cuidar todo el día los veinte siguientes, pero aprovecharía de cualquier momento para pasarse por casa, ver a su progenitora y llevarse algo de ropa.

O esos eran sus planes.

Llegó a la enorme casa con la respiración agitada y la frente sudorosa, pero a la hora justa. Tocó el timbre y aguardó. Una señora muy bonita de largo cabello negro y piel pálida le abrió la puerta con una sonrisa amistosa mientras la observaba al completo. No le extrañó, debía detallar a quien se quedaría con su hijo. Lo que le llevó a pensar que para cuidarlo tantos días la mejor idea habría sido contactar a algún familiar, pero no, le llamaron a ella en su lugar. Supuso que ya se había creado cierta fama de niñera por su vecindario, una buena, los niños la adoraban.

—¿Eres Sakura Haruno, no?

—Sí, señora —afirmó—. Ya habíamos hablado por teléfono, soy quien cuidará al pequeño los próximos días. Mucho gusto —le extendió su mano, la cual la mayor recibió, ahora sin tanta emoción como antes, lo cual le preocupó. No dijo nada al respecto.

—Pasa, llamaré a Fugaku.

Entró a la lujosa estancia con cierto nerviosismo. Era enorme el espacio y gritaba «aquí abunda el dinero» en cada cosa, desde los muebles, los cuadros y el lustrado piso hasta las lámparas en forma de lágrimas. No supo si moverse o quedarse allí, lo que la mayor notó. Mikoto le hizo señas para que la siguiera al área contigua, seguramente la sala, pensó. Lo que vio antes quedó corto. Si segundos previos había tenido sospechas ahora era seguro, esa familia era muy adinerada. La azabache caminó hacia las escaleras después de pedirle que le esperara. Sakura admiró el sitio totalmente fascinada, tan abstraída de su elegancia y suntuosidad que cuando la mujer regresó, ahora con su esposo, tuvieron que carraspear para que los notara.

Fugaku, como le había nombrado la pelinegra con anterioridad, era un hombre alto y de contextura atlética. Pero contaba con una mirada severa, casi tétrica a juego con su mueca ceñuda.

—Hola señor, soy Sakura Haruno y vengo a cuidar de su hijo —se presentó nuevamente, aunque él de sobra debía conocer el motivo por el que se encontraba allí.

Bajó su mano cuando el mayor no la estrechó. Vio la mirada de disculpa en el rostro de su esposa.

—¿Qué edad tienes?

—17.

—¿Estás en la universidad?

—No, comienzo en un par de meses.

—¿Qué piensas estudiar? —exigió saber.

—Enfermería.

—¿De cuánto es tu promedio?

Comenzaban a incomodarle las preguntas, pero la pelirosa respondió igualmente.

—19.4, señor.

—Ya veo ―murmuró con desdén―, por eso solo puedes optar por la mediocre enfermería, ya que para estudiar medicina necesitas un 19.5 —creyó distinguir un poco de burla en sus palabras y se sintió pequeña.

Era la verdad, una muy cruda, pero no por eso dejaba de serlo.

—Cariño —intervino Mikoto por fin—. Eso no tiene importancia.

—Claro que la tiene —habló con voz gruesa, como si la regañara—. Debiste averiguar sobre ella antes de contratarla.

Sus pequeñas manos comenzaron a sudar.

—No tenemos tiempo, y lo sabes.

Entre ellos surgió una lucha de miradas, que al final el hombre ganó, para decepción de Sakura.

—¿Sabes a quién cuidaras?

—A su hijo —acertó a decir.

—¿Y estás al tanto de su condición?

—¿Cuál condición? —miró a la mujer en busca de respuestas.

—Tampoco le dijiste —advirtió Fugaku en dirección a su esposa.

—No pude.

Ambos guardaron silencio y a Sakura la empezaron a violentar los nervios. ¿Qué ocurría con esa familia?

—Disculpen pero, ¿hay algo que deba saber?

En definitiva la respuesta no era la que habría esperado jamás.

—Mi hijo tiene 19 años y sufre de esquizofrenia.

La sangre salió espantada de su rostro.

¿Estaría tratando con un... demente? ¿Por veinte días? ¿Y estaría sola? Si le daba por atacarla podría lastimarla, hasta asesinarla si se lo proponía.

Ya no se encontraba segura de poder cumplir con ese trabajo.

—Lo siento, pero yo no sabía esto y...

—Como lo imaginé. No lo hará —El hombre le dio una última mirada antes de girarse en dirección a su esposa—. Para la próxima consigue un especialista —espetó—. Iré a avisarle que se aliste para que viaje con nosotros.

—¡Por favor, no! —casi rogó Mikoto, descolocando aún más a la pelirosa—. Sabes lo malo que le sienta viajar... él no... no lo soportará —parecía que en cualquier momento rompería en llanto y a Sakura algo se le removió en el interior.

—No hay de otra.

Los segundos parecían transcurrir a cámara lenta mientras el hombre subía las escaleras y la mujer aguantaba sus lágrimas.

—Yo lo haré —soltó, sorprendiéndose a sí misma en el acto.

Ambos giraron sus cabezas para mirarla. Tragó grueso mientras pasaba sus manos por el jean de pronto muy ajustado.

—¿Qué dijiste? —preguntó Fugaku a mitad de los escalones.

Exhaló, esperaba no arrepentirse de lo que diría.

—Yo... cuidaré de él.

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De regreso a la habitación, Konohamaru había adoptado una posición mucho más placentera mientras ella relataba felizmente su historia. Era la primera vez, desde que la conocía, que se mostraba abierta con el tema. Siempre que le preguntaban Sakura lo había tratado como un tema tabú. No obstante, y por más que intentó no hacerlo, tuvo que preguntarle; aún si lo considerara una interrupción.

—¿Él fue quien se convirtió en su esposo?

—¿Fugaku? ¡No! No era para nada mi tipo —jugó—. Y además, tenía esposa.

El jóven sonrío un poco ante su broma, colocando los codos sobre sus rodillas para prestarle mayor atención.

—No me refería a él, pero eso usted ya lo sabe.

—Eso es para que no me interrumpas —murmuró con guasa—. O se me puede olvidar en lo que iba...

—La parte en la que aceptó cuidar del hijo mayor de edad —recordó.

—Oh, sí, bueno, continuando con eso...

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Todavía sin saber por qué le había dado por aceptar tal locura, subió las escaleras detrás de los mayores. Sus piernas temblaban y sus manos parecían generar litros de sudor al igual que su nuca. Entonces, ¿por qué no daba media vuelta y salía disparada de aquel lugar?

No podría explicarlo con palabras, simplemente no podía.

Llegaron a la segunda planta de la casa y pronto comenzaba a hiperventilar, pero se negó a sí misma caer en tal estado. Respiró con pausa y de manera profunda. Muchas veces.

Esta vez, al contrario de las otras, no se permitió admirar la belleza del lugar, pues sólo una cosa rondaba por su mente. Sintió la mirada de la matriarca sobre ella, estudiando su reacción cuando Fugaku sacó una llave de su bolsillo y abrió la puerta. No le agradó la idea de que lo mantuviesen encerrado quien sabe cuánto tiempo. Era penoso, y eso que por los momentos seguía sin conocer al muchacho.

La madera blanca cedió ante la acción y todo lo que vio fue oscuridad.

El mayor dio un paso al frente, buscando el interruptor por la pared hasta dar con él y bañar la alcoba de luz, que bastante falta le hacía.

Lo primero que Sakura vio fue un armario en el fondo de la habitación, las paredes pintadas de un azul casi blanco y un escritorio vacío.

—Ven —pidió Mikoto con una sonrisa comprensiva instaurada en su agraciado rostro. Como por inercia la de ojos verdes asintió y dio un paso adelante, deteniéndose en el umbral después que los otros dos se encontraran dentro.

Allí tuvo una mejor visión de lo que había dentro del cuarto. Una persiana que parecía nunca haber sido abierta, una puerta que de seguro daba al baño, unas repisas que portaban un sinfín de libres, dos mesas de noche, una con libros y la otra con un cubo de rugby completado y en el centro de éstas una enorme cama de sábanas blancas. Todo se veía monocromático, carente de luz y vivacidad, contraria a su habitación de paredes rosas y moradas, pero nada excesivamente fuera de lugar a excepción de la falta de pertenencias en el sitio.

Miró a la pelinegra acercarse a la cama, con cautela y sin hacer el más mínimo ruido. La siguió con la mirada en cada acción, deparando al fin en el cuerpo que yacía sobre las colchas.

Su boca se resecó en un acto inconsciente al deparar en la fisonomía masculina. Sólo una palabra le vino a la mente y fue la más opuesta a la que hubiese pensado alguna vez. Hermoso. Eso era él. Se atrevía a jurar que era el hombre más guapo con el que alguna vez se topó y se toparía.

Se encontraba dormido, sus ojos cerrados con la respiración calmada, asemejándose a un ángel, según su parecer. Tenía el cabello oscuro, a juego con sus cejas perfectas, la nariz perfilada pero muy masculina y unos labios delicados, que en otro podían lucir femeninos pero ese no era su caso, terminando con una barbilla de ángulo medio, que le daba el toque de gracia a esa obra de arte también llamado rostro.

—Se ha tomado su medicamento y eso lo dejará somnoliento un rato. La próxima toma le toca a las 7:00 p.m. Las indicaciones las he dejado en la encimera de la cocina, bajemos para explicarte mejor —musitó Mikoto.

Aturdida por el reciente hallazgo, abandonó la alcoba detrás de la azabache. Fugaku hacía rato que se había ido sin hacer ruido, cosa que por alguna razón a ella le molestó. Parecía muy poco afectivo con su familia. En especial con él.

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No dejaba de retorcer la parte baja de su camisa mientras se encontraba sentada en una camada muy cómoda, debía admitir, pero que no lograba que conciliara el sueño. Miró su teléfono celular, releyendo un par de veces el mensaje que le había llegado de su madre horas después que el matrimonio Uchiha por fin partiera a su inexplicable viaje —obviamente no hizo preguntas, pero poco a poco la curiosidad la carcomía—, en éste le preguntaba cómo le iba y cuando le respondió una mentira piadosa la Haruno mayor le deseó suerte. Intuía que la necesitaría en cantidades industriales.

Se fijó en la parte superior del móvil para percatarse de la hora, faltaban ocho minutos para que le tocara un nuevo medicamento a Sasuke. Así le había dicho la matriarca que se llamaba y debía admitir que le quedaba muy bien. Era ese tipo de nombres que utilizaban los hombres guapos, inteligentes y que saben lo que quieren. ¿Seguiría dormido? ¿Cómo reaccionaría al verla? ¿La atacaría acaso?

Una y otra vez se cuestionaba el por qué había aceptado aquel disparate. Probablemente ella, al igual que la persona a su cuidado, estaba demente, por más cruel que resultase esto no encontraba otra explicación fiable.

Se levantó de cama mentalizada a hacerlo lo mejor posible.

¿Qué tan malo podría ser?

Salió de la habitación que le habían asignado, que al contrario de la del pelinegro, ésta se encontraba en la planta baja. Fue por un vaso con agua a la cocina y por el medicamento que no podía faltar. Sacó la hoja, ya un poco arrugada, de su bolsillo trasero; allí estaba todo escrito con indicaciones precisas. Él tomaba cinco medicamentos distintos diariamente, uno después del desayuno, que no podía ser ingerido después de la primera hora, otro a media mañana, el tercero a media tarde y los dos últimos a esa hora, para la que ella se preparaba. Luego de cerciorarse que todo iba bien, extrajo los medicamentos de un botiquín que se encontraba estratégicamente colocado en una de las encimeras.

Los dedos en torno al vaso temblaron un poco cuando comenzó a subir las escaleras. Su corazón pulsaba ansioso y sentía que en cualquier momento podría desmayarse. Para cuando llegó a la puerta de su alcoba sintió sus músculos temblar a la par que su nuca se erizaba.

Con suma lentitud, alzó la mano en la que reposaban las grageas y tocó, cerrando sus ojos por instinto. Sólo escuchó las palpitaciones en sus oídos. Aguardó un momento después que el eco se abriera paso en la estancia, quizás le costaba moverse rápido después de quedar anestesiado.

Pero la puerta parecía que nunca sería abierta, al menos no por él.

Palpó la manija, fría y sólida, y la giró con calma. De nuevo, como horas antes, todo se encontraba en total oscuridad, añadiéndole un toque lúgubre a la circunstancia, como si lo necesitase. La situación de por sí podía resultar espeluznante.

Recordó el lugar donde estaban los controles de la luz y después de manejarlos la estancia fue iluminada grácilmente. Todo seguía igual, el cubo, los libros, las sábanas, y él. Con una única diferencia, sus ojos, de los cuales ahora sabía eran tan oscuros como su cabello, la miraban fijamente.

Sakura pasó saliva, volviendo a tambalearse, indecisa entre dar o no un paso adelante. Sintió como le realizaban un escaneo visual y desvío su mirada. No se sentía capaz de soportar un segundo más ese profundo ónix.

—¿Quién eres? —escuchó, sin ningún tipo de emoción en el tono de voz.

La sangre le comenzó a correr a una velocidad vertiginosa a la pelirosa.

—Yo... soy Sakura —pasó saliva mirando el contraste de colores sobre la mesa oscura—. Y, estaré aquí los próximos días.

Esperó que la escuchara pues su voz había salido tan bajo que fácil podría haberlos confundido con su pensamiento.

—Eres muy joven para ser enfermera.

—Es que no soy una. Todavía.

—¿Alcanzas la mayoría de edad siquiera? —soltó, ahora con notable mal humor, lo cual empeoró al ver que ella se quedaba en silencio culposo—. Lárgate de aquí.

Sakura abrió sus ojos. Y lo miró por fin.

—¿Qué has dicho?

—No tienes nada que hacer en este lugar, no sé por qué demonios han accedido a contratarte pero te aconsejo que recojas tus cosas y desaparezcas —sus ojos captaron la luz de la lámpara mientras su entrecejo se acentuaba.

—No puedo hacerlo, yo… —mordió su labio—, debo cuidar de ti.

Una sonrisa burlona surcó su rostro.

—No lo creo —la comisura elevada se acentuó—. Ni siquiera puedes acercarte a mí —hizo una pausa crítica adrede, esbozando una mirada que le podía helar la sangre a cualquiera, jugando con el temor que no era difícil deducir, ella le guardaba—. Me tienes miedo.

—Eso no es cierto —balbuceó esa vil mentira. Sí, le temía y para su extrañeza, no de la manera convencional o la que se esperaría.

—Acércate entonces y dame la medicina.

Dudó, sopesando la situación. Pero al final lo hizo, sin saber lo que se avecinaba.

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—¿Qué ocurrió? —sintió curiosidad Konohamaru.

—Quiso espantarme, cosa que ya presentía —respondió mirando al vacío.

—¿Y cómo lo hizo?

—De la manera, entre muchas, que nunca pasó por mi cabeza —sonrío, llevando la mano a sus labios. El muchacho lo entendió de inmediato.

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—Aquí tienes el desayuno —le comunicó dos días después de su primer intercambio de palabras y algo más. Esa había sido la primera vez que entraba a la habitación sin titubeo alguno, ya había dormido dos noches en esa casa y pese a lo que pensó en un principio, todo había resultado... relativamente normal.

Ella no faltaba a las horas para darle sus medicinas, él se las tomaba sin prestarle mucha atención, ignorándola con facilidad al poner su vista sobre uno de los tantos libros que en aquel corto tiempo le había visto leer, o devorar, el caso que fuese, pues más que libros parecían enciclopedias, acabándolos en el mismo tiempo que ella demoraba maquillándose.

En una de las visitas a su alcoba había echado un vistazo a lo que tenía entre sus manos a esa hora. Le bastó con leer una oración del primer párrafo para deducir que no entendería nada, estaba escrito en otra lengua y por lo tanto, lo único que pudo atinar a averiguar, o presumir, era que se trataba de ciencia.

En esa ocasión pudo apreciar el título, esta vez sí se encontraba en su idioma. Hecho realmente curioso y en cierta forma reconfortante, trazaba un punto suspensivo en su empeño por mostrarle que no compartían nada.

Dejó la bandeja con la comida sobre la mesa, manteniéndose de pie unos segundos, hasta que el azabache bufó y colocó el libro todavía abierto sobre las colchas.

La miró con desdén.

—¿Por qué no te has ido?

Sakura suspiró.

—¿Por qué eres tan... desagradable conmigo?

Una ceja azabache presentó un efímero tic nervioso.

—Porque eres una molestia —soltó su verdad, era lo que creía de aquella dueña de extraño cabello rosa y ojos saltones.

—Vaya, pues gracias —respondió con una sonrisa falsa—. Si así tratas a todos ya entiendo porque solo son tú y tus extraños libros de Electrodinámica Cuántica.

Esa vez salió de la habitación con los puños y pulmones apretados.

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Días después la lluvia se había desatado con vertiginosa potencia sobre la ciudad. Los noticieros pedían concientización sobre el clima y de ser posible, que nadie abandonara su hogar. En ese momento, más que ningún otro, las calles eran inseguras.

Sakura se encontraba terminando una llamada con su madre cuando la luz se fue. En el momento se sobresaltó, pero luego de que los latidos dentro de su pecho se normalizaran, se levantó para ir al baño. En el camino tropezó con una estantería que casi le abre la frente con su filo, por lo que entró sobándose la zona afectada y que muy probablemente se encontraba enrojecida.

Orinó con un suspiro y moviendo sus pies, todavía pensando en la conversación con su madre. Ella quería ir a verle a la casa en la que se quedaría los quince días restantes, pero Sakura se había deshecho en excusas para que eso no sucediera. No lo vería bien. Ni ella misma lo vislumbró con buenos ojos al principio.

¿Qué comenzaba a cambiar?

No lo sabía y tampoco quería tener quebraderos de cabeza por ello.

Después de bajar el inodoro se decidió por ir a visitarla tan pronto como pudiese o de lo contrario su madre sospecharía que algo no andaba bien. Frotándose un ojo regresó descalza a su habitación provisional; dispuesta a hundirse en el colchón hasta que saliera el sol y el cielo estuviese despejado. Cerró sus ojos buscando una postura cómoda en la que pudiese conciliar el sueño sin problemas mayores.

Y entonces lo escuchó.

La sorpresa inicial dio paso al pánico cuando distinguió el grito proveniente de la planta superior. Sin pensar en nada más, salió de debajo de las sábanas con un brinco y corrió hacia la puerta para abrirla con fuerza y sin prestar atención a que ésta se estrellara estrepitosamente contra la pared mientras ella corría y saltaba de dos en dos los interminables escalones para llegar hacia él.

Agradeció a que su vista se hubiese habituado a la oscuridad y poder tener una mínima pero eficiente capacidad para distinguir las cosas, además de haber visitado incontables veces ese espacio particular, aunque con diferente fin.

Se acercó a los pies de la cama con una indeseable sensación de aprensión al verlo allí, sentado con sus rodillas frente al pecho, con las manos cubriéndose las orejas y la mirada pérdida.

Él gritó de nuevo, ahora mucho más fuerte. Sakura saltó en su sitio y se acercó un poco, con cuidado de no alterarlo más.

Lentamente se arrodilló a su lado, quitando sus manos y dejándolas reposar en el sitio. No le gustó lo que vio. Le parecía imposible que ahora estuviese inmerso en un presunto shock, a punto de un colapso, cuando horas antes se encontraba en perfecto estado lanzándole algún comentario desagradable.

Contrario a lo que seguramente se debía hacer en esos casos, ella llevó sus palmas tibias a las mejillas del azabache; acunándolas con suavidad, sintiendo la frialdad de su piel mientras lo hacía.

—Sasuke...

Poco a poco el mencionado levantó su rostro, moviendo sus ojos con nerviosismo mientras recorría cada porción del rostro femenino con la escasa iluminación nocturna. Perdido. En otro mundo. Con esa mirada Sakura entendió que en ese momento no estaba con ella, por lo menos no en un apto plano mental.

Un nuevo grito desgarrador. Y pasó lo que había dejado de temer los días anteriores. Él tuvo un ataque, y ella era su única víctima.

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—La atacó —concluyó el enfermero mirando con compresión y en el fondo hasta con un poco de lástima a la mujer.

Sakura tosió y él se apresuró a darle agua. Recibió un agradecimiento mientras ella se recomponía y trataba de hablar con fluidez. Ya empezaba a sentir sueño, pero terminaría por contarle todo pese a las medicinas que había ingerido. Ese relato tenía un fin, después de todo.

—Aciertas en eso —concedió—. En su trance no reconocía a nadie, mucho menos a mí. Solo era una extraña que apenas hace cinco días veía.

Konohamaru aclaró su garganta.

—¿Cómo hizo para salir ilesa?

—¿Qué dices?

—Es sabido que cuando los esquizofrénicos tienen episodios de ira y violencia, pueden asesinar a alguien —lo invadió cierto pesar al verla asentir—. O lastimarlos de gravedad.

—Tienes razón, su agarre en mi garganta quedó marcado por horas —dijo como si se tratase de una nimiedad—. Pero solo dejó eso, marcas. Nada serio —su oyente abrió la boca pero ella lo detuvo. Sabía lo que quería saber—. Me estaba quedando sin aire cuando llegó la luz... Y él se detuvo.

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Cayó de manos y rodillas sobre el piso, inhalando con fuerza y tosiendo sobre la alfombra. Vacío el contenido de su estómago sin poder contenerse, bajo la inestable mirada del azabache, quien aún podía sentir la suavidad de su cuello en las puntas de sus dedos. Sakura levantó la mirada, dándole un primer plano de sus ojos rojos y las lágrimas que descendían de ellos. Sasuke se mantenía inmóvil con la atención fija en sus extremidades superiores, como si no creyera lo que acababa de hacer.

Cuando la pelirosa pudo ponerse de pie, sentía su desplome próximo, por lo que salió de aquella habitación jurando nunca más volver.


¿Qué les ha parecido?

Ansío saber sus opiniones y el grado de receptividad que le dan.

Estaré leyendo y respondiendo sus comentarios.

Saludos.