Capítulo 1. Agua y metal.

En un recóndito pueblo de Moscú, aparecieron ambos dos. Deseando la muerte a cada paso, recorrieron a pie más de siete kilómetros sin decir una sola palabra. El silencio era un arma de doble filo, dolía, molestaba, se hacía más espeso y difícil de tragar a cada minuto que pasaba, pero sabían que era lo mejor. Era lo que ambos habían aprendido en su primer gremio. Era mucho el dolor que soportaban en aquel entonces, por lo tanto sólo había pocas manera de aguantarlo.

Callar. No hablar si no es para intercambiar información -absolutamente necesaria-. Las palabras denotan sentimientos. Los sentimientos, emociones. Las emociones conllevan a la fragilidad. Ellos no podían ser frágiles, no se les estaba permitido, ¿cómo llegar a darse aquel gusto?

Mechones largos y azulados se asomaban debajo de un gorro de lana. Unos ojos tristes del mismo tono, miraban perdidos al horizonte. Era abrigado aquel tapado azul mar que llevaba puesto, le llegaba casi hasta las rodillas. Era ajustado, su figura curva se dejaba notar desde la distancia, pero no había forma de poder dejar de sentir escalofríos en cada parte de su cuerpo. Hielo. Sentía como su cuerpo quería transformarse en hielo. Convertirse en aquel material sólido del que no se puede escapar, el que no te deja sentir. La magia de hielo.. quería convertirse en magia de hielo. La que él utilizaba para defenderla. La magia de hielo que parecía nunca caer.

Un grito grave resonó en su mente y quedó paralizada en el medio de la calle. "Gray-sama..". Las lágrimas asomaron por fin hasta sus mejillas y cayeron congelándose en forma abrupta. El cielo nublado no tardo en oscurecerse por completo. Juvia miró sus manos sucias, temblaba.

– No hagas de esto una situación mártir, Juvia. – Gajeel era más alto por al menos una cabeza. Al volverse hacia atrás para acercarse a ella, su altura se hizo notar muchísimo más. La camisa blanca que llevaba puesta, tenía rotas ambas mangas y aunque la noche se asomaba y hacía tanto frío como para que al respirar, un poco de vapor saliera de sus bocas, él se mantenía firme. Ni un solo bello de su piel estaba erizado, ni aunque el viento soplara cada vez con más fuerza. Los tres piercings que tenía sobre una de sus cejas, brillaban por el reflejo de una luz que se encendía a lo lejos. La calle estaba vacía y las casas parecían totalmente abandonadas. – Tenemos que buscar algún lugar donde quedarnos esta noche y mañana nos vamos.

– Ir.. ¡¿a dónde?! – La calma que trataba de mantener desapareció de un momento a otro. Sus piernas estaban cansadas, las plantas de sus pies dolían, aquellas botas fueron una decisión pésima.. si sólo hubiese sabido lo que iba a pasar aquel día.. – ¡Estamos en otro continente, Gajeel! – Agitó su cabeza en una negación totalmente contradictoria y apretó sus puños con fuerza. Sus ojos no paraban de llorar. – ¡Todos están muertos, no hay lugar al que ir!

Una calidez inesperada la abrumó por completo. Abrió los ojos de par en par al encontrarse con un abrazo que la terminó de desarmar por completo. Sintió a su alma estremecer y partírsele el corazón en pedazos cada vez más pequeños. De esos, que cada vez es más difícil volver a juntar.

Gajeel la apretó entre sus brazos con fuerza y acomodó su mentón en el cálido gorro de lana de Juvia. Ojos rojos, como sangre, conformaban una mirada rabiosa que deseaba muerte. De él o de alguien más, no importaba, pero muerte al fin.

– Tenemos que volver a nuestro hogar. Aunque seamos los únicos que quedemos.. tenemos que volver y reclamarlo. – Juvia lo abrazó también, dejando de temblar, correspondió al calor de aquella amistad inquebrantable.

Está bien.. Gajeel.

Antes de entrada la media noche, decidieron escabullirse dentro de una Iglesia. Ésta estaba abierta al público, por lo que se encontraron con varios indigentes tapados con mantas sucias y sentados sobre pedazos de cartón en las esquinas del lugar. En los bancos enfilados milimétricamente dormían algunas mujeres. Recostadas y envueltas en abrigos grotescos y desteñidos.

Se apoyaron en una de las paredes y se dejaron caer hasta el piso casi al mismo tiempo. Respiraron profundo y soltaron el aire despacio.

Gajeel tocó lo más suave posible la rodilla de Juvia y al mover su cabeza buscando su mirada, sonrió cansado.

No creo que hablar con alguien sirva de algo aquí.. ya sabes, no hablamos ruso. – Juvia se sintió un poco apenada y bajó la cabeza con una sonrisa leve y burlona. No tenía idea de cómo actuar o pensar. – Mañana buscaremos la forma de irnos de aquí, te lo aseguro.

– Gajeel.. – Cuidadosa en sus palabras, trató de dejar sus pensamientos a un lado. Era necesario que parara de pensar en tormentosos momentos que no iban a servir de nada. – Sé que todavía tenemos inculcado aquello que aprendimos en nuestro primer gremio.. Phantom. – Él la miró dubitativo y sacó su mano de aquella rodilla fría y huesuda. No sabía a dónde quería llegar pero tampoco estaba seguro de querer saberlo. – No olvidas que crear lazos afectivos entre nosotros estaba casi prohibido, ¿verdad?

– Lo recuerdo – Asintió firme.

– Sé que nosotros nunca hablamos sobre lo que nos pasaba, lo que deseábamos.. sé que somos amigos ahora, es decir, desde que nos unimos a Fairy Tail, pero igualmente.. no hablamos de estas cosas, y yo..

– Juvia – La voz gruesa de Gajeel la detuvo en alto. Ella lo observó con un brillo diminuto en los ojos. – Nunca creí que eso hiciera falta. Aunque no nos hayan permitido formar vínculos anteriormente, y no hayamos tenido una amistad hasta que nos unimos a Fairy Tail, te conozco lo suficiente para darme cuenta de todo.

– ¿De.. todo?

– Sé lo que Fairy Tail significa para ti, porque es lo mismo para mí. Sé que te sentís en plan de demostrar todo el tiempo a los demás que no importa tu vida si es por tus amigos por quién la das y no te faltaron oportunidades de probarlo.

– Yo.. los quiero. A todos. Son mi familia ahora.. lo eran.. – El corazón de Juvia se estrujó un poco más al recordar. – De solo pensar que no estarán más.. que no podré verlo más.. es decir..

– ¿Gray? – Recordó casi en un flashback como el cuerpo inmóvil del mago yacía en el piso y los gritos por todos lados. Volvió a escuchar como si pasara otra vez, sus propios huesos, huesos de metal, rompiéndose. La impotencia y la rabia lo hicieron morderse la lengua. – Juvia.. lo siento, no pude..

– Cállate, tonto – Juvia volvía a llorar mientras una mujer de gran edad prendía unas velas gastadas en un altar diminuto dedicado a una extraña virgen. Apoyó su cabeza en el hombro de Gajeel mientras cerraba los ojos y se acomodó un poco, teniendo en mente tratar de descansar un poco. – No vas a dormir, ¿verdad?

– No, descansa tranquila.

– ¿En qué piensas, Gajeel?

Una enorme explosión se daba lugar entre los libros desparramados por todos lados. Unos anteojos rojos, con vidrios resquebrajados, quedaron tirados en el suelo. El grito tremendamente agudo de dolor se escuchó una y otra vez en su cabeza, pero no pudo ser capaz de divisar el origen de éste.

Suspiró agotado al volver en sí, a aquella realidad que ahora era el piso frío, húmedo, de esa iglesia, y a su compañera dormida en su hombro izquierdo. Miró a la puerta abierta de la Iglesia, el cielo empezaba a despejarse, y la luna brillaba. Pero sólo un poco. Una lágrima rápida y silenciosa cayó hasta dar en su rodilla. "Levy.. más te vale seguir con vida.. maldita enana".

Los días consiguientes transcurrieron lentos y tristes. El sol no aparecía, ni siquiera daba indicios de querer asomarse. Juvia lloraba todo el tiempo (a escondidas y en silencio para no preocupar tanto a Gajeel). Él se ahogaba en sus propios pensamientos y descargaba su furia con enormes árboles; árboles de troncos tan grandes que parecían inquebrantables.. pero que en 15 minutos terminaban convirtiéndose en madera que los magos usaban para hacer algunas fogatas en las madrugadas.

Los dientes de Gajeel trituraban una cacerola de metal vieja y desagradablemente oxidada. Sentados en el cordón de una vereda con el amanecer arribando la ciudad, el silencio dio su último respiro y desapareció sutilmente.

– Juvia, no te he visto usar tu magia en estos días, ¿estás bien?

– Sí, es sólo que no encuentro una razón para hacerlo.

Gajeel se reincorporó mirando al cielo y suspiró tranquilamente. Arrojó a un costado las manijas plásticas de aquella cacerola mal oliente, de sabor nauseabundo y al sentirse con bastante poder en su cuerpo, pudo volver a recordar por una milésima de segundo, lo que se sentía estar vivo.

– Nos vamos – Replicó sin titubear. La peliazul lo miró sorprendida, inclinando la cabeza hacía arriba para observarlo mejor. Se dio cuenta de que iba en serio.

– ¿A dónde, Gajeel?

– Al mar – Los ojos de Juvia se llenaron de lágrimas, ¿el mar? ¿Podría permitirse reencontrarse con ella misma otra vez? – Deja de llorar, idiota.

– Es que.. yo..

– No podemos regresar a Fiore de la manera en la que estamos, ni siquiera es una opción – Gajeel le extendió la mano a Juvia mientras esbozaba una sonrisa burlona. – Doy por seguro que están vivos, Juvia. Eso es lo que nos enseñó Fairy Tail, a luchar. Todos ellos deben estar luchando ahora mismo, tenemos que volver a nuestro gremio.

Juvia sujeto con fuerza la mano de su compañero y se levantó erguida de un solo movimiento. Limpió las lágrimas de sus ojos y asintió suave con una sonrisa pequeña pero sincera.

– Hagámoslo, Gajeel.

– Gee-hee – Sonrió honesto mientras levantaba un puño al aire. – Un tonto que conozco diría.. "¡Estoy encendido!".