UNAS PALABRAS PREVIAS

Esta historia la soñé el año pasado.

En serio.

A grandes rasgos, claro. Los puntos principales de la trama, algunos momentos concretos... el final no, eso fue un gran cliffhanger; gracias, despertador. ¬¬

Me desperté, lo anoté todo y me puse a pensar cómo rellenar los agujeros y arreglar las incongruencias

. Y a tratar de elegir un final; tenía varias opciones en mente y tardé bastante en acabar de decidirme. Finalmente lo conseguí: acabé la historia y quedó razonablemente coherente. Y releí, y corregí, y corregí, y corregí, y pasó un año entero, pero sí, por fin la di por buena, más o menos. Si te gusta esta historia, estás de suerte: está acabada, así que la iré actualizando de manera regular, en principio una vez a la semana, puede que dos si se cumplen hitos de seguidores, de reviews, o si me siento generosa. ;)

Muchas gracias por leer. Cualquier comentario será bienvenido, especialmente críticas constructivas que me ayuden a mejorar. Y ahora, a leer. ¡Ojalá disfrutéis!


1.

Muchos años atrás

Tenían seis años cuando se conocieron. Fue el día en que los niños elegidos como herederos de los Doce fueron presentados al Patriarca del Santuario; hacía un calor insoportable en el Coliseo, y la ceremonia fue piadosamente corta, dejando pronto libertad a los chicuelos para explorar el Santuario a su antojo. Varios de ellos, acostumbrados a climas más frescos, se refugiaron instintivamente en lugares sombreados, y fue debajo de las gradas del Coliseo donde ellos dos se encontraron.

—¿Eres un ángel?

El niño de larga melena platinada se giró para mirar a quien había hecho aquella curiosa pregunta. Se echó a reír al verle, señalando sus ojos de un insólito color rojo brillante.

—Claro. ¡Y tú eres un demonio!

—No, ¡no lo soy!

El supuesto ángel se quedó de piedra cuando los ojos carmesíes del otro niño se llenaron de lágrimas.

—¡Oye, que era una broma! ¿Cómo vas a ser un demonio si vas a vestir una Armadura Sagrada, tonto?

A su edad, aquel argumento era irrebatible. Convencido, el niño se frotó los ojos con los puños y le sonrió al otro.

—Pero tú sí que eres un ángel.

—No, ¡de verdad que eres muy tonto! Yo soy una niña.

—¿Una niña? —Fue su turno de reírse—. ¡El que eres tonto eres tú! ¿Cómo vas a ser una niña?

—¿Ah no? ¿Y entonces qué soy?

—¡Pues un niño!

—¡Que soy una niña!

—¡Que te digo que no! Tu, tu… —las manos del niño volaron alrededor del cuerpecillo de su compañero, dibujando una envoltura.

—¿Mi cosmos? —lo ayudó el otro.

—¡Eso! ¡Tu cosmos! Tu cosmos es de niño.

El rapaz de pelo platinado miró al otro, con expresión de pasmo.

—¿En serio? ¡Pero si me llamo Afrodita! ¡Es un nombre de niña!

El otro chiquillo frunció el ceño, desconcertado, y reflexionó durante un rato. De repente sonrió, encontrada la posible solución al misterio.

—¡Eso es que tus padres querían una niña! La gente a veces quiere cosas que no pueden ser, pero lo intentan. Seguro que ellos querían una niña y por eso te llamaron así.

—¿Tú crees? —fue el turno de Afrodita de hacer un puchero—. A lo mejor por eso me han mandado a la Orden. No me querían porque no era una niña.

—Anda ya, ¿cómo no te iban a querer, si te pareces a un ángel? Te habrán traído aquí porque tenías poderes. Como a todos.

—¡Es verdad, los poderes...! Entonces, ¿a ti también te han traído por eso? —preguntó Afrodita, la curiosidad haciéndole olvidar de inmediato el disgusto anterior.

—No, a mí no. —El niño de ojos rojos atrapó una piedra con el pie y la hizo dibujar círculos en el suelo—. Bueno, sí que tengo poderes. Veo las… los… cosma… cosm… ¡cosmos! Y a la gente que se ha muerto. Pero a mí sí que no me querían.

—¿Y por qué? —preguntó Afrodita.

—Por lo que tú has dicho antes, porque pensaban que soy un demonio.

—¿Por los ojos?

—Y por el pelo —el chiquillo se llevó la mano a la cabeza y revolvió su cabello blanco.

—¡Qué bobada! Pues ellos sí que eran tontos —declaró Afrodita, de inmediato—. A mí sí que me gustan tus ojos. Y tu pelo. Son muy chulos.

—¿De verdad?

—¡Pues claro! Oye… —la voz de Afrodita se volvió conspiradora—, ¿quieres que seamos amigos?

El otro niño lo estudió unos segundos, desconfiado, pero no vio nada inquietante, así que acabó por sonreírle con complicidad.

—Vale. Seremos amigos, para siempre.

—¡Para siempre! —asintió con entusiasmo Afrodita—. Pero no me has dicho cómo te llamas…

El chaval lanzó lejos la piedra de una patada, y se encogió de hombros.

—No me pusieron nombre.