Disclaimer: Los loros no saben escribir, todavía.

Claim: Leah —con menciones de Sam/Emily, Sam/Leah y Seth/Leah no incesto.

Advertencias: Neeeh, ¿qué crees?

Notas: Ideas que se le cruzan a una, you know *shrug* Hope you like it.

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Lo que no mata fortalece


Leah suspira sonoramente una vez más.

Toca delicadamente con la punta de sus dedos la fotografía entre sus manos, admirando los rostros inmortalizados tras el vidrio. La primer y única fotografía de su familia y Sam. Sue había fastidiado tanto en tomarla, que ella había terminado por ceder.

Sonríe apesadumbrada. Lo ve a Sam, sonriéndole incómodo a la cámara, con su mano en la cintura de ella, con aquellos ojos profundos brillando para ella. Se ve así misma sonriéndole a él, sin importarle la cámara, con su brazo en la cintura de él, sus trenzas y una sonrisa enorme.

Lo ve a su padre, también sonriendo, pero con ese brillo en sus ojos que siempre tenía cuando veía a Sam más cerca de su hija de lo que le agradaba. Ve a su madre, abrazando a su esposo, apenas llegando a posar para la cámara, con la alegría en su rostro que luego fue muriendo de a poco, y a su pequeño hermano entre sus padres, al pequeño Seth, con toda aquella felicidad plasmada en su joven rostro, toda la ilusión que desprendía (porque ese día Harry le había prometido ir a pescar con él al día siguiente, y a Seth le encantaba ir de pesca con su padre). Mira todos los rostros una, dos, muchas veces más, sonriendo tristemente, recordando memorias dolorosas pero que son demasiado hermosas como para querer olvidarlas.

«Fue una linda tarde aquella» le había dicho su hermano una vez, cuando la encontró con la fotografía (porque ella la miraba muy a menudo), y Leah había coincidido.

Deja la fotografía y decide salir de su casa, porque los recuerdos que descansan entre las paredes comienzan a volverse insoportables. Piensa que es demasiado estúpida, porque le es inevitable posar su mirada en Sam de vez en cuando, que se encuentra cerca de Emily constantemente, y todo siempre cae otra vez dentro de ella cuando ve cómo Sam le sonríe feliz a su imprimación. Inhala fuertemente entonces y frunce el ceño mientras miles de cosas le cruzan por la mente. Ella era la dueña de esas sonrisas, antes. Ella era quien podía disfrutar de sus abrazos y caricias. Ella era la única que podía probar sus labios y oír sus risas.

Y se lo habían quitado todo.

«Lo que no te mata te fortalece, Lee-Lee» había dicho Seth en una de esas tantas noches en las que ella lloraba y lloraba sin límite alguno.

Y él tenía razón pero, ¿cómo podía algo fortalecerle si cada vez se estancaba más, si cada vez el dolor abría más y más profundo su paso dentro de ella y la corroía, haciéndole gritar bajo las oscuras aguas de su propio pozo? El dolor no le había matado, eso lo tenía claro, porque se sentía demasiado viva para su gusto. Todavía esperaba por aquel día en que olvidara, aquel que pudiera darle la libertad que pedía.

Ella era una Leah que había sepultado a Lee-Lee bajo miles de alas rotas, con sus trenzas desarmadas que le pesaban como cadenas en el alma, vestida con cuentos de hadas desperdiciados y ahogándose en esperanzas huecas y sin fondo.

(Y lo único que pedía era esa fortaleza, era poder salir a flote y dejarse llevar por primera vez en tiempo).


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