Bueno, es el primer fanfic de Inuyasha que hago. Mi personaje favorito sería Kikyo. La verdad no tengo preferencia alguna por las parejas, todos me caen bien jaja.
Creo que este fic sería NarakuxKikyoxInuyasha o algo asi.
Por cierto, no se que tan seguido pueda actualizar, estoy de exámenes, pero voy a intentar no demorar tanto. Enjoy!
Kikyo.
Cómo era posible que él, un demonio, el gran Naraku, el más poderoso de todos, tuviera una debilidad. Una debilidad humana.
Le daba asco, le repugnaba la sola idea, el nunca sería como los humanos. Y sin embargo…
Ahí estaba, pensando en poseer a la sacerdotisa, pensamientos impuros eran los que recorrían su mente, odiaba eso, lo detestaba. Se sentía tan humano.
Podía sentir su presencia no muy lejos del lugar en donde se encontraba, apenas la había sentido y ya pensó en ir hacia aquel lugar, atraído por ella. Deseaba matarla, necesitaba matarla para así poder librarse de aquella tentación y dejar atrás cualquier indicio de humanidad en el.
-Inuyasha.- dijo percatándose de que el hanyou también se encontraba en aquel lugar. Estaba con ella.
Sentía como su sangre hervía por aquel pensamiento, Inuyasha estaba con Kikyo. ¿Porqué Inuyasha podía tocarla, porqué aquel intento de monstruo podía y el no? Tal vez debía acabar en ese instante con ella, en las narices de aquel hanyou para que el sufra, para que sepa que nunca la podría tener para él.
Se acercó al lugar en donde sabía estaban ellos dos. Miró escondido desde las sombras, ahí estaba ella, siendo abrazada por el bajo el manto negro de la noche. El solo se limitaba a observar.
-Kikyo, yo te voy a proteger, tu no tienes porqué luchar contra Naraku sola. Por favor déjame ayudarte, déjame estar contigo- lo escuchó decir.
Naraku sonrió para si mismo. Sabía que ella jamás aceptaría viajar con Inuyasha y sus estúpidos amigos.
-Naraku… Muestrate!- la escuchó decir.
Inuyasha parecía sorprendido, cómo no se había percatado de que Naraku se encontraba cerca.
Él apareció de entre las sombras, imponente, sonriendo. Podía ver que el hanyou se había exaltado y que protegía a Kikyo, manteniéndola atrás suyo todo el tiempo, como si fuera de su propiedad. Pero ella no le pertenecía a aquel tonto, no, Kikyo era suya, sería suya y de nadie más.
-Apártate Inuyasha- la escuchó decir, preocupada porque aquel hombre mitad bestia no saliera herido tal vez. Y eso lo sacaba de quicio.
Naraku rió, una carcajada burlona fue lo que salió de él, porque no importaba cuanto ella se preocupara por ese tonto, ella no iba a ser de él, no iba a quedarse con él. Inuyasha apretó los dientes, molesto por como se bufaba.
-Deja de burlarte desgraciado!- gritó mientras se aproximaba a toda velocidad para atacar.
Naraku lo había esquivado fácilmente, apareciendo detrás de la sacerdotisa, tomándola por la cintura desprevenida y elevándose en el aire.
-Suéltame!- exclamó la hermosa mujer con el seño fruncido, mirándolo con odio. La acercó más a el, sus rostros estaban tan cerca que podía sentir su cálida respiración. Eso le gustaba.
-Suéltala maldito! Suelta a Kikyo!- exclamó Inuyasha entre dientes, la furia estaba en sus ojos al igual que los celos y la rabia.
Naraku sonreía cínico mirando a la sacerdotisa, sin si quiera prestarle atención al hanyou, quien desesperado trataba de atravesar aquel campo de energía que los rodeaba a él y a su hermosa Kikyo con su Colmillo de Acero.
-Señorita Kikyo! Inuyasha!-
Se escucharon las voces de aquel monje, Miroku, la exterminadora que los acompañaba, hermana de su sirviente Kohaku llamada Sango y aquella niña que tan irritante le parecía, Kagome.
No sabía como podía ser que aquella niña tan escandalosa pudiera ser la reencarnación de Kikyo. La sacerdotisa siempre había sido una mujer muy astuta, calculadora, serena, lo era hacía cincuenta años y también en ese momento, en cambio aquella muchachita…
-Bien, creo que me retiro, y me llevo algo que me pertenece. Adiós Inuyasha- dijo con tono cínico el demonio sin borrar la sonrisa de su cara.
Y en menos de un segundo, desapareció llevándose a la mujer en sus brazos, dejando a un histérico Inuyasha y a sus aturdidos amigos que lo miraban con preocupacion.
Estaba decidido a hacer suya a la sacerdotisa, hacerla suya, y tal vez luego esa obsesión enfermiza que le carcomía por dentro cesaría y podría matarla para librarse de su asquerosa parte humana que tanto le atormentaba con aquellos deseos impuros. Si, tal vez esa era la única solución.
