Finn se despertó sobresaltado por la hora que era. Llegaba tarde y no podía. No debía. Se preparó a contrarreloj y en apenas diez minutos salía ya de su humilde casa de Lima hacia el aeropuerto. El avión partía en una hora y veinte minutos y no podía dejarlo escapar.
Una vez en Cleveland, hizo todas las gestiones lo más rápido que pudo. Aún así, llegó a la puerta de embarque justo cuando daban el último aviso. Con la respiración acelerada todavía, se sentó en el incómodo sillón que le había tocado mientras echaba un rápido vistazo al móvil. Cinco llamadas perdidas de un número desconocido. "Bah, no merece la pena contestar", pensó. Apagó el aparato y se puso el cinturón, pues apenas quedaban minutos para el despegue. Miró por la ventana: hacía viento.
Mientras, en Nueva York, una preocupada Rachel trataba de contactar con Finn, al que había llamado varias veces, recibiendo como respuesta una voz robótica y fría. Rendida, pensó que el muchacho había desconectado ya el móvil y que por tanto no podía contestar. Además, bien pensado, era una tontería querer hablar con él sólo para decirle que se había cambiado de número y que ahora usaba uno distinto, pues se lo podría comunicar en cuanto llegara a la Gran Manzana. Se rió por dentro.
El vuelo no estaba siendo ni mucho menos cómodo. Las turbulencias eran constantes y varios pasajeros habían vomitado. Las azafatas trataban de transmitir serenidad, aunque se les notaba la intranquilidad en el rostro. Finn volvió a mirar por la ventana: a pesar de ser de día, no recordaba haber visto un cielo tan negro.
Rachel esperaba ansiosa el regreso de su novio. No paraba de mirar los carteles informativos en los que aparecían los vuelos. En la última actualización se podía leer: "Cleveland-Nueva York. Hora prevista: 11:30".
El entusiasmo inicial, denotado con una amplia y blanca sonrisa, pasó a una preocupación creciente, pues hacía quince minutos que debería estar besando a Finn y, sin embargo, los carteles no hacían más que informar que el vuelo iba con retraso.
Un estruendo enorme. Gritos. No se atrevió a mirar por la ventana.
Rachel, que llevaba una hora esperando, se acercaba a una taquilla de información cuando en una de las pantallas apareció un hombre que parecía ser un presentador y, mientras unas imágenes del temporal que azotaban el centro y el este de EE UU se sucedían, se podía leer en varios idiomas un pequeño texto en la parte inferior: "Trágico accidente del vuelo Cleveland-Nueva York". Rachel lo leyó tres veces. Tragó saliva y lloró. Lloró mientras pensaba en Finn.
