MÁS ALLÁ DE LO QUE SE VE

—Capítulo 1—

Zoro se despertó al sentir el intenso frío dentro de su recámara, frotó sus brazos y encogió las piernas buscando conservar el poco calor que le quedaba. Abrió los ojos, todavía era tenue la luz que anunciaba el amanecer, murmuró malhumorado palabras poco comprensibles y se giró para mirar hacia el lado contrario de la cama.

Como lo supuso ahí estaba nuevamente el intruso, el hombre con el que compartía el departamento y que, a pesar de llevarle cinco años, seguía metiéndose debajo de sus sábanas cuando tenía problemas para dormir; problemas casi siempre asociados con aquel peculiar descenso de temperatura.

—Law... lárgate a tu cama —susurró Zoro con un tono de pocos amigos.

El médico, que frotaba sus brazos de manera insistente, se rodó para quedar frente a él. —Tengo frío —exclamó. La temperatura era tan baja que su aliento se hacía visible—, él está aquí ¿cierto? —sus ojos grises recorrieron el cuarto vacío una y otra vez sin poder distinguir nada fuera de lo ordinario.

Zoro se incorporó sobre sus codos con pesadumbre. ¡Cómo desearía no tener aquella extraña facultad! Empezó a recorrer la habitación hasta que localizó sentado en un sofá al causante de que su recámara se convirtiera en un congelador. Un rubio sonriente movió la mano como gesto de saludo, Zoro le sonrió ligeramente, aquel fantasma, que siempre asediaba a su compañero, le parecía de lo más simpático,

—está en el sofá —comentó mientras se recostaba nuevamente—, convéncelo de que nos deje dormir.

Law, que no podía verlo, apretó la gruesa cobija alrededor de él —¡maldita sea, Cora-san, cuántas veces te lo he dicho?, ¡vete hacia la luz o qué se yo y descansa en paz de una vez por todas! el espíritu se acercó hasta él y le pasó los dedos por el cabello logrando así que toda la piel se le erizara por completo. Zoro sonrió al ver como su compañero temblaba sin comprender lo que estaba sucediendo,

—¡Zoro-ya, dile algo!

—¿qué te hace pensar que a mí me hará más caso?

La devoción que Donquixote Rocinante sentía por su protegido era más que evidente, ni siquiera la muerte había logrado alejarlo—, me parece que vas a tener que pasar el resto de tus días con él a tu lado agregó de manera burlona. El rubio movió la cabeza en forma afirmativa y abrazó al ojigrís causándole un frío todavía más intenso estremeciéndolo por completo,

—de acuerdo Cora-san, ya entendí que no te irás a ningún sitio, pero ¿podrías al menos alejarte un poco para que no muera congelado? —el espíritu le colocó un beso sobre la frente y comenzó a desvanecerse, Law soltó un fuerte suspiro cuando sintió que el calor regresaba a su cuerpo,

—ahora que se ha ido, lárgate a tu cama —Zoro lo pateó debajo de las cobijas, pero el intruso se dio la media vuelta y cerró los ojos ignorando sus quejas. Miró el reloj, todavía faltaban un par de horas para iniciar su día, «intentaré dormir un poco más» pensó mientras optaba por eludir a su molesto acompañante y se giraba boca abajo.

Desde niño Zoro había descubierto que tenía la inusual habilidad de ver y sentir cosas que la gente normal simplemente pasaba por alto. Aquello marcó su infancia de manera terrible. Sus padres biológicos, al no comprender lo que le sucedía, habían optado por abandonarlo en una institución mental de donde años después consiguió escapar. Fue una época muy oscura para él, había vivido en la calle un tiempo hasta que conoció a Koshiro, un maestro de kendo retirado, y a su hija Kuina, quienes se convirtieron en su nueva familia. Zoro decidió guardar en secreto su "talento", temía perder nuevamente los lazos que había formado con ellos.

Actualmente vivía una vida normal, claro, si por normal podía considerar el hecho de compartir el departamento con un hombre que era constantemente asediado por un alegre y torpe fantasma. Law era el único que conocía su secreto, era su mejor amigo.

La alarma finalmente sonó, Zoro aplastó su reloj con un fuerte golpe, pegó un enorme bostezo y a pesar de lo cansado que se sentía se levantó de la cama. Law seguía profundamente dormido, era de esperarse, había tenido que cubrir doble turno el día anterior en el hospital, y si a eso le sumaba la visita de Corazón… por eso el pobre siempre andaba con unas enormes ojeras, realmente llevaba una vida pesada. El peli verde se levantó de la cama con cuidado para no hacerle más ruido, era mejor dejarlo descansar. Tras una ducha con agua caliente se preparó algo de cereal y abandonó el departamento.

La casa de antigüedades donde trabajaba estaba a sólo diez minutos caminando. Atravesaba un enorme parque, que aunque algunos podían considerar peligroso por las noches, a esa hora estaba lleno de vida. —Mira mamá… —alcanzó a escuchar a un chiquillo que lo señalaba mientras que su madre lo reprendía. Le regaló una sonrisa a la apenada mujer para demostrar que no se había ofendido. Estaba acostumbrado a que la gente lo observara indiscretamente, la enorme cicatriz que atravesaba el sitio donde alguna vez había estado su ojo izquierdo era bastante notoria, un doloroso recordatorio de aquel día… cuando Kuina perdió la vida. Llevó instintivamente su mano a la mitad del pecho por donde una cicatriz aún peor atravesaba su torso completo. Aun cuando aquel accidente llevaba más de dos años de haber sucedido todavía se sentía culpable…

Interrumpió el hilo de sus pensamientos para sacar las llaves que guardaba en el bolsillo. Al entrar en el local el olor tan peculiar que tenían los objetos antiguos inundó su nariz. A pesar de que trabajaba ahí más por cosas del destino que por gusto personal no podía negar que le agradaba aquel lugar, estiró los brazos para desentumirse y depositó su chaqueta en un perchero.

Al fondo de los abarrotados exhibidores y estantes se encontraba su sitio, el largo escritorio contenía una computadora bastante obsoleta, una caja registradora y algunos objetos curiosos de exhibición que invitaban a la gente a acercarse. No pudo evitar sonreír cuando sus ojos se clavaron en la larga caja de madera que había dejado encima el día anterior. —Hoy estará terminada —se dijo a sí mismo mientras extraía del viejo estuche una hermosa y antigua katana.

El trabajo en aquella tienda le dejaba bastante tiempo libre por lo que desde hace semanas se había dado a la tarea de restaurar a Wado Ichimonji, una espada japonesa que había pertenecido a Kuina. El arma con su mango blanco y su filo perfecto relucía entre sus dedos. «Espera a que Koshiro-san te vea», pensó. A pesar de que en el establecimiento se mostraban objetos de gran valor económico, era esa arma lo que Zoro consideraba la posesión más importante por su valor sentimental. Admiró con cuidado cada detalle para asegurarse de que no quedaban rastros de oxidación, terminó de pulir su funda y finalmente la colocó en el exhibidor con los demás sables y espadas que había restaurado previamente. Estiró los brazos y se paró de puntitas para ponerla lo suficientemente alto como para que la gente pudiera admirarla, pero no tocarla. Detestaba que los clientes manosearan aquellos preciosos objetos y los dejaran llenos de huellas digitales. Al contemplarla se cruzó de brazos y esbozó una enorme sonrisa, tenía que aceptar que ese había sido su mejor trabajo.

Llamaron a la campana de la entrada y volteó para recibir al primer cliente del día, pero su rostro se convirtió en una mueca de espanto al notar que se trataba de su peor pesadilla.

—¡Zoro! un chiquillo con el rostro sonriente entró azotando la puerta y haciendo vibrar algunos objetos, venía acompañado de su pecoso hermano mayor quien también saludaba alegremente,

—¡Luffy, te he dicho que no vengas a buscarme a la tienda! —lo reprendió sin poder esconder su nerviosismo. Era común que su atolondrado amigo tirara o rompiera algún objeto. Como era de esperarse, en cuanto dio unos pasos más empezó a curiosear entre las vitrinas tomando todo lo que estaba a su paso para observarlo mejor,

—perdona Zoro, queríamos invitarte a almorzar con nosotros comentó el hermano mayor en tono de disculpa. Zoro revisó su reloj, apenas era medio día,

—todavía no tengo hambre —respondió mientras jalaba a Luffy para alejarlo del sitio donde la advertencia «NO TOCAR» escrita con enormes letras rojas había sido ignorada,

—entonces nos daremos una vuelta más tarde —mencionó el más joven—, hay un nuevo restaurante que acaba de abrir al otro lado del parque y Sabo dice que sirven unos cortes de carne deliciosos, ¡anímate! —el insistente chiquillo volvió a clavar la vista en otros objetos escapando de su agarre. Ace, en vez de ponerle un alto, se había recargado en el marco de la puerta y comenzaba a cabecear.

Aquellos hermanos que vivían enfrente de la tienda realizaban alrededor de seis comidas al día, siempre en sitios caros o novedosos. El peli verde no comprendía como podían gastar tanto dinero alimentándose de esa manera tan voraz. Suspiró con cierta pesadez, a veces olvidaba que el local se encontraba en uno de los barrios más ricos de la ciudad.

«Y a mí que apenas me alcanza para pagar medio alquiler», pensó para sí. Se pasó la mano por el cabello, sabía muy bien que si se negaba no habría manera de que lo dejaran en paz. —De acuerdo, los acompañaré en cuanto termine mi turno exclamó resignado.

Un jarrón dio contra el suelo antes de que pudiera recibir contestación —¡Luffy! te advertí que tuvieras cuidado! —le acomodó un golpe en la cabeza con el puño sacándole un chichón. Ace, que parecía haberse quedado dormido de pie, despertó con el ruido, se acercó apenado y haciendo reverencias le pagó la pieza rota,

—volveremos por ti —amenazó el pequeño que se sobaba la adolorida mollera,

—mejor yo pasaré por ustedes —agregó el peli verde mientras casi a empujones despedía a ese par.

Cuando el silencio volvió a la tienda soltó un suspiro lleno de pesar, tomó la escoba y comenzó a recoger los restos de la pieza rota. Siempre era lo mismo, después de cada visita que Luffy le hacía terminaba limpiando su desorden… a pesar de eso tenía que admitir que les tenía gran aprecio, gracias a ellos su monótono trabajo se convertía en algo más ameno.

La puerta sonó de nuevo al abrirse —¡ahora qué quieren! —exclamó de mala gana. Cuando volteó se sorprendió al darse cuenta que no se trataba de los desastrosos hermanos, sino de un cliente al que jamás había visto. —¡Di..disculpe creí que era otra persona! —comentó visiblemente apenado. Le pareció notar una leve sonrisa bajo el semblante sobrio que aquel caballero poseía,

—es una pena que una pieza como esa se haya roto —comentó al notar los pedazos del fino jarrón que Zoro estaba recogiendo. Su voz, varonil y grave, parecía seductora y a la vez estricta, era difícil adivinar la intención con la que se lo había dicho. El peli verde no supo que responder, sólo atinó a llevarse las piezas sobre el recogedor lo más rápido posible para permitir el libre paso de aquel hombre. Regresó sin decir palabra a su escritorio y tomó asiento para permitir que su cliente se tomara el tiempo necesario para contemplar los objetos en exhibición.

Zoro comenzó a garabatear en una libreta cosas sin sentido, pero no podía evitar mirar furtivamente al caballero que se desplazaba paso a paso con una gallardía digna de un noble. Al notar que toda la atención de su visitante estaba en los objetos de las vitrinas se tomó el atrevimiento de observarlo con más detenimiento. Admiró sus finos zapatos perfectamente lustrados. Llevaba un traje negro hecho a la medida y ceñido a su cuerpo. Debajo llevaba una camisa roja sin corbata y detrás de los botones desabrochados se asomaba una cadena de oro que sujetaba algo que Zoro no alcanzaba a ver. Estaba tan inmerso en su curiosidad que ni siquiera se dio cuenta de que su mano ya había dejado de dibujar. Subió la vista hasta su rostro. La barba y el bigote con aquel corte perfecto resaltaba más la varonil forma de su cara, pero lo que acaparó completamente su atención fueron ese par de ojos amarillos que resultaban tan penetrantes como los de un halcón. Nadie podría negarlo, era un hombre de lo más atractivo.

El caballero se acercó hasta las katanas, tras contemplarlas unos instantes se colocó un par de guantes negros y estiró los brazos para coger a Wado Ichimonji bajándola sin problema. Zoro estaba por protestar ante aquel atrevimiento, pero se detuvo al notar que la manipulaba entre sus dedos con tanto cuidado como sólo lo haría un experto, el desconocido la extrajo de su funda y admiró su forma y filo.

—¿Sabe quien restauró esta katana? Zoro dio un respingo y tragó saliva antes de contestar,

—yo lo hice.

Los ojos amarillos se posaron en él sin esconder un ligero asombro. El peli verde sintió que el rostro se le calentaba de repente ante aquel contacto.

El caballero volvió a colocar a Wado en su sitio y sin más se dirigió directo al escritorio del fondo. —Ha hecho un trabajo excelente soltó con ese tono tan formal, guardó sus guantes y sacó de sus bolsillos una tarjeta de presentación—. Mi nombre es Dracule Mihawk y tengo una colección privada que necesita mantenimiento, si le interesa o tiene tiempo, llámeme.

Zoro se puso de pie y estiró la mano mientras agradecía con un movimiento de cabeza el halago a su trabajo, la verdad es que había invertido mucho tiempo investigando la mejor manera para realizarlo y no podía ocultar lo bien que aquel comentario lo había hecho sentir,

—¿está a la venta? preguntó Mihawk sin quitarle la intensa mirada de encima,

—no, esa pieza sólo es de exhibición a pesar de que Koshiro-san, como dueño de la tienda, le había dado el permiso para venderla, Zoro no tenía el coraje para hacerlo,

—es una pena, entonces tendré que regresar para admirarla nuevamente.

La simple idea de volver a ver a aquel individuo dentro de la tienda hizo que Zoro retuviera la respiración de repente. El hombre se dio la media vuelta y se dirigió hacia la salida,

—¿puedo saber su nombre? se giró hacia el mostrador mientras tomaba la manija de la puerta entre sus dedos,

—Zoro, Roronoa Zoro —tuvo que desviar la mirada puesto que aquel par de ojos penetrantes lo miraban con una intensidad abrumadora,

—hasta luego Roronoa, espero tener noticias pronto sobre la propuesta que le he hecho. Ah, y por el dinero no se preocupe, pagaré lo justo por un trabajo con la calidad que he podido observar sin más abrió la puerta y abandonó el lugar.

Zoro finalmente pudo volver a respirar con normalidad. «¿Qué demonios fue eso?», se preguntó. Era la primera vez que alguien le causaba un impacto tan fuerte. Pasó sus dedos por el relieve del nombre que relucía sobre la fina tarjeta sostenida entre sus manos —Dracule Mihawk susurró su nombre en voz alta. Si bien el dinero extra le vendría de maravilla tenía que hablar con Koshiro-san primero…

Aunque no podía negar que sentía cierto interés por conocer un poco más sobre aquel misterioso caballero.