Disclaimer: Cowboy Bebop pertenece a los legítimos creadores de la serie. No obtengo ni pretendo obtener lucro alguno a través de esta historia.


IRA

- ¡Maldito imbécil! -la oyó gritar mientras le arrojaba con todas sus fuerzas un viejo y rayado cenicero de cristal que acabó estrellándose contra la pared-. ¡Ni se te ocurra dirigirme la palabra en lo que te queda de vida! -añadió enfurecida mientras elevaba un dedo acusador en el aire-. ¿Me oyes?

Spike se encogió de hombros, limitándose a observarla en silencio. Extrajo un cigarrillo de su arrugada chaqueta azul, se lo puso en los labios con total tranquilidad, y lo encendió con un desgastado mechero que se encontraba sobre la mesa de café. El extremo del cigarro adquirió un brillante tono anaranjado y una fina cortina de humo comenzó a tejerse entre ambos.

- ¿Por qué no me contestas, pedazo de burro? -le preguntó Faye, visiblemente molesta- ¿Acaso estás sordo?

De nuevo, el más absoluto de los silencios cayó sobre ellos como una pesada losa.

Spike no pudo reprimir una sonrisa al advertir que la muchacha, después de su arranque de ira, trataba de aparentar serenidad, algo de lo que carecía por completo en aquellos momentos.

Desde su posición, podía ver cómo su pecho ascendía y descendía una y otra vez, arriba y abajo, intentando contener un poco sus nervios, más desbocados que de costumbre a causa de aquel estúpido altercado. Estaba seguro de que no lo conseguiría, la conocía demasiado bien. Era cuestión de tiempo que perdiera la compostura una vez más.

Efectivamente, tras unos segundos de tensa espera, Faye dio muestras de no soportar más su indiferencia y gruñó como solía hacer cada vez que algo le molestaba hasta la médula. Con los puños apretados y los músculos en tensión, giró sobre sí misma y se dispuso a salir en estampida de la sala.

- Simplemente cumplía con tus deseos -indicó con voz burlona.

Al escuchar sus palabras, la joven se detuvo en seco bajo el marco de la puerta. Aunque se encontraba de espaldas a él y no podía ver su rostro, Spike sabía por el temblor que se había apoderado de ella que estaba contando hasta diez, mordiéndose la lengua hasta casi hacerse daño, tratando de ignorarlo.

- Total, tampoco sé por qué te pones así -se aventuró a lanzar como último dardo envenenado.

Aquello fue suficiente para acabar con cualquier pequeño intento de apaciguamiento. Con una agilidad sorprendente, Faye se abalanzó sobre él profiriendo todo tipo de insultos, amenazas y maldiciones.

- ¡Tendrás morro! -gritó ella mientras lanzaba un puñetazo que no alcanzó su objetivo por escasos milímetros- ¡Casi me mato hoy por tu culpa!

- ¿Cómo que por mi culpa? -contestó mientras evitaba una nueva tanda de manotazos y patadas- ¡Si has sido tú la que casi te estrellas contra mi nave!

Faye soltó un nuevo alarido y estuvo a punto de agarrarlo por las solapas. En ese momento Jet apareció con cara de pocos amigos y una línea de sudor empapándole la frente.

- ¡Ya está bien! -bramó en mitad de la estancia-. Tú -dijo señalando a Spike-, deja de chinchar de una vez. La intervención que has tenido en este caso ha dejado mucho que desear -Faye pareció sonreír al escuchar tales palabras-, así que parte del fracaso hay que agradecértelo a ti. Y, por el amor de Dios, tú -se dio la vuelta dirigiéndose esta vez a ella-, deja ya de decir que casi te matas por su culpa. Si hubieras ajustado el panel de mandos como él te dijo -la sonrisa de Faye se borró de un plumazo- no habrías estado a punto de comer tierra, ¡asúmelo!

Esta vez le tocó a Spike poner cara de satisfacción. Sin esperar a respuesta o reacción alguna alguna, Jet desapareció ruidosamente por los entresijos de la nave. Faye, por su parte, permaneció unos instantes en silencio, su rostro adoptando un color rojo cada vez más intenso, hasta que finalmente murmuró algo así como "dais asco" y después se marchó en dirección al exterior, quedando todo en silencio.

Spike se levantó del sofá y caminó en dirección a la sala de control. De repente, miles de fragmentos de cristal crujieron bajo la pesada suela de sus botas. Miró al suelo y vio el destrozo que su compañera había ocasionado al lanzar aquel cenicero.

Meneó la cabeza disgustado. ¿Por qué tenían que acabar siempre así? Hoy se trataba de aquella ridícula recompensa, ayer fue la última reserva de comida disponible, y mañana, mañana sería cualquier otra estupidez, como la falta de agua caliente o un disputado y confortable puesto en el sofá, por ejemplo.

El caso es que día sí, día también tenían que discutir. Todo comenzaría con alguna broma pesada por parte de uno de ellos. Esa chispa sería suficiente para prender la mecha y, ¡bam!, en unos segundos, su frágil tregua se desmoronaría, el intercambio de insultos sutiles e insinuaciones dañinas se pondría en marcha como de costumbre, y todo saltaría en pedazos. Menudo par de idiotas.

"Aunque la peor de los dos es ella", se apresuró a apuntar mentalmente.

Su conciencia le decía que él también tenía algo de culpa en todas aquellas peleas, pero para acallar los remordimientos que le asaltaban de vez en cuando, se repetía sin cesar que ella exageraba las cosas, que carecía de la madurez necesaria para llevar una discusión como dos adultos, que se comportaba como una loca. Es cierto, puede que sus comentarios fuesen hirientes, sin embargo, nunca se le ocurriría montar en cólera del modo en que lo hacía Faye.

Le resultaba difícil comprender cómo podía caber tanta ira en alguien de apariencia tan frágil, pero estaba seguro de que, si lo que decía la Biblia resultaba ser cierto, aquel defecto terminaría llevándola hasta las mismísimas puertas del infierno.

- Qué el diablo se las apañe -musitó mientras desaparecía en la oscuridad de la nave.